sábado, 14 de noviembre de 2015

CIENTÍFICOS DE CUBA HOY DR. PORFIRIO HERNANDEZ RAMIREZ

 Seducido por la investigación
Pionero en la aplicación de células madre en Cuba, el Doctor en Ciencias Porfirio Hernández Ramírez acaba de recibir el Premio al Mérito Científico por la Obra de la Vida, que confiere el Ministerio de Salud Pública
Autor: Orfilio Peláez | El Doctor en Ciencias Porfirio Hernández (derecha) atesora más de 45 años de trabajo en el Instituto de Hematología e Inmunología. Foto: Yaimí Ravelo
Nacido hace 78 años en un pequeño pueblo nombrado La Salud (qué mejor premonición),  perteneciente a la actual provincia de Mayabeque, el Doctor en Ciencias Porfirio Her­nández Ramírez fue un alumno aventajado en Matemática y Física, mientras cursaba la en­señanza media.
“Sacaba muy buenas calificaciones en esas asignaturas, incluso una de mis profesoras insistía en que cogiera una carrera afín a tales disciplinas cuando terminara el bachillerato. Pero llegado el momento de ingresar en la Universidad de La Habana mi abuelo paterno me sugirió con mucha convicción:
‘Hazte médico, es una profesión muy linda donde podrás ayudar a muchas personas. Ya verás que nunca te arrepentirás’”.
Como narra a Granma, por fin accedió al consejo y matriculó Medicina en septiembre de 1955. Eran tiempos convulsos de perennes protestas estudiantiles contra el régimen tiránico de Batista. Un año después la dictadura cerró la casa de altos estudios y Porfirio regresó a su natal pueblo, donde se incorporó a la lucha revolucionaria.
Tras el triunfo del 1ro. de enero de 1959, pudo retomar la carrera de Medicina en una variante de curso para trabajadores, hasta que finalmente logró terminarla por vía normal en 1964.
NACIMIENTO DE UN COMPROMISO
Luego de graduarse cumplió el servicio médico rural en la antigua provincia de Orien­­te. Allí trabajó primero en el dispensario Ramón de Guaninao, en las afueras de Palma Soriano. Luego radicó de forma alternativa en varios hospitales rurales durante seis meses, etapa que culminaría con su designación como di­rector del ubicado en Ocujal del Turquino, próxi­mo a la antigua Comandancia Rebelde de La Plata.
Para el joven galeno aquella estancia de más de un año en tan apartado punto de la geografía cubana le dio la posibilidad de co-
nocer un mundo bien diferente al de las
ciudades.
“Crecí en el plano humano y profesional. Todavía había mucho parasitismo intestinal entre los niños de la Sierra Maestra y las
condiciones de vida eran sumamente precarias. Me enfrenté a situaciones epidemiológicas complejas, que por fortuna logré superar. Lo más difícil fue tomar decisiones sin tiempo para consultarlas, pues una equivocación po­día ser fatal”.
Al mismo tiempo, pudo palpar la nobleza de los campesinos, quienes más allá de la relación médico-paciente, llegaron a verlo como el amigo incondicional al que podían contarle cualquier problema.
Luego de dirigir el hospital de Palma So­riano y coordinar el servicio médico rural en to­da la zona, a Porfirio Hernández le propusieron ocupar un puesto administrativo en la di­rección de salud de la ciudad de Santiago de Cuba.
 Según manifiesta, el interés de retomar la labor asistencial le hizo rechazar la oferta y regresar a La Habana, donde estudió la especialidad de Medicina Interna en el Calixto García, bajo la guía de profesores de primer nivel. Tal es el caso del ya fallecido doctor Fidel Ilizastegui.
“Con ellos, asevera, comprendí mejor el inestimable valor del interrogatorio exhaustivo al paciente y la importancia de brindar
particular atención a la descripción de los síntomas, elementos que mucho pueden aportar al establecimiento de un diagnóstico certero”.
Terminada la especialidad, Porfirio comenzó a laborar como clínico en el Instituto de Hematología e Inmunología (IHI), prestando servicio en el capitalino Hospital Nacional Enrique Cabrera y en el Hospital Pediátrico William Soler.
Allí descubrió su marcada pasión por las investigaciones científicas, al integrar un equipo empeñado en realizar de manera experimental trasplantes de médula ósea en ratas, cuyos resultados se publicaron en una reconocida revista internacional.
Dichos antecedentes sentaron las bases para que a mediados de la década de los ochenta de la pasada centuria apareciera entre los iniciadores de ese proceder en Cuba, al emplearlo por primera vez en pacientes con determinadas dolencias de la sangre, cumpliendo rigurosamente los requisitos establecidos a nivel mundial.
Volcado por entero a la actividad investigativa, en febrero del 2004 fue iniciador en nuestro país de la aplicación de células madre en personas aquejadas de isquemias severas de los miembros inferiores, que al no responder a los tratamientos convencionales estaban ex­puestas a sufrir algún tipo de amputación mayor.
Coordinador desde esa fecha del Grupo de Medicina Regenerativa y Terapia Celular del Ministerio de Salud Pública (Minsap), el doctor Porfirio Hernández precisa que al cierre del primer semestre del 2015 el número total de pacientes tratados con células madre a nivel nacional ascendió a 8 568.
Las especialidades de ortopedia y traumatología, y angiología, reúnen por ese orden la mayor cantidad de casos atendidos, en tanto el promisorio método ya se emplea en 14 de las 15 provincias, aseveró.
En su opinión y basado en la experiencia acumulada en los últimos 11 años, la llamada medicina regenerativa superó con creces su condición inicial de quimera para acercarse progresivamente a la de ciencia constituida, a través de su creciente uso clínico en un amplio abanico de enfermedades, mostrando resultados favorables alentadores.
Actual Profesor Consultante del IHI, el también miembro titular de la Academia de Cien­cias de Cuba y Especialista de Segundo Grado en Hematología, acaba de recibir el Pre­mio al Mérito Científico por la Obra de la Vida, en la más reciente edición del Concurso Premio Anual de Salud 2015, del Minsap.
“Es un gran honor que nunca imaginé merecer. Siento particular satisfacción porque también lo obtuviera muy justamente el Doc­tor en Ciencias Ernesto de la Torre, un gran amigo y profesor de Hematología, que mucho me ayudó en mis inicios en el IHI”.
Con una vitalidad envidiable para sus casi ocho décadas de existencia, el doctor Porfirio se considera una persona plenamente realizada. Si en determinado momento supo que la medicina era su camino y salvar vidas la mayor de las aspiraciones, descubrir la magia de la investigación colmó sus más grandes anhelos. Esta lo atrapó para siempre.

Orgulloso de llevar más de medio siglo de feliz matrimonio y haber construido una bonita familia, solo lamenta no poder vivir al menos cien años más y ver cuántas enfermedades incurables acaban siendo vencidas por la ciencia. TOMADOD E LA GRANMA DE CUBA 

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