Arqueología con
rostro habanero A Roger Arrazcaeta Delgado la vocación por la arqueología le
afloró desde la infancia Autor: Orfilio Peláez |
Foto: Arnaldo Santos
A Roger Arrazcaeta Delgado la vocación por la arqueología le
afloró desde la infancia. Nacido en el poblado de Batabanó tuvo en el gusto
por la historia y en las conversaciones con su tío Elpidio dos fuentes básicas
que le despertaron bien pronto la curiosidad por el pasado.
“Mi tío era un lector insaciable de cuanto libro abordara el
decursar de la civilización humana y a través de mis conversaciones con él,
supe de las grandes culturas de la América hispana, los misterios del Egipto
antiguo, incluido el fascinante pasaje de la búsqueda y hallazgo de la tumba
del joven faraón Tutankamon en el Valle de los Reyes, los primeros exploradores
del Amazonas, y los impactantes descubrimientos arqueológicos de la ciudad
oculta de Machu Picchu”.
Como narra a Granma el hoy director del Gabinete de
Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (pasó a
ocupar esa responsabilidad en 1993), tales tópicos resultaban recurrentes en
las habituales tertulias que tenían lugar casi a diario en su casa natal, las
cuales escuchaba con viva atención.
Quiso el destino que el patio de la morada familiar le
incentivara al niño Roger el sueño de convertirse en un gran arqueólogo, pues
con mucha frecuencia allí aparecían disímiles piezas de la época de la
dominación española. La causa la supo mucho tiempo después al enterarse que en
el sitio hubo un vetusto basurero, quizá uno de los más añejos de la zona.
Su posterior entrada y estancia en el Grupo de Arqueología
Ramiro Guerra, fundado en esa localidad en 1970 por su primo Efraín Arrazcaeta
y conocido después como Grupo de Aficionados a las Ciencias Batabanó o
simplemente Grupo Batabanó, fue clave en la definitiva inclinación de Roger
hacia la arqueología.
“En primer lugar me dio la oportunidad de leer importantes
textos clásicos de esa disciplina científica, asistir a conferencias y cortos
entrenamientos que se realizaban en el entonces departamento de Arqueología de
la Academia de Ciencias de Cuba, además de aprender las técnicas de
exploración y excavación arqueológica, e identificar y reconocer contextos
aborígenes y coloniales”.
También recibió la preparación necesaria para cartografiar
cuevas y sitios arqueológicos al aire libre, saber bucear y junto a sus colegas
participó en el descubrimiento y estudio de decenas de sitios arqueológicos,
tanto en ambiente terrestre, como marino.
Luego de graduarse de Museología en 1982, Roger Arrazcaeta
trabajó en el Museo Municipal de Batabanó hasta 1987, cuando a petición del
arqueólogo Leandro Romero, pasó al recién creado Gabinete de Arqueología de la
Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, cuyo propósito consistió
en realizar investigaciones arqueológicas en el Centro Histórico de La Habana
Vieja.
MUCHO POR REVELAR
Dotado de una perseverancia y capacidad de trabajo que
asombran a quienes lo rodean, Roger considera un privilegio el haber podido
dedicar casi 30 años de su carrera profesional a tratar de comprender cómo se
asentó y expandió la ciudad, en qué lugar fueron establecidos los primeros
núcleos de habitantes, cuáles eran sus hábitos dietéticos, de qué forma
interactuaban con el entorno, y otros aspectos que contribuyen a obtener un retrato
lo más fidedigno posible de la vida citadina en los siglos XVI, XVII, XVIII y
XIX. Resaltó que las investigaciones arqueológicas acometidas en diversos
lugares de La Habana Vieja a lo largo de casi tres décadas aportaron una
cantidad significativa de conocimientos nuevos acerca de las técnicas
constructivas y materiales aplicados en la edificación de casas durante la
etapa colonial, tipos de decoraciones murales y pinturas, especies de madera
usadas en las viviendas, variedad de alimentos, vajillas que se empleaban, y
hasta la procedencia y comercio de los artículos de consumo, en particular los
de cerámica y vidrio.
Igualmente, precisó, se logró recuperar una gran colección
de miles de objetos utilizados por las familias habaneras de aquella época, lo
cual permite hacer una reconstrucción histórica más cercana al pasado de
nuestra ciudad. Dichos resultados han influido de manera apreciable en el
enriquecimiento del patrimonio cultural cubano, subrayó. Dentro de los
hallazgos más interesantes, Arrazcaeta Delgado mencionó el ocurrido en el
inmueble de la calle Mercaderes número 62, esquina a Lamparilla, en pleno
corazón de La Habana Vieja, donde junto con restos de huesos pertenecientes a
varias especies de palomas, patos, flamencos, grullas, gallinas, corderos,
cerdos, vacas y esqueletos de peces, aparecieron dados de hueso para juegos,
botones, monedas del reinado de Carlos II, amuletos, botijas, porcelana de la
dinastía Ming, y más de 30 tipos de cerámica, que datan del periodo de 1519 a
1600. Llama la atención también la localización de un amplio número de las
denominadas cerámicas de Tradición Aborigen, presuntamente hechas por indios
asentados en las inmediaciones del poblado de Guanabacoa. Apasionado
practicante de la arqueología prehispánica de Cuba, la arqueología histórica
urbana, y la arqueología subacuática, Roger considera que La Habana es un
verdadero manantial de tesoros arqueológicos, donde todavía queda mucho por
investigar y descubrir. Según su criterio, el verdadero valor de la arqueología
descansa en el caudal de información que pueda conocer de las sociedades del
pasado, a través de métodos y técnicas científicas que nos permitan extraer ese
conocimiento de los sitios donde quedaron vestigios de su presencia. Para el
verdadero arqueólogo un fragmento de hueso de un animal que fue consumido, un
tiesto de cerámica, una superficie de ocupación humana, poseen información
mucho más importante desde el punto de vista antropológico y cultural, que
una moneda de oro o una bella esmeralda. Este último tipo de evidencia, aclaró,
también es de interés arqueológico si forma parte de un contexto de cultura del
pasado, y en ese caso es un elemento más que brinda datos de tipo histórico,
pero su búsqueda en sí no constituye interés de esta ciencia, más bien de
buscadores de tesoros, que usualmente son los mayores depredadores del
patrimonio cultural mundial, y responsables de la pérdida de una gran cantidad
de información excepcional. Sin abandonar jamás el rudo trabajo de campo y la
investigación que ha sabido simultanear a partir de 1993 con la dirección del
Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La
Habana, Roger Arrazcaeta agradece la confianza depositada en él por el doctor
Eusebio Leal y el apoyo que siempre ha recibido de sus compañeros de trabajo. Profesor
y ponente en cursos y eventos científicos celebrados en diversos países, autor
de artículos científicos de su especialidad publicados en Estados Unidos,
Alemania, España y otras naciones, y enviado a dirigir las excavaciones
arqueológicas en las fortificaciones de la isla de la Tierra Bomba en Cartagena
de Indias durante los años 1995 y 1996, sigue inmerso en nuevos proyectos,
entre ellos la preparación de la Carta Arqueológica de La Habana, y la
referida al Patrimonio Cultural Subacuático de las provincias de La Habana,
Mayabeque y Artemisa.
Tampoco pierde la esperanza de ver una mayor preocupación
ciudadana por el cuidado y preservación de los sitios arqueológicos registrados
a lo largo y ancho de nuestro archipiélago, mientras aspira a desentrañar
muchas historias ocultas en los casi 3 000 naufragios documentados ocurridos
en las aguas cubanas en tiempos de la dominación española, atribuidos en gran
medida al probable azote de fenómenos meteorológicos, ataques de corsarios y
piratas, accidentes y conflictos bélicos entre las potencias marítimas de la
época. TOMADO DE LA GRANMA DE CUBA
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