Ciclones a la vista La
temporada ciclónica del 2015 comienza el próximo lunes primero de junio en la
cuenca del Atlántico tropical, bajo los augurios de manifestarse menos activa
de lo normal
Autor: Orfilio Peláez | Pinar del Río es la provincia más
azotada en Cuba por los ciclones tropicales. La gráfica muestra las notables
inundaciones ocurridas en ese occidental territorio durante el paso del huracán
Ike en septiembre del 2008. Foto: Jorge Luis González
La temporada ciclónica del 2015 comienza el próximo lunes
primero de junio en la cuenca del Atlántico tropical (incluye también el golfo
de México y el Mar Caribe), bajo los augurios de manifestarse menos activa de
lo normal. Según coinciden las predicciones emitidas por diferentes centros
meteorológicos foráneos y el de Cuba, el número total de organismos con nombre
debe ser inferior al promedio histórico anual, cuyo rango oscila entre 10 y 12,
en dependencia de los años seleccionados para el análisis. El motivo fundamental
obedece a la presencia de un nuevo evento El Niño/Oscilación del Sur (ENOS) en
el océano Pacífico ecuatorial centro oriental, que de acuerdo con lo sugerido
por los modelos continuará su desarrollo en los venideros meses. De manera
general, el ENOS tiende a deprimir la actividad ciclónica en nuestra área
geográfica, pues genera fuertes vientos del oeste en la atmósfera superior
(cizalladura vertical), capaces de entorpecer en gran medida el surgimiento e
intensificación de estos fenómenos naturales, al impedir que la energía pueda
concentrarse en la columna de aire en la altura. Como plantea el doctor en
Ciencias Ramón Pérez Suárez, investigador del Centro del Clima del Instituto
de Meteorología, ello no anula la probabilidad de que una tormenta tropical o
huracán puede afectar al país, de ahí la necesidad de mantener la vigilancia y
aplicar a tiempo las medidas destinadas a proteger la vida, y los bienes de la
economía y las personas. Resulta oportuno mencionar que los pronósticos
estacionales referidos a vaticinar el comportamiento de la temporada tienen el
valor científico de ofrecer una visión aproximada de cuántos organismos
pudieran haber en la región, pero aún distan de ser útiles para el trabajo
operativo de los especialistas, al no poder señalar con antelación cuándo y por
dónde pasará un ciclón. El desarrollado en el Instituto de Meteorología
comenzó a emitirse oficialmente a partir de 1996 y sus autores son las doctoras
Maritza Ballester, Cecilia González y el doctor Ramón Pérez. RETRATO HABLADO
Ciclón tropical es un término genérico empleado para
designar los centros de bajas presiones que aparecen sobre las cálidas aguas
marinas de la zona tropical o subtropical, alrededor del cual los vientos
giran en sentido contrario a las manecillas del reloj en el hemisferio norte. Suelen
estar acompañados por una extensa área de nublados con lluvias, chubascos y
tormentas eléctricas, que puede cubrir hasta 800 kilómetros o más en casos
excepcionales. Así la influencia de los efectos no queda reducida al punto de
localización geográfica en el mapa. Pueden
originarse en el seno de una onda tropical, en la porción sur de un frente
frío, en la zona de interacción de un frente frío con una onda tropical, o
dentro de agrupaciones nubosas concentradas, donde haya inestabilidad en la
atmósfera. La mayoría de los investigadores vinculados al tema plantean que
existen al menos tres condiciones básicas para que los ciclones surjan y se
desarrollen. Ellas son la persistencia por varios días de un área de tiempo
perturbado, que la temperatura del mar tenga valores iguales o por encima de
26,5 grados Celsius, desde la superficie hasta una profundidad de al menos 45
metros, y el predominio de vientos débiles y sin cambios notables de dirección
y velocidad (baja cizalladura) en la atmósfera superior. Cuando entran en
tierra firme casi siempre pierden fuerza con rapidez al privarse de la energía
que les brinda el océano, y a causa del efecto de la fricción del viento sobre
la topografía del terreno, más acentuado si transitan por zonas montañosas. En
los últimos años cobra fuerza entre los científicos el criterio de que la
presencia del Polvo del Sahara es un factor adverso al desarrollo de la
actividad ciclónica en la cuenca del Atlántico. Al respecto, el doctor en
Ciencias Físicas Eugenio Mojena, de la sección de Satélites del Centro de
Pronósticos del Instituto de Meteorología, manifestó a Granma que en su avance
sobre el océano, las nubes de polvo conforman una masa de aire caliente y seca
con bajos valores de humedad relativa, disminuyen la temperatura superficial
del mar e incrementan la cizalladura vertical del viento. Lo anterior crea un
ambiente sumamente hostil para la formación de los organismos tropicales.
Acerca de los ya existentes, la entrada de gran cantidad de polvo a la
circulación del ciclón y a las bandas espirales reduce la producción de lluvia,
y con ello la liberación de calor que es su fuente de energía primaria,
debilitándolos en muchas ocasiones o limitando las posibilidades de
fortalecerse. Tomando en cuenta la intensidad de los vientos máximos sostenidos
promediados en un minuto, los ciclones tropicales se clasifican en depresión
tropical (inferiores a 63 kilómetros por hora), tormenta tropical de 63 a 118
km/h, y huracanes cuando son iguales o superiores a los 119 km/h. Para el caso
específico de los huracanes existe la llamada escala Saffir-Simpson, que los
divide en cinco categorías. Son de categoría 1 aquellos cuyos vientos máximos
sostenidos permanecen en el rango de 119 a 153 km/h; categoría 2 de 154 a 177;
categoría 3 entre 178 y 208; alcanzan la 4 de 209 a 251, y la 5 a partir de los
252 km/h. Visto en términos de daños, un sistema de menor fuerza puede
ocasionar afectaciones severas en dependencia de las vulnerabilidades y
características particulares del lugar por donde pase, velocidad de traslación,
radio de influencia y los acumulados de lluvia que produzca. La etapa más
activa de la temporada ocurre desde mediados de agosto hasta la tercera decena
de octubre. Históricamente el décimo mes del calendario representa el de mayor
peligro de azote directo a Cuba, aunque en las últimas dos décadas no se ha
comportado así, con la excepción del huracán Sandy en el 2012. En el caso
particular de junio la zona de formación de más interés para Cuba es el mar
Caribe occidental. Generalmente los originados en esa área se mueven en
trayectorias próximas al norte, lo cual determina que las provincias de Pinar
del Río, Artemisa, La Habana, Mayabeque, Matanzas y el Municipio Especial de
Isla de la Juventud, sean las más expuestas al impacto de algún ciclón
tropical. Una peculiaridad de la cercana temporada es que como ya hubo un
organismo extemporáneo surgido el pasado 7 de mayo (la tormenta tropical Ana,
considerada la primera del año), el siguiente en aparecer se llamaría Bill. La
lista de nombres aprobada para el 2015 por el Comité de Huracanes de la IV
Región de la Organización Meteorológica Mundial, a la cual Cuba pertenece, la
completan Claudette, Danny, Erika, Fred, Grace, Henri, Ida, Joaquín, Kate,
Larry, Mindy, Nicholas, Odette, Peter, Rose, Sam, Teresa, Víctor y Wanda. Más
allá de cuántos puedan surgir, lo fundamental radica en estar siempre
preparados. De ello dan fe las 68 estaciones del servicio meteorológico cubano,
la red nacional de radares y el reconocido capital humano disponible en el
sector, maquinaria que junto a la Defensa Civil, ajusta cada eslabón para
enfrentar cualquier eventual amenaza desde ahora y hasta el 30 de noviembre.
TOMADO DE LA GRANMA DE CUBA
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