En Colombia hay casi 60 mil
hectáreas de este maíz
El dilema de los cultivos transgénicos
Por: Redacción Vivir
Aunque unos los defienden argumentando que mejoran las siembras,
pérdidas de cosechas y estudios en animales demuestran lo contrario.
En 2004 un grupo de activistas de Greenpeace protestaron contra los
alimentos transgénicos en Portugal . / EFE
El mundo estaba asombrado. Hace un par de meses las imágenes de las
ratas deformadas, con tumores inmensos en su interior, parecían ser la más
clara evidencia de los efectos de las semillas transgénicas (modificadas
genéticamente). El estudio del biólogo francés Gilles-Eric Séralini mostraba
cómo, tras dos años de investigación, un grupo de ratas sometidas a una dieta
exclusiva de este tipo de alimentos producidos por la multinacional Monsanto
había presentado serios problemas de salud, entre los que se encontraban
insuficiencias renales y necrosis de hígado.
Las críticas llovieron entonces sobre la empresa estadounidense
productora del maíz NK603. Por la red circuló una serie de documentales que se
oponían a los alimentos genéticamente modificados. En Colombia la situación no
fue distinta cuando se supo que hay una autorización para cultivar ese maíz.
Sin embargo, según Andrea Uscátegui, directora ejecutiva de Agro-Bio, organización
que se encarga de informar acerca de la biotecnología agrícola, “para que un
producto de estos se comercialice se tienen que llevar a cabo muchos estudios
que garanticen su seguridad. En el país, ese maíz está autorizado por el
Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) y el Ministerio de Salud”.
Pero más allá del estudio de Séralini la discusión acerca del cultivo
de semillas transgénicas abarca desde acusaciones sobre su cuestionable
productividad hasta asuntos económicos en los que está en juego la supervivencia
de miles de campesinos.
En nuestro país, desde el 2002, cuando se empezaron a poner en práctica
estas técnicas, los cultivos han incrementado significativamente. En 2011 había
59.239 hectáreas de maíz en todo el territorio nacional y 49.334 de algodón.
Este último, sin embargo, presentó serios inconvenientes en 2008,
cuando en el Tolima se perdió entre el 50% y el 75% de la producción y
alrededor de mil campesinos dejaron de ganar cerca de $20.000 millones.
Departamentos como Córdoba padecieron la misma situación. Para Germán Vélez,
representante del Grupo Semillas, una organización que se opone al comercio de
estos alimentos, la situación fue el resultado de cosechar granos comprados a
Monsanto.
Pero lo que pasó, según Adriana Castaño, consultora en bioseguridad de
Agro-Bio, fue que “muchos productores no siguieron los procedimientos ni
aplicaron las medidas de bioseguridad del ICA. Contrario a lo que muchos dicen,
estos cultivos tienen enormes beneficios: son resistentes a los insectos y
toleran los herbicidas”.
De acuerdo a datos suministrados por Vélez, tras una serie de denuncias
realizadas por Conalgodón, Monsanto tuvo que aportar $1.280 millones por las
pérdidas causadas a los agricultores que sembraron en 2008 y 2009.
Otra de las principales discusiones que se han presentado en el país en
torno al tema tiene que ver con la regulación de la venta de las semillas
transgénicas, la cual hace posible un monopolio liderado por Monsanto.
Para Vélez, la resolución 970 de 2010 del ICA es el más claro ejemplo
de ello. “Esta norma dice que sólo se pueden comercializar semillas protegidas,
certificadas y registradas. Esto creó una reacción muy fuerte por parte de
comunidades indígenas y campesinas, porque excluye las semillas criollas. Tanto
así que ya se han hecho varios decomisos a campesinos. Se está violando el
derecho fundamental de los agricultores para comercializar”, dice.
De manera contraria piensa Uscátegui, para quien el hecho de que
Colombia esté abierta a la biotecnología no convierte al mercado en un
monopolio. “Esa es una opción. Pero si los campesinos quieren, pueden seguir
usando semillas criollas”, asegura.
El debate es tan amplio que, incluso, activistas afirman que el TLC con
EE.UU. otorga muchos beneficios a las multinacionales que comercian con
alimentos genéticamente modificados y que, de hecho, ya existen semillas
esterilizadas, lo que contribuye al desarrollo del monopolio. “Eso es un gran
mito que se ha creado. Aunque se pueden lograr, las compañías se comprometieron
a no producirlas”, cuenta Uscátegui.
Pero debido a la escasez de estudios sobre el tema y a que muchas de
las investigaciones existentes son financiadas por las mismas multinacionales,
las dudas acerca de los beneficios y contradicciones de estos alimentos
seguirán siendo un enigma.
Tomado de el Espectador de Colombia
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