Letra viva, dos siglos después Este 6 de septiembre harán
200 años que Simón Bolívar escribió la Carta de Jamaica, legado inconmensurable
del pensamiento y la acción de El Libertador Autor:
Dilbert Reyes Rodríguez, Bolívar define en la Carta de Jamaica a la unidad
continental como factor esencial para la emancipación completa. Foto: Archivo
CARACAS.—Ni siquiera en los cortos anales del continente más
joven, como es el Nuevo Mundo, será esta la primera o la última vez que en las
líneas de una epístola se hable de las circunstancias pasadas, presentes y del
futuro probable de Nuestra América; pero la Carta de Jamaica, legado
inconmensurable del pensamiento y la acción de Simón Bolívar, exalta demasiado
por tener tanto de fundación, de visión y trascendencia. Este 6 de septiembre
harán 200 años del formidable escrito de El Libertador, que aún bajo la
angustia del exilio en la colonia insular inglesa y presuntamente desplazado en
su optimismo por la derrota de lo que se considera el fin de la primera fase de
la Independencia de la América Meridional, blinda el ánimo contra esas
influencias y reserva una agudeza de análisis y claridad meridiana sobre lo
acontecido y por suceder. Por medio de una prosa cultivada en el estilo y
sustentada por un amplio bagaje político, histórico y cultural de la
civilización universal hasta ese entonces, Bolívar describe con detallada
objetividad las condiciones que en las distintas porciones del continente
emancipado del yugo español, generaron esa fragmentación que minó el sueño de construcción
colectiva de la soberanía, e impusieron por la fuerza los intereses diversos de
las oligarquías regionales, quienes arrastraron contra las tropas patrióticas,
incluso, a grupos de las capas más explotadas y humildes. En primer lugar, la
Carta fija una posición de separación irrevocable de las tierras americanas con
España, no por voluntad política del pensador, sino por las condiciones
insalvables que mediaban en la relación de la Metrópoli con las colonias tras
la primera parte del proceso liberador y la intención de aquella de reimponer
su dominio. Pero la realidad del momento era muy compleja, y para mediados de
1815, las circunstancias rompieron con la continuidad de la revolución
independentista. En la Nueva Granada los realistas se adueñan del control, y la
Segunda República venezolana cae por una sublevación de esclavos y llaneros
aupados contra Bolívar, que es empujado al exilio, en un capítulo parecido al
practicado contra Francisco de Miranda al final de la Primera República. A estas
alturas, instalado en Jamaica, ya él tiene claro que la derrota de la
revolución independentista ante el ejército realista fue básicamente una
consecuencia del conflicto de intereses entre el entramado de clases sociales
que componían la sociedad colonial del continente. O sea, que la primera fase
de la gesta liberadora no había sido sino una revolución política contra el
absolutismo monárquico, en la cual las capas superiores lucharon por sus
derechos políticos en una especie de monarquía constitucional, las clases
medias por los suyos en una república independiente, y las castas explotadas
solo por mejorar sus vidas y ser tomados en cuenta. Ya pronto se verían cómo los efectos de la
restauración de Fernando VII, la anulación de la Constitución de Cádiz y la
contraofensiva sanguinaria del general Pablo Morrillo en Venezuela y Nueva
Granada, pasarían sin distinguir privilegios sobre los intereses de todas las
clases, y entonces los convocarían a la unidad que consolida la independencia
de España en su segunda fase, entre 1818 y 1825. En el debate sobre la
conveniencia de los regímenes que han de imperar en las naciones de América,
Bolívar establece la posibilidad, en unas de la monarquía, y en otras de la
república; pero insistió en que por naturaleza y principios habrían de ser, en
cualquier caso “liberales y justos”, basados en el equilibrio de los poderes
públicos. Habría participación, pero bajo una conducción ilustrada que
garantizara el gobierno sobre la base de los más avanzados pensamientos, y es
en este acápite donde apela a las formas y asistencia del modelo británico.
Devoto, como era, de los postulados de Montesquieu, se remite a su sentencia:
“Es más difícil sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre.” Sin embargo, lo más descollante planteado por
Bolívar, y que coloca a la Carta de Jamaica como documento adelantado,
premonitorio, y si se quiere, con carácter de proclama, es el reconocimiento
expreso de la unidad continental como factor esencial para la emancipación
completa y la articulación de su defensa posterior. Con la próxima campaña militar empezaría a
constatarse la certeza de las reflexiones bolivarianas en cuanto a la unidad
continental, aunque no deberá caerse en el equívoco de que la propuesta de la
Carta sea un llamado a la constitución de la América Meridional como un único
estado nacional. Bolívar pone en alta estima ese objetivo, pero solo alcanza a
describirlo como deseable, ideal, porque en las condiciones de entonces y del
futuro inmediato sería imposible de realizar. Ubicados objetivamente en el
contexto político real de la época, y atendiendo a lo que expresa bien la
Carta, Bolívar eleva una propuesta de alianza, de confederación de varias
repúblicas (15 o 17 estados independientes entre sí) que formarían una especie
de bloque en pos de la fuerza política, económica, militar de la región, como
la que convocara una década después en el Congreso de Panamá, saboteado al
final. Otras evidencias hay de la luz
larga con que Bolívar vio por encima, y mucho más allá de la realidad de
entonces; entre ellas el papel que en la dinámica mundial del comercio podría
jugar el istmo panameño, la participación de las clases explotadas, la
necesidad de una política pensada contra la esclavitud, así como el carácter y
los modos de las revoluciones que sucederían en cada porción del continente. No obstante, nadie, a estas alturas de la
historia, dudaría que en el concepto de unidad esté la más encumbrada visión de
los postulados expresados en su Carta de Jamaica. No importa que haya sido
saboteada cuando intentó practicarla. En definitiva, así pasó periódicamente,
de aquellos días acá, en cada esfuerzo de integración regional. Hoy mismo, en
nuestro continente, nada hay más amenazado por los Estados Unidos (del que
pronto Bolívar comprendería su carácter hegemónico imperial y advertiría) y por
las oligarquías regionales de antaño, que la conjunción magnífica de las
naciones de la América del Sur. Ahí permanecen, bregando contra los mares
secesionistas y desestabilizadores, esos mecanismos de integración en
desarrollo tan fuertes y efectivos como Celac, Alba, Unasur o Mercosur. La
anunciación legendaria de la Carta de Jamaica, 200 años después, no es letra
muerta. TOMADO DE LA GRANMA DE CUBA
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