Yacyretá e Itaipú y
el valor del contenido ético del derecho internacional público
Por Gustavo de Gásperi La ética es una rama de la filosofía
que estudia la moral (o las morales) que tiene por objeto aquellos actos que el
ser humano realiza de modo consciente y libre, sobre los que ejerce un control
racional y emite un juicio sobre estos que permite determinar si ha sido bueno
o malo. Es un problema del hombre y su conciencia que no depende de la religión,
si bien, ellas, las religiones, tratan de ubicarse encima del hombre y sus
razones.
Los Tratados Internacionales, todos ellos, se rigen por la
Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados, que contiene las normas
aceptadas por las naciones que a su vez rigen los acuerdos celebrados entre
ellas. Paraguay y Argentina ya están en la etapa de revisión del Anexo C del
Tratado de Yacyretá que es casi copia del de Itaipú, y como ambos tratados
regulan la misma materia, la transformación del agua del río Paraná que separa
a las tres naciones, es posible pensar que Itaipú es un preámbulo del Tratado
de Yacyretá. Difícilmente cualquier interpretación pueda apartarse de este
hecho, si bien la conducta pudo diferir desde la celebración hasta su aplicación
a través de los años.
El acto de celebración y sus antecedentes tienen mucha
importancia, porque si la conducta posterior proyecta su luz a los inicios de
los acuerdos, estos quedan al alcance de una interpretación del origen, y
viceversa puede ocurrir que el resultado del análisis excluya el consentimiento
inicial de los actos posteriores y restrinja, limite las responsabilidades a lo
acontecido después de la celebración. Por ejemplo, el dolo en la celebración de
un tratado puede darse si un Estado demuestra que ha sido inducido a celebrar
el Tratado por la conducta fraudulenta del otro Estado. La corrupción del
representante de un Estado, al tiempo de la celebración, puede ser invocada
como vicio del consentimiento por el otro cuyo representante fue corrompido.
Las normas imperativas de derecho internacional general
pueden ser examinadas al tiempo de la celebración del Tratado para determinar
si alguna de las normas del acuerdo entre las naciones se opuso a ellas, o
puede sobrevenir tal examen posteriormente si surge una nueva norma imperativa
que esté en oposición al Tratado.
En el Paraguay es corriente que la opinión pública impute de
corrupción a los que firmaron o intervinieron en la celebración del Tratado y
también es corriente que se impute a los vecinos su conducta posterior a la
celebración por haber extremado las asimetrías inicialmente consentidas como
medio de facilitar los acuerdos, pero no queridas como modelo constante. Esto
comprende la alternancia de la administración o la apabullante hegemonía de los
vecinos sobre el Paraguay, tremendamente sumergido en una pobreza
injustificable.
Si bien la celebración de los Tratados configuraron pasos en
el rumbo del progreso, el resultado fue de un aprovechamiento inicuo de las
circunstancias, lo que permite inferir la existencia de un enriquecimiento
ilícito de los vecinos que recibieron todo lo que debió recibir el Paraguay en
virtud del Tratado, menos un mendrugo de pan que llaman regalía o compensación
por la cesión de la energía que el Paraguay no estaba en condiciones de
explotar. Todos sabían lo que habría de ocurrir y utilizaron palabras como
disfraz de la miseria.
Las aguas del Paraná, que algunos dicen: “el Paraguay solo
aportó el agua”; pero en la visión retrospectiva de los hechos está demostrado
por un economista sabio, casualmente paraguayo, Eliseo da Rosa, que reside hace
más de 60 años en los Estados Unidos, que escribió hace ya años sobre la
rentabilidad de las aguas en la producción de energía, y explicó que “agua es
sinónimo de renta”, máxime si se analiza el costo en relación con los demás
medios de producción de tal energía. Los vecinos llevaron el agua... y la
renta.
Los Tratados contienen cláusulas en que se alude a las
ganancias eventuales que deberán permitir el pago de gastos de ambas naciones,
pero al celebrar posteriormente el Anexo C se estableció que “no hay ingresos por
encima del costo”, se limitaron taxativamente los gastos que serían reconocidos
y con ello justificaron que el grueso de la producción de energía se fuera a
servir en sus territorios a sus habitantes, dejando al Paraguay morder el
mendrugo de su absurdo porcentaje, sin perjuicio de buscar mantener contentos a
los administradores de turno.
El Paraguay sigue siendo pobre, muy pobre, y por más
esfuerzo que algunos gobernantes pudieran querer poner, no hay forma de lograr
un destino mejor para ellos, aunque rompamos la alcancía de barro de Areguá en
que guardamos nuestros Tesoros. ¡Muchos quieren romperla!
Aquellos paraguayos que no quieren ver la gravedad del
momento y la responsabilidad de quienes conducen el destino de la Patria deben
quedar advertidos, porque ni los hombres responsables ni la opinión pública
permanecerán de brazos cruzados a la espera de que un milagrero de barrio
quiera ponerse de acuerdo con los vecinos para prolongar el estrangulamiento de
las esperanzas del pueblo.
La buena fe tiene que estar en todos, y para todos. Esto es
ética. TOMADO DE ABC DE PARAGUAY
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