Con las fronteras reducidas por la pandemia, el suelo
desgastado y una crisis alimentaria cada vez mayor, la agricultura ecológica
viene a reinventar los modelos de subsistencia. De dónde viene lo que comemos y
por qué es mejor producirlo de manera local.
“¡Espero que los
chinos no compren toda la tierra y toda el agua! Creo que todo el mundo debería
tener acceso a un pequeño terreno y cuidarlo.”
La frase pertenece a Jean-Martin Fortier, un agricultor
canadiense que además es autor, influencer, comunicador y fiel defensor de la
agricultura sostenible ecológica, a escala humana y económicamente viable.
Fortier no es un conspirador sin fundamento; sabe de lo que
habla y propone un modelo alimentario que se hizo casi urgente con la pandemia
y que a largo plazo podría salvar al mundo: la agricultura ecológica.
Volvamos a China. Quien escribe estuvo en Pekín justo antes
de desatarse lo que comenzó como una epidemia y luego paralizó al mundo. Allá,
al otro lado del globo, basta con ir al supermercado para saber de primera mano
que las advertencias del agricultor canadiense son urgentes y reales. En China,
los extranjeros con plata o los ciudadanos locales de buena posición económica
no se atreven a comer las frutas y verduras que allí se cultivan. En los
barrios ricos de China, las manzanas cuestan diez dólares el tubo (sí, vienen
elegantemente presentadas en un tubo de plástico en el que caben no más de
cuatro unidades), las uvas son muy verdes y orgánicas y, a diferencia de lo que
muchos podrían pensar, la carne es de altísima calidad. Incluso la leche es de
altísima calidad y viene en atractivos packagings, porque no es de origen
chino, sino neozelandés. Y la carne es australiana, y las frutas y verduras, de
cualquier otra parte del mundo con suelos sanos y fértiles.
En China, la gente que no puede gastar diez dólares en
cuatro manzanas come fruta local. Tomates con gusto a plástico, papas con un
dejo a carbón, manzanas ácidas y pequeñas como una ciruela.
En China se produce tanto y a tan enorme escala que el suelo
está gastado, por decirlo de alguna manera. Y para comer bien hay que importar
casi todo, lo que no suponía grandes trastornos para un país inmensamente rico.
Hasta que llegó la pandemia.
“En estos días –en que los gobiernos imponen
restricciones a los viajes y al comercio, e imponen el bloqueo de ciudades
enteras para evitar la propagación de covid-19–, la fragilidad del sistema
alimentario globalizado se vuelve muy evidente. Más restricciones comerciales y
de transporte podrían limitar la afluencia de alimentos importados, ya sea de
otros países o de otras regiones dentro de un país en particular. Esto tiene
consecuencias devastadoras en el acceso a los alimentos, particularmente en los
sectores más empobrecidos.” La problemática se expone en el paper “La
agroecología en tiempos del COVID-19”, publicado por el Consejo Latinoamérica
de Ciencias Sociales (Clacso), y viene a plantear un asunto que no se ve a
menudo en las noticias, pero si uno se pone a investigar, aparece su gravedad.
¿Es hoy, más que nunca, el momento de producir lo que
comemos en nuestro territorio de manera ecológica, sustentable, sana,
equitativa y a largo plazo?
Frontier, el agricultor canadiense al que nos referimos
antes, dirige The Market Gardener’s Masterclass, un programa online que enseña
a estudiantes de todo el mundo cómo administrar granjas exitosas en pequeñas
hectáreas aprovechando el poder de la biología del suelo, la tecnología
apropiada y las prácticas de gestión racionalizadas. Algo así como promover el
buen uso de las tierras.
Acaba de publicar un libro, El jardinero
horticultor. Manual para cultivar con éxito pequeñas huertas biointensivas,
donde explica el poder de los cultivos individuales. “La razón por la que
empezamos a hacer este tipo de trabajo es porque queríamos cambiar el mundo.
Creo que la agricultura a pequeña escala lo está haciendo. Al conectar a la
gente con la tierra la conectas también con otras personas que están haciendo
cosas buenas”, declaró en el diario El País de España durante
la presentación de su libro, y agregó: “No cultivo con tractores, lo
hago con mis pies en el suelo; tengo las manos en la tierra, cultivo cosas,
nutro, cuido. Y vendo directamente a la gente, que me da las gracias cada
semana por esos productos que extraigo personalmente”.
Esto, que formalmente se conoce como “agricultura
ecológica”, consiste en cultivar lo que comemos sin hacer abuso de los suelos
para producir a gran escala y conservando la calidad de la tierra. En
Greenpeace lo definen como “el método que garantiza una agricultura
sana y alimentos saludables para hoy y para mañana, que protege el suelo, el
agua y el clima”.
El autoabastecimiento es uno de los pilares de la
agricultura ecológica. Este método da a las comunidades locales la posibilidad
de alimentarse por sus propios medios y garantiza una agricultura sana, con
alimentos saludables para toda la población. En lugar de alterar el biorritmo
de la naturaleza en suelo chileno produciendo millones de paltas, por ejemplo,
hasta destruirlo para que haya avocado toasts en todos los brunchs de Asia o
Europa durante todo el año, “porque están de moda”, esta filosofía propone
enfocarnos más en producir lo que consumimos. De manera local y estacional.
Aunque los humanos podríamos alimentarnos de más de
2.500 especies de plantas, la dieta de la mayoría de las personas se compone de
tres cultivos principales, trigo, arroz y maíz.
¿Cómo se relaciona esto con la pandemia?
En el Observatorio Social del Coronavirus de Clacso se
señala que “la agroecología representa un ejemplo inspirador de un
enfoque sistémico poderoso que, en este momento de la pandemia del coronavirus,
ayuda a explorar los vínculos entre la agricultura y la salud, demostrando que
la forma en que se practica la agricultura puede auspiciar el bienestar o, por
el contrario, si se la practica desde el deterioro, como lo hace la agricultura
industrial, puede generar grandes riesgos y daños para la salud”.
En esta práctica son fundamentales los policultivos, que a
diferencia de los monocultivos no provocan la erosión salvaje del suelo. El
policultivo, como su nombre lo indica, es aquel tipo de agricultura que usa
diferentes cultivos en la misma superficie y evitando las grandes cargas sobre
el suelo agrícola de los cultivos únicos. En los monocultivos prima el criterio
de conseguir al mínimo costo y en el menor tiempo posible la mayor cantidad de
“producto” comercializable, lo que resulta mucho más rentable a cortísimo plazo
que el modelo agroecológico de policultivo. Al no diversificarse lo cultivado,
aparecen las plagas: “Para controlar las plagas, se aplican alrededor
de 2.300 millones de kilos de pesticidas cada año, de los cuales menos del 1%
alcanza las plagas objetivo. La mayoría de los pesticidas termina en los
sistemas de suelo, aire y agua, causando daños ambientales y en la salud
pública estimados en más de USD 10 mil millones al año, sólo en los Estados
Unidos. Estas cifras no incluyen los envenenamientos por pesticidas que, a
nivel mundial, afectan anualmente a aproximadamente 26 millones de personas”,
explican en su paper Miguel A. Altieri y Clara Inés Nicholls, integrantes del
Grupo de Trabajo Clacso Agroecología Política, Universidad de California,
Berkeley. Y agregan: “Mucho se ha escrito sobre cómo ganadería
industrial confinada en ‘feedlots’ es particularmente vulnerable a la
devastación por diferentes virus como la gripe aviar y la influenza; fincas
grandes que tienen decenas de miles de pollos o miles de cerdos que, en nombre
de una producción eficiente de proteínas, crean el ambiente para que los virus
como la influenza muten haciéndose más resistentes y terminen propagándose”.
Todo suena a coronavirus.
Más allá de las teorías conspirativas, la ciencia indica que
estos desbarajustes ecoambientales provocados por el abuso y la violencia
ejercida hacia la tierra y los animales tienen consecuencias concretas que hoy
detienen al mundo con una pandemia incontrolable que nos obliga a replantear el
modo en que producimos nuestros alimentos.
Otro dato impactante: aunque los humanos podríamos
alimentarnos de más de 2.500 especies de plantas, la dieta de la mayoría de las
personas se compone de tres cultivos principales, trigo, arroz y maíz, que
proporcionan más del 50 por ciento de las calorías consumidas a nivel mundial.
Sin embargo, más de 850 millones de personas en el planeta padecen algún tipo
de desnutrición, y más de dos mil millones consumen calorías sin vitaminas y
minerales suficientes para mantener una buena
salud.
“Solía haber granjas en todas partes –dice Frontier–.
Pero en los últimos sesenta o setenta años vemos menos granjas, en todo caso
más grandes y que contaminan mucho más, y menos niños que van al colegio en el
campo. Es decir, vemos gente que abandona el campo. Creo que hoy en día,
gracias a internet, puedes vivir en una granja y estar conectado con el mundo,
ser muy moderno en tu manera de enfocar la vida. Te pueden llevar libros a
casa, puedes tener ahí todas las cosas buenas de la vida moderna, pero viviendo
en una granja. Puedes criar a tus hijos al aire libre. Para mí, las granjas
pequeñas son muy reales, es un proyecto real, y eso es algo muy emocionante. Y
cuando ocurren cosas como esta de la covid-19, hay mucha gente que se da cuenta
de la importancia de la agricultura local. Comprueba que las granjas pequeñas
son algo muy deseable para la sociedad.”
Frontier es tan claro que no hay mucho para agregar. “Al
ser más autosuficientes y también más autónomos, somos más resilientes”,
dice, intentando cerrar un concepto que podría resumirse en esta frase: llegó
la era del autoabastecimiento. // tomado de pagina 12 de ar
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