CUANDO LLUEVE EN
MEDELLÍN Por ADRIANA COOPER | No importa que hayan pasado muchas lunas. El
cielo ha estado gris en la ciudad en los últimos días y siempre que aquí
llueve, veo lo mismo. La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de
Desastres del país, alertó este jueves sobre el incremento de las lluvias.
Según la entidad, los meses de octubre y noviembre serán los más invernales.
Cuando empiezan a caer las primeras gotas, la ciudad comienza a paralizarse. La
gente llama para cancelar citas y manejar por ciertas calles es casi
insoportable. Si uno llama a pedir un taxi, puede tardar horas hasta
conseguirlo. Si se es un caminante callejero en un momento de tempestad, hay
que dejar a un lado las pretensiones. Lo más probable es que en los minutos
siguientes, el cuerpo sea empapado por conductores que no reducen la velocidad
por el placer de sentirse imparables o el gusto por dispersar los charcos. A
diferencia de otras ciudades del mundo, aquí no aparecen en la calle vendedores
improvisados de paraguas tan pronto cambia el clima. La gente no celebra la
caída del agua como ocurre en Oriente Medio donde el sol inclemente lo seca
todo. Es casi inexistente ver parejas que salen a besarse bajo la lluvia como
sucede en algunos barrios de Nueva York y no se ven muchas personas en los
cafés con una taza humeante en la mano y un aire de nostalgia, ese sentimiento
que Woody Allen describió como "la negación del doloroso presente".
Muchos prefieren no salir por las noches y los organizadores de eventos prenden
velas y elevan plegarias para que las nubes no acaben con la celebración. La
lluvia en Medellín les da miedo a muchos. Tal vez porque nunca nos hemos
preparado del todo para ella. Y porque es salvaje, subversiva e impredecible.
Hace unos días, escuché el estruendo de un trueno que hizo gritar a un grupo de
turistas poco acostumbrados a las lluvias repentinas. Y en una de mis clases
hay una niña que al presentir un rayo, cierra los ojos y sólo logra reírse
cuando le digo que tal vez están haciendo una fiesta en el cielo. Para algunos,
el agua que cae también es sinónimo de desgracia. El 27 de septiembre de 1987,
30.000 metros cúbicos de tierra se desprendieron acabando con la vida de más de
500 personas en Villatina. El deslizamiento ocurrió en un mes lluvioso y según
la Universidad de Lovaina, fue uno de los diez desastres más grandes ocurridos
en ciudades hasta ese entonces. El agua también causó una tragedia en la
urbanización Alto Verde en el sector de la Cola del Zorro donde otro
deslizamiento de tierra acabó con la vida de doce personas en noviembre del
2008. Aunque los organismos nacionales y locales trabajan para prevenir los
desastres, el riesgo aún existe. Ojalá estas historias de gente que murió
sepultada en temporadas de lluvia, no vuelvan a escucharse en Medellín. Ni en
los barrios altos. Ni en esas montañas de El Poblado que veo desde mi ventana,
se llenan cada vez más de edificios y se quedan sin árboles. Y que a veces se
agitan con corrientes de agua subterránea y lanzan clamores para contar que no
siempre son capaces de cargar con el peso de tanta ambición. TOMADO DE EL
COLOMBIANO
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