ilustración Esteban parís
EN DEFINITIVA
La inteligencia ha generado diversas preguntas sobre su
naturaleza por siglos. Hoy se sabe que hay componentes genéticos y ambientales
que parecen regularla.
A diferencia del peso y la altura, no hay forma unánime de
medir la inteligencia. Así como no hay medidas absolutas de integridad,
honestidad o aptitud física. Pero como unas personas parecen más fitness que
otras, de la misma forma algunas se notan más inteligentes que otras y como hay
pruebas que capturan las diferencias individuales en aptitudes físicas, hay
otras que intentan cuantificar las diferencias en habilidades cognitivas.
La mayoría de test de inteligencia se basan en el
rendimiento en una variedad de diferentes tipos de tareas mentales. El más
ampliamente usado es el Inteligence Quotient (IQ). Así, es común que los
investigadores que trabajan en inteligencia, se refieran a esta como un
compendio de habilidades que incluyen razonar, aprender, planear y solventar
problemas.
Lo interesante, dice Richard J. Haier, autor de The
Neuroscience of Intelligence, es que el que tiende a ser bueno en una de estas,
también tiende a serlo en todas. En su libro cuenta cómo por 100 años se ha
explorado cómo es que los test para diferentes habilidades se relacionan unos
con otros.
Esta es la idea más importante sobre la inteligencia que se
ha encontrado hasta el momento y el centro de las investigaciones
contemporáneas en el área.
Escrito en los genes
Discutir sobre inteligencia puede ser incómodo, sobre todo
cuando se sugiere que es algo con lo que se nace. Sin embargo, no hay cómo
escapar del hecho de que en algún grado la inteligencia sí se hereda.
El estudio longitudinal publicado en Psycological Science en
noviembre de 1997 encontró que el IQ de niños adoptados al nacer tenía poca
correlación con el de sus padres adoptivos, y alta correlación con sus padres
biológicos. Incluso, la asociación se hacía más fuerte a la vez que los niños
crecieron. “50 % de las diferencias en la inteligencia de las personas se debe
a la genética”, dijo a la revista New Scientist Robert Plomin de King´s College
London, el autor de esa investigación.
Por supuesto, la inteligencia no es únicamente el producto
del ADN, y ningún científico que estudie la inteligencia piensa lo contrario.
El medio ambiente tiene un gran impacto en el desarrollo de la inteligencia o
cualquier otro rasgo psicológico.
De todos modos, el conocimiento obtenido de la investigación
genética molecular puede usarse algún día para identificar a los niños en
riesgo de desarrollar graves déficits intelectuales y aquellos para quienes
ciertos tipos de intervenciones en la vida temprana pueden reducir ese riesgo.
Esta investigación también proporciona una base científica para pensar cómo se
podría manipular el funcionamiento del cerebro para mejorar la inteligencia.
El panorama general que surge de la investigación sobre los
fundamentos neurobiológicos de esta y otros rasgos psicológicos es que el
debate entre la naturaleza y la crianza acabó. Los seres humanos son producto
de una composición genética y de su entorno, así como la compleja interacción
entre los dos.
No es solo el ADN
La búsqueda de un gen de la inteligencia ha sido poco
fructífera para los investigadores. Sin embargo, estudios genéticos a gran
escala han identificado al menos algunas de las claves del IQ.
Aunque cada gen asociado con la inteligencia tiene un efecto
minúsculo aislado, su combinación con otros 500 genes identificados es bastante
sustancial. Así que los genes sí importan pero no son el único factor
relevante.
El filósofo profesor emérito de la Universidad de Otago en
Nueva Zelanda, James Flynn, asegura que los humanos de hoy son más inteligentes
que sus abuelos. Durante el siglo XX la mente humana cambió drásticamente narra
el filósofo en la charla Tedx ¿Por qué
nuestros niveles de inteligencia son más altos que el de nuestros abuelos?
Los autos que se conducían en 1900 fueron modificados porque
los caminos mejoraron y por la tecnología. Así mismo cambió la mente humana.
Los humanos pasaron “de ser personas que se enfrentaban a un mundo tangible y
lo analizaban principalmente en términos de cuánto los podría beneficiar, a
personas que se enfrentan a un mundo muy complejo, y es en este mundo donde
debimos desarrollar nuevos hábitos mentales, nuevos hábitos cognitivos”,
apunta.
El mundo está lleno de pruebas de que los humanos modernos
tienen más información que la de sus antepasados: los teléfonos inteligentes,
trasplantes de corazón y el entendimiento básico de que los gérmenes causan
enfermedades, por ejemplo.
Nada de idealizar el
pasado
Más allá de estos avances tecnológicos, hay otro indicio de
que los humanos se están volviendo más inteligentes. Se llama efecto Flynn, por
el neozelandés. Desde el IQ las pruebas se han revisado y estandarizado varias
veces en los últimos siglos, y para ver este efecto los científicos hacen que
sus voluntarios tomen pruebas diseñadas para las generaciones anteriores. Flynn
y sus colegas descubrieron que, en todo el mundo, las nuevas generaciones
obtuvieron mejores calificaciones que las de los examinados originales.
Los aumentos tampoco son pequeños, varían según la
geografía, pero tienden a rondar los tres puntos de IQ extra por década.
Flynn y muchos otros investigadores sospechan que el aumento
de las puntuaciones de IQ refleja la mejora de los entornos modernos.
Enriquezca el entorno de un niño pequeño con oportunidades para aprender, y
tendrán un coeficiente intelectual más alto. Una mejor nutrición, más educación
y más estimulación también podrían explicar el efecto Flynn.
Podría decirse que el pensamiento moderno ha evolucionado.
Si le preguntaras a alguien en el siglo XIX la relación entre un perro y una
liebre, es probable que respondiera algo concreto, basado en su experiencia de
la vida real con los dos animales, explica Michael Woodley, psicólogo de la
Universidad de Umea en Suecia, que dirigió una investigación sobre inteligencia
en 2013. “El perro caza la liebre” podría ser una descripción típica.
Hoy en día, a las personas se les enseña a pensar de manera
más abstracta. Una persona moderna es más probable que diga que los perros y
las liebres son mamíferos, por ejemplo.
Neurocientíficos y psicólogos también están de acuerdo en
que en parte esto se debe no solo a que se tiene mucha más educación y la mayor
parte de la educación es científica, y no se puede hacer ciencia sin proponer
hipótesis, sino a que se está educando a la gente para que le preste atención a
lo hipotético, para que use abstracciones, y que las relacione de forma lógica.
En 1900, argumenta Flynn, el 3 % de los estadounidenses
ejercían profesiones que eran mentalmente demandantes: abogados, doctores o
maestros. Hoy, 35 % de los estadounidenses ejercen profesiones mentalmente
demandantes, no solo eso, sino muchas subprofesiones que tiene que ver con
especialidades y programación de computadores.
Aparentemente aún no se ha explorado los límites de los
genes.
CONTEXTO DE LA NOTICIA
ACTIVE SU MEMORIA
1Haga ejercicio. Se ha probado que el sedentarismo impacta
negativamente en la actividad cerebral.
2Active su cerebro. Leer, hacer sudokus o cualquier
actividad que requiera pensar, mantendrá su mente sana.
3Socialice. La estrecha convivencia y los lazos amorosos
aumentan la memoria y el aprendizaje.
4Duerma lo suficiente. La evidencia revela que es el momento
óptimo para la consolidación de la memoria.
HELENA CORTÉS GÓMEZ Periodista, científica frustrada,
errante y enamorada de los perros. Eterna aprendiz. // TOMADO DE EL COLOMBIANO
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