Rafael Bautista S. Si la diplomacia abierta está
diseñada para el consumo informativo (pues algo se tiene que informar), la
política exhibida mediáticamente está concebida para moldear opinión pública.
Ninguna tiene, como misión, orientar y, menos, generar una relación crítica con
los hechos políticos (el nuevo circo romano es virtual); lo que se informa no
contiene nada que no sea lo permitido por la función asignada, es decir, lo que
se sabe es apenas lo que una administración selectiva de información permite
saber (este control, por supuesto, no es del todo perfecto; su éxito es
proporcional al grado de domesticación producida). La interpretación de los
hechos políticos es, de ese modo, circunscrita dentro de los márgenes
permisibles que establece un poder estratégico que sabe la importancia del
manejo de la información.
La diplomacia abierta es un concepto que sintetiza la visión
aristocrática de la democracia moderna: el pueblo no tiene por qué saber lo que
realmente está en juego. El pueblo obedece, no decide. Quienes deciden son los
protagonistas de la diplomacia profunda y son los artífices de la política
real. Lo que se ve es apenas el teatro mediático, la tragicomedia política;
pero la trama, el argumento y el meollo del asunto, no pueden exhibirse, ni
siquiera en el propio desenlace. Porque descubrir esto es revelar los
propósitos del nivel profundo y esto significa desenmascarar al poder detrás
del trono.
Hoy en día, la mediocracia ha monopolizado toda mediación
entre individuo y realidad, haciendo de la opinión pública su patrimonio
privado. La información se ha convertido en un recurso estratégico de control
político, haciendo de ésta la marca registrada de todo fenómeno comunicacional;
pero no es la información, en sí, lo que produce conocimiento, sino la reflexión
que tematiza el sentido que contiene la información; tampoco es el contacto
directo con los hechos lo que permite comprensión sino el tener perspectiva,
así como la objetividad no se mide por la neutralidad sino por los criterios
éticos que se asume. Entonces, para tener una visión clarificada de los
acontecimientos, hay que superar el cerco mediático y desenmarañar los
contenidos informativos que propaga la prensa y, de los cuales, ni ella misma
es consciente.
Lo que sucede en Brasil no puede sopesarse a partir de
lo que se exhibe mediáticamente; esa información sólo produce confusión y no
permite entrever lo que realmente está en juego. Las denuncias de corrupción
gubernamental es un teatro montado para los ingenuos en geopolítica, que es el
modo cómo se está definiendo la nueva reconfiguración global. En ese sentido,
la posible destitución de la presidenta Dilma no está lejos de todo lo que ha
venido aconteciendo desde el golpe en Honduras y Paraguay.
Bajo la nueva nomenclatura implantada por las guerras
de cuarta generación, un golpe de Estado puede ahora prescindir del uso de la
fuerza militar. El “impeachment” es una nueva modalidad del concepto de “golpe
suave”, que se impone el “smart power” como una forma de reducir las
expectativas democráticas de los pueblos, sin alteración del orden
constitucional y promovida por la propia institucionalidad democrática. Lo que
pareciera un contrasentido no es más que la constatación de una capitulación
jurídica que la izquierda continental no ha sabido tematizar.
Algo que la visión economicista de la izquierda
latinoamericana no entiende es que el neoliberalismo no es simplemente un
modelo económico. No es políticamente que el neoliberalismo penetra en nuestros
Estados sino jurídicamente. La doctrina del shock nos muestra cómo el dogma
neoliberal penetra en nuestras sociedades pero no nos enseña cómo llega a
encarnar en la estructura misma del Estado. Lo que sucede en Brasil es muestra
del modo cómo el régimen normativo de los Estados es capturado por el concepto
de derecho que patrocina la actual hegemonía financiera del dólar-centrismo.
Algo que el marxismo standard no ha llegado a
aclararse es que el capitalismo es imposible sin un marco jurídico que haga posible
el desarrollo de la lógica del capital. Marx mismo señalaba que, en realidad,
no vemos relaciones económicas sino, vemos estas relaciones en el espejo de las
relaciones jurídicas. Sin un derecho que justifique y legitime el robo y el
despojo (al ser humano y a la naturaleza) que son, en última instancia, el
contenido del concepto de riqueza moderna, el capitalismo sería imposible.
El régimen normativo que inaugura el derecho
moderno-liberal es lo contenido en la subjetividad moderna que promueve el capitalismo.
Desde Hegel, el derecho expresa la propiedad, como determinación de la libertad
del individuo moderno; es decir, el derecho moderno es concebido para la
defensa de la apropiación de lo que era común, por eso “lo privado” de la
“propiedad privada” es la “privación” que se hace a los demás de lo que era
común. Es un derecho pensado para los ricos. Si este derecho estructura el
régimen normativo de un Estado, entonces se entiende que ese Estado desarrolle
únicamente una política antipopular.
Por eso el neoliberalismo realiza un desmontaje del
carácter nacional de nuestros Estados y reconfigura nuestras constituciones a
merced del nuevo sujeto del derecho actual: el capital transnacional. Los
nuevos tratados comerciales, como la Alianza del Pacífico (extensión del Trans
Pacific Partnership o TPP, y del Trade In Services Agreement o TISA), son clara
muestra de ello, estableciendo una subordinación de los propios Estados a una
legislación global que protege a las empresas de todo reclamo de soberanía.
Nuestros gobiernos habían originado una recuperación
del carácter nacional de nuestros Estados, pero sin alteración del régimen
normativo que había implantado previamente el neoliberalismo. Ahora, cuando se
había logrado, aunque sea mínimamente, la estabilidad requerida para impulsar
las economías, es desde el propio sistema constitucional que se produce una
recaptura del poder. Otra vez, la izquierda entrega en bandeja de plata un país
a merced de un nuevo asalto conservador.
Algo que ya debía ser asunto de evaluación politológica es
la empecinada denuncia de presidencialismo que promovía la derecha continental.
Una de las premisas de la democracia neoliberal, inventada por los think tanks
gringos, es la distribución del poder político, recortando atribuciones
constitucionales que pudiese tener una cabeza –no disciplinada– gubernamental,
para desviarlo al legislativo sobre todo, donde es posible establecer la lógica
de los lobbies y, de ese modo, controlar siempre al ejecutivo. Esa es la
democracia gringa, donde el presidente no ejerce poder, simplemente lo
administra; por eso el voto es irreal, porque el presidente, aunque prometa
todo, no puede hacer nada, y el poder detrás del trono actúa cómodamente desde
las cámaras. Por eso, a este tipo de democracia le incomoda que un presidente
pretenda recuperar atribuciones constitucionales, desde las cuales pueda
promover una radical transformación del Estado.
Es curioso cómo las acusaciones de corrupción
gubernamental siempre aparecieron una vez que aparecía la predisposición de
realizar una “limpieza” estatal. Eso sucede en Brasil y es hasta titular en el
New York Times del 15 de abril: “ella no robó nada, pero está siendo juzgada
por una banda de ladrones”. Esta situación comienza desde que Dilma, el 2011,
efectúa “limpiezas” en organismos públicos.
Algo que es fundamental en la implantación del
neoliberalismo es la generación de una cultura de corrupción política, pues
sólo de ese modo pueden los mismos connacionales coadyuvar a un
desmantelamiento del carácter nacional del Estado. De ese modo la política se
convierte en subsidiaria de la economía: las empresas financian campañas
políticas y compran políticos para influenciar al propio poder político (el
poder de Eduardo Cunha en el Congreso brasileño –el principal impulsor del
“impeachment” contra Dilma–, proviene precisamente del poder que le brindan los
políticos favorecidos del montaje de corrupción que originó a través de
acuerdos con empresas ligadas al financiamiento de campañas y compra de políticos,
a cambio de favores e influencia legislativa para hacerse de contratos públicos
y estatales). El neoliberalismo no sólo promueve la desregulación bancaria sino
también la inmoralidad política. La política se vuelve administradora del poder
recortado que le otorga el poder económico. El Estado mismo se encuentra, una
vez desmantelado, a merced del ingreso que puedan proporcionarle sectores
empresariales.
Estos sectores se hallan, desde el neoliberalismo,
demasiado comprometidos con el dólar. De modo que sus intereses no encajan en
una recuperación del carácter nacional del Estado. Que Eduardo Cunha sea el
aliado principal del vicepresidente Temer, señala una orquestación congresal
que busca algo más que una simple destitución constitucional. Se trata de algo
que sólo puede hurgarse en la política profunda y que escapa a las
consideraciones meramente locales. Lo que está en juego en Brasil es el destino
mismo de Sudamérica; no porque en Brasil se dirima una fatalidad sino que el
desenlace del “impeachment” establecerá, en lo venidero, el derrotero
geopolítico de toda Sudamérica en el nuevo tablero geopolítico
multipolar.
La destitución de Dilma provocaría la sucesión
constitucional, es decir, la asunción a la presidencia de su vicepresidente
Temer, quien es el favorito, en esta contienda, de los intereses gringos. Temer
es la versión brasilera de Macri, cuya misión inmediata es, y así lo está
demostrando, reponer en Argentina una economía alineada a la hegemonía del
dólar. De ese modo se repondría el proyecto de las elites, que no es otro que
un neomonroeismo más implacable, en una situación global ya no tan halagüeña
para USA. No se trata sólo de destituir a Dilma sino de anular también a Lula,
para una re-cooptación absoluta de la economía del gigante sudamericano. Detrás
de todo el teatro mediático se encuentra la restauración neoliberal en
condiciones que ameritan la urgencia de USA por aislar a Sudamérica de la
influencia de China y Rusia y de toda opción que signifique, para nuestros
países, separarse de la hegemonía gringa.
El factor geopolítico viene por ese lado. Tanto USA como
Rusia ya han venido declarando su más que seguro abandono, no sólo de Siria
sino de todo el Medio Oriente. Esto supondría no sólo el desentenderse de los
conflictos suscitados allí sino el mudar el propio teatro de conflagración
geopolítica global a otra parte del mundo. USA concentra su poder bélico en el
Extremo Oriente, pero su más actualizado neomonroeismo está concentrando sus
esfuerzos en recuperar, lo que considera su continente, de toda influencia que
merme en algo su importancia. Desde la doctrina Bush, USA ha ido perdiendo
presencia en casi todo el mundo; el propio empecinamiento en Irak y Afganistán
le costó, entre otras cosas, perder su control sobre Sudamérica.
Tanto Ucrania como Siria han mostrado la fractura de
un mundo unipolar y que está propiciando una nueva guerra fría. Dos bloques
antagónicos se enfrentan en todo conflicto que persigue la reposición de un
mundo unipolar: por un lado USA, su brazo armado (la OTAN), su brazo político
(la Unión Europea), y su brazo financiero (la Banca israelí-anglosajona); por
el otro, los BRICS, además del Grupo de Shanghai, pero sobre todo Rusia y
China. Brasil forma parte de los BRICS y, una unión más estrecha entre Brasil y
China, supondría el fin de la hegemonía gringa en Sudamérica. La restauración
neoliberal en Brasil persigue la desconexión entre estos dos gigantes. Si
Brasil corre la misma suerte que Argentina, entonces el futuro del MERCOSUR, la
UNASUR y el ALBA se hallan seriamente comprometidos y nuestros países, que no
pueden vivir al margen de una integración económica, estarían a merced de los
tratados comerciales promovidos por el capital transnacional. La Alianza del
Pacífico ha sido diseñada para eso, pues dentro de la doctrina Obama, un punto
primordial es la contención de China. Si USA promueve esta contención en la
propia área de influencia de China, con mayor razón en lo que consideran los
gringos su backyard.
Para estos fines el Council of Foreign Relation o CFR
ha diseñado el concepto geopolítico de “North-America”, donde éste se expande
hasta Venezuela, como parte de un Caribe ampliado (que USA siempre consideró
como su Mar Mediterráneo). Este concepto establece la prioridad de contar con
los recursos naturales y energéticos que proveen las cuencas del Orinoco y del
Amazonas, como base material para garantizar la reposición de la supremacía
gringa en el continente. La anulación geopolítica de Sudamérica es esencial
para esta reposición. Esta fue la claridad que tenía el presidente Chávez (por
eso era urgente su desaparición). Ningún otro presidente, ni siquiera Lula, ha
mostrado consciencia de esta perspectiva geopolítica, necesaria a la hora de
ingresar de modo soberano a una nueva reconfiguración del tablero geopolítico
global.
Deshacer una integración regional sudamericana, de
carácter soberano, es fundamental para debilitar al BRICS, sobre todo a Rusia y
China, pues el cordón geoestratégico de las potencias emergentes tendrían que
recluirse al viejo continente, una vez rota la continuidad que proporcionaban
Sudáfrica y Brasil (desde Washington se orquesta las protestas estudiantiles en
Hong Kong, la desestabilización en Sudáfrica, también las protestas contra la
relección de Putin, así como la confabulación con la familia Saudí y la banca,
para bajar el precio del petróleo e implosionar las economías de Rusia, Irán y
Venezuela); desconectar a Brasil supone aislar a Sudamérica de la expansión del
pacífico y no permitir, bajo ninguna circunstancia, un ingreso en mejores
condiciones, de nuestra región, en la nueva cartografía tripolar
(USA-China-Rusia) que no conviene para nada a la supremacía gringa.
La carencia de una lectura global de un mundo en
transición nos hizo perder la gran oportunidad de consolidar un proyecto
regional cuando el Imperio estaba distraído en el Medio Oriente. La resistencia
de los pueblos de Irak, Afganistán, Siria, Irán, etc., nos había dado la
posibilidad de originar una primavera democrática en estos lados; pero el
exitismo de lo logrado, que no era sólo merito nuestro, ahora nos descubre en
una coyuntura ya no tan favorable, donde las dos más grandes economías de
Sudamérica se van inclinando por una nueva capitulación mucho más entreguista
que las anteriores. La colonialidad de nuestras elites, tanto económicas como
políticas y hasta culturales, sólo pueden manifestar un ánimo de resignación y,
aunque prodiguen un anti-imperialismo discursivo, esto sólo sirve para el
berrinche momentáneo y la inculpación unilateral hacia afuera (hasta para
admitir responsabilidades la izquierda sólo sabe mirar hacia afuera).
En esta coyuntura, donde la integración es más difícil
y el quedar aislados cancelaría lo propositivo de nuestras revoluciones, es
menester reponer de modo urgente las prerrogativas que pretendían una
integración política y económica, además de financiera, regional. Nadie se va a
salvar solo. La salida de esta emboscada no puede ser sino conjunta. Las
críticas al interior de nuestros procesos no pueden perder de vista que, lo que
está en juego, es la sobrevivencia misma de nuestros Estados. Si los gobiernos
muestran algo de sensatez al respecto, debieran ser los primeros en ceder su
exclusivismo e infalibilidad, para promover una nueva reconexión horizontal con
el carácter popular-democrático que habían inaugurado nuestros pueblos, sobre
todo indígenas. Una nueva integración no puede reducirse a lo meramente
comercial sino que debe proponerse en los términos geopolíticos de una
reposición geoestratégica de la región, para de ese modo permitirnos un ingreso,
en las mejores condiciones, en el nuevo tablero geopolítico global.
Así como las políticas que adopta Macri son
insostenibles, lo mismo sucedería con Temer en Brasil. El nuevo tipo de
acumulación financiera que orquestan los nuevos tratados comerciales es
decididamente más despiadada y solo puede conseguir los índices acumulativos
que se proponen, despojando todas las conquistas sociales logradas en este
periodo. Como en Argentina, lo que se produciría en Brasil es el caos (las
conquistas sociales, y hasta culturales, han constituido un nuevo sentido común
que será difícil anular). Pero este panorama no ensombrece las aspiraciones del
capital financiero, pues para las finanzas, el caos y la guerra constituyen
siempre oportunidades para generar ganancias espectaculares.
Si USA desiste del Medio Oriente, pues ya no puede
contrarrestar la superioridad bélica rusa, le resta asegurar su área inmediata
de influencia. Y si, para ello, promueve un concepto geopolítico de ofensiva
estratégica, como es el “North-America” ampliado, entonces la anulación de
Sudamérica supondría su balcanización. Esa es tristemente la constancia de toda
reconfiguración geopolítica: donde no haya integración regional sólo resta su
balcanización. Cuando todo se trata de sobrevivir –hasta de las potencias–, los
fuertes no hallan otra manera de hacerlo sino a costa de los débiles. Y los
débiles lo son porque, en semejante situación, anteponen sus particularidades y
no apuestan por su complementación. En un mundo compartido, nadie es independiente
del todo, ni siquiera los imperios; se es independiente en la medida en que se
toma conciencia del grado de dependencia que se tiene, de modo de aprovechar
esa dependencia (porque no es unilateral) y hacerla recíproca. La independencia
es subjetiva, es decir, es el tipo de relación que establezco, lo que define mi
condición.
Este panorama es también el que se viene definiendo en
las elecciones que se llevaran a cabo en USA. La favorita del poder financiero
y los lobbies es Hilary Clinton (a quien ya llaman “Killary”) y, si la nueva
administración gringa recae en la parte más conservadora, que ya no es sólo la
republicana, entonces la tercera guerra mundial pasaría a ser una opción
inevitable. La visión provinciana euro-gringo-céntrica de la diplomacia y la
política exterior del primer mundo no concibe un mundo compartido y esa
limitante sólo admite la posibilidad de la guerra.
Toda la propaganda actual está diseñada para legitimar
una situación límite. La develación de los “panamá papers” es una de las tantas
estrategias de la guerra financiera contra los enemigos del dólar. No en vano,
el consorcio que investiga estas cuentas off-shore es curiosamente patrocinado
por la CIA, la fundación Ford y la fundación Soros. La curiosa selectividad informativa
da muestras de una interesada pesquisa, donde aparecen personajes del “eje del
mal”, para darle más candela al asunto. Otra función más del circo mediático
que, pretendiendo defender la libertad y la legalidad, no hace otra cosa que no
sea recortar aún más la libertad global; porque esta operación no afecta al
sistema financiero, que necesita estos paraísos fiscales para, precisamente,
evadir las leyes estatales; esta operación sólo busca eliminar la competencia y
establecer como únicos paraísos fiscales a aquellos que se encuentran en las
jurisdicciones de USA, Gran Bretaña, Israel y Holanda, de ese modo, tener el
control total de todos los movimientos financieros globales, legales o
no.
La importancia geoeconómica de Sudamérica es clara
para las pretensiones del concepto “North-America”. Para una incorporación de
nuestra región, en condiciones prometedoras, a un mundo multipolar, se requiere
una apertura hacia el pacífico y una conexión estratégica –soberana– con el
gigante asiático. De modo aislado esto no es posible y esto lo saben los
gringos, por eso, anulando a Brasil se anula una apuesta conjunta. Sólo
regionalmente se estaría en condiciones de negociación favorable con alguna
potencia, de lo contrario, cualquier potencia sólo nos subsumiría en su
proyecto expansivo.
El concepto de “North-America” subyace al
disciplinamiento del Caribe, que empezó con el golpe en Honduras, la
incorporación del México neoliberal como garante energético de esta
restauración expansiva, la desestabilización de Venezuela, el golpe en Brasil,
la defenestración de Cristina Kirchner (cuando mostró su entusiasmo de que
Argentina formase parte del BRICS) y, hasta podría decirse: caen como anillo al
dedo, la derrota de la izquierda en Perú y el terremoto en Ecuador (¿habrán
estado activas las antenas del proyecto HAARP?). La actual guerra fría
financiera, tiene fines geoestratégicos contra el BRICS; y el interés por
reducir a Sudamérica en el concepto “North-America”, implosionando sus tres más
grandes geoeconomías (Brasil, Argentina y Venezuela), hace preocupante la
situación nuestra en esta encrucijada.
Sudamérica se encuentra polarizada entre lo que resta
del ALBA y el auspicio imperial de la Alianza del Pacífico. Si Brasil es
absorbido por la restauración neoliberal, su importancia como promotor de una
integración regional (cosa que, hay que decirlo, nunca se propuso de modo
decidido) habrá devenido en arrastrar a todos a la capitulación. El MERCOSUR
sería excluido por la Alianza del Pacífico y USA controlaría de nuevo todo para
su propio y exclusivo beneficio (el CAFTA ya está bajo su control). La fractura
geopolítica daría lugar a una situación de caos y desestabilización regional y
una posible balcanización.
Sudamérica sería el lugar de la definición geopolítica
global, donde el supremasismo gringo fundaría sus pretensiones de restaurar su
hegemonía única y la reposición de un mundo unipolar. Para ello cuenta con la
complicidad de las burguesías locales y todo el sistema financiero mundial, que
es capaz de colapsar cualquier economía vulnerable al patrón dólar. Ahora se
comprenderá por qué era urgente y necesario el funcionamiento del Banco del Sur
y la consolidación de una moneda regional. Sólo con la recuperación de nuestras
reservas internacionales podía haberse dado un impulso decidido a nuestra
independencia económico-financiera regional; esto involucraba la transformación
de todo el marco jurídico imperante (mercado-céntrico y dólar-céntrico), pero
eso fue, precisamente, lo que no fue posible para la perspectiva colonial de
nuestros gobiernos. Puede que sean anti-neoliberales, pero su perspectiva no es
post-capitalista. Por eso todo lo que han logrado se encuentra, ahora, a merced
y el disfrute de una restauración neoliberal.
La tecnocracia neoliberal, presente en los ministerios
del sector económico y financiero, son el caballo de Troya que no se supo
descubrir a tiempo (mientras Dilma era defenestrada, vía el gigante mediático
Globo, por su osadía de pronunciarse a favor de una independencia cibernética
de Brasil, cometía la imprudencia de confiar a Joaquim Levy –un funcionario del
FMI– las arcas de las finanzas brasileras, no haciendo otras cosa que
facilitarle su labor de sabotaje; lo que le valió después ser nombrado jefe
financiero del Banco Mundial). Como se dio cuenta el presidente Chávez –en el
caso de Libia–: nuestros propios gobiernos fueron los encargados en reafirmar
nuestra dependencia al sistema financiero, causante del actual e inminente
colapso económico global. Por eso el primer mundo, gracias a nuestra
dependencia, sigue estable, a pesar de su aguda crisis financiera. De las
guerras multidimensionales que emprende USA contra el BRICS, las guerras
geofinancieras son las que más éxitos le han deparado; no otra cosa significa
el espionaje cibernético de la National Security Agency a la PETROBRAS y que
hizo poner a Brasil de rodillas cuando develó sus cuentas secretas. También las
sanciones económicas contra países determinados le han sido más efectivas que
el poder militar.
¿Cómo salió de la recesión del 29 el posterior ganador
de la segunda guerra mundial, o sea, USA? La guerra ha sido siempre, en el
mundo moderno, el campo de oportunidades más apetecido del ámbito financiero.
Lo grave en nuestro presente es que una conflagración global entre potencias,
pasa por el uso de armamento nuclear. Pero hasta aquello entra en los cálculos
imperiales a la hora de promover el desarrollo de bombas atómicas tácticas, que
son municiones nucleares de pequeñas dimensiones, que se cree disminuyen los
riesgos del uso de arsenal nuclear de dimensiones mayores, sin tomar en cuenta
la peligrosidad que significaría la proliferación del uso masivo de estas armas
de carácter táctico.
El concepto de “North-America” es una clara respuesta
a la nueva visión estratégica que había nacido en la Escuela de Geoestrategia
del Brasil, el 2008, y que se expuso en la llamada “Estrategia Nacional de
Defensa”; tomando en cuenta los ámbitos nuclear, espacial y cibernético y
configurando dos áreas estratégicas: el Atlántico Sur y el Amazonas. Esta
estrategia ponía, como es debido, un interés detenido en los asuntos de
seguridad nacional y defensa. Esto, que debía haber sido promovido por la
UNASUR, en sus mejores momentos, ahora parece sólo constituir una anécdota.
Este año, Brasil anunció, por medio de su ministro de comercio, Armando
Monteiro, la aceptación de pagos, por parte de Irán, en divisas que no sean
precisamente el dólar, con el fin de eludir las sanciones económicas de USA. El
sistema financiero global puede aceptar el comercio sur-sur, pero si esto
involucra hacerlo al margen del dólar, entonces la reacción no se deja esperar.
La corrupción, el “impeachment”, la destitución de
Dilma, etc., son parte del circo montado para el gran público. Pero lo que se
apuesta en ese circo es otra cosa. El destino de toda Sudamérica está en juego,
mientras se incentiva, también mediáticamente, la desilusión y el desencanto de
nuestros procesos (que van más allá de los avatares de los circunstanciales
gobiernos). El desenlace de lo que suceda en Brasil, marcará la disposición
geoestratégica, ya sea de reclusión o expansión, del BRICS. Si Brasil cae, la
supremacía gringa tendrá una carta estratégica para enfrentar a las potencias
emergentes y contará, de nuevo, con nuestros recursos, para una nueva
reconquista del mundo.
La Paz, Bolivia, 27 de abril del 2016
Rafael Bautista S. es autor de “la Descolonización
de la Política. Introducción a una Política Comunitaria”. Dirige el “taller de
la descolonización” en La Paz, Bolivia
rafaelcorso@yahoo.com
ENVIADO POR RED FOROBA
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