El Papa en Auschwitz-Birkenau: "Señor, ten piedad por
tanta crueldad"
El líder de la Iglesia recorrió durante casi una hora el
campo de exterminio nazi y saludó a once
sobrevivientes
Francisco, pasando por debajo del emblemático letrero Arbeit
Macht Frei (El trabajo libera). Foto: AFP Elisabetta
OSWIECIM.- Juan Pablo II lo hizo en su primer viaje a
Polonia, el 7 de junio de 1979. Benedicto XVI, el 28 de mayo de 2006.
Francisco, el primer Papa no europeo de los tiempos modernos, lo hizo hoy. En
un silencio desgarrador, como había querido, en imágenes que hablan por sí
solas, Francisco pisó por primera vez en su vida el campo de concentración de
Auschwitz-Birkeanau, donde durante la Segunda Guerra Mundial fueron
exterminados sistemáticamente por el régimen nazi 1 millón y medio de seres
humanos, la gran mayoría, judíos.
Rezó por las víctimas de la Shoá y de todas las guerras, y
como dejó escrito en español en el libro de honor de este sitio que es símbolo
de todos los males de los que es capaz el hombre, imploró: "Señor ten
piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad".
Después de recorrer los 66 kilómetros que separan de
Cracovia esta pequeña ciudad, a pie, con rostro adusto y ojos llenos de dolor,
como sus dos antecesores, el Papa pasó debajo del tristemente célebre arco con
la infame leyenda "Arbeit macht frei" (El trabajo hace libres) que
hay en la entrada del campo. El reloj marcaba las 9 y cuarto de la mañana de un
día de sol, caluroso. Desplazándose en un autito eléctrico, acompañado por el
director del museo que hoy funciona aquí - hasta ahora visitado por más de 30
millones de personas de 100 países del mundo-, se detuvo enseguida en una larga
oración silenciosa y personal en la denominada Plaza del Apelo, el lugar de
ejecución de los prisioneros. Uno de los sitios más conmovedores del campo,
donde el franciscano San Maximiliano Kolbe ofreció su vida en lugar de otra
persona ya condenada a muerte. Luego se trasladó al denominado "muro de la
muerte". Allí, en un período de dos años, entre el otoño de 1941 al de 1943,
los oficiales de las SS mataron a miles de personas de un tiro en la cabeza. Si
bien en 1943, cuando las ejecuciones fueron trasladadas al crematorio del
adyacente campo de Birkenau, el muro fue desmantelado, en 1946 ex prisioneros,
junto a personal de la naciente área-memorial -hoy patrimonio de la humanidad
de la Unesco-, reconstruyeron el muro.Recibido luego delante del bloque 11 -uno
de los escuálidos edificios de ladrillo del campo-, por la primera ministra
polaca, Beata Szydlo, saludó, uno por uno, a 11 sobrevivientes, seis varones y
cinco mujeres. La mayor de ellas era Helena Dunic Niwinska, de 101 años. Nacida
en Lviv, en octubre de 1943, a los 26 años Helena fue llevada, junto a su
madre, al campo, quedando marcada con el número 64118. Como era violinista, se
volvió un miembro de la orquesta que allí tocaba. Su madre murió dos meses más
tarde. En imágenes conmovedoras, como las que había habido en el Museo del
Holocausto de Jerusalén, en mayo de 2014, o en la Sinagoga de Roma, en enero de
este año, el Papa tuvo gestos de consuelo: hubo abrazos, miradas profundas,
apretones de manos, con supervivientes del espanto. El último de ellos, Peter
Rauch, alemán que fue deportado junto a toda su familia a los 4 años -número
Z-3531-, le entregó una vela, con la que el Pontífice argentino prendió una
lámpara que dejó como regalo al Museo. En ese momento, una vez más, oró, en
silencio. Visitó después la celda del hambre, porque el hambre fue una de las
formas de pena de muerte de Auschwitz, utilizada sobretodo en el primer período
de funcionamiento de esta fábrica de muerte. Una muerte terrible, lenta, como
la que padeció el sacerdote polaco franciscano Maximiliano Kolbe, que ofreció
morir en lugar de un padre de famila. Bajando al piso inferior, fue a la celda
de se martirio y, sentado en una silla, otra vez en un silencio que era como un
grito, rezó diversos minutos. Firmó luego el libro de honor del museo, donde
escribió: "Señor ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad".
Enseguida después, como se preveía, se trasladó en auto al cercano campo de
Birkeanau -también llamado Auschwitz II-, la destinación final de los trenes
repletos de prisioneros deportados, el lugar de la selección y donde los nazis
construyeron la mayor parte de las plantas de exterminio: cuatro crematorios
con cámaras de gas, dos cámaras de gas y unas 300 barracas de madera y
ladrillos para alojar a los prisioneros. Tras pasar al lado de esas tétricas
vías de ferrocarril que llevaban a la muerte, llegó al Monumento a las Víctimas
de las Naciones. Con rostro adusto, tocando su cruz pectoral, observó,
recogido, las 23 lápidas conmemorativas, en las lenguas de las víctimas de
diversas naciones muertas aquí: alemanes, polacos, austriácos, franceses,
italianos, ucranianos y demás países. Ante la presencia de unos mil invitados-,
nuevamente se detuvo en oración silenciosa. En ese momento Michael Schudrich,
rabino jefe de Polonia, cantó el salmo 130, leído también por el sacerdote
Stanislaw Ruzala, de la parroquia del pueblo de Markowa, en nombre de la
familia de Jozef y Viktoria Ulma. Los Ulma fueron asesinados en Birkenau junto
a sus 6 hijos y un séptimo por nacer, por haber escondido en su casa a ocho
judíos, Saúl Goldman y sus hijos. Los Ulma recibieron en 1995 el título de
"justos de las naciones" y en 2003 comenzó la causa para su
beatificación.
Francisco, serio, absorto en el dolor, prendió una vela.
Antes de regresar en helicóptero a Cracovia, saludó, finalmente, a 25
"justos de las naciones", personas no hebreas que, con valentía, se
rebelaron a la locura de exterminio nazi y salvaron de la muerte a familias
enteras judías, escondiéndolos en sus casas y protegiéndolos. TOMADO DE LA
NACION DE AR
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