Una visión desde el psicoanálisis sobre el ascenso de las
derechas
Los nuevos modos del fascismo en las democracias
occidentales
El fascismo actual no es igual al que existió tras la
Primera Guerra Mundial. El rasgo común es la xenofobia y la defensa de formas
autoritarias. Pero el de ahora es una respuesta a la crisis del capitalismo
tardío, no para superarlo, sino para afirmar las condiciones de sometimiento.
Debemos reconocer que el fascismo está de regreso. Con esta
afirmación consideramos los modos del fascismo en las democracias occidentales
que en la actualidad no reproducen aquel que existió luego de la primera guerra
mundial. Designamos con el termino “modos del fascismo” al ascenso de las
derechas radicales en diferentes partes de Europa y América. Un rasgo común,
desde los movimientos neonazis a los diferentes partidos de la derecha, es la
xenofobia y la defensa de formas autoritarias. Creemos que no es posible
asimilar las características disímiles de todos estos grupos con una palabra
como “posfascismo” o “neofascismo” ya que su particularidad es responder desde
el fascismo de las diferencias a la crisis que genera el capitalismo tardío;
pero no para superarlo, como en los fascismos clásicos, sino para afirmar las
mismas condiciones de sometimiento.
El fascismo clásico: la búsqueda de una comunidad
homogénea
“Todos somos nacionalsocialistas –siguió diciendo–; somos SS
al servicio de nuestro Volk y de nuestro Führer. Les recuerdo que Führerworte
haben Geserzeskraft, la palabra del Führer tiene fuerza de Ley. No tienen que
caer en la tentación de ser humanos”... “Los judíos a quienes hay que ejecutar
son unos asociales que no valen nada y que Alemania no puede tolerar. Incluiremos
también a los pacientes de los manicomios, a los gitanos y cualquier otra
persona que no valga lo que come. Pero vamos a empezar por los judíos.”
Jonathan Littell, Las Benévolas
El ascenso del fascismo tiene lugar en Europa durante las
décadas de 1920 y 1930. Después del colapso del orden liberal y ante el avance
de las fuerzas revolucionarias socialistas que habían triunfado en Rusia, se
presenta como una alternativa que anunciaba la utopía del “hombre nuevo” que
iba a reemplazar las democracias liberales decadentes para defenderlas de la
barbarie “judeo-comunista”. Mussolini anunciaba el renacimiento del Imperio
Romano y Hitler el advenimiento de un nuevo Reich que duraría mil años en la
que el pueblo, el Volk alemán, viviría en una fraternidad social.
Una de las bases del fascismo clásico es el antisemitismo.
El odio a los judíos es su razón de ser. Pero no ya un antijudaísmo basado en
los prejuicios religiosos, sino en un antisemitismo sostenido en el positivismo
biológico que establecía que los seres humanos se dividían en razas superiores
e inferiores. En Francia, desde el affaire Dreyfus, importantes sectores de la
población se convirtieron en antisemitas; en Alemania era el eje de la visión
nacional-socialista; la Italia fascista en un comienzo le dejaba al Vaticano el
monopolio del antijudaísmo hasta que Mussolini promulgó en 1938 una legislación
racial antisemita. En España, donde ya no había judíos, pues habían sido
expulsados por la Inquisición, la propaganda franquista agitaba la relación
entre los judíos y los “rojos” enemigos del nacional-catolicismo. Pero debemos
destacar que en Europa y gran parte del mundo occidental, el antisemitismo
fundado en las ciencias positivistas tenía una gran legitimidad. Este llevaba a
procesos de subjetivación que producían efectos en las diferentes culturas
nacionales desde múltiples variantes. Lo que agitaba el fascismo era que los
judíos debían ser considerados socialmente extranjeros para las naciones
europeas. Además debía considerarse que su inteligencia los había puesto en el
centro del capitalismo donde su racionalismo calculador los llevaba a destruir
las viejas culturas a través de la revolución socialista. De allí que el
fascismo es una respuesta del gran capital ante la crisis capitalista que no se
sentía defendido por las instituciones liberales democráticas. El fascismo es
racista por definición: su objetivo es afianzar el miedo al diferente. De esta
manera lleva a cabo una estatización de la vida económica, política, social y
cultural. Ésta se sostiene en un gobierno totalitario donde predomina la
adopción de uniformes, el lenguaje militar y el uso de los símbolos patrióticos
para adoctrinar a la población.
Umberto Eco afirma que la palabra “fascismo” se fue
convirtiendo en una sinécdoque que se usa para disímiles manifestaciones de
totalitarismo, tanto en Europa como en América. En 1995 escribe un texto donde
describe 14 características de lo que llamó “el Fascismo Eterno”. Esto no
significa que todas ellas puedan organizarse en un sistema; pero basta que una
de ellas esté presente para permitir que el fascismo se desarrolle. Vamos a
enunciarlas: 1°) El culto a la tradición; 2°) El rechazo a lo moderno; 3°) El
culto de la acción por la acción: “La acción es hermosa en sí misma y debe ser
llevada cabo sin cualquier reflexión previa. Pensar es una forma de
castración.” Un fascista autóctono, el militar Aldo Rico que organizó un golpe
contra el gobierno de Alfonsín, decía “que la duda es una jactancia de los
intelectuales”; 4°) El desacuerdo es una traición; 5°) Miedo a la diferencia;
6°) Apelación a la frustración social: “Una de la características más típicas
del fascismo histórico fue el llamado a una clase media frustrada, una clase
que sufre de una crisis económica o sentimientos de humillación y que está
asustada por la presión de grupos sociales más pobres”; 7°) La obsesión con una
conspiración: “La forma más fácil de resolver la conspiración es apelar a la
xenofobia”; 8°) La humillación por la riqueza y la fuerza de sus enemigos; 9°)
El pacifismo es el comercio con el enemigo; 10°) Desprecio por los débiles;
11°) Todo el mundo es educado para convertirse en héroe; 12°) Machismo y
militarismo; 13°) El populismo selectivo; 14°) El Fascismo Eterno habla una
especie de neolengua: “Todos los libros escolares nazis o fascistas utilizaron
un vocabulario particular.”
Si bien estas características que resume Umberto Eco definen
con claridad el fascismo clásico, hay un aspecto que nos interesa destacar: su
concepto de comunidad; ya que nos permite entender los modos actuales del
fascismo en las democracias occidentales.
En el año 1930, cuando el fascismo todavía era un proyecto
que se estaba afirmando, Georges Bataille escribió un texto muy poco conocido
donde desarrolla este tema: El Estado y el problema del fascismo. Sus
reflexiones no se ocupan tanto de la violencia o de la administración estatal
del exterminio, sino sobre el proyecto comunitario que propone el fascismo.
Allí sostiene que su expansión se explica por proponer un programa para la
comunidad; su triunfo es el de representar a los descontentos para ser la
expresión política de una comunidad que se piensa acabada y homogénea. Para
Bataille, la homogeneidad consagrada en las sociedades fascistas no es sino el
efecto de una heterogeneidad vivida como imperfección y carencia. La necesidad
de asimilar, primero y de eliminar después lo heterogéneo es lo que se impone
en la comunidad heterogénea: “solo el rechazo de las formas miserables tiene,
para la sociedad homogénea, un valor constante universal”. Pero el acto de
exclusión de las formas consideradas miserables asocia necesariamente la
homogeneidad con las formas imperativas. De hecho, la sociedad homogénea
utiliza las fuerzas imperativas contra los elementos más incompatibles con
ellas. Como se plantea en el texto de introducción al libro de Bataille, el
sentimiento de pertenencia a una comunidad cerrada protege al individuo de
aquello que amenaza su propia integridad: el contacto con lo otro, con lo
extraño, con lo desconocido. Lo que más teme el individuo es su propia muerte,
o lo que viene a ser lo mismo: la pérdida de su propia identidad en la
confusión indistinta con todos los otros seres. Es esta angustia ante la
pérdida de sí la que le hace tratar como enemigos a cuantos no forman parte de
su propia comunidad política. Es la voluntad de asegurar la perennidad de sí
mismo y de la propia nación la que da origen a la guerra entre los pueblos: “La
existencia nacional y militar están presentes en el mundo para intentar negar
la muerte reduciéndola a una porción de gloria sin angustia”. Y es este miedo a
la muerte, este afán insensato de sobrevivir a costa de los otros, el que hace
“zozobrar cualquier intento de comunidad universal.” Por ello el fascismo
construye una “comunidad para la muerte” ya que la conservación de la
homogeneidad exige la muerte de lo heterogéneo: la comunidad se funda en su
sacrificio. La economía política del fascismo deviene en el germen de su acción
genocida. Así como el humo de Auschwitz fue una señal del inconfesable vínculo
con la comunidad; en la actualidad ocurre lo mismo cuando los inmigrantes que
quieren llegar a Europa mueren en el mar Mediterráneo o los latinos que
intentan cruzar la frontera entre EE.UU. y México desaparecen en las arenas del
desierto.
Los nuevos modos del fascismo: el rechazo al
inmigrante pobre
La media de edad mental de la extrema derecha es la Edad
Media.
Viñeta de El Roto, diario El País, España.
La ética son los otros humanos. Esto es lo que formuló
Spinoza en el siglo XVI. El otro humano necesariamente molesta; si no está esa
molestia, ese malestar como diría Freud, no hay ética. En el mundo en que
vivimos el otro no existe; da lo mismo si hay personas que están en situación
de precariedad, hambre o miseria. Preferimos pensar que eso ocurre muy lejos y
no que esas personas o familias están sentadas en la puerta de nuestra casa o
en el negocio de la esquina. Cuando se lo ve, ese otro es un enemigo que me
puede atacar, que me puede robar. Esta ruptura del lazo social hace que el
individualismo se transforme en el eje de nuestras vidas. De allí que las
políticas del neoliberalismo en el capitalismo tardío generan la sensación de
desvalimiento: su respuesta son los nuevos modos del fascismo. De esta manera
la xenofobia y el racismo son aceptados por grandes sectores de la población
que encuentran formas de identificación ante un “enemigo” que es considerado el
“mal pueblo”. Este lo constituye un conjunto variado que va desde los
musulmanes, los inmigrantes pobres, los drogadictos y todos aquellos que
sostienen ideas que rompen con formas patriarcales de la cultura. Por lo
contrario, el “buen pueblo” es homofóbico, misógino, antifeminista, indiferente
a la contaminación, antiinmigrante, apoya políticas autoritarias y de defensa
de la seguridad hasta las últimas consecuencias; es decir, exige un poder
fuerte, leyes de seguridad y eventualmente la pena de muerte.
Si en otras épocas el fascismo se apoyaba en un racismo que
se fundamentaba en el positivismo biológico del siglo XIX, en la actualidad la
xenofobia se sustenta en la gran desigualdad social que es justificada por una
producción intelectual neoconservadora donde el enemigo es el extranjero pobre.
Aclaremos, no cualquier extranjero: el que es pobre; es aquel que ante la
crisis social capitalista viene para sacar los trabajos de la población
autóctona o utilizar los servicios de salud públicos. Este “buen pueblo”
encuentra en los nuevos modos del fascismo una expresión política que aglutina
un proyecto comunitario muchas veces apoyado –como en Brasil– por las iglesias
evangélicas o, como en Hungría y Polonia, por sectores del catolicismo
conservador; es decir, se piensa en una comunidad –al decir de Bataille–
acabada y homogénea. Es así como, si el fascismo clásico era antiliberal, hoy
los nuevos modos del fascismo aparecen para salvar el liberalismo con fórmulas
proteccionistas y del nacionalismo más rancio: Make America Greet Again. Para
ello requiere imponer un dispositivo sociocultural que se sostiene en actos
crueles. El eje de ese dispositivo cruel es la mentira. Lo que se conoce como
la posverdad generada por medio de los fake news.
Podemos decir que la crueldad –un concepto que desarrolló
desde el psicoanálisis Fernando Ulloa– es un rasgo exclusivo de la especie
humana producto de su condición pulsional; es una violencia organizada para
hacer padecer a otro sin conmoverse o con complacencia. Esto nos lleva a la
responsabilidad de una cultura que puede desplazar sus efectos o, por lo
contrario, potenciarlos.
Los procesos de subjetivación en el capitalismo tardío
Para Freud, la cultura es un proceso al servicio de Eros que
une a los sujetos que la integran; a este desarrollo se opone como malestar, la
pulsión de muerte que actúa en cada sujeto. Es por ello que crea lo que
denominamos un espacio-soporte donde se establecen los intercambios
libidinales. Este espacio-soporte ofrece las posibilidades de que los sujetos
se encuentren en comunidades de intereses, en las cuales establecen lazos
afectivos y simbólicos que permiten dar cuenta de los conflictos que se producen.
Es así como este espacio imaginario se convierte en soporte de los efectos de
la pulsión de muerte. De esta manera decimos que el poder es consecuencia de
este malestar en la cultura. Por ellos las clases hegemónicas que ejercen el
poder encuentran su fuente en la fuerza de la pulsión de muerte que, como
violencia destructiva y autodestructiva, permite dominar el colectivo social.
Ésta queda en el tejido social produciendo efectos que impiden generar una
esperanza para transformar las condiciones de vida del conjunto de la
población; es decir, que predomine la cultura de la queja, de la resignación,
de que nada puede ser cambiado. En este sentido, es importante distinguir un
poder que represente los intereses de una minoría, de otro en manos de una mayoría
de la población que permitiría desplazar los efectos de la pulsión de muerte y,
por lo tanto de la crueldad propia de cada sujeto. Esta situación es producto
de las condiciones políticas, económicas y sociales. Esto nos lleva a plantear
cómo se dan los procesos de subjetivación en el capitalismo tardío.
Si seguimos a Agamben, la época actual no se caracteriza por
desarrollar procesos de subjetivación, sino formas particulares de
desubjetivación. Sostiene que el ser viviente al incorporarse a un dispositivo
sociocultural se transforma en sujeto; en la actualidad hay una gran
proliferación de dispositivos, lo cual lleva a que los vivientes realicen
múltiples procesos de subjetivación. Pero estos dan como resultado procesos de
desubjetivación que permiten nuevas determinaciones del ser viviente donde los
procesos de subjetivación y desubjetivación parecieran ocurrir de manera
permanente. En ellos la identidad del sujeto se transforma en un objeto, en una
cosa cuyo único fin es obtener ganancias. Sujeto y objeto no se pueden
diferenciar. El sujeto se cosifica en sus relaciones. Producto de esta
situación, las identidades tienen formas lábiles, lo que lleva a formas de
gobierno que no persiguen otra cosa que su propia reproducción.
De esta manera el orden social objetivo se interioriza en
procesos de subjetivación donde encontramos una corposubjetividad construida en
la relación del sujeto con su historia personal y con los otros en diferentes
dispositivos socioculturales. De allí que estos procesos de subjetivación-desubjetivación
conducen al encuentro del sujeto con su desvalimiento primario que intenta
atenuar a partir de lo que le ofrece la cultura hegemónica: el consumismo de
objetos mercancías. Para sostener este desarrollo de desestructuración psíquica,
la cultura plantea que el único juicio válido está en el Yo. Sin embargo, la
legitimidad de la referencia narcisista como parámetro de verdad conduce a que
el Yo deje de ser soporte del interjuego pulsional poniendo en cuestionamiento
la propia identidad en la relación con los otros. Aquí los nuevos modos del
fascismo encuentran formas fuertes de identificación para importantes sectores
de la población que se sostiene en la crueldad, donde el otro es un enemigo que
hay que rechazar y, en lo posible destruir. De allí la importancia que están
adquiriendo en las democracias occidentales los espacios de identificación que
se oponen al capitalismo patriarcal como los movimientos feministas, los que
luchan por la defensa de la diversidad sexual y la legislación del aborto.
Para finalizar, debemos tener en cuenta que la crueldad
destruye lo humano presente en los otros: el otro es objeto de crueldad por su
semejanza, al no tolerar su desamparo, es decir su propia humanidad. La
crueldad destruye la semejanza del semejante, no por sus diferencias, sino por
sus semejanzas: no es la diferencia lo que genera la crueldad, es la crueldad
la que crea una diferencia radical.
En este sentido el desafío consiste en lograr que el sujeto
no solo se enfrente ante su propia crueldad, sino ante la crueldad de la
cultura dominante. Para ello es necesario plantear una política de clase,
género y generación que cree comunidad para enfrentar la cultura hegemónica.
Una política que afirme la potencia de ser. En definitiva, una política –al
decir de Spinoza– de la alegría de vivir que no olvide que nunca será más que
una resistencia contra la muerte.
Enrique Carpintero: Psicoanalista. El presente
texto se publica como adelanto del número 85 de la revista Topía, que
aparecerá en abril.
TOMADO DE PAGINA 12 DE AR
No hay comentarios:
Publicar un comentario