Las Ongs en la crisis
climática. Procesos de fragmentación, líneas de conflicto y planteamientos
estratégicos
¡Cambio de sistema no cambio climático! Pancarta en las
manifestaciones en torno a la COP15 en Copenhague 2009. Foto:kris krüg. Lizenz: Creative Commons BY-NC-SA 2.0. Original: Flickr (Vista previa)
Barbara Unmüβig
“La situación de crisis global nos pone ante el desafío de
emprender un nuevo planteamiento orientado al proceso desde el compromiso de la
sociedad civil”. Así concluye la colaboración de Klaus Heidel en el Informe
2009 de Social Watch Deutschland. Heidel presenta así algo que en las filas de
las organizaciones de la sociedad civil más bien constituye una rareza: una
reflexión crítica acerca de la sociedad civil que nombra límites y escisiones,
así como los diversos dilemas a los que se enfrentan los actores de la sociedad
civil (Heidel 2009).
Este debate se debería haber dado desde hace mucho. Desde
hace muchos años se mantiene obstinadamente la creencia en una sociedad civil
global que –en misión histórica– deberá salvar el mundo dado el fracaso político
universal de los Estados. Esta posición vivió un renacimiento sobre todo
después de la decepcionante cumbre para el cambio climático de la Organización
de las Naciones Unidas (ONU) en Copenhague 2009. Y esto a pesar de que
precisamente el proceso de negociaciones internacionales sobre el clima mostró
-con una lente de aumento- cómo y cuánto han crecido en el ínter las
diferencias entre los intereses geográficos, ideológicos y de posición de los
diferentes actores en el ámbito del cambio climático procedentes de la sociedad
civil. (Ya) no se puede hablar de la fuerza en la unidad, de la armonía en las
posiciones. A las contradicciones políticas en los intereses se les suman,
además, numerosas “inercias” y obligaciones impuestas al trabajo de la sociedad
civil. Sobre todo, el acceso a los recursos y las donaciones, así como a la
opinión pública (mediática).
Las organizaciones no gubernamentales (ONGs) que se han
aventurado en los procesos globales de negociación, como son las negociaciones
para el clima, hace mucho que se han visto confrontadas con problemas y dilemas
estructurales similares a los que enfrentan los negociadores oficiales de los
gobiernos: ¿Quién participa, quién es excluido? ¿Cómo se puede promover la
capacidad de negociación y estrategia cuando reinan intereses tan
extremadamente heterogéneos? ¿Cuál sería una división inteligente del trabajo
con tantos actores participantes? ¿Qué recursos pueden utilizarse de qué manera
oportuna? ¿Qué se puede traducir en política real y qué sería deseable desde el
punto de vista de la política para el cambio climático (justicia, solidaridad,
superar el conflicto Norte-Sur)?
Desde la decepción provocada por el desenlace de la cumbre
para el cambio climático en Copenhague muchas organizaciones de la sociedad
civil empezaron a reflexionar acerca de su propio papel en los procesos de
negociación sobre el clima y, en general, sobre la protección del clima. Jürgen
Maier, director ejecutivo del Forum Umwelt & Entwicklung (Foro Medio
Ambiente & Desarrollo), demandó en su contribución para el debate de enero
de 2010 “plantearse de manera autocrítica la pregunta de en qué medida las ONGs
son en realidad corresponsables de la triste balanza de las negociaciones para
el clima y si, por lo mismo, deberían corregir el curso” (Maier 2010).
Greenpeace
o el World Wide Fund for Nature
(WWF), Climate Action Network
(CAN) o Friends
of the Earth International (FOEI)
y Climate Justice
Now!: todos estos actores globales discuten a puerta cerrada acerca de su
futuro papel en general en las negociaciones sobre el clima y en la política
para el cambio climático. A la opinión pública se filtra muy poco. Las
preguntas planteadas arriba –según mi propia observación– escasamente
desempeñan algún papel. No existe un debate estratégico internacional y que
abarque a todas las organizaciones. No existe un actor que pudiera organizar
tal debate. No existe, en fin, el centro estratégico para la sociedad civil, ni
tampoco existirá jamás.
Aglomeración de muchos colores
¿Quién es esa aglomeración de muchos colores, diversa,
agrupada bajo las siglas “ONGs”? ONG significa “Organización No Gubernamental”
y es el concepto genérico que se le adjudica a organizaciones de la sociedad
civil muy diferentes entre sí, pero también a grupos informales y redes que
abarcan varias regiones (Janett 1997). En sondeos realizados entre la
población, de vez en cuando obtienen grados de simpatía tan altos que serían el
sueño de cualquier político. A veces incluso se les califica de “levadura para
un mundo mejor” (Nuscheler 1998).
La actuación de las ONGs no es nueva, y menos todavía en la
política para el cambio climático. Desde hace dos décadas no hay conferencia
para el cambio climático de las Naciones Unidas que se haya llevado a cabo sin
su presencia y sin su intervención en las negociaciones. Desde el comienzo de
las negociaciones llevadas a cabo en 1992 durante la Convención marco sobre el
cambio climático (United Nations Framework Convention on Climate Change,
UNFCCC), las ONGs interesadas han sido incluidas en las negociaciones
oficiales. En tanto que ostenten el estatus de organización o institución,
pueden registrarse como organizaciones observadoras de las negociaciones. Si al
principio había sólo 171 organizaciones registradas, hasta el año 2000 su
número aumentó a 530 (Carpenter 2001). Y entre tanto hay más de 1297 ONGs
registradas en la UNFCCC. Este elevado número podría sorprender a primera
vista, pero las Naciones Unidas aplican un
criterio muy amplio, que abarca a todas las organizaciones que no “hayan
sido establecidas mediante un acuerdo intergubernamental”. Esto incluye a
universidades, asociaciones económicas y empresariales, agrupaciones
eclesiásticas o municipios.
Coyunturas del trabajo por el cambio climático
La participación de actores de la sociedad civil en las
negociaciones de la ONU relacionadas con el cambio climático ha experimentado
diversas coyunturas durante los últimos 20 años. Numerosas organizaciones
dedicadas al medio ambiente y a la política para el desarrollo participaron
directamente en las negociaciones en torno a y después de la Cumbre de la
Tierra “Medio ambiente y desarrollo” llevada a cabo en 1992 en Río de Janeiro.
En Alemania la Conferencia de las Partes, conocida popularmente como COP,
abreviatura de Conference of the Parties, alcanzó en 1995 en Berlín un alto
grado de movilización y de creación de redes a nivel local, nacional e
internacional (Walk 1997). El interés en las negociaciones sobre el clima de un
amplio espectro de actores de la sociedad civil decayó a más tardar después de
la Conferencia de las Partes en Kioto (1997). Sobre todo las organizaciones
dedicadas a la política para el desarrollo del Norte y del Sur se retiraron del
proceso relacionado con el cambio climático y le dedicaron una mayor atención
al tema “clásico” de la pobreza y, sobre todo, de la política comercial
internacional: en el ámbito mundial de negociaciones, al proceso de la OMC,
para ser precisos. En general se puede afirmar que el cada vez más fuerte
movimiento crítico de la globalización tematizó poco o nada los desafíos
ecológicos globales. Las cuestiones de reparto y justicia se relacionaron más
fuertemente con el tema social que con el ecológico. Discutir sobre el medio
ambiente y el desarrollo de manera conjunta ya no contaba con el mismo
fundamento en el compromiso por parte de la sociedad civil que el que tuvo en
la década de 1990.
Como resultado, la participación de las ONGs durante las
COPs anuales casi quedó limitada a las grandes organizaciones ambientales y a
las que operan a nivel internacional, como WWF y Greenpeace, las nacionales
como el estadunidense o la alemana BUND, redes
internacionales como Friends of the Earth International o el Climate Action
Network, así como las más nuevas y muy especializadas ONGs como la organización
alemana Germanwatch o
la británica E3G. Sus especialistas se enfrascaron
en los detalles técnicos de las negociaciones, estudiaron las complicadas
estructuras de trabajo del proceso de la ONU relacionado con el cambio
climático, y aunque criticaron de cuando en cuando algunos instrumentos, como
el Clean Development Mechanism (CDM) y el comercio de emisiones, finalmente
también los avalaron. En el –mediáticamente muy efectivo– ritual anual se
lamentaron los escasos progresos en la puesta en práctica de la reducción de
gases demandada por el Protocolo de Kioto y se exigió una mayor transferencia
de tecnología y más dinero para la protección del clima. Sin embargo, el
proceso internacional de negociación casi no tuvo una retroalimentación con los
propios miembros de las ONGs más grandes y resultó prácticamente imposible
transmitírselo a una opinión pública más amplia. Ya no se llevó a cabo una
amplia movilización a través de las propias organizaciones. Las y los
especialistas en el clima de las ONGs formaron un pequeño club de acceso
restringido y asumieron un estatus elitista incluso frente a las no menos
elitistas delegaciones gubernamentales. También llamó la atención que, con
excepción de las redes trasnacionales como Climate Action Network o Friends of
the Earth International, la presencia de actores de la sociedad civil
procedentes de países del Sur global más bien tendió a ser nula. También
organizaciones dedicadas a la política para el desarrollo que actúan a nivel
internacional, como Oxfam, estuvieron ausentes durante años.
Esto volvió a cambiar a mediados de la década de 2000. Pero
la alarma global para emprender una nueva ofensiva en la protección global del
clima esta vez no vino de la sociedad civil, sino de la ciencia dedicada al
estudio del clima, que con sus conocimientos alarmó por igual a la opinión
pública y a los políticos acerca del dramático progreso del cambio climático.
Muchas organizaciones de la sociedad civil cambiaron de nuevo su agenda y se
comprometieron otra vez con la protección del clima, en parte dejando de lado
las cuestiones comerciales. La OMC estaba out, la caravana de las ONGs encalló
de manera masiva en la cumbre para el cambio climático de la ONU en Copenhague
en diciembre de 2009. Esa cumbre experimentó la mayor movilización de masas
desde que existen las negociaciones para el clima.
Muchos nuevos actores del Norte y del Sur vuelven entonces a
intervenir en las negociaciones sobre el clima: organizaciones para el
desarrollo, como Oxfam, Christian Aid,
o, en Alemania, Misereor o Brot für die Welt (Pan para el mundo), participan activamente de nueva
cuenta en la política relacionada con el cambio climático, ya sea en Klima-Allianz
(Alianza para el Clima), recientemente fundada en Alemania, o en los países en
vías de desarrollo con las contrapartes y los programas correspondientes.
También a nivel local –ya sea en el Norte, el Este o en el Sur– hay cada vez
más y más iniciativas y organizaciones que se oponen a proyectos energéticos o
a otros grandes proyectos errados.
Con estos nuevos actores de la sociedad civil temas
“olvidados” o desatendidos, como la justicia climática y la pobreza, han
regresado también a las negociaciones sobre el cambio climático. Esto resultó
visible y evidente a más tardar en la COP 2007 en Bali, y se manifestó, entre
otras cosas, en la fundación de redes transnacionales totalmente nuevas como
Climate Justice Now!. La influyente Third World Network se ha establecido en tan sólo tres años
como una voz central de la sociedad civil, con gran influencia sobre gobiernos
del Sur y en todas las negociaciones intermedias (entre COP y COP) sobre el
clima y en las COPs publica diariamente newsletters propias. CAN ha integrado a
nuevos miembros, sobre todo del Sur. Ellos le demandaron internamente a CAN
debates sobre la justicia climática y el reparto de obligaciones en los
objetivos de reducción del CO2 y en las finanzas. La ONG Focus on the Global South organizó
en julio de 2008 una Climate Justice Conference en Bangkok, en la que
participaron 170 activistas de movimientos sociales y de la ciencia crítica de
31 países. En Mamallapuram, al
Sur de la India, CAN invitó en octubre de 2008 a su segundo Equity Summit
después de 2001, en el que participaron más de 150 representantes de
organizaciones de la sociedad civil de 48 países (Fuhr 2008). De este modo se
ha ampliado visiblemente la participación, es menos homogénea y exclusiva. La
mayor diversidad y heterogeneidad, no obstante, también ha intensificado los
conflictos entre las ONGs y las diferentes representaciones de intereses
(organizaciones indígenas o gremiales, feministas y de política de género,
sindicatos), etc.
Sin embargo, un factor sigue siendo importante para poder
participar en las negociaciones globales: ¿quién tiene el dinero necesario para
ello?, ¿quién puede pagar los viajes, los hoteles? También tales cuestiones
materiales deciden sobre la participación o la exclusión. Como resultado se ha abierto
una brecha entre la comunidad de las ONGs, que separa a los “global players”
organizados más bien de forma jerárquica de otras ONGs que disponen de menos
recursos o de las organizaciones grassroots y los movimientos sociales
organizados espontáneamente.
Fragmentaciones y divergencias
La crisis climática pone en evidencia más qué nunca cuán
diferente es la responsabilidad histórica y económica de la crisis y de qué
manera tan dispareja se ven afectadas las regiones y las clases sociales por el
cambio climático. Esto también queda plasmado en las diferencias de intereses
que existen dentro de la sociedad civil. Las contradicciones en los intereses
cada vez son más visibles: entre ONGs del Norte y del Sur, entre ONGs y
movimientos sociales, entre organizaciones ambientales y de desarrollo. Y se
manifiestan también tanto en las posiciones como en el proceder estratégico
(trabajo de cabildeo vs. acciones) y en los respectivos niveles de acción
(local vs. global). Así, las escisiones no se han podido evitar. Friends of the
Earth International salió de CAN, a la que Climate Justice Now!, para empezar,
ni siquiera se afilió. Y en general CAN ha perdido su efecto vinculante y su
fuerza de coordinación. Los intereses heterogéneos y el mayor número de
miembros hacen que sea más difícil buscar concesiones. Precisamente las grandes
ONGs, que invierten mucho dinero en estar presentes en las negociaciones sobre
el clima, que organizan publicaciones propias y que organizan eventos alrededor
de las cumbres y que, sobre todo, quieren aparecer en los medios (mundiales),
trabajan otra vez más “por cuenta propia”. No les queda tiempo para debates
estratégicos y para buscar concesiones. Además, entre tanto hay diferencias
insalvables en cuanto a las posiciones, lo cual hace parecer superfluo el
tratar de llegar a un acuerdo: resulta más fácil que cada quien siga su propio
camino.
Y entre más se han profesionalizado las ONGs a través del
tiempo, mayor ha sido el peligro de que pierdan su contacto con la base y sus
aspiraciones de tener una estructura donde esta base toma las decisiones. Y
entre más grande sea su influencia sobre los procesos de la política real, más
pierden su capacidad de darle voz al bien común. Con frecuencia se pierden en
los detalles de sus intereses puntuales. Tienen la mirada puesta en lo que
pudiera gustarles a sus donantes. Quien ya no quiere sólo protestar y organizar
campañas, sino que se aventura en la cooperación con instituciones estatales
para llegar a las antesalas del poder, corre muy pronto el riesgo de sacrificar
una parte de su autonomía y de ser instrumentalizado por el sistema. No todas
las ONGs salen airosas al verse entre la espada y la pared, entre la rectitud
de sus intereses y la importancia de la influencia.
El común denominador: 2º centígrados
Sin embargo, lo que por ahora se puede considerar como un
consenso entre todos los actores de la sociedad civil que participan en las
negociaciones sobre el cambio climático: todos los que le apuestan al proceso
de la ONU, quieren llegar a un acuerdo post-Kioto que se rija por conocimientos
científicos sobre el cambio climático y que sea ambicioso, justo y vinculante.
Mantener el calentamiento de la tierra por debajo de los 2º centígrados debe
ser el parámetro por el que se midan las metas de reducción a mediano y largo
plazo –acordadas de manera vinculante en un tratado de la ONU–. Se acepta de
manera unánime que para ello las emisiones en todo el mundo se deben reducir
hasta un 90% para 2050 a nivel mundial y que, por tanto, se debe introducir lo más
rápido posible la descarbonización de la economía. También resulta indiscutible
que el Sur global debe obtener apoyo económico y transferencias de tecnología
por parte de los países miembro de la OCDE para que pueda retirarse de la
economía fósil y adaptarse al cambio climático.
Línea de conflicto 1: reparto de obligaciones entre el
Norte y el Sur
No obstante, las diferencias de posiciones empiezan –como
también sucede entre los gobiernos– con la cuestión de la reparto de
obligaciones. Las controversias al respecto se agudizaron desde que quedó claro
que el dique de los 2º sólo podrá mantenerse si además de los países
industrializados, principales responsables del calentamiento, también los
grandes países emergentes se comprometen en un contrato global a lograr metas
de reducción vinculantes. Mientras que algunos consideran rebasada la vieja
división de países en las categorías “países del Anexo B” –es decir, aquellos
países que según el Anexo B del Protocolo de Kioto hicieron compromisos
concretos para la reducción de emisiones– y los “países no-Anexo B”, que no están obligados a hacer
reducciones, otros quieren que ésta se mantenga a como dé lugar. Muchas ONGs,
entre ellos la Third World Network, el Centre for Science and Environment (CSE) y el grupo regional de la CAN,
sostienen la misma posición que los países emergentes de los gobiernos del Sur:
no quieren comprometerse a ninguna reducción vinculante mientras que el Norte
no haya reducido de manera vinculante y drástica (de ser posible, en un 40%
hasta el año 2020) sus emisiones de CO2. Y aquí resulta particularmente
importante el papel desempeñado por Estados Unidos, porque de ellos procede de
manera constante la demanda de incluir a los países emergentes China e India,
pero ellos mismos no quieren aportar a las negociaciones lo que les
correspondería dada su responsabilidad histórica y presente. Sin embargo, ONGs
de los países miembros de la OCDE también apremian a los gobiernos del Sur a
asumir su responsabilidad por la meta de los 2º, sin importar que el Norte se
comprometa o no. También siguiendo las posiciones de sus gobiernos,
organizaciones de la sociedad civil de los países insulares les demandan a los
países industrializados y emergentes ambiciosas metas de reducción. Así pues,
con no poca frecuencia las ONGs formulan demandas análogas a los intereses de
sus respectivos países y gobiernos. En el forcejeo y el regateo por las
respectivas obligaciones de reducción de los Estados nacionales, que de ser
posible no les deberán causar desventajas económicas a las economías nacionales
respectivas, desgraciadamente las ONGs no siempre toman en cuenta el papel que
les ha sido adscrito para “insertarse como organizaciones del ‘tercer sector’
entre las esferas del poder estatal y el poder económico” (Janett 1997).
Así resulta que con frecuencia se convierten en aliados de
los gobiernos. Esto se vuelve todavía más problemático cuando se trata de
regímenes autoritarios y que violan los derechos humanos, pero que de repente
se presentan en el escenario global como defensores de la justicia climática.
La justificación que hacen algunas ONGs norteamericanas de ciertas posiciones
gubernamentales de Estados Unidos también se puede considerar como parte de
este problema.
Línea de conflicto 2: los mecanismos de mercado vs. el
cambio de sistema
Esto también es válido en una segunda área de conflicto.
¿Con qué instrumentos debe hacérsele frente al cambio climático? Aquí hay
disputas mayores acerca de los así llamados instrumentos flexibles orientados
al mercado, como el Clean Development Mechanism, el instrumento de la Joint
Implementation (JI), el comercio de emisiones o la reducción de emisiones
causadas por deforestación y daño del bosque (REDD – Reducing Emissions from
Deforestation an Degradation). Mientras que un grupo grande de ONGs apoya por
principio estos instrumentos, aunque acepta la gran necesidad de hacerles
reformas, ONGs más bien radicales los rechazan de manera general por no
considerarlos adecuados para la protección del clima, la eliminación de la
desigualdad y la superación de la pobreza. ”También condenamos su (de los
gobiernos del norte; nota de la autora) agresiva promoción de falsas soluciones
como el mercado de bonos de carbono (incluyendo los Mecanismos de Desarrollo
Limpio y el mecanismo de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación
Forestal, en países en desarrollo); tecno-soluciones como los agrocombustibles,
megarepresas y energía nuclear; y ciencia ficticia como el secuestro y captura
del carbono. Estas supuestas soluciones lo que harán será exacerbar la crisis
climática y profundizar la inequidad global.”
Algunas ONGs que hace aproximadamente 10 años criticaron al
Protocolo de Kioto respecto de algunos de sus elementos básicos –por ejemplo,
el comercio con certificados de emisiones o el dudoso intercambio de sumideros
de gases de efecto invernadero por emisiones por el consumo energético– hoy lo
defienden vehementemente contra ONGs y movimientos sociales de reciente
aparición, que desprecian al actual proceso climático, incluyendo a los
representantes de las ONGs involucradas, en última instancia por considerarlo
una legitimación y estabilización del sistema económico acorde con el status
quo. ¿Necesitamos “crecimiento verde” al estilo del capitalismo renovado o más
bien un cambio de sistema para evitar el colapso?
Por otra parte, son sobre todo algunas organizaciones
indígenas las que esperan que el nuevo mecanismo REDD les brinde financiamiento
para la protección del bosque. Quieren beneficiarse de él, mientras que otros
lo consideran como un nuevo escondrijo para que los países industrializados
evadan su responsabilidad.
También grandes organizaciones de protección a la naturaleza como The Nature
Conservancy (TNC), que opera globalmente en la protección a la naturaleza con
cientos de millones de dólares, se ven a sí mismas como beneficiarias de REDD e
intensifican desde hace años su trabajo de cabildeo a su favor. Es decir que desde hace un largo
tiempo son parte de las nuevas opciones e intereses de la economía vinculada
con el cambio climático. Éstas son sólo algunas de las líneas de conflicto que
acaban con el mito de que las ONGs o los movimientos sociales van en el mismo
barco o hablan con la misma voz.
Local vs. Internacional
También en las formas y los niveles de acción existen
grandes diferencias. Con motivo de las negociaciones de la ONU para el cambio
climático en Copenhague 2009 se creó una amplia alianza para la gran
manifestación por el clima. Sin embargo, no puede pasarse por alto que algunas
de las ONGs siguen considerando que sus actividades de cabildeo en el centro de
negociaciones les auguran éxitos, mientras que otras organizaciones y
agrupaciones miran con desprecio esta forma de proceder. En lugar de que exista
un intercambio sobre estrategias complementarias y una inteligente división del
trabajo, más bien se observan delimitaciones radicales entre las diferentes
ONGs y los grupos y movimientos sociales, que cada vez quieren tener menos que
ver entre sí. Aunque todavía la gran mayoría de quienes están activos en la
política para el cambio climático se siguen refiriendo a la ONU como el proceso
adecuado para un acuerdo global, cada vez se escuchan más críticas también a
este respecto.
Se dice que demasiados recursos se enfocan en el proceso
global, en lugar de utilizarlos de manera concreta en los lugares específicos,
a nivel local, para una mayor protección del clima. En el mismo sentido se
expresa también Jürgen Maier cuando pregunta “¿[…] se invierte de la mejor manera
la limitada fuerza de las ONGs cuando se moviliza todo […] para obtener un
contrato por consenso de las Naciones Unidas?” Y “[…] debemos plantearnos la
pregunta de si la velocidad excesivamente lenta del proceso de la ONU puede
proporcionar las respuestas que necesitamos.” En última instancia aboga, como
lo hacen muchos después del fracaso de Copenhague, por una concentración más
fuerte e incluso exclusiva en actividades y acciones relacionadas con el cambio
climático a nivel nacional y local. “Los cambios deberán darse entonces de otra
manera. Si es cierto que el cambio climático está sucediendo tan rápidamente
que no tenemos tiempo que perder, entonces también las ONGs tienen el deber de
concentrarse en aquellas actividades que prometan los resultados más
inmediatos.” (Maier 2010)
En última instancia Maier está intercediendo por una
división del trabajo estratégica, en la que la mayor parte de la sociedad civil
se concentre en los procesos de cambio in situ, dejándole a un pequeño resto
conformado por diplomáticos y diplomáticas y representantes de las ONGs el
proceso de negociación que conduzca a un acuerdo sobre el cambio climático. Si
la política para el cambio climático es, por excelencia, una política que se
desarrolla en varios ámbitos, entonces tiene poco sentido que se promueva la
confrontación mutua de los diferentes ámbitos de acción. Más bien se requiere
de un intercambio acerca de la manera correcta de aplicar los recursos y de los
posicionamientos políticos. Sólo quienes ya no esperan nada o consideran
irrelevante el proceso de la ONU sobre el cambio climático, pueden, en última
instancia, delegar las negociaciones internacionales en algunos autodenominados
cabilderos de las ONGs, sin reflexionar acerca de su papel y de su vínculo con
la política y la sociedad (legitimación, obligación de rendir cuentas, etc.).
¿Pero dónde ha de llevarse a cabo el balance de intereses internacional entre
el Norte y el Sur, dónde deberán distribuirse de manera justa en el futuro los
recursos restantes para las emisiones, si no en la ONU?
Conclusiones
No cabe duda: desarrollar ideas y formular demandas de cómo
mejorar el mundo forma parte de la política básica de las ONGs y de los
movimientos sociales. Pueden confrontar al mundo de los imperativos políticos y
burocráticos y de los gravosos compromisos con los ideales y las utopías que
con frecuencia son sofocados en su origen en la cotidianidad política. Y gozan
del privilegio de poder ver más allá del breve horizonte de los plazos
electorales y de poder hacer propuestas que con frecuencia son consideradas
tabú en la política por razones de táctica electoral.
Sin embargo, hace mucho que las ONGs son más que fábricas de
ideas. Organizadas crecientemente a nivel global, ellas y sus redes conforman
los núcleos organizativos de una opinión pública y una sociedad civil
internacionales. De esta manera pueden fungir como un contrapeso al capital, ya
desde hace mucho organizado internacionalmente, a los consorcios
internacionales y a las alianzas económicas con sus escuadras de influyentes
cabilderos y cabilderas. Y pueden movilizar a las masas: contra la construcción
de mega presas, contra centrales nucleares y plantas térmicas de carbón.
También han logrado llevar a las calles de muchas ciudades capitales en el
mundo a decenas de miles durante rondas del comercio mundial y en cumbres para
el cambio climático. Así obstaculizan el funcionamiento de los engranajes de la
política guiada por el poder y fuerzan a que se alcance un poco más de
transparencia y opinión pública.
No obstante, aunque con derecho se les considere a nivel
mundial como un contrapeso democrático a los poderes económicos y políticos,
las ONGs con frecuencia ven cuestionada su legitimidad. Es posible que las
encuestas de opinión confirmen su alta estima entre la población, pero esta
aceptación transmitida de manera demoscópica no les otorga una legitimación
democrática. ¿En nombre de quién hablan sus funcionarios, sobre cuya elección
las y los pequeños donantes no tienen influencia alguna? A lo sumo representan
a una comunidad virtual. El mito de las organizaciones comprometidas con los
objetivos nobles y con una base democrática fue roto por los carteles
solicitando fondos en las paradas de autobuses o incluso por amargos escándalos
de donaciones, aun cuando éstos últimos sean todavía casos aislados.
A pesar de que tienen en común que quieren salvar el mundo,
las ONGs siguen siendo una aglomeración diversa, que sólo de manera esporádica
y a jalones y empujones puede ponerse de acuerdo sobre mensajes conjuntos.
Cumplir una función de perro guardián en la política, pues muchos ojos ven
mucho, o proponer una gran cantidad de ideas y alternativas, pues muchas
cabezas piensan mucho: esto se halla claramente del lado del haber. Sin
embargo, en todas partes las ONGs sólo logran por breves momentos consagrarse a
una dirección estratégica y temática conjunta. Aunque, ciertamente, ¿quién
podría tomar tales decisiones centrales en un movimiento sin un organismo
central?
La fragmentación y diferenciación del compromiso de la
sociedad civil en el contexto del cambio climático es más grande que nunca.
Éste es un hecho que, al hacer un análisis preciso, ayuda a despedirse de la
imagen armónica de una sociedad civil a la que se le concede una mayor
competencia en la solución de problemas que a “la” política. Las ONGs y los
movimientos sociales deben buscar generar entre ellos el debate en torno a los
diversos conflictos de intereses y de diferencias de posición. Ni siquiera las
redes fundadas en años recientes (CAN, Forum Umwelt & Entwicklung,
Klima-Allianz) parecieran ser capaces de organizar tales discusiones
estratégicas y autoreflexivas. Pero las formas de proceder sectoriales,
fragmentadas y contradictorias tampoco son la respuesta a las crisis globales
en el mundo. Sin que se tengan que barrer abajo del tapete los conflictos de
intereses: se necesita encontrar nuevas formas de intercambio y de dirimir los
conflictos para una sociedad civil global y diversa.
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