Áncash: Chanquillo
y las estrellas del desierto
El rico paisaje de la costa ancashina se complementa con una arqueología poco
conocida y el observatorio astronómico más antiguo de América
El antiguo observatorio de Chanquillo se levanta sobre el
valle de San Rafael, en Áncash (Foto: Iñigo Maneiro)
IÑIGO MANEIRO
Caminando por el desierto ancashino, las dunas cambian de color según la
hora y la posición del sol. Puedes verlas blancas, amarillentas, rojizas o
anaranjadas. Estás en la mitad de la nada, rodeado de silencio y de luz. Desde
una parte del recorrido, es posible ver una monumental fortaleza de piedra
ubicada en la parte alta de este gran desierto. Más abajo hay una lengua larga
y verde que viene de la cordillera andina, se trata del valle de San Rafael.
El desierto, el valle agrícola y la Panamericana
Norte son los límites de un sitio arqueológico formado por dos grandes
áreas. La primera, ubicada en su parte más alta, son tres círculos concéntricos
de piedra que rodean plazas, habitaciones, ventanas y puertas de acceso. Es
como una gigantesca serpiente enroscada sobre sí misma, descansando sobre las
arenas del desierto, que protege lo que, en su momento, constituyó una
fortaleza defensiva, y un lugar de culto y administración.
MONTÍCULOS QUE PERSIGUEN AL SOL
Desde este lugar, en la parte baja del horizonte, llama la atención una segunda área formada por trece grandes montículos alineados de norte a sur y equidistantes entre sí. Corresponden al observatorio astronómico más antiguo de América. Levantado hacia el siglo IV a. C., después del colapso de la cultura Chavín las investigaciones del arqueólogo Iván Ghezzi parecen demostrar que su posición estaba íntimamente relacionada con los solsticios de junio y de diciembre, la primera y la última de las torres, y con el equinoccio, justo en el centro.
Desde este lugar, en la parte baja del horizonte, llama la atención una segunda área formada por trece grandes montículos alineados de norte a sur y equidistantes entre sí. Corresponden al observatorio astronómico más antiguo de América. Levantado hacia el siglo IV a. C., después del colapso de la cultura Chavín las investigaciones del arqueólogo Iván Ghezzi parecen demostrar que su posición estaba íntimamente relacionada con los solsticios de junio y de diciembre, la primera y la última de las torres, y con el equinoccio, justo en el centro.
Esta fila de montículos, como si fuese la espina dorsal de
un lagarto prehistórico, guarda una relación directa con el movimiento del
astro rey en el horizonte. Su antigüedad, comprobada en los estudios de carbono
14, demuestra que es el centro de observación astronómica más antiguo de
América, construido mucho antes de los observatorios que levantaron los mayas en
Centroamérica, o los incas en el Cusco.
El acceso al lugar, que no está suficientemente claro, se
realiza desde el kilómetro 361 de la Panamericana Norte. Desde este punto
comienza una tenue trocha de unos dos kilómetros, que no requiere de camioneta
4×4, hasta el punto donde se puede dejar el vehículo para comenzar una caminata
suave entre esas dunas de colores.
El complejo arqueológico, de unos 4 km2, está levantado con
piedra laja, y todavía se pueden observar algunos troncos de algarrobo que
formaban parte de las estructuras que tenían los diferentes edificios.
Al final como los antiguos pobladores de Chanquillo o los
físicos teóricos del CERN de Ginebra, miramos hacia arriba, hacia los astros y
estrellas que iluminan nuestras noches, para entender las razones por las que
estamos acá, rodeados de desiertos, de montañas y de grandes ciudades, que a
pesar de sus luces no impiden que esos cuerpos celestes sigan brillando.
Tomado de el comercio de Perú
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