El periodismo, una
vocación tan fuerte como la literatura
Aunque no llegaron al público de manera masiva, el Nobel
escribió cientos de artículos, columnas, crónicas y entrevistas que hoy muchos
de sus sucesores rescatan del olvido
Por Violeta Gorodischer
| García Márquez en la sala de redacción de El Espectador, en 1954.
Foto: Archivo / El Espectador
Relato de un náufrago o Noticia de un secuestro. Ésas suelen
ser las referencias casi obligadas al mencionar la obra periodística de Gabriel
García Márquez. Y no es que sea poco, claro está. Sucede que el "gran
resto", como dice su colega y amigo Héctor Feliciano, cientos de notas,
columnas, crónicas o entrevistas que Gabo escribió desde 1948, no llegaron a
nosotros de manera masiva. El célebre escritor colombiano fue reportero de
calle, cronista, columnista y corresponsal extranjero, pero hasta hoy, remarca
Feliciano, "sólo un puñado de lectores han leído sus artículos".
Tal vez por eso la monumental edición del libro Gabo
periodista, editado por la FNPI y aún inédito en la Argentina: una antología de
sus textos periodísticos seleccionados y comentados por nombres de la talla de
Juan Villoro, Jon Lee Anderson, Alma Guillermoprieto, María Elvira Samper,
Martín Caparrós y Gerald Martin, entre otros. "Para García Márquez, el
periodismo ha sido su vida tanto como la literatura. Contrariamente a lo que ha
ocurrido con otros escritores, el periodismo no agota y seca las cualidades
literarias del escritor colombiano sino que todo lo contrario, lo potencia y lo
acompaña forjándose", dice Feliciano en la introducción del volumen.
Esta historia comienza a sus 21 años, cuando el azar lo
llevó al diario El Universal de Cartagena de Indias. Fue allí, en pleno ajetreo
político de Colombia, cuando ese chico inquieto de pantalones de lino y camisas
con flores y tucanes empezó a llamar la atención, y no sólo por lo extravagante
del atuendo. "Los habitantes de la ciudad nos habíamos acostumbrado a la
garganta metálica que anunciaba el toque de queda", fue la frase con la
que desembarcó en el universo periodístico en mayo de 1948. Hacía muy poco
tiempo habían asesinado al candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, y de
ahí el periodo de violencia que sorprendió al joven Gabo en su segundo año de
la Carrera de Derecho. Con el cierre de la universidad y su traslado a
Cartagena, entonces, llegó lo que hoy muchos llaman su libertad y el abrazo a
la vocación verdadera. "El Bogotazo, una tragedia para Colombia, significó
para el joven García Márquez una paradójica liberación", escribe Héctor
Abad Faciolince.
De ahí en más, algo sería claro: ya no sería posible separar
la escritura periodística de Gabriel García Márquez de la política. Paradoja
para algunos, consuelo para otros, el momento más difícil en la historia de su
país daba lugar a la mejor pluma que tendría en años: "Una de las peores
tragedias nacionales tuvo para Colombia al menos una consecuencia feliz:
gracias a ella, el mejor escritor de nuestra historia abandonó los códigos y se
dedicó definitivamente a escribir", remarca Faciolince.
La posterior mudanza a Barranquilla y el contacto con El
Grupo que haría sede en el reducto conocido como La Cueva (Ramón Vinyes, José
Félix Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio y Alejandro Obregón, entre otros), daría
forma a las columnas tituladas "La Jirafa" de El Heraldo. Se abría
así la etapa de los Textos Costeños, aquellos en los que el futuro Nobel
hablaba con insólito desparpajo de vacas, de costumbres y de coloridos
personajes locales mientras el país ardía, haciendo, como dicen, del principio
de humor un principio de resistencia. "El Gabo tuvo la occurrencia de
recurrir al humor justamente porque venía de un país violento y represivo en el
cual la censura era el pan del día a día. El mamadero de gallo en los despachos
de Gabo (así es como le dicen los colombianos a su estilo de humor) le dio la
posibilidad de escribir sin castigo -a buenos entendedores pocas palabras-
salir al mundo, pulirse como periodista y como escritor, y desahogarse un poco
del clima tan asfixiante en su país y el mundo en esos momentos, en plena
Guerra Fría", plantea el periodista Jon Lee Anderson a LA NACION.
UN PERIODISMO MILITANTE
Llegarían luego más colaboraciones, y cuentos, y un largo
paso por El Espectador, que lo transformaría en uno de los críticos de cine más
importantes de su país.
Los años, la edad y la sumatoria de tragedias sociales
fueron afincando en él un estilo que, según su colega
Enrique Santos Calderón,
es un "periodismo militante".
La fundación de la revista Alternativa, en 1974, fue su
punto más alto. Recuerda Santos Calderón en el libro: "Gabriel García
Márquez acababa de recibir otro premio literario con 10 mil dólares y quería
consejos sobre cómo y a quién donarle esa plata en Colombia. Me sentí
halagadísimo cuando el autor de Cien años de soledad me llamó para preguntarme
si lo indicado sería entregarle ese premio a un comité de derechos humanos o de
presos políticos. Cuando le dije que en Colombia no existía una entidad de esa
índole, me contestó con desparpajo Caribe: Pues fúndala, no joda,
inventátela".
Santos Calderón asumió la tarea de reclutar a líderes y
organizaciones populares, y así nació el Comité de Solidaridad con los Presos
Políticos. Poco después aparecía la revista.
"Gabo aceptó con reticencias ser parte de Alternativa
porque estaba en una etapa muy politizada de su vida, como todos nosotros. Eran
comienzos de los 70. Pinochet había tumbado a Allende, los regímenes militares
se expandían por América latina, Vietnam ardía, en Colombia y por doquier se
vivía una agitación social permanente. García Márquez siempre ha sido un hombre
de izquierda y mal podía no participar en un proyecto periodístico que buscaba
la unidad de la fragmentada izquierda colombiana sobre la base de construir una
alternativa informativa pluralista y moderna. Con reticencias, porque
desconfiaba del sectarismo político y del canibalismo ideológico de los
movimientos revolucionarios del momento. Justificadamente, como se vio después
-detalla ahora a LA NACION Santos Calderón-. Alternativa, que sin pauta
publicitaria y contra viento y marea duró seis años, fue un hito en la historia
del periodismo colombiano. Demostró que se podía conectar con un lenguaje
diferente, con imaginación, humor, portadas irreverentes, investigaciones
serias, denuncias frontales de la corrupción y los abusos. Toda una generación
de periodistas que luego descollaron en diversos medios se formaron en nuestra
revista."
Aunque muchos señalaron cierto coqueteo de Gabo con el poder
(Jon Lee Anderson se explayó sobre esto en "El poder de García
Márquez", el perfil que escribió para The New Yorker) muchos otros
remarcan que de esa actitud se desprende, justamente, su genuino compromiso con
la realidad. "La relación con el poder que Gabo ha tenido a lo largo de su
vida -en su amistad con Fidel Castro, con Bill Clinton, con muchos otros
líderes latinoamericanos y de Colombia misma- no es algo que yo juzgo mal. Al
contrario, comparto personalmente la fascinación de Gabo con figuras del poder
porque la vida me ha convencido del efecto que un solo individuo puede tener en
una sociedad, para bien o para mal -plantea Jon Lee Anderson-. Es algo que ha
insiprado inmemorables textos de Gabo, tanto periodísticos como de ficción. Nos
ha dejado obras como El otoño del patriarca, la figura de Aureliano Buendía
misma en Cienaños de soledad; el Coronel, figuras inolvidables que han entrado
en el patromonio literario de la humanidad gracias a su obsesión, fijación o
fascinación -llámenlo como quieran- con el poder."
EL OTRO, ÉL MISMO
Lo interesante es que, en paralelo a su fructífero derrotero
periodístico, García Márquez jamás descuidó la producción literaria. Lejos de
potenciar una escritura en detrimento de otra, él supo complementar ambas a la
perfección. Fue así como en 1982, cuando ganó el Premio Nobel de Literatura, se
mantuvo leal a su costumbre: donar el dinero o asignarlo a algún emprendimiento
cultural. ¿La idea? Crear una revista que se llamaría El Otro, para la cual
recurrió a Tomás Eloy Martínez y a Rodolfo Terragno. "El nombre lo puso él
y me dijo, para mi asombro, que era un homenaje a Borges. Yo presumía que lo
despreciaba por reaccionario e imaginaba que su literatura le resultara
artificiosa y abstracta. Pero Gabo respondió que, si el diario iba a ser una
exaltación de la lengua, no se podía ignorar al escritor capaz de los adjetivos
definitivos: Borges habla del alfil oblicuo y el rey postrero. No se puede
decir más nada del alfil ni del rey", cuenta Terragno a LA NACION.
Aunque el proyecto nunca terminó de concretarse, de aquel
"periódico ficticio" nació una gran amistad. "Gabo me había
llamado de Estocolmo a Londres. Iba a dedicar el dinero del Nobel a fundar un
periódico y quería que lo hiciera yo. Él no me necesitaba a mí ni a nadie: hay
que leer «Entre cachacos» para comprobar que es un periodista imposible de
igualar -detalla Terragno-. Pero durante aquel llamado intentó fundar su
propuesta, inverosímil, diciendo que su idea era hacer algo como El Diario de
Caracas y Soledad Mendoza le había dicho que el artífice de ese diario había
sido yo, lo cual era también una desmesura."
Terragno asegura que los dos, los tres, en rigor de verdad,
veían al periodismo como una rama de la literatura y querían demostrar que las
noticias podían narrarse, haciendo de la escritura una obra de orfebrería
lingüística y, al mismo tiempo, siendo tan sencillos y claros como para llegar
a todos. "Creo que ninguno creyó en el fondo que íbamos a crear ese
diario. En Europa trabajamos mucho, analizando grandes periódicos, discutiendo
diseños y haciendo un libro de estilo. Un día Gabo me dijo: Quiero que vayas a
mi país y me cuentes cómo es. Él había organizado el diario allí con grandes
escritores y periodistas colombianos, pero me propuso que me quedara en Bogotá
para dirigirlo. Me negué, porque estaba resuelto a regresar a la Argentina, y
él aprovechó eso para decir algo que nadie creyó: que no hacía el diario porque
yo abandonaba. Sostuve que era una excusa y él dijo que, con tantas razones que
tenía para no hacer un diario, no necesitaba una excusa. De aquel periódico
ficticio quedó sólo nuestra amistad", sostiene Terragno con cariño.
ANIMARSE A SUBIR LA APUESTA
Uno de los giros decisivos de su carrera llegó en 1992,
cuando subió la apuesta y aceptó formar parte de QAP, un noticiero televisivo,
junto a la periodista María Elvira Samper. No sólo era accionista, era,
también, el espíritu de todo el proyecto.
Samper asegura que aquello eran como clases de periodismo,
que Gabriel García Márquez asistía a todas las reuniones y hacía de profesor
con los periodistas más jóvenes, acaso anticipando la Fundación que fundaría en
1994.
Muchas cosas pasaron durante los seis años que duró el
noticiero, que para sorpresa de muchos arrasaba con el rating de Colombia: la
fuga de Pablo Escobar, los momentos más críticos del gobierno de Gaviria y su
muerte, atentados con carros bomba, los racionamientos de energía, la elección
de Clinton, el golpe contra Carlos Andrés Pérez, la llamada guerra de los
Balcanes y el 5-0 de Colombia contra Argentina. "Fueron el proceso 8000 y
el juicio al presidente Ernesto Samper en el Congreso como consecuencia de la
financiación de la campaña por el Cartel de Cali la etapa más compleja y
difícil para el noticiero. La posición crítica que asumió, lo mismo que
declaraciones públicas de Gabo en las que expresó su malestar, fueron su
condena a muerte", señala María Elvira Samper.
"Éramos una fuerza pequeña contra la terrible fuerza
del Estado", resumió por su parte García Márquez en 1997, cuando el
noticiero tuvo que cerrar, debido a la ley que lo sometía a una nueva
licitación.
Claro que quedarse quieto no estaba en sus planes, y aunque
el noticiero no regresó Gabo sí lo hizo, con la revista Cambio, en 1999 y
nuevamente asociado con María Elvira Samper. Cada semana presidía la Junta de
Redacción en la que se decidían los temas de la semana. Si hoy los grandes
periodistas admiten haber tenido en su pluma la inspiración necesaria, muchos
recuerdan cómo, por aquella época, Gabo se transformaba en un periodista raso
que trataba de igual a igual a sus fascinados redactores. Fiel a su estilo,
pregonaba lo mismo una, y otra, y otra vez: la idea de que no había que
callarse nada, que era prioritario usar el periodismo como un campo de batalla
desde el cual trabajar con la pluma, pero también con las verdades, las
denuncias y las más radicales opiniones políticas. "Cambio se había vuelto
demasiado incómoda para Uribe", asegura Samper. De ahí el cierre de la
publicación y el parate periodístico de sus hacedores.
Poco tiempo antes, Gabriel García Márquez había dado un
discurso ante la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) que pasaría a la
historia. En él, hablaba de la tarea de ser periodista, aseguraba que la mejor
noticia del mundo no es siempre la que se da primero sino, muchas veces, la que
se da mejor. "El mejor oficio del mundo", fue el título que eligió
entonces. Hasta hoy, lo seguimos honrando. TOMADO DE LA NACION DE AR
No hay comentarios:
Publicar un comentario