Al borde del abismo - Agustín Moreno Cuarto Poder
Hace ya mucho tiempo que el progreso celebra una victoria
pírrica sobre la naturaleza. Decía Simone Weil que “el progreso se transforma,
a todos los efectos, en una regresión”. Este verano se ha publicado un
manifiesto titulado ‘Última llamada’ en el que un grupo importante de
científicos, ecologistas y ciudadanos de relevancia social llaman la atención
sobre los grandes riesgos medioambientales que tiene el planeta. Como, a pesar
de su importancia, ha pasado desapercibido en los medios de comunicación,
merece la pena detenerse en el contenido de su angustioso llamamiento a la
ciudadanía. Y de paso reflexionar sobre la necesidad y la posibilidad de un
nuevo horizonte económico, social y cultural.
El manifiesto plantea que si se mantienen las tendencias de
crecimiento vigentes (económicas, demográficas, en el uso de recursos,
generación de contaminantes e incremento de desigualdades) en el siglo XXI se
producirá un colapso civilizatorio. El progreso, tal y como se venía
entendiendo está en quiebra por el declive en la disponibilidad de energía
barata, los escenarios catastróficos del cambio climático y las tensiones
geopolíticas por los recursos. Se llega a afirmar que la vía del crecimiento es
ya un genocidio a cámara lenta.
Rechaza las consideradas hasta ahora soluciones: no bastan
los mantras cosméticos del desarrollo sostenible, ni la mera apuesta por
tecnologías ecoeficientes, ni una supuesta “economía verde” que encubre la
mercantilización generalizada de bienes naturales y servicios ecosistémicos. Y
rechaza, por supuesto, las recetas del capitalismo por considerar que un nuevo
ciclo de expansión es inviable y nos colocaría en el umbral de los límites del
planeta: La sociedad productivista y consumista no puede ser sustentada por el
planeta.
Defiende la necesidad de construir una nueva civilización
que asegure una vida digna a más de 7.200 millones de personas que habitan un
mundo de recursos menguantes. Y solo se puede conseguir con cambios radicales
en los modos de vida, las formas de producción y sobre todo en los valores. El
objetivo es recuperar el equilibrio con la biosfera, y utilizar la
investigación, la tecnología, la cultura, la economía y la política para
avanzar hacia ese fin.
Pero apunta que lo que llama la Gran Transformación se
topará con dos obstáculos titánicos: la inercia del modo de vida capitalista y
los intereses de los grupos privilegiados. Defiende una ruptura política
profunda con la hegemonía vigente para evitar el caos y la barbarie. Y sitúa un
nuevo principio rector de la economía que tenga como fin la satisfacción de
necesidades sociales dentro de los límites que impone la biosfera, y no el
incremento del beneficio privado. Un modelo que asuma la realidad, haga las
paces con la naturaleza y posibilite la vida buena dentro de los límites
ecológicos de la Tierra. No hacer nada, o no hacer lo suficiente, nos llevaría
al colapso social, económico y ecológico. Estiman que queda un lustro para un
debate amplio y transversal en el que hay que ganar a grandes mayorías para un
cambio de modelo económico, energético, social y cultural.
No es un alarmismo infundado. La Organización Meteorológica
Mundial afirma que la acumulación de gases de efecto invernadero marca otro
máximo histórico, que registra el mayor incremento anual en 30 años de CO2. Por
ello, la propia Organización de Naciones Unidas (ONU) prepara un nuevo y
detallado informe sobre el cambio climático y no hay buenas noticias.The New
York Times ha tenido acceso a un borrador del mismo, y la ONU es más tajante
que nunca: si los países no hacen nada para impedirlo, las consecuencias del
cambio climático para el planeta serán “severas, continuas e irreversibles”.
La incógnita es saber qué alternativas ecológicas y
energéticas pueden implementarse que sean a la vez rigurosas y viables. Para
ello es muy recomendable el libro colectivo Qué hacemos frente a la crisis
ecológica que desgrana una amplia serie de propuestas. Defiende la
sostenibilidad en su dimensión ecológica, social y económica: la reproducción y
producción de las sociedades humanas en su contesto biosférico. Y propone más
de una decena de principios de una práctica sostenible a tres escalas: micro
(personal o comunitaria), meso (provincial y estatal) y macro (internacional).
Son principios como el de suficiencia en el uso de recursos disponibles, cerrar
el ciclo de materiales (residuos), evitar los contaminantes, el criterio de
cercanía, energía justa y solar, potenciar la diversidad e interconexión
biológica, aprender del pasado y del contexto, tener una velocidad de vida
acoplada a los ciclos naturales, la interdependencia y la actuación desde lo
colectivo, considerar el entorno de incertidumbre en que vivimos, y la
capacidad de metamorfosis.
Pero una economía sostenible no es compatible con el sistema
capitalista que explota al hombre por el hombre y a la naturaleza entera.
Hablar de economía ecológica supone cambiar el concepto de riqueza y de calidad
de vida que se refleja en cuestiones como la esperanza de vida, la educación o
la percepción de felicidad. Y ello no tiene correlación con el consumo. De ahí
que aprender a vivir con menos materiales y energía es una obligación por los
límites físicos del planeta. La clave está en si se hace desde un reparto más
justo y equitativo de la riqueza.
Otro sistema es necesario y urgente antes de que el viejo
mundo nos asfixie y arruine el planeta. De lo contrario, entraremos en una
situación de desigualdad y de catástrofe como la que describe Antonio Turiel en
su relato Distopía III. La tempestad y que la presenta como de ciencia ficción
para que no entremos en pánico. Desgraciadamente, nos asustaremos como niños
pequeños. Algo que no estamos tan lejos de ser por un comportamiento
irresponsable que nos lleva a quemar el mundo para que funcione la locomotora
del crecimiento al grito de ¡más madera!
Fuente orignal:
http://www.cuartopoder.es/laespumaylamarea/al-borde-del-abismo/639
TOMADO DE ENVIO EN RED FOROBA
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