sábado, 28 de septiembre de 2013

JÓVENES DE NICARAGUA

 “En Nicaragua hay demasiado que hacer”
Aspira a sacudir las conciencias de los jóvenes nicaragüenses. Les anima a pelear por su crecimiento personal y profesional, a educar a sus hijos en la conciencia de la responsabilidad y a aspirar a lo más alto. Y todo, por orgullo hacia su país
 Óscar Gómez /
Claudia Medina, trabajando en el laboratorio de aguas residuales de la Universidad de Cádiz. OSCAR GOMEZ/END
Aspira a sacudir las conciencias de los jóvenes nicaragüenses. Les anima a pelear por su crecimiento personal y profesional, a educar a sus hijos en la conciencia de la responsabilidad y a aspirar a lo más alto. Y todo, por orgullo hacia su país.
 “Estar en un cargo de liderazgo implica competencias emocionales muy fuertes, por encima incluso de las capacidades profesionales, y me gustaría fortalecerme en ese aspecto”. Así responde Claudia Medina (Masaya, 1986), cuando El Nuevo Diario le pregunta acerca de las posibilidades de que un día aspire a ocupar un puesto de responsabilidad en el gobierno.
 El encuentro tiene lugar en la Facultad de Ciencias del Mar de la Universidad de Cádiz. Hasta este centro académico, de referencia en la protección medioambiental en España, llegó hace ocho meses la joven nicaragüense gracias al programa de formación de la Fundación Carolina, creada en 2000 para fomentar la cooperación y el intercambio educativo y científico entre la comunidad iberoamericana.
 Claudia vino a cursar un máster en Gestión Integral del Agua, y tiene claro que si obtuvo la beca en esta edición, y después de aplicar en varias convocatorias desde que dejó la universidad, fue porque la madurez jugaba a su favor: “La mente va creciendo, y uno es capaz de pensar no solo en sí mismo, sino también en pro de su país, y creo que supe reflejarlo en mi candidatura”, afirma la estudiante, quien hace cuatro años salió de la UCA con un título de Ingeniería en Calidad Ambiental bajo el brazo.
 Cuestión de conciencia
 Después de conocer una España que sumerge su halo de grandeza en las ciénagas de la penosa coyuntura socioeconómica, tiene claro que no puede aspirar a desarrollarse profesionalmente en este país. “La crisis ha creado una competencia profesional increíble, y en Nicaragua, en cambio, hay demasiado que hacer en el campo en el que yo me estoy formando”, asegura.
 También es contundente con la filosofía de lamentarse por los desastres ambientales ocurridos, en lugar de planificar para considerar previamente la incidencia que las acciones en la agricultura, en la industria, e incluso en el campo doméstico pueden tener para los auténticos tesoros naturales con los que cuenta el país, y cuya riqueza puede verse comprometida por prácticas agresivas y contaminantes.
 Además, Claudia ya cuenta con una vía en la que aplicar sus conocimientos de forma práctica, gracias a su empleo en el área de permisos ambientales del Ministerio de Recursos Naturales y del Ambiente, Marena, que evalúa proyectos de actividad y su impacto sobre el medio. Trabaja en el despacho, analizando expedientes, pero también le gusta calzarse las botas e inspeccionar proyectos en el campo, comprobando su impacto medioambiental.
 Ahora, con una excedencia concedida en su puesto, concluye una formación específica en la incidencia a corto y a largo plazos sobre recursos hídricos de los proyectos ambientalmente viables, y se ha alegrado de encontrar que las políticas de protección en Centroamérica no están por debajo de las normativas europeas, aunque considera que aún queda mucho por hacer para su debida aplicación.
 “Otra cosa es la conciencia ciudadana”, dice la ingeniera, “aquí (en España) a la gente la educan desde pequeña en el cuido del ambiente, y eso falta en Nicaragua”.
 Diferencias culturales
 Hija de un economista y de una funcionaria pública, Claudia reconoce el esfuerzo de sus padres para darle una formación de nivel a ella y a sus hermanas, y para que pudiera cumplir su sueño de viajar para especializarse y abrir la mente.
 Las diferencias culturales fueron las más duras de superar para la joven nicaragüense en sus primeras semanas en Puerto Real, un municipio de la Bahía de Cádiz, que ha mantenido su condición de reserva ambiental a pesar de contar con una importante industria naval y aeronáutica, ahora en declive.
 “La gente es muy hospitalaria, muy cálida y muy segura de sí misma”, describe a sus vecinos, “pero a veces tenía la sensación de hablar el mismo idioma y no hablar el mismo lenguaje, por las jergas tan arraigadas”. Y es que el acento costero y cerrado, de pronunciación relajada, y los localismos propios de la provincia gaditana hacen difícil que cualquier otro hispanohablante no curtido en el diálogo directo con los oriundos de la zona pueda entenderlos con facilidad.
 Los contrastes
 Pero la calidez que encontró en los gaditanos contrastaba con el clima desapacible que recibió a la nicaragüense a su llegada a España. “El frío hacía que me doliera la piel, y me decían que no había llovido tanto en los últimos treinta años”, relata. Claudia echaba de menos los 35 grados constantes de Managua, y también la cocina de casa, y sobre todo el quesillo y la leche agria.
 En determinada ocasión encargó a una compañera que había viajado a Madrid que le consiguiera los frijoles que no conseguía encontrar en Cádiz, para hacer sopa y gallopinto para agasajar a sus compañeras de piso, una costarricense, una colombiana y una española.
 Antes de regresar a Nicaragua el próximo diciembre, se ha propuesto aprender a cocinar algunos platos típicos españoles. Le encantan la berenjena con miel de caña y las patatas cocidas con una mayonesa de ajo conocida como alioli. Y para beber, tinto de verano, una refrescante mezcla de tinto y gaseosa dulce con hielo y limón.
 Experiencia para crecer
 Claudia ha tenido oportunidad de viajar por algunos lugares de la geografía española, como Valencia y Barcelona, a pesar de que el programa de estudios y prácticas en la Universidad apenas le deja tiempo para tener una vida social fuera de las puertas de la Facultad. En cambio, la joven asegura que merece la pena aprovechar cada minuto de esta oportunidad de estudiar y de vivir en el extranjero.
 “Todo es ganancia”, dice, “es una experiencia que ayuda a crecer, y siempre animo a los jóvenes de mi país a que aspiren a vivirla, aunque no es fácil”.
 Claudia regresará a Managua en diciembre. En la valija, entre los regalos para sus padres y sus hermanas, llevará bien protegidos cientos de recuerdos y toda la experiencia acumulada durante casi un año en España. También se llevará unos conocimientos que ayudarán a construir el futuro de su país y a proteger sus recursos naturales. Pero lo más importante será la riqueza de haber contemplado a Nicaragua desde la distancia y con los ojos bien abiertos por otra cultura, aprendiendo de otra forma de entender la vida, y por eso es por lo que, de verdad, habrá merecido la pena, según comenta.
 El día que conoció a Corina
 Claudia Medina vive en un bloque de pisos en un barrio obrero de Puerto Real. Saliendo temprano para la Facultad de Ciencias del Mar de la Universidad de Cádiz, y regresando ya en la noche, apenas tenía contacto con sus vecinos, hasta una tarde en la que un incidente concentró a todos los residentes en el edificio.
 El motivo eran las bicicletas parqueadas en el patio, y el hecho de que una de ellas hubiera aparecido rota. En medio de las conversaciones entre vecinos, a la joven estudiante nicaragüense le pareció identificar un acento desconocido: “¿De dónde es usted, señora?” La respuesta fue inmediata: “Soy nicaragüense, de Estelí”. La mujer, de nombre Corina, se emocionó al escuchar que su interlocutora, que vivía en el apartamento justo encima del suyo, también era su compatriota. En los cuatro años que llevaba viviendo en España y trabajando, cuidando a un anciano, jamás, decía, se había encontrado con alguien de su país. Desde entonces, Claudia y Corina se sientan a charlar a menudo, como si fueran madre e hija, unidas por la tierra y por el acento.
 La diferencia
 Claudia Medina viajó a España para encontrarse que la protección ambiental en Nicaragua, en términos de políticas públicas, se encuentra a niveles similares a los de Europa, y ahora tiene todas las ganas de volver para contarlo y aplicar lo aprendido.
 La diferencia está en que a la población de Nicaragua le falta más educación y conciencia en el cuido del ambiente.
 La joven nicaragüense reside en una ciudad bañada por el Atlántico que hermanó a Europa con América, y estudia en una universidad, la de Cádiz, que comparte siglas con la Centroamericana, en la que obtuvo su licenciatura.

Tomado de nuevo diario de Nicaragua 

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