Seducido por la
investigación
Pionero en la aplicación de células madre en Cuba, el Doctor
en Ciencias Porfirio Hernández Ramírez acaba de recibir el Premio al Mérito
Científico por la Obra de la Vida, que confiere el Ministerio de Salud Pública
Autor: Orfilio Peláez | El Doctor en Ciencias Porfirio
Hernández (derecha) atesora más de 45 años de trabajo en el Instituto de
Hematología e Inmunología. Foto: Yaimí Ravelo
Nacido hace 78 años en un pequeño pueblo nombrado La Salud
(qué mejor premonición), perteneciente a
la actual provincia de Mayabeque, el Doctor en Ciencias Porfirio Hernández
Ramírez fue un alumno aventajado en Matemática y Física, mientras cursaba la
enseñanza media.
“Sacaba muy buenas calificaciones en esas asignaturas,
incluso una de mis profesoras insistía en que cogiera una carrera afín a tales
disciplinas cuando terminara el bachillerato. Pero llegado el momento de
ingresar en la Universidad de La Habana mi abuelo paterno me sugirió con mucha
convicción:
‘Hazte médico, es una profesión muy linda donde podrás ayudar
a muchas personas. Ya verás que nunca te arrepentirás’”.
Como narra a Granma, por fin accedió al consejo y matriculó
Medicina en septiembre de 1955. Eran tiempos convulsos de perennes protestas
estudiantiles contra el régimen tiránico de Batista. Un año después la
dictadura cerró la casa de altos estudios y Porfirio regresó a su natal pueblo,
donde se incorporó a la lucha revolucionaria.
Tras el triunfo del 1ro. de enero de 1959, pudo retomar la
carrera de Medicina en una variante de curso para trabajadores, hasta que
finalmente logró terminarla por vía normal en 1964.
NACIMIENTO DE UN COMPROMISO
Luego de graduarse cumplió el servicio médico rural en la
antigua provincia de Oriente. Allí trabajó primero en el dispensario Ramón de
Guaninao, en las afueras de Palma Soriano. Luego radicó de forma alternativa en
varios hospitales rurales durante seis meses, etapa que culminaría con su
designación como director del ubicado en Ocujal del Turquino, próximo a la
antigua Comandancia Rebelde de La Plata.
Para el joven galeno aquella estancia de más de un año en
tan apartado punto de la geografía cubana le dio la posibilidad de co-
nocer un mundo bien diferente al de las
ciudades.
“Crecí en el plano humano y profesional. Todavía había mucho
parasitismo intestinal entre los niños de la Sierra Maestra y las
condiciones de vida eran sumamente precarias. Me enfrenté a
situaciones epidemiológicas complejas, que por fortuna logré superar. Lo más
difícil fue tomar decisiones sin tiempo para consultarlas, pues una
equivocación podía ser fatal”.
Al mismo tiempo, pudo palpar la nobleza de los campesinos,
quienes más allá de la relación médico-paciente, llegaron a verlo como el amigo
incondicional al que podían contarle cualquier problema.
Luego de dirigir el hospital de Palma Soriano y coordinar
el servicio médico rural en toda la zona, a Porfirio Hernández le propusieron
ocupar un puesto administrativo en la dirección de salud de la ciudad de
Santiago de Cuba.
“Con ellos, asevera, comprendí mejor el inestimable valor
del interrogatorio exhaustivo al paciente y la importancia de brindar
particular atención a la descripción de los síntomas,
elementos que mucho pueden aportar al establecimiento de un diagnóstico
certero”.
Terminada la especialidad, Porfirio comenzó a laborar como
clínico en el Instituto de Hematología e Inmunología (IHI), prestando servicio
en el capitalino Hospital Nacional Enrique Cabrera y en el Hospital Pediátrico
William Soler.
Allí descubrió su marcada pasión por las investigaciones
científicas, al integrar un equipo empeñado en realizar de manera experimental
trasplantes de médula ósea en ratas, cuyos resultados se publicaron en una
reconocida revista internacional.
Dichos antecedentes sentaron las bases para que a mediados
de la década de los ochenta de la pasada centuria apareciera entre los
iniciadores de ese proceder en Cuba, al emplearlo por primera vez en pacientes
con determinadas dolencias de la sangre, cumpliendo rigurosamente los
requisitos establecidos a nivel mundial.
Volcado por entero a la actividad investigativa, en febrero
del 2004 fue iniciador en nuestro país de la aplicación de células madre en
personas aquejadas de isquemias severas de los miembros inferiores, que al no
responder a los tratamientos convencionales estaban expuestas a sufrir algún
tipo de amputación mayor.
Coordinador desde esa fecha del Grupo de Medicina
Regenerativa y Terapia Celular del Ministerio de Salud Pública (Minsap), el
doctor Porfirio Hernández precisa que al cierre del primer semestre del 2015 el
número total de pacientes tratados con células madre a nivel nacional ascendió
a 8 568.
Las especialidades de ortopedia y traumatología, y
angiología, reúnen por ese orden la mayor cantidad de casos atendidos, en tanto
el promisorio método ya se emplea en 14 de las 15 provincias, aseveró.
En su opinión y basado en la experiencia acumulada en los
últimos 11 años, la llamada medicina regenerativa superó con creces su
condición inicial de quimera para acercarse progresivamente a la de ciencia
constituida, a través de su creciente uso clínico en un amplio abanico de
enfermedades, mostrando resultados favorables alentadores.
Actual Profesor Consultante del IHI, el también miembro
titular de la Academia de Ciencias de Cuba y Especialista de Segundo Grado en
Hematología, acaba de recibir el Premio al Mérito Científico por la Obra de la
Vida, en la más reciente edición del Concurso Premio Anual de Salud 2015, del
Minsap.
“Es un gran honor que nunca imaginé merecer. Siento
particular satisfacción porque también lo obtuviera muy justamente el Doctor
en Ciencias Ernesto de la Torre, un gran amigo y profesor de Hematología, que
mucho me ayudó en mis inicios en el IHI”.
Con una vitalidad envidiable para sus casi ocho décadas de
existencia, el doctor Porfirio se considera una persona plenamente realizada.
Si en determinado momento supo que la medicina era su camino y salvar vidas la
mayor de las aspiraciones, descubrir la magia de la investigación colmó sus más
grandes anhelos. Esta lo atrapó para siempre.
Orgulloso de llevar más de medio siglo de feliz matrimonio y
haber construido una bonita familia, solo lamenta no poder vivir al menos cien
años más y ver cuántas enfermedades incurables acaban siendo vencidas por la
ciencia. TOMADOD E LA GRANMA DE CUBA
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