martes, 26 de diciembre de 2017

LUIS MROGINSKY UN GRANDE DE LA CIENCIA

LA HISTORIA DE LUIS MROGINSKY, DE OBERA A CORRIENTES
El gringo de Picada Sueca que prometió volver
Tenía una obligación íntima de volver para retribuir lo que el Estado había invertido en mí. Nunca me arrepentí de lo que hice. Sólo el haber fumado por mucho tiempo.  Luis Mroginski Ingeniero agrónomo
Tenía una obligación íntima de volver para retribuir lo que el Estado había invertido en mí. Nunca me arrepentí de lo que hice. Sólo el haber fumado por mucho tiempo. Luis Mroginski Ingeniero agrónomo
Con el título de ingeniero agrónomo, no cumplió con su plan de volver a su pueblo. Una pregunta del ingeniero Antonio Kaprovickas en un examen de Genética le despertó su interés por la investigación, además de ser el germen de lo que hoy es el Instituto de Botánica del Nordeste (Ibone).
Por Juan Monzón Gramajo
Colaboración/Especial para El Litoral
Dejó su pueblo Picada Sueca, ubicado a ocho kilómetros de Oberá en la provincia de Misiones, con la promesa de volver con su título de ingeniero agrónomo para ayudar a sus compueblanos productores. Fue un juramento interior que no pudo ser cumplido, pero que tampoco pesó en la conciencia, porque como bien le dijera años después el gerente de la cooperativa que lo ayudó a costear sus estudios: “Fuiste más útil formando gente en la Universidad, que si hubieras estado acá”.
Luis Mroginski, ingeniero agrónomo, profesor extraordinario de la Unne, Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Rosario, miembro correspondiente de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria de la República Argentina, ex decano de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Unne, ex director por concurso del Instituto de Botánica del Nordeste (Ibone), ex director interino del Centro Científico Tecnológico del Conicet-Nordeste; recibió el Premio “Bernardo Houssay” otorgado por el Conicet en el año 1987 por su labor en el área de cultivo de tejidos vegetales, sólo atina a decir luego de este rápido repaso a su curriculum: “¡El tiempo pasó volando!”.
Sin embargo, ese largo recorrido académico que se inicia con su arribo a Corrientes a medidos de la década del 60, no cambió ni un ápice la sencillez campechana de este gringo, el menor de seis hermanos, de padre brasileño y madre rusa. No duda en calificar a su infancia como la de “años felices”. Estando al cuidado de sus hermanas mayores, vivió anécdotas que hoy pueden resultar jocosas pero que, seguramente en su momento, habrán tenido su impacto, obviamente amortiguado por el contexto natural en el que la familia Mroginski vivía.
Siendo aún bebé era llevado de un lado a otro en una cómoda canasta. En uno de esos paseos con sus hermanas por la selva de Picada Sueca, dejaron al pequeño Luis en un claro de la espesura a los efectos de hacer más rápida su búsqueda de frutos silvestres. Con el correr de los minutos, la noche fue cayendo lentamente y con ella la desesperación de las hermanas Mroginski porque habían olvidado el camino de regreso al lugar donde dejaron a su hermano. No se sabe con exactitud cuánto tiempo les demandó hallarlo, ni el susto que les provocó, pero la anécdota es contada hoy a pura carcajada por el protagonista involuntario.
Historias similares lo llevan a decir al ingeniero Mroginski que fue “sobreviviente en la vida” de varias cosas, entre esas, la de toparse arroyo de por medio con un puma siendo aún niño. “Se ve que estaba flaco y no tenía mucha carne, me miró un rato después de tomar agua y se fue”.
La heterogeneidad de razas, culturas y religiones de una ciudad como Oberá, lo llevó a forjar un valor como la tolerancia. “Crecí en un marco de tolerancia y de respeto, que fue muy importante para forjar mi personalidad”. Algo de eso ya se reflejaba cuando, siendo monaguillo, llegó tarde a una misa de la que debía participar a causa de un partido de fútbol. Al finalizar la ceremonia, el cura con cierta firmeza le dio a elegir entre “el fútbol o la iglesia”, tras lo cual el protagonista de esta historia, luego de pensarlo no más de cinco segundos, optó por el fútbol.
Ya adolescente y a punto de graduarse de maestro, profesión que nunca ejerció, tenía decidido estudiar Agronomía. La razón era más que clara, Oberá era una ciudad de productores agropecuarios y en ese contexto había un solo ingeniero agrónomo. En largas noches de mates con sus amigos de entonces iba tejiendo su futuro: ir a Corrientes, recibirse y volver. Como ya se sabe, parte de la historia no se cumplió.
A mediados de los años 60 lo recibe Corrientes y una Universidad bulliciosa, rebelde y con jóvenes llenos de ideales. “Hasta la escenografía hoy es diferente”, señala Mroginski. Sólo las viejas estructuras de la Facultad sobre la calle Sargento Cabral se levantaban entonces.
A partir de ahí se fue moldeando el académico y el científico. El esfuerzo personal estuvo respaldado por la ayuda económica que le brindó la Cooperativa Agrícola Limitada de Oberá durante toda su etapa de estudiante universitario. Mroginski no se cansa de repetir el valor que le significó esta herramienta financiera y lamenta que no existan hoy ofertas similares.
Con el elegante nombre “préstamos de honor”, la cooperativa sostuvo en esos tiempos la formación de cerca de 20 estudiantes universitarios de Oberá -entre los que estaba Mroginski- y otros tantos alumnos secundarios. Todos debían cumplir con la obligación de presentar sus libretas a fin de año para demostrar los objetivos académicos cumplidos. Los fondos podían ser “reforzados” para compras de libros y otros gastos con una simple solicitud verbal al gerente de la cooperativa. Con los años, ya graduados, cada tomador del préstamo devolvía con una parte de su salario profesional esta “inversión” que realizó la entidad en su formación.
Con el título de ingeniero agrónomo, no cumplió con su plan de volver a su pueblo. Una pregunta del ingeniero Antonio Kaprovickas en un examen de Genética le despertó su interés por la investigación, además de ser el germen de lo que hoy es el Instituto de Botánica del Nordeste (Ibone).
En un espacio de tres metros cuadrados y con elementos rudimentarios como una olla de presión familiar que cumplía la función de autoclave; frascos de mermeladas, tubos de ensayo prestados, tarros de aceite en lugar de macetas, Mroginski y un equipo inquieto comenzaron a jugar con lo que era el cultivo in vitro de tejidos vegetales.
A partir de ahí, haciendo honor a sus palabras, “el tiempo pasó volando”. Se vino la beca del Conicet por tres años en Canadá, que pudieron ser otros tantos, con ofrecimiento laboral en un centro de investigación de California. De regreso, la docencia, la investigación, posgrados y más investigación. “Tenía una obligación íntima de volver para retribuir lo que el Estado había invertido en mí”, señala. “Nunca me arrepentí de lo que hice, tan sólo el haber fumado por mucho tiempo”, lanza como anticipándose a la pregunta que en estas circunstancias siempre aparece.
Junto a las macetas en las que iban germinando distintos cultivos de especies, también fue creciendo progresivamente el Ibone hasta convertirse en lo que en la actualidad es un centro de investigación de referencia nacional e internacional, donde trabajan más de 150 personas, con más de 50 becarios, tesistas y estudiantes.
“Acá está una parte de su vida, ingeniero”, se le dice mientras recorre los recovecos con heladeras y oficinas del instituto. “No -corrige orgulloso-, acá está mi vida, toda mi vida”.
Aunque se lo pueda asociar con la solemnidad de un académico universitario, lejos está de ese perfil. Se siente más a gusto y reconocido con la gente del fútbol, con quien compartió campeonatos de profesionales hasta el 2016. “Soy arquero y quería terminar invicto mi carrera sin ninguna fractura”, confiesa con sonrisa cómplice.
Pero si es por reconocimiento, los tuvo, y varios. En todos ellos nunca se olvida de su Picada Sueca, su familia, amigos, a la escuela pública argentina, a la Facultad de Ciencias Agrarias de la Unne por haberlo cobijado y brindado un ambiente de libertad académica que le permitió llegar a donde llegó.

Cuando el tiempo de recuerdos y anécdotas llegan a su fin, y en la puerta del Ibone se apresta al saludo de despedida, deja una frase de José Ingenieros para los estudiantes, que siempre lo inspiró: “Estudia para no ser, cuando crecido, esclavo servil de los tiranos ni juguete vulgar de las pasiones”. TOMADO DE EL LITROAL DE CTES AR 

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