Qué está pasando con la producción agropecuaria ¿?
Una cosecha para pocos
Ni el boom exportador prometido ni la recuperación generalizada
para todo el agro. Apenas un puñado de grandes productores se beneficiaron con
la actual política.
Por Martín Burgos y Javier Rodríguez
Producción: Javier Lewkowicz
El “boom” que no fue
Por Martín Burgos *
Portado por la cruzada contra las retenciones móviles,
ligado al mito del centenario y su inserción en el mundo, el gobierno tuvo como
uno de sus principales objetivos de política económica lograr un “boom
exportador” que le permitiera al país dejar atrás 70 años de decadencia
industrializante.
A poco de empezar la campaña electoral, los tres años de
gestión obligan a realizar un balance comparando lo prometido con lo logrado en
el sector agropecuario. Empezando con los datos de exportaciones de alimentos,
vemos que estas se sitúan en 35 mil millones de dólares anuales desde 2014,
siendo ese año levemente superior por efecto de los precios internacionales de
la soja (37 mil millones), y 2018 levemente inferior debido a la sequía (31 mil
millones). Pero lo destacable es que no se percibe ningún dato relevante en la
balanza comercial de alimentos que nos permitan hablar de cualquier “boom
exportador”.
Lo que sí es notable es el incremento singular de las
importaciones de 1,6 mil millones de dólares en 2014 a 4,4 mil millones de
dólares en 2018. Estas importaciones crecientes hacen que la balanza comercial
de alimentos no dejó de deteriorarse hasta alcanzar un piso en 2018. Por lo
tanto, no sólo no tuvimos “boom exportador” de alimentos sino que incluso
podemos hablar de un “boom importador” que afectó en primer lugar la industria
que le agrega valor a los productos agropecuarios.
Entre los ejemplos de ese “boom importador” se encuentran el
incremento de las importaciones de carnes y preparación de carnes (136 a 300
millones de dólares entre 2014 y 2018), de frutas (304 a 320 millones de
dólares), de bebidas (71 a 138 millones de dólares) o de cereales (14 a 32
millones de dólares).
Pero la explicación principal de ese crecimiento se explica
por las importaciones de soja de 76 millones a 2572 millones de dólares. Entre
los orígenes más destacados se encuentran Paraguay y Estados Unidos, que
conocieron un pico en 2018 por la sequía y la guerra comercial entre China y
Estados Unidos. Si bien esta soja se transforma y luego se reexporta bajo la
forma de aceite y harina, tampoco se destaca un incremento de las exportaciones
de aceite sino que salvo en el año 2016, las exportaciones siempre se ubicaron
por debajo de 4000 millones de dólares e incluso debajo de los 3000 millones de
dólares en 2018.
La explicación de esos resultados, más allá de
circunstancias climáticas y externas, son las políticas que se tomaron en este
tiempo. Si bien la eliminación de retenciones de 2016 modificó la ecuación
económica favoreciendo al maíz y al trigo, el incremento de los costos
(alimentos para animales, tarifas, nafta) no siempre fue favorable al
incremento del valor agregado. Por otra parte, las retenciones indiferenciadas
entre poroto, aceite y harina provocaron la pérdida de competitividad de la
parte industrial de la soja. En cuanto a las últimas negociaciones comerciales
entre Brasil y Estados Unidos, es muy probable que afecten la exportación de
trigo hacia nuestro vecino. En esto, el error estratégico del gobierno fue
menospreciar la importancia de la integración regional, en particular del
Mercosur, frente a competidores externos.
Este conjunto de políticas sectoriales se articularon con un
modelo económico insustentable que al quedarse sin financiamiento externo
terminó en la fuerte crisis del año pasado. Como suele ocurrir, “una buena
cosecha” no garantiza la salvación del modelo económico. Al contrario: el
modelo económico en su agonía requiere de cada vez más recursos, y el gobierno
no dudó en buscarlos en un aumento de las retenciones a las exportaciones.
La situación que estamos viviendo es que la actual
restricción externa le da al sector agropecuario una relevancia que hasta ahora
no había tenido en el modelo económico, principalmente porque la deuda externa
proveía los dólares necesarios. La liquidación de la cosecha para reforzar las
arcas del Banco Central se volvió fundamental, pero enfrenta dos problemas: por
un lado, la lógica decisión de muchos sojeros de retener su cosecha esperando
un (probable) salto del tipo de cambio. Por otro lado, su propia política de
extender los plazos de liquidación de exportación.
* Coordinador del Depto. de Economía Política del CC de la
Cooperación.
Engañoso crecimiento
Por Javier Rodríguez
Los últimos datos oficiales evidencian un deterioro
importante en el desempeño de la economía argentina. El estimador mensual de la
actividad económica mostró para diciembre último una caída interanual del 7 por
ciento. El desempleo aumentó, el poder adquisitivo de los salarios se redujo
fuertemente. La producción industrial cayó más de un 10 por ciento, mostrando
una profunda crisis sectorial.
En este contexto, el Gobierno intenta presentar buenos
resultados en algún sector productivo y por eso se centra en resaltar un
desempeño positivo en el sector agropecuario. Con este objetivo publicita
ampliamente que este año habrá una cosecha récord de granos. Se refieren
únicamente a una parte del sector agropecuario, la de la producción de cereales
y oleaginosas: esperan que eso sea percibido como que todo el sector
agropecuario se encuentra en una muy buena situación. Pero el panorama es muy
distinto cuando se analiza qué sucede con el conjunto de los que producen en el
agro.
En efecto, un conjunto muy variado de productores
agropecuarios está sufriendo una profunda crisis. Las medidas adoptadas por el
gobierno de Macri impactaron de manera directa en los costos de las
producciones que utilizan a los granos como insumo. Así, actividades de mayor
valor agregado como la producción tambera, porcina y avícola perdieron
rentabilidad ante el aumento del maíz. A ello se le agregó el marcado aumento
del combustible junto con la retracción de la demanda, producto de la caída
generalizada del poder adquisitivo de los salarios. También afectó
negativamente el encarecimiento del crédito. En algunos casos, en esos
contextos tuvieron que soportar además una indiscriminada apertura importadora.
Los resultados son categóricos en el caso de la
lechería: la producción cayó en 2016 un 14,7 por ciento y ese bajo nivel de
producción se mantuvo. En 2018, la producción de leche fue un 12,7 por ciento
menor que la de 2015. Producto de la pérdida de rentabilidad, el cierre de
tambos fue un proceso que durante los tres años del gobierno de Macri se
profundizó e intensificó. En 2018, el 4,4 por ciento de los tambos más chicos
debieron abandonar la producción, según datos del Senase.
En el caso de las producciones regionales, la situación más
dramática se da en el caso de peras y manzanas, pero no es el único. A los
factores ya mencionados se le sumó la importación. En el Alto Valle, el
abandono productivo de fincas se multiplicó. En el caso de la vitivinicultura,
las importaciones de vino a granel impactaron –dada la desregulación del
complejo productivo– en menores precios pagados al productor y, con ello, en
caída de la rentabilidad.
Otros casos como la horticultura también atraviesan una
situación complicada como consecuencia de los factores explicados a lo que se
le suma el abandono de las políticas de apoyo e impulso a la agricultura
familiar, plasmada en la discontinuidad de los programas específicos junto con
el desmantelamiento de las áreas de apoyo técnico a la producción.
En esta breve revisión de las situaciones presentes en
el agro, llegamos así a la producción de granos. Como en los otros casos, se
quitaron o redujeron los derechos de exportación, pero el año pasado se los
reimplantó de manera generalizada. Con la quita o reducción de los derechos de
exportación y luego su reinstalación y aumento, en el medio “se perdió” todo el
sistema de reintegros que implicaba que el pequeño y mediano productor pagara
proporcionalmente mucho menos (incluso cero en algunos casos) que aquellos que
producen en grandes superficies. Los productores pequeños y medianos van a
pagar este año más retenciones que las que pagaron en 2015, mientras que los
que manejan altos volúmenes, menos.
Las medidas derivaron en una mayor rentabilidad
inicial en la producción de estos granos. Esa mayor rentabilidad no implicó un
aumento en el ritmo de crecimiento de la producción. En efecto, mientras que en
el período 2003-2015 la superficie con cereales y oleaginosas creció a una tasa
anual acumulada promedio del 3,2 por ciento, ese valor no aumentó durante el
gobierno de Macri. La causa, probablemente, haya que buscarla por el lado del
fuerte aumento de la tasa de interés para las colocaciones financieras. En ese
contexto, publicitar que la cosecha será un récord es cuanto menos engañoso, ya
que el ritmo de crecimiento no es para nada excepcional.
* Doctor en Economía, profesor UNLa y UBA, investigador del
Ceset.
Tomado de pagina 12 de ar
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