¿Qué es la crisis ecológica?
Florent Marcellesi
La ecología política basa su teoría y praxis en la reflexión
y acción en la lucha contra la llamada “crisis ecológica” y en la propuesta de
nuevos modelos de producción y consumo compatibles con los límites ecológicos
del Planeta y la justicia y ética socio-ambiental. Pero ¿qué llamamos
exactamente crisis ecológica? ¿En qué fenómenos concretos se manifiesta y qué
relaciones guarda con el sistema socio-económico actual?
La crisis ecológica
es principalmente una crisis de escasez: escasez de materias primas, de
energía, de tierras y de espacio ambiental para mantener el ritmo de la
economía actual, y aún menos extenderlo a todos los países del Sur y dejarlo en
herencia a las generaciones futuras. El modo de producción y de consumo
impulsado por el Norte no tiene en cuenta los límites físicos del planeta, tal
y como lo deja patente la huella ecológica: si todas las personas de este mundo
consumieran como la ciudadanía española, necesitaríamos tres planetas. Mientras
tanto, la humanidad ya supera en un 50% su capacidad de regenerar los recursos
naturales que utilizamos y asimilar los residuos que desechamos (WWF, 2012).
Por su parte, el alcance de la dominación humana y de la amplitud de la crisis
ambiental que provoca, queda claro por lo menos a través de los seis fenómenos
siguientes (Vitousek y sus colaboradores (en Riechmann, 2008)):
1.Entre la mitad y
una tercera parte de la superficie terrestre ha sido ya transformada por la
acción humana.
2.La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera se
ha incrementado más de un 30% desde el comienzo de la revolución industrial.
3.La acción humana fija más nitrógeno atmosférico que la
combinación de las fuentes terrestres naturales.
4.La humanidad utiliza más de la mitad de toda el agua dulce
accesible en la superficie del planeta.
5.Aproximadamente una cuarta parte de las especies de aves
del planeta ha sido extinguida por la acción humana.
6.Las dos terceras partes de las principales pesquerías
marinas se hallan sobreexplotadas o agotadas.
En este contexto,
según Lipietz (2012), incluso podemos hablar hoy de una “segunda” crisis
ecológica mundial, después de una primera que sitúa durante la Gran Peste del
siglo XIV. Al igual que la Gran Peste, la crisis ecológica actual tiene como
origen un conflicto entre la Humanidad y la Naturaleza, a través de la relativa
escasez de producción alimentaria y los peligros de su propio sistema
energético para la población humana. Además, se transmite por los canales de la
globalización económica y golpea civilizaciones muy diferentes aunque lo
suficientemente parecidas como para poder producir y padecer efectos
semejantes. Sin embargo, según el teórico francés, la crisis ecológica actual
se diferencia profundamente de la crisis “exógena” de la Gran Peste (un
microbio desconocido y devastador que ataca a sociedades debilitadas por un
cambio climático de origen no antropogénico y la baja productividad agrícola)
por ser el resultado de la dinámica social e histórica del propio modelo de
desarrollo: el propio liberal-productivismo ha generado la tensión actual entre
Humanidad y Naturaleza. De tal forma que la “segunda” crisis ecológica, esta
vez “endógena”, se podría resumir de la forma siguiente:
[Es] la conjunción de
dos nudos de crisis ecológicas, internas a la dinámica del modelo
liberal-productivista: el “triángulo de las crisis energéticas” y el “cuadrado
de los conflictos para el uso del suelo”, ellos mismos articulados sobre la
crisis financiera, económica y social del modelo capitalista neoliberal que
triunfa a nivel mundial desde principios de los años 1980. Este modelo liberal
pesa mucho sobre la evolución de los dos nudos de las crisis ecológicas:
incluso podemos decir que las engendra (Lipietz, 2012).
A continuación,
estudiaremos más en profundidad estos dos nudos centrales de la crisis
ecológica para entender mejor los retos a los que se enfrenta la Humanidad si
quiere elegir la vía de la esperanza.
El triángulo de las crisis energéticas
Los principales
riesgos relacionados a la crisis energética se centran en torno a tres
vértices: energía fósil (carbón, petróleo, gas), energía nuclear y energía
proveniente de la biomasa (leña, agrocombustibles).
Como primer vértice
del triángulo, encontramos los riesgos vinculados a las energías fósiles, que a
su vez se dividen en dos vertientes: la capacidad de regeneración de estas
energías (no renovables a escala humana) y la capacidad de asimilación de los
residuos vinculados a su utilización. Asimismo, la humanidad se enfrenta al
techo de los combustibles fósiles, que corresponde al punto de inflexión a
partir del cual la extracción de una unidad de energía fósil por unidad de
tiempo ya no puede incrementarse, por grande que sea la demanda. Coincide con
el momento en que la extracción acumulada llega a la mitad de la cantidad total
recuperable, y los esfuerzos humanos, técnicos y financieros pueden disminuir
la tasa de declive, pero no invertir la tendencia a la baja de la extracción.
Al mismo tiempo, la creciente incapacidad de ofertar más energía fósil se topa
con una demanda en constante aumento, principalmente en los países llamados
emergentes como China o la India, y con la especulación (Bermejo, 2008), lo que
dispara el precio de la energía (y de otras materias primas).(2) En concreto,
esta tensión entre oferta (que depende de factores ecológicos y económicos) y
demanda (que depende del modo de vida) al alza es paradgimática y altamente
peligrosa para el modelo social y productivo actual. Esto es especialmente
cierto en el caso del petróleo, puesto que la globalización económica se basa
en un petróleo barato, abundante y de buena calidad. El despliegue del modelo
de producción y consumo de masa y sus instituciones asociadas necesitan energía
fósil al igual que el cuerpo humano necesita sangre. Por ejemplo: el complejo agroindustrial,
basado en la maquinaria motorizada, la producción y consumo de abonos y
fertilizantes, altos niveles de bombeo de agua, la manipulación industrial, la
explotación intensiva de los suelos, la comercialización globalizada y el
transporte de larga distancia hacia el lugar de consumo, nos da una buena idea
de esta dependencia.(3) Sin embargo al haber alcanzado el techo del petróleo
(peak oil en inglés), esta era ha terminado: estamos entrando en la era del
petróleo caro, escaso y de mala calidad.(4) Esta nueva situación tiene
repercusiones directas sobre el conjunto de la economía y sobre nuestros
modelos de vida diarios. De hecho, la crisis financiera de 2008, que hoy ha
desencadenado una ola de recesiones y planes de ajuste brutales, pone de relieve
una relación directa entre crisis ecológicas y económicas. En este sentido, el
economista estadounidense Jeremy Rifkin recuerda que la crisis de las
subprimes, es decir el impago de las hipotecas en Estados Unidos que luego se
propagó a nivel mundial a través de los activos tóxicos, comenzó cuando el
barril de petróleo en el verano 2008 alcanzó los 150 dólares y no en octubre
cuando estalló la burbuja a la luz pública. Ese aumento de los precios hizo que
subiera el precio de la gasolina y que en Estados Unidos mucha gente,
principalmente las más empobrecidas e insolventes cuyo presupuesto familiar
tiene dos partidas básicas en torno a la vivienda y al transporte, dejara de
pagar la hipoteca (las subprimes) para mantener la tenencia de su coche privado
(imprescindible en un sistema basado en su uso intensivo, por ejemplo para ir
al trabajo y a su vez generar las rentas necesarias para sobrevivir).
Por otro lado,
apuntemos que para superar el techo de producción de los combustibles fósiles,
existe una nueva frontera extractiva: la extracción del gas de pizarra a través
del método llamado fracking o fracturación hidraúlica. Si bien el fracking ha
permitido bajar el precio a corto y medio plazo del gas, es un nuevo espejismo
altamente peligroso para el medio ambiente, el clima y la salud humana y que no
afronta el mayor reto de la civilización industrial: rebajar el consumo
energético dentro de los límites ecológicos del Planeta (para un análisis
detallado del fracking, véase Marcellesi y Urresti, 2012).
En cuanto a los
efectos del modelo energético sobre el cambio climático, hoy principal
preocupación ambiental en las agendas políticas, existen claras evidencias de
que crisis energética y crisis climática no son más que dos caras de la misma
moneda. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático
(GIECC), “la principal causa del crecimiento de la concentración de dióxido de
carbono en la atmósfera desde la época preindustrial es el uso de combustibles
fósiles” (2007, p2), que hoy se estima en torno a 75% (el resto se debe a la
deforestación y al cambio de uso de suelos). A pesar de mejoras tecnológicas
por unidad producida,(5) el crecimiento demográfico y el actual modelo
socioeconómico (basado en la acumulación material) provocan una presión
insostenible sobre los ecosistemas. En este contexto, las emisiones
antropogénicas de gases de efecto invernadero sobrepasan la capacidad de
autorregulación y asimilación por parte de los sumideros naturales (océanos,
atmósfera), lo que está conduciendo a una situación peligrosa de no retorno.
Para evitar tal caso que llevaría a sufrir cambios irreversibles e
impredecibles, el GIECC recomienda que no haya aumento de más de 2 grados
centígrados en 2100 en comparación con los niveles preindustriales, mientras
que la muy institucional Agencia Internacional de la Energía pone 2017 como
fecha límite para acotar el incremento de temperaturas. En caso contrario, ya
sea el IPCC (2007) o el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (2007)
advierten de las mismas consecuencias ambientales y sociales. El cambio
climático supondrá —y de hecho, ya supone— efectos en la agricultura y
silvicultura (cambio de rendimientos según zonas frías o cálidas, aumento de
plagas e insectos, etc.), en los recursos hídricos (extensión de las zonas
afectadas por la sequía, empeoramiento de la calidad del agua, etc.), en la
salud humana (tales como la mortalidad relacionada con el calor en Europa,
aumento de enfermedades infecciosas, etc) o en la industria, asentamientos
humanos y sociedad (disminución de la la calidad de vida de las personas en
áreas cálidas sin vivienda apropiada) así como una mayor exposición a
inundaciones costeras, unas condiciones climáticas extremas y un posible
colapso de los ecosistemas.
Como segundo vértice
del triángulo, encontramos la energía nuclear que tras la catástrofe de
Fukushima —decenas de miles de personas evacuadas fuera del perímetro de
seguridad, contaminación radiactiva hasta en Tokio, escándalos políticos y
técnicos en torno a la gestión y a la seguridad de las centrales nucleares
japonesas y del accidente post-tsunami,(6) etc.— vuelve a apuntar sus altas
deficiencias y riesgos para representar cualquier tipo de solución al cambio
climático. Resumiendo los principales problemas (Marcellesi, 2011a):
1.El riesgo de
accidente, en este caso de probabilidad baja pero de magnitud alta, es más que
nunca presente y real.
2.Seguimos sin tener ninguna solución real a la gestión de
los residuos radiactivos.
3.La energía nuclear crea una fuerte dependencia con el
exterior ya que el uranio, cuyas reservas son finitas, se compra a países fuera
de Europa y cuya inestabilidad política no asegura un suministro seguro (el
Chad, por ejemplo).
4.Existe un riesgo de proliferación de la energía nuclear
para fines militares (reforzado por la amenaza de uso terrorista de los
residuos o de las centrales nucleares como posibles dianas de ataque).
5.No es una alternativa para evitar sustancialmente
emisiones de gases de efecto invernadero: si se tiene en cuenta el ciclo de
vida global de la energía nuclear (extracción del uranio, suministro a Europa,
construcción y desmantelamiento de las centrales, gestión de los residuos…),
ésta produce más CO2 que las energías renovables.(7)
6.Es una fuente de electricidad,
por tanto no sustituye nuestra dependencia de los combustibles fósiles.
7.Los puestos de trabajo por unidades energéticas están por
debajo de las creadas por las energías renovables. (8)
El último vértice del triángulo lo ocupa la biomasa, cuyo
uso energético es el más antiguo desde que el Homo Erectus domesticara el
fuego, el más constante para una gran mayoría de la humanidad (la leña sigue
siendo el principal combustible utilizado) y, seguramente, uno de los más
prometedores de cara al futuro. Pero la biomasa también tiene riesgos asociados
que analizaremos en el siguiente subapartado, puesto que se articula
directamente con el uso de las tierras, principalmente con el auge de los
agrocombustibles.
El cuadrado del conflicto del uso de las tierras
Los anglosajones
suelen decir que hacemos cuatro usos principales de la tierra, que pueden
resultar excluyentes: Food, Feed, Forest, Fuel (las 4 Fs). Dicho en castellano,
estamos hablando respectivamente de usos para 1. la alimentación humana, 2. la
alimentación del ganado (natural —campos de pasto— o artificial —soja que se
combina con maíz para las vacas europeas—), 3. los bosques (como sumidero o
reserva de biosfera) y 4. la producción de biomasa (agrocombustibles, leña,
etc.).
En este marco de
análisis, intervienen dos factores cruciales: la dieta crecientemente carnívora
de los países del Norte y emergentes, y la introducción cada vez más sistémica
de agrocombustibles. Como lo relata Lipietz (2012), la polarización de los
ingresos a nivel mundial provoca una transformación de la dieta humana que pasa
de una dieta a base de proteínas vegetales con un poquito de carne (“el menú
hindú o el menú chino”), a una dieta a base de carne (el “menú europeo o norte
americano”). Sin embargo, las proteínas animales (feed) necesitan para su
producción de 7 a 15 veces más hectáreas que las proteínas vegetales (food).
Por tanto, esto representa un problema grave dado el aumento contante de la
población con dieta carnívora (por ejemplo, en India y China el 10% de la
población se alimenta con el mismo tipo de comida que en Europa y en Norte
América). Por su parte, los agrocombustibles (fuel), que técnicamente son
energías renovables obtenidas a partir de la biomasa, son la respuesta oficial
a la crisis de los combustibles fósiles y del techo del petróleo. De hecho, en
sociedades no dispuestas a ‘negociar su modo de vida’, los agrocombustibles
despiertan un gran interés y cuentan con un fuerte impulso político,(9) lo
cual, junto a otros factores, provoca tensiones en los precios de la comida en
el mercado mundial.(10) En este contexto, Jean Ziegler, el relator especial de
la ONU para el derecho a la alimentación, llegó a postular en 2007 que la
producción masiva de biocombustibles «es un crimen contra la humanidad».
Si bien los
agrocombustibles juegan un papel central en las crisis alimentarias actuales,
hay que añadir también otros factores sociales y ecológicos: la escalada de
precios de la energía, las malas cosechas en los países productores de trigo
como Australia, Rusia o Ucrania debidas al cambio climático, los modelos
productivos globalizados que apuestan por economías de la exportación en
detrimento de la soberanía alimentaria y que denigran la producción autóctona
para abastecer a los mercados locales provocando dependencia de los mercados
exteriores sobre todo para la importación de productos básicos, el mal reparto
de la producción agrícola local o importada, así como movimientos especulativos
a nivel mundial. Al igual que los fuertes cambios de régimen político en Europa
en 1848 tienen como origen revueltas de la hambruna, Lagi et al (2011) muestran
que existe una fuerte correlación entre el alza de los precios de los alimentos
—debido a la combinación de los factores arriba mencionados— y las revueltas
del hambre de estos últimos años en el mundo que, recordemos, han dado fin en
pocos meses a gobiernos autoritarios —como los de Túnez y Egipto— que nadie
veía posible derrocar.
En conclusión de este
apartado, es interesante —y sobre todo preocupante— constatar que, además de lo
que teorizaba gran parte del movimiento ecologista en sus inicios, esta crisis
ecológica no solo compromete de manera decisiva a las generaciones futuras sino
que nos afecta ahora directamente a las generaciones presentes. No solo se
trata de una crisis de abundancia de una generación privilegiada (“pan para
hoy, hambre para mañana”), sino también de una crisis de escasez que ya se está
manifestando en el día a día de gran parte de la población mundial (el hambre
ya es para hoy). Asimismo, pone de relieve que las llamadas crisis financieras,
especulativas o alimentarias están vinculada a crisis subyacentes e
interdependientes: no solo la de la economía real (o economía productiva) sino
también la de la “economía real-real”, es decir la de los flujos de materias y
energía que depende por una parte de factores económicos y por otra parte de
los límites ecológicos del planeta
Enviado en red foroba
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