Inoperancia en el
manejo del Pilcomayo
La vida humana y animal de casi la mitad del Chaco paraguayo
depende del ingreso a territorio nacional de las aguas del río Pilcomayo, cuyo
caudal corresponde por mitad al Paraguay y a la Argentina. Si se pierde la
oportunidad de aprovechar la crecida estacional para captar la mayor cantidad
posible de agua a que por tratados tenemos derecho, el resto del año la
situación ambiental se torna crítica para la ganadería y la biodiversidad
propia de la zona y, consecuentemente, para la gente allí afincada. Esto que
para las autoridades argentinas de la otra margen es obvio, hasta ahora no
parece serlo para nuestras autoridades gubernamentales responsables de asegurar
el aprovechamiento de esta vital riqueza natural. Resulta imperioso que el
Primer Magistrado sacuda la modorra de los indolentes responsables de velar por
este estratégico patrimonio nacional por el que dieron su vida más de 30.000
paraguayos en la guerra contra Bolivia. EDITORIAL DE ABC COLOR El río
Pilcomayo, que nace en la región de Potosí, en Bolivia, es un curso de agua
cuyo caudal, esencialmente estacional, corre veloz y torrentoso por profundos
cañones en el país de origen, pero al llegar a territorio paraguayo –al que
sirve de límite con la Argentina– deja de ser propiamente un río, para
convertirse en un delta que cubre 40 por ciento del centro-sur chaqueño,
alimentando a partir de General Díaz los ríos Verde, Montelindo, Negro y
Confuso, y otros cauces menores que inundan una vasta planicie del área de
influencia de dichos cursos hídricos. Todos ellos son alimentados por las aguas
desbordadas del río Pilcomayo, por lo que con toda propiedad puede hablarse de
que la vida humana y animal de casi la mitad del Chaco paraguayo depende del
ingreso a territorio nacional de las aguas del río limítrofe cuyo caudal
corresponde por mitad a cada país.
La crecida estacional del río se produce entre diciembre y
marzo; como máximo, hasta mediados de abril. Ella coincide con la temporada de
lluvias de verano en Bolivia, por lo que el resto del año su caudal es mínimo.
Si se pierde la oportunidad de aprovechar la crecida para captar la mayor
cantidad posible de agua a que por tratados tenemos derecho, el resto del año
–particularmente en invierno, cuando la hierba y los pastizales se secan– la
situación ambiental se torna crítica para la ganadería y la biodiversidad
propia de la zona y, consecuentemente, para la gente allí afincada, sobre todo
para los pueblos originarios, que viven de la caza y de la pesca mayormente. Esto
que para las autoridades argentinas de la otra margen es obvio, hasta ahora no
parece serlo para nuestras autoridades gubernamentales responsables de asegurar
el aprovechamiento de esta vital riqueza natural. En efecto, desde que le fue
encomendada al Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC)
–actualmente a cargo del Ing. Ramón Jiménez Gaona– la responsabilidad
institucional de ocuparse de que en cada riada estacional entre a territorio
paraguayo el caudal que nos corresponde, esta repartición estatal nunca cumplió
a cabalidad su cometido, por lo que la economía del país pierde cada año un
importante filón de riqueza que bien necesitamos. La dependencia ministerial
puntualmente responsable de este importante cometido es la Comisión Nacional
del Pilcomayo, cuyo director es el Ing. Daniel Garay, un apéndice orgánico del
Gabinete del ministro, ubicado en un tercer nivel de importancia en la
organización de dicha cartera estatal. Entre la inoperancia burocrática y el
clientelismo político, este departamento se desenvolvió siempre de espaldas a
la realidad que por ley le compete administrar. Asentada en confortables
oficinas en Asunción, a cargo de gente que apenas conoce Pozo Colorado –por
haber viajado alguna vez a Concepción por la ruta Transchaco– y que recién
después de haber asumido el cargo ha sobrevolado alguna vez el río, pero que
jamás se ha adentrado en las enmarañadas selvas para llegar hasta sus cauces
colmatados, para nada sorprende que la Comisión del Pilcomayo se caracterice
por su calamitosa inoperancia. Para peor, desde el ámbito ministerial en que
medran las empresas constructoras vialeras, los jugosos contratos anuales de
limpieza del colmatado cauce hídrico son adjudicados a contratistas asuncenos
que, tan pronto se aseguran la apetitosa tajada de dinero público, vuelan al
Chaco a subcontratar a colonos menonitas para que se encarguen de ejecutarles
los trabajos a mitad de precio, muchas veces solo parte de lo que
contractualmente se han obligado a ejecutar, o sin la calidad requerida,
estafando así de forma descarada al Estado. Al proceder dolosamente de ese
modo, no se incomodan en absoluto pues, como diestros timadores que son, se
sienten tranquilos, pues saben que difícilmente alguien vaya a verificar el
trabajo in situ, en medio de alimañas, calor y barro. Como resultado, con cada
riada del Pilcomayo, la ciudadanía se desayuna con el cuento de que los
trabajos de limpieza aún no se han iniciado por A o B motivo, o que los mismos
no han concluido, por lo que llegada la crecida, la mayor parte de las aguas se
desparrama hacia territorio argentino, y la población que vive de esas aguas
desaprovechadas sufre por el resto del año las terribles consecuencias de la
irresponsabilidad y desvergüenza de nuestras autoridades responsables de que no
ocurra semejante perjuicio. La naturaleza impone sus condiciones en el Chaco.
Solo hay condición propicia para los trabajos durante el invierno, a lo sumo
hasta fines de setiembre, pues después llega la época de las pocas lluvias en
la región y el terreno se vuelve intransitable a campo traviesa. Arrancar en
noviembre o diciembre, como se da de nuevo este año, es un disparate total, en
términos de trabajo efectivo y de costo, obviamente. Mantener las aguas del
Pilcomayo en su curso regular es un desafío. Por la gran cantidad de sedimento
que arrastra desde su naciente (después del río Amarillo, en China, es, en el
mundo, el que más sedimento arrastra), en cada riada colmata su cauce anterior,
sale de madre y se esparce a los costados, más hacia territorio argentino por
el declive natural de la planicie chaqueña, si es que no se le ha abierto un
nuevo canal por donde escurrirse sin salir de cauce, por lo menos hasta
alcanzar la localidad de General Díaz, a partir de la cual ya están los cauces
naturales no colmatados de los ríos más arriba mencionados que conducen las
aguas a través del vasto delta que riega casi la mitad del Chaco. En términos
de seguridad nacional y soberanía, el descuido del río Pilcomayo es una grave
abdicación de responsabilidad del Gobierno. Por lo visto, hasta ahora el “nuevo
rumbo” preconizado por el presidente Horacio Cartes está lejos de apuntar hacia
este mítico filón de recurso natural que la Divina Providencia nos ha
prodigado, y que bien aprovechado puede convertir a la mitad del Chaco en el
principal emporio agrícola y ganadero del país. Resulta imperioso que el Primer
Magistrado sacuda la modorra de los indolentes responsables de velar por este
estratégico patrimonio nacional por el que dieron su vida más de 30.000
paraguayos en la guerra contra Bolivia. TOMADO DE ABC DE PARAGUAY
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