La diversidad
marca celebración de Día de Difuntos
Por Violeta Soria -
FOTO Detalle de un mast’aku. - Hace miles de años que el
tributo a los muertos es parte inseparable de la cultura. En Cochabamba las
almas (ajayus) son recibidas con generosas ofrendas de alimentos, frutas y
bebidas. La preparación del mast’aku, en la cual los vivos representan los tres
niveles de la existencia: Janaqpacha (el mundo de arriba o el cielo), el
Kaypacha (mundo del medio o la tierra) y el Ukhupacha (mundo de abajo o
inframundo), es una de las tradiciones más arraigadas, que subsiste a pesar del
alza de los alimentos y las prohibiciones de ingresarlos a los cementerios.
Tan importante como las ofrendas son las oraciones que
realizan los niños por las almas. Uno de las plegarias que ha vencido el paso
del tiempo y se ha difundido más es: “Alabado sea el santísimo sacramento del
altar y la virgen concebida sin pecado original”. Éste es el coro más
característico de los rezos que marcan la fiesta de Todos los Santos o
difuntos, que comienza el 1 de noviembre y termina el 2 con la visita a los
templos y la kacharpaya o despedida del alma.
Según contó el guía del Museo Arqueológico de la Universidad
Mayor de San Simón (UMSS), René Machado, la celebración tiene su origen en los
señoríos aimaras durante la época preincaica, donde cada 1 de noviembre, los
pobladores visitaban los “chullpares” o tumbas y ofrendaban coca, chica y otros
manjares a sus difuntos.
Explicó que los aimaras, incluso, solían pasear a sus
muertos, que ese día eran sacados de sus chullpas y contrataban a las
“lloronas” o mujeres que se dedicaban a llorar por el alma.
Hoy, la celebración del Día de los Difuntos rememora el
misterio de la vida y la muerte: “el regreso a la vida” y es celebrada el 2 de
noviembre por una tradición católica de evangelizar. Sin embargo, como una
forma de resistencia y negociación cultural las zonas rurales todavía festejan
Todos Santos el primer día de noviembre.
Mast’aku
Mast’aku
Según explicó Machado, la preparación del mast’aku o mesa
del difunto se realiza con semanas de anticipación para que el 1 de noviembre,
al mediodía, las almas que regresan del más allá a la tierra puedan degustar
los manjares que más les gustaba.
En la ciudad, la mesa es preparada por los familiares del
difunto y en el campo por toda la comunidad. Las ofrendas más completas son
para los difuntos que cumplen un año de fallecidos. La mesa contiene una
diversidad de elementos que representan los tres niveles de la existencia y los
alimentos que más le gustaban en vida a la persona, sin embargo, predominan los
urpus (palomas), las t’antawawas (muñecos de pan) y canastas de dulces que se
entregan a los niños que rezan por las almas.
La decoración de la mesa varía según el sexo y la edad del
difunto. Para los niños y niñas los colores que predominan son el blanco,
celeste y rosado. En tanto que para los jóvenes, adultos y ancianos, el blanco,
morado y negro.
Producto de la migración hacia Europa, Machado manifestó que
las mesas de los difuntos en el valle alto también cuentan con productos no
tradicionales como diferentes tipos de whisky, acompañados hasta de seis
cucharas para los “acompañantes del difunto”.
Cambios
Cambios
Hoy, la tecnología también ha introducido cambios en el
mast’aku y la tradicional escalera que se colocaba para facilitar que el alma
baje del cielo a la tierra, ha comenzado a ser reemplazada por aviones y
bicicletas, con la idea de que así el ajayu llegará más rápido.
Los rezos son imprescindibles en el Día de los Muertos y
tienen su máxima expresión en los “rezadores” que sustituyen a las “lloronas”,
los cuales están compuestos por grupos de pequeños y jóvenes que se dedican a
recitar oraciones y coros poéticos con toques picarescos en una suerte de
sincretismo a los difuntos.
Machado contó que cuando era niño lograba “ganar” o juntar
hasta cuatro gangochos de urpus, dulces o frutas en retribución por sus rezos;
sin embargo, la crisis económica y la proliferación de “rezadores” mermaron los
donativos con el pasar de los años.
Cementerio
Cementerio
El 2 de noviembre, los familiares despiden al difunto y
levantan el mast’aku entre rezos y coros. Posteriormente, la familia se dirige
en romería al cementerio.
Hasta hace 20 años era permitido armar mesas en las tumbas
de los difuntos. Sin embargo, esta práctica cambió tras la aparición del
cólera. Hoy, los cementerios, en especial particulares prohíben la práctica al
interior de los mismos; sin embargo, los dolientes emplazan las mesas en los
alrededores
Almas olvidadas
Almas olvidadas
Las almas olvidadas también son recordadas en el mes de los
muertos en algunos templos del valle alto, Sacaba y la ciudad. En los templos
de San José y San Pedro de Tarata los feligreses todavía acuden para celebrar
misas de los difuntos con un pasado desconocido.
Despedida
Despedida
La fiesta concluye con la kacharpaya o despedida de las
almas y la fiesta de la wayllunka nativa (columpio). En el campo aún se
acostumbra realizar una teatralización de la partida de las almas y cuando ésta
se resiste a marcharse es apedreada o chicoteada hasta que se va.
Una vez que las almas se marchan comienza la fiesta de la
wayllunka, que representa el “vaivén entre la vida y la muerte”, según el
artículo “El Erotismo de la Wayllunk’a: la historia de un diálogo con los
muertos y de un coqueteo con los vivos”, publicado en 2012 por la socióloga,
Céline Gefforoy. Esta celebración se inicia al mediodía del 2 de noviembre y
concluye el 30.
Machado concluyó afirmando que Sacaba y el valle bajo
todavía conservan vivas las tradiciones de la celebración del Día de los
Difuntos; sin embargo, aclara que la cultura es dinámica y se encuentra en
permanente transformación en sintonía con la realidad que se afronta. TOMADO DE
LOS TIEMPOS DE BOLIVIA
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