Oliver Milman: En su libro escribe usted que era una
“negacionista del clima”, no en el sentido de negar la ciencia sino en el de no
querer comprometerse con el tema. ¿Por qué cree que usted y otros actúan así?
Hay tantas razones, la mayoría de nosotros nos contamos
múltiples historias diferentes todos los días. Vuelo hasta Australia, así que
para llegar al final del día, tendré que recurrir al negacionismo climático.
Sólo que niego muchas menos cosas de lo que solía.
¿Qué ha cambiado?
Hace diez años estaba en Nueva Orleans cubriendo el huracán
Katrina; en aquel entonces estaba escribiendo La doctrina del shock. El
fotógrafo con el que había ido a Irak me dijo: “Tienes que venir, es una
locura, la gente va pegando tiros por las calles”.
Fue este cóctel de tiempo pesado, racismos e
infraestructuras que se derrumbaban. Tenía la impresión de estar atisbando el
futuro. La gente decía que era como ciencia ficción, la un país rico que
abandonaba a los habitantes de una de sus ciudades, con los vigilantes
merodeando por la ciudad, y en la que después del toque de queda cualquiera
podía servir de blanco.
Para alguien formado en la preocupación por la justicia
económica, lo que me daba miedo del cambio climático no es solo que suba el
nivel del mar y tengamos más tormentas, es cómo se entremezcla con ese cóctel
de desigualdad y racismo.
Este es mi intento de exponer a qué se parece el
colectivismo del desastre. La razón primordial por la que la gente aparta la
vista del cambio climático es porque no le ven salida y se les dice que las
soluciones al cambio climático consisten en darse por vencidos.
Si podemos delinear una vía a un economía más allá del
carbono, eso entrañará ganar muchas otras cosas. Podemos gozar de una mayor
calidad de vida, ciudades más vivibles, sanar agravios históricos. Puede ser
emocionante.
No puede ser el temor lo que nos impulse. Ese es el gran
error que cometió el movimiento ambientalista: “Te vamos a meter el miedo en el
cuerpo y para que te conviertas en activista”.
Ha de haber un contra relato consistente en que podemos
tener una economía diferente con más y mejores empleos.
La prosa del cambio climático puede resultar, en fin, un
poco seca. ¿Cómo enfocó la tarea de escribir este libro, en términos de estilo
y tono?
No fue tan diferente de la forma en que enfoco siempre al
hecho de escribir. Cuando estaba escribiendo No Logo, creía que la gente estaba
en general aburrida de libros sobre la globalización, de manera que la tarea
consistía en escribir de un modo que no fuera aburrido.
Hay una triple capa de jerga cuando se escribe acerca del
cambio climático. Están los científicos, que se muestran muy cautelosos debido
a las dimensiones de los negacionistas del cambio climático. Y luego está la
jerga de las Naciones Unidas: tenía que andar con un glosario de términos. Era
como una sopa de siglas.
Después tenemos la jerga del mundo de la política. Los
EE.UU. estuvieron debatiendo un año entero sobre la legislación de límites y
compraventa de emisiones. Según una encuesta, sólo el 13% de los australianos
sabía que tenía algo que ver con el medio ambiente. Todo esto se confabula para
hacer del hecho de escribir sobre el cambio climático algo muy estrecho de
miras.
Escribir sobre la naturaleza es otra disciplina – y bien hermosa – pero la gente de ciudad
puede sentirse ajena porque se siente puñeteramente alejada de ella.
¿Y cómo lo ha resuelto?
Intento sólo escribir para la persona que no quiere leer el
libro. La decisión de escribir de un modo más personal fue deliberada. Buena
parte de la razón por la que desconectamos es que sentimos hondamente la crisis
y eso resulta algo extremadamente emocional para quien cree que su hogar está
en peligro. De manera que pensé que lo mejor era escribir tal cual acerca
de mi propio terror.
Acudió a la cumbre sobre el clima en Copenhague en 2009.
¿Qué tal fue la experiencia?
Me acuerdo de un momento en el que se trató de los
refugiados climáticos, en el que se habló del concepto de países enteros que
desaparecían de un modo bien fáctico.
Hay momentos en los que la profunda crisis moral se deja
sentir, sin embargo, momentos en los que se rompe el guión. Hay momentos en los
que no se trata de porcentajes sino de decisiones que afectan a innumerables
vidas.
Había tantas yuxtaposiciones raras. Teníamos a los países
isleños que protestan diciendo “1,5º grados para poder sobrevivir”, y luego
estaban los delegados norteamericanos y europeos esquivando la mirada como si
vieran a un mendigo por la calle.
¿Le intranquilizó relacionarse con el Heartland Institute
(movimiento negacionista norteamericano generosamente financiado)?
No sé si fue más extraño que una convención del Partido
republicano o el hecho de que Donald Trump vaya en cabeza en las encuestas, la
verdad.
Creo que resulta más difícil enfrentarse a un negociador que
conoce los datos científicos y decide no hacer nada. Eso lo encuentro más
inquietante que las multitudes del terruño del Medio Oeste norteamericano.
Ha afirmado que hay que reformar el capitalismo con el fin
de afrontar el cambio climático. ¿Por qué?
Bueno, mi libro representa una argumentación en pro de una
profunda transformación ideológica, debido a que el péndulo ha ido demasiado
lejos en favor del fundamentalismo de mercado.
Tenemos este debate político tan constreñido y una clase
política que no cree que debiera estar gobernando. Está buscando constantemente
formas de salirse de la vía del mercado. Mientras eso continúe, seguiremos
hablando de este problema, como hemos hecho en los últimos 25 años.
El cambio climático llega monumentalmente a destiempo porque
ha aterrizado en el cénit de este movimiento ideológico. Fíjese en lo que está
pasando en el sur de Europa: se ha impuesto una austeridad brutal a Grecia y
otros países, y están haciendo recular las renovables, incrementando la
fracturación hidráulica y las perforaciones petrolíferas en mar abierto. No es
ese el modelo económico que nos hace falta para
actuar contra el cambio climático.
Así pues, ¿qué se necesita para substituirlo?
Sabemos lo que tenemos que hacer. Tenemos las medidas
políticas que podrían permitirnos alcanzar ese punto, cosas que no derribarán
el capitalismo, como la tasa de carbono, o una revolución de las renovables. Mi
libro se refiere al por qué no lo estamos llevando a cabo y al andamiaje
ideológico que hay detrás de ello.
Australia acaba de anunciar su objetivo de reducción de
emisiones antes de la cumbre de París de este año. ¿Cree que es
suficiente?
Este juego de los dirigentes de distintos países que dicen
de otros países que “ellos también lo hacen” resulta tan infantil...Diría que
resultaba chocante, pero luego [Tony] Abbott [primer ministro liberal
australiano] intentó eliminar la cuestión climática de la agenda del G20.
Creo que hemos de ser muy cautelosos a la hora de suscitar
expectativas en torno a París, no habrá un acuerdo que esté en consonancia con
el saber científico.
Una cosa que encuentro particularmente chocante es que
Australia está en primerísima línea del cambio climático. En Canadá, la mayoría
de la gente no experimenta una meteorología extrema, pero en Australia es
severa…
No se trata solo de que la cosa esté más caliente, también
se pone más mezquina. Lo vemos en Australia, donde el tratamiento de los
emigrantes supone una profunda crisis moral. Está claro que a medida que sube
el nivel del mar este lado mezquino y el racismo abierto se van a volver más
extremos, el cambio climático acelera todas estas otras cuestiones.
Es usted miembro de la junta del grupo de activismo sobre el
clima 350.org. ¿Cree que el activismo sobre el cambio climático tiene
resultados tangibles?
Nunca he visto un movimiento que se extendiera tan rápido
como el movimiento de desinversión en combustibles fósiles. Seguimos teniendo
victorias: la Iglesia Unida del Canadá acaba de votar en favor de la
desinversión en combustibles fósiles.
Ya ha visto lo que está sucediendo con la mina de Adani,
dicen que no se abrirá gracias al activismo. El oleoducto Keystone no se ha
aprobado todavía y las operaciones de minería se han reducido, debido a que las
empresas no estaban seguras de que pudieran proseguir a causa de la fuerte
oposición en contra. Es un movimiento arrollador, solo que es una
carrera contrarreloj. Si tuviéramos algunos decenios más, diría que estamos
bien de forma, pero tenemos que conseguir darle la vuelta a las cosas en esta
década. Así que tenemos que hacer más, siempre.
Naomi Klein es autora, entre otros libros, de La doctrina
del shock y No Logo. TOMADO DE ENVIO DE RED FOROBA
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