Davos debate las desigualdades, pero invita a los evasores
fiscales
Larry Elliott · · · · · Quienes lo ven desde fuera podrían
imaginarse que a los líderes empresariales que todos
los años se reúnen en
Davos para darle a la lengua sólo les preocupa enriquecerse. Sus críticos
podrían llegar a imaginarse que los jefazos de las empresas, que llegan volando
al Foro Económico Mundial, a 1.600 metros de altitud en los Alpes suizos, en
sus helicópteros, con sus señoras de buen ver revestidas de armiño, no son
conscientes de las tribulaciones de los pobres. Pero estarían equivocados.
Mientras los ricos y
poderosos hacen sus preparativos de última hora para su semana en la montaña
mágica, es su deseo enviar un mensaje de que comprenden lo que sucede con la
desigualdad. Padecen por ese sufrimiento. De verdad que sí.
La prueba de la línea
basada en el "Davos lo entiende" procede del informe anual de riesgos
recopilado por el Foro Económico Mundial. Pregunta a 700 de sus miembros cuáles
creen que serán las amenazas a la economía global más acuciantes de la década
que viene. La desigualdad se considera la amenaza más probable. Klaus Schwab, que
creó la reunión de Davos en la década de 1970, está satisfecho de este
hallazgo. Como buen socialdemócrata chapado a la antigua, quiere que sus
miembros reciban una lección de historia y se den cuenta de que el capitalismo
no puede sobrevivir si la renta y la riqueza se concentran en poquísimas manos.
A lo largo de la mayor parte del siglo, los líderes empresariales más
perspicaces se dieron cuenta de que sus trabajadores necesitaban salarios
razonables para que pudieran comprar los bienes y servicios que ellos
producían. Aprehendieron la idea de que un sistema de mercado en su forma más
cruda era incompatible con la democracia y dieron así su aquiescencia, mientras
se limaban los bordes más ásperos por medio de una fiscalidad progresiva, del
Estado del Bienestar y los frenos al capital. En su fuero interno, temían que
la Revolución Rusa sirviera de modelo a los trabajadores desafectos de
Occidente.
Las actitudes han
cambiado en los últimos 30 años. La llamada Gran Compresión de rentas que vimos
entre las décadas de 1930 y 1970 invirtió su rumbo, mientras el 1% superior se
hacía con los frutos del crecimiento. Los ricos recurrían a su dinero y su
influencia para asegurarse de que los gobiernos hicieran su voluntad. Tras la
caída del Muro de Berlín, no había modelo rival y sí menos necesidad de mostrar
moderación. Con la llegada de un mundo unipolar, se volvió a una forma más
agresiva de economía de mercado como no se había visto desde los primeros días
de la industrialización.
Schwab declaró la
semana pasada que el crecimiento no inclusivo es insostenible, y tiene razón.
Un documento distribuido hoy por Oxfam llega a la misma conclusión, haciendo
notar que las 85 personas más ricas del mundo poseen una fortuna equivalente a
la riqueza total – $1.7 billones de dólares– de la mitad inferior de la
población de la Tierra. Es una cifra bastante apabullante. Se podría meter a
esas 85 personas en un autobús londinense de los de doble piso (no es que
monten alguna vez en bus) y serían igual de ricos que 3.500 millones de
personas. El contraargumento es
que hay mucha menos pobreza de la que había hace 15 o 20 años y esto – en buena
medida gracias a tres décadas de crecimiento explosivo en China – es verdad.
Los que argumentan que una marea alta eleva a todos los barcos se preguntan a
qué viene todo este alboroto. El alboroto guarda
relación con tres de los temas que van a figurar este año en el orden del día
de Davos: lo perdurable de la recuperación económica, el cambio climático y el
abismo entre ricos y pobres. En la fase anterior a la crisis de 2007-2009, la
creciente desigualdad era compatible con la expansión gracias tan solo a
niveles cada vez mayores de endeudamiento personal. Desde el inicio de la
crisis, el tinglado ha seguido moviéndose gracias a un estímulo sin precedentes
de los bancos centrales. A corto plazo, la preocupación estriba en qué sucederá
en las economías, más frágiles, de los mercados emergentes a medida que la Reserva
Federal vaya restringiendo su programa de compra de activos. El proceso de
imprimir dólares llevó a que el dinero caliente saliera en tromba de los EE.UU.
hacia las divisas de mercados emergentes de mayores rendimientos; al
deshincharse el programa puede que veamos una nueva tromba.
Una preocupación a
largo plazo es que exprimir de manera prolongada los salarios reales
–intensificación de la tendencia del último cuarto de siglo – vendrá a suponer
que la gente pida más prestado para financiar sus hábitos de consumo justo
cuando la eliminación gradual del estímulo encarece los préstamos.
La segunda gran
cuestión, que ha quedado inactiva desde el comienzo de la crisis, es si el
actual modelo de crecimiento global es coherente con impedir que el planeta se
acabe friendo. Una recesión siempre relega las cuestiones ambientales en el
orden de la agenda y esta ha sido una recesión especialmente honda y dolorosa.
La falta de coordinación global y la (errada) creencia de que la fracturación
hidráulica (fracking) es la respuesta a las necesidades energéticas mundiales
no ha contribuido a mejorar las cosas.
Por último, está la
inclusividad. La recesión ha sido especialmente brutal con los jóvenes, muchos
de los cuales se encuentran sin empleo o desempeñando trabajos para los que
están sobrecualificados. En muchos países de mercados emergentes, la población
se vence del lado de los menores de 25 años, el grupo con mayores
probabilidades de emigrar o provocar disturbios sociales en el país. Los medios
modernos hacen evidentísima la sesgada distribución de la riqueza, el poder y
las oportunidades.
Tal como refiere el
informe de Oxfam: "Cuando la riqueza se apodera del diseño de las medidas
políticas, se retuercen las reglas para favorecer a los ricos, a menudo en
detrimento de todos los demás. Entre las consecuencias se cuentan la erosión de
la gobernanza democrática, la descomposición de la cohesión y la desaparición
de la igualdad de oportunidades para todos. A menos que se pongan en práctica
soluciones políticas audaces para frenar la influencia de la riqueza sobre la
política, los gobiernos van a actuar en favor de los intereses de los
ricos".
Sin duda, la línea de
Schwab sobre la desigualdad recibirá esta semana mucho apoyo en público. Habrá
asombro y nervios ante algunos de los hallazgos más sorprendentes del informe
de Oxfam, como que en los EE. UU. el 1% más rico ha acaparado desde 95% del crecimiento tras
la crisis financiera, mientras que el 90% de la base se ha vuelto más
pobre.
Pero no esperemos
mucho apoyo a ninguno de los remedios sugeridos por Oxfam: que las grandes
empresas dejen de recurrir a escondites fiscales para pagar impuestos; que los
líderes empresariales apoyen una fiscalidad progresiva, la cobertura universal
de sanidad y educación y un sueldo que alcance para vivir en todas las empresas
que controlan. Puede que los directivos presentes en Davos estén preocupados
por las repercusiones de la desigualdad, pero no están tan preocupados y no
están ni la mitad de preocupados de lo que deberían estar.
Schwab podría
hacerles la vida más incómoda a sus invitados poniendo nombre y apellidos a los
agresivos evasores fiscales y abochornándolos, dejando de invitarles a su
festejo de charlas. Con ello, sin embargo, quedarían muchas habitaciones libres
en Davos.
Por el contrario,
empresas como Google (facturación de 2012 en el Reino Unido: 3.000 millones de
libras esterlinas; beneficios en el Reino Unido: 900 millones de libras;
impuesto de sociedades: 11,6 millones de libras) pueden dárselas de buenos
ciudadanos globales. Este año los periodistas están invitados a una “charla
junto al fuego” con Eric Schmidt, como para mostrar que el presidente de Google
no es un magnate despiadado sino la reencarnación de Franklin Roosevelt. [1]
Nota de uso personal
– cosas que llevarse a Davos: botas, gorro de lana, guantes, bolsa para
vomitar.
Nota del t.:
[1] Se conocen como
charlas junto al fuego (fireside talks) las treinta alocuciones radiofónicas
que sobre los más diversos temas de actualidad dirigió Roosevelt al pueblo
norteamericano entre 1933 y 1944 en un tono familiar y con ánimo de pedagogía
política y gran eficacia para construir su imagen pública y difundir sus
medidas de gobierno.
Larry Elliott dirige
la sección de economía del diario británico The Guardian y es coautor, junto a
Dan Atkinson, de The Gods That Failed: How the Financial Elite Have Gambled
Away Our Futures (Vintage) [Divinidades fallidas: Cómo la élite financiera se
ha jugado nuestro futuro].
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón - Responder,
Responder a todos o Reenviar | TOMADO DE
ENVIO DE MAHA TMA
NOTA: NOS ROBAN A TODOS PARA DEPOSITAR PARTE DONDE ESTÁN LOS RICOS ?
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