El Inca Garcilaso de
la Vega, cronista de dos orillas que reveló un imperio
Murió hace cuatro siglos, como Shakespeare y Cervantes,
cuyos múltiples homenajes opacaron el recuerdo de quien, como ellos, fue el
mejor testigo de su tiempo
Laura Ventura
Cuando hoy, en pleno siglo XXI, se busca la palabra
"chucho" en el Diccionario de la Real Academia Española, una de sus
acepciones, la tercera, se refiere a su origen quechua (chucchu, temblar de
frío). Este rastreo etimológico se puede verificar sin dar demasiados rodeos y
acudiendo a una fuente irrefutable e invaluable: Comentarios reales de los
Incas, Libro Tercero, capítulo XXIV. Este tesoro monumental provee un acervo
único en su especie, no sólo lexicográfico, ya que allí se preservan la
historia, los mitos, las costumbres, el saber y la cultura popular del imperio
inca, una civilización que ha dejado sus huellas y cuyo legado aún se palpa en
América latina.
Retratar este complejo universo fue la tarea de un testigo
privilegiado, quien se convirtió en historiador, antropólogo, lingüista y
sociólogo ad hoc, una responsabilidad que se resume con la palabra cronista.
"Los secretos naturales de estas cosas ni me las dixeron ni yo las
pregunté, más de que las vi hacer", escribe Gómez Suárez de Figueroa,
autobautizado el Inca Garcilaso de la Vega. Este año se conmemora el cuarto
centenario de su muerte, una fecha que disminuye su notoriedad ante los
copiosos homenajes dedicados a Cervantes y a Shakespeare. Los tres autores
están aunados no sólo porque comparten la fatídica fecha de su muerte, sino
también porque han tenido una tarea análoga: la descripción de la era dorada de
un imperio.
En Casa de América, en Madrid, se realiza este año un ciclo
de conferencias para analizar la obra del primer escritor mestizo. El profesor
José Antonio Mazzotti presentó sus exhaustivos estudios sobre esta figura en
una sala donde no cabía un alfiler. También en la capital española hay una
exposición en la Biblioteca Nacional que recoge al Inca Garcilaso. En el Museo
Casa de Ricardo Rojas (Charcas 2837), hoy y mañana (desde las 13.30 y hasta las
19.30, con entrada libre y gratuita), se realizará un coloquio de literatura
colonial organizado por la doctora Beatriz Colombi y el Instituto de Literatura
Hispanoamericana.
Dedicados a la princesa doña Catalina de Portugal,
Comentarios reales de los Incas se publicó en Lisboa en 1609, cuando el autor
tenía 70 años. En su proemio, el Inca Garcilaso, quien había nacido en Cuzco,
explica que su trabajo nace "forzado del amor natural de la patria"
para retratar aquel mundo antes de la llegada de los españoles, un espejo de
aquella galaxia que atraviesa todos los estamentos sin prejuicios y respetando
a sus antepasados. Modesto, enfatizaba que su propuesta era aportar con
comentarios -de aquí su nombre- o glosas, sin contradecir a los demás
historiadores. Esta disciplina no era ajena a sus capacidades, ya que también
es el autor de Historia general del Perú.
Este cronista mestizo y bilingüe (hablaba el quechua y el
español, y desde temprano aprendió latín) era hijo reconocido del capitán
español Sebastián Garcilaso de la Vega (pariente del poeta Garcilaso de la
Vega, conocido por sus famosas églogas) y de la princesa inca Isabel Chimpu
Ocllo. Su padre biológico lo abandonó por presiones de la corona, pero le dejó
una dote que utilizó para costear sus estudios en Europa, adonde se mudó a los
veinte años. En España iría cambiando su nombre, no a modo de seudónimo, para
ocultar o modificar su identidad o esencia, sino, por el contrario, como una
revalorización de la estirpe materna y homenaje a los logros de su padre, un
conquistador que luchó junto a Francisco Pizarro.
Sobre la base de sus recuerdos, así como también cotejando a
otros cronistas, escribe Comentarios reales de los Incas, y como todo texto
perteneciente a este género, el libro no está no exento de subjetividad. Su
compatriota Mario Vargas Llosa, en "El Inca Garcilaso y la lengua
general", se refiere a una visión de los incas donde el autor mezcla
ficción y realidad en pos de embellecer la historia del Tahuantinsuyo (el
nombre del imperio en quechua), "aboliendo en ella, como hacían los
amautas con la historia incaica, todo lo que podía delatarla como bárbara -los
sacrificios humanos, por ejemplo- y aureolándola de una condición pacífica y
altruista que sólo tienen las historias oficiales, autojustificadoras y
edificantes".
El lector de Comentarios reales de los Incas se aproxima a
una cultura superior, dueña de una fe guiada por Viracocha, a diversas teorías
del nombre Perú (posiblemente de pelú, con el que los indios bárbaros
denominaban el concepto de río), así como a la historia de la conquista previa
a 1492. Así se referirá al naufragio de 1484 en el que Alonso Sánchez de
Huelva, sin proponérselo y arrastrado por un temporal, llegue a las costas de
Santo Domingo, aquello que él creerá parte de las Indias, una aventura que
luego contará a su regreso a Europa a un cosmógrafo Cristóbal Colón.
La epopeya de un imperio y de una conquista se puede leer a
partir de la prosa del Inca Garcilaso, a quien Vargas Llosa llamó "el más
artista entre los cronistas de Indias", dueño de una "palabra tan
seductora y galana (que) impregnaba todo lo que escribía de ese poder de
sobornar al lector que sólo los grandes creadores infunden a sus
ficciones".
El autor es catedrático y poeta peruano, especialista en
literatura colonial tomado de la nación de ar
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