Desamparados de Miami
Dade, una vida en tinieblas
•Los desamparados pueden enfrentar a Miami con el Supremo
Anna Edgerton y Evan
S. Benn
ebenn@MiamiHerald.com
Como muchos
desamparados habituales del Sur de la Florida, Ronald Poppo estuvo años
viviendo en las sombras, adicto a la botella y poco dispuesto a buscar un
refugio o contactar a su familia.
Una horripilante y sangrienta escena del fin de semana del
Día de Recordación del año pasado sacó a Poppo de su anonimato. Fue víctima de
un incomprensible ataque en el MacArthur Causeway que lo dejó ciego, con la mayoría
de su cara roída.
El mundo puso su atención en el ataque zombie de Miami y
–por un breve momento– su lucha contra el desamparo. La localidad ha servido
por mucho tiempo como un modelo para otras ciudades a lo largo del país.
Pero en una medida que según defensores podría afectar la
imagen progresista de la ciudad, los comisionados de Miami votaron el mes
pasado para pedir a una corte federal que cambie los términos de un importante
acuerdo que fortaleció los derechos de los desamparados.
El acuerdo de 1998 de Pottinger vs. Miami prohíbe a la
policía de la ciudad arrestar a personas desamparadas por actos “involuntarios,
inofensivos”, sin primero ofrecerles una cama en un refugio. Esos actos
incluyen delitos menores como dormir en las aceras, tirar basura en las calles
y encender un fuego para cocinar en un parque.
El caso llevó a la creación de refugios con miles de camas a
lo largo del Sur de la Florida, y la fundación del Fideicomiso de los
Desamparados, que tiene un presupuesto anual de más de $40 millones. La
población de desamparados en el downtown se ha reducido de un máximo de unos
6,000 antes de Pottinger.
Ahora, sin embargo, los comisionados y la Autoridad de
Desarrollo del Downtown alegan que se deben eliminar algunos de los derechos
que le dio a los desamparados el caso Pottinger. Ellos dicen que las
transgresiones de los desamparados, como mendigar, son graves molestias para el
crecimiento económico de Miami.
Aunque sus números se han reducido, los desamparados del sur
de la Florida se mantienen como una ciudad visible y vulnerable que sigue sus
propias leyes. Estos hombres, mujeres y niños se ven a menudo afligidos por una
combinación de drogas, alcohol, pobreza y enfermedad mental.
“Algunas personas
crónicamente desamparadas han estado ahí por entre cinco y 30 años”, dijo Ricky
Leath, un trabajador de la ciudad que se ocupa de contactar con los
desamparados.
Los crónicos –835 personas en el condado Miami-Dade, 351 de
los cuales viven en las calles de Miami– rutinariamente rechazan los refugios,
usualmente debido a adiciones o porque se han acostumbrado a ser
independientes. Ronald Poppo personificaba a ambos.
La historia de Poppo refleja la de otras personas
crónicamente desamparadas en el Sur de la Florida: ellas tuvieron en una
ocasión vidas estables, carreras y esposas, pero en algún momento perdieron su
estabilidad, emigraron hacia el sur y terminaron en las calles.
Las agencias locales han tomado grandes pasos en años
recientes para responder al problema. Grupos como el Centro de Asistencia a los
Desamparados en el Condado Broward y el Fideicomiso de los Desamparados en
Miami-Dade realizan conteos regulares de la población de desamparados de la
región.
“Contamos a todas las personas desde los Everglades hasta el
océano”, dijo Hilda Fernández, directora ejecutiva del Fideicomiso de los
Desamparados.
La cifra ayuda a las agencias a presupuestar el dinero y
estimar qué servicios son necesarios de asociados sin fines de lucro como
Camillus House, Miami Rescue Mission, Chapman Partnership y otros.
Mientras que los políticos, abogados y defensores se
enfrentan por los posibles cambios a los derechos de los desamparados en Miami,
los desamparados mismos continúan caminando fatigosamente hacia delante lo
mejor que saben hacerlo.
Para los que son como Poppo, podría significar vivir en las
sombras, atrapados por siempre en la adición y la soledad.
Jairo Mesa fue el último trabajador de los que se ocupan de
contactar a los desamparados que trató de hablar con Poppo en un refugio dos
días antes del ataque. Poppo se negó a dejar su espacio en la escalera de un
estacionamiento en Jungle Island.
“Poppo era un alcohólico”, dijo Mesa. “Cada vez que lo veía,
le ofrecía refugio, pero no podía dejar la botella”.
Los más afortunados, como varios que hablaron con The Herald
sobre sus vidas, encuentran solaz en la espiritualidad y refugios seguros como
la Miami Rescue Mission.
Richard “Alabama” Mims, 61
Debido a su acento sureño, Richard Mims era conocido en las
calles como Alabama, por el estado natal que dejó hace más de tres décadas. El
sobrenombre siguió a Mims a la Miami Rescue Mission, donde lleva alrededor de
un año.
“Simplemente pedí aventón hasta la Florida; quería venir a
Miami porque hay mucha marihuana aquí”, dijo Mims. “El juego es el mismo en
todas partes, pero aquí el clima es agradable. Hay más espacio para agarrar una
nota, porque te puedes quedar afuera”.
Mims dijo que era bueno para establecer locales de crack,
vender bienes robados y persuadir a las mujeres a vender sus cuerpos. Ha
entrado y salido de la prisión durante la mayor parte de su vida adulta – 18
meses adentro, un año más o menos afuera – por cargos de armas, drogas y otros.
Tiene un tatuaje en su brazo izquierdo para honrar a sus
padres fallecidos. En su brazo derecho, un tatuaje de su hija y marcas de las
agujas de heroína.
Dice que no consume drogas desde hace más de dos años y
medio, excepto por una recaída que según dice, lo hizo sentirse “repugnante,
sucio”.
Agregó que actualmente comparte su historia con personas en
las calles que aún luchan con los demonios que sólo hace poco lo afectaron.
Hace eso como parte del programa Miami Rescue Mission en Hollywood.
“Le digo a las personas qué fue lo que me llevó al camino de
la destrucción”, dijo Mims. “Les digo, ‘No tienen que llegar a los 60 años de
edad, si llegan a eso, se dan cuenta que son un hombre solitario como yo’ “.Tyrone Odom, 44
Cuando su vida en Nueva Jersey comenzó a desintegrarse,
Tyrone Odom compró un billete de tren para el lugar más lejos que pudo: Miami.
No fue siempre una niñez mala, aunque infeliz con un
padrastro que pasaba más tiempo en los bares que en la casa. Odom llegó a tener
una carrera como ingeniero eléctrico con Sears. Se casó y tuvo cinco niños.
Pero entonces trató de comenzar su propia compañía y
fracasó. Su esposa tuvo un romance con su pastor. Odom fue baleado en las
afueras de su casa en un intento de robo. Sus amigos de mucho tiempo entraron
en bandas. Fue a prisión por tener una pistola no registrada, cuando pensaba en
matar al pastor.
Después que el tren de Odom llegó al sur de la Florida, el
dinero que le quedaba no duró mucho. Durmió en las calles durante cinco meses,
a la espera de entrar en un refugio. Otro desamparado le enseñó lugares donde
esconderse y le mostró donde conseguir comida que acababa de botarse.
Una noche, ante una comida de Pollo Tropical, rezó por
primera vez.
“No soy una mala persona, no estoy acostumbrado a esta
situación”, dijo Odom. “Recé, ‘Dios, por favor, mantenme seguro’ ”.
En Miami Rescue Mission, Odom descubrió un talento para
enseñar, compartir pasajes de la Biblia con otros. Está a punto de graduarse de
un programa de educación y entrenamiento, y trabaja como asistente de personal
de la oficina de contacto de Rescue Mission.
“Aquí estoy, aún vivo, en Miami”.
Maricela Castillo, 45 aÑos
Con un bebé que sufre una grave condición cardíaca y un
adolescente a los que tenía que mantener, lo único que había entre Maricela
Castillo y el desamparo fue la amabilidad de un propietario. El la dejó estar
un año sin pagar la renta en Kentucky mientras Castillo hacía que el pequeño
Marlon volviera a tener salud, y luchaba para pagar las cuentas de ella y de su
hijo mayor Rigoberto.
Pero al final de ese año, no tenía a donde ir. Castillo y
Marlon se mudaron a Miami para vivir con un amigo, mientras Rigoberto se
quedaba en Kentucky. El amigo eventualmente se fue de la ciudad, y la madre y
el bebé pasaron unas cuantas noches aterradoras en las calles antes de
encontrar un refugio.
“No podía dormir”, dijo ella. “Estaba tan preocupada por mi
hijo”.
En los últimos tres años, Castillo y Marlon han estado en
tres refugios y un apartamento de renta subsidiada. Ahora Castillo tiene un
modesto apartamento de un dormitorio en el edificio Villa Aurora de Carrfour
Supportive Housing, una comunidad de cuidado asequible.
Puede ver el estadio de los Marlins desde su casa, llena de
muebles donados y la asistencia de terapeutas que ayudan a Marlon con el
lenguaje y otras habilidades de desarrollo. Rigoberto vino a Miami, pero
también lucha con el desamparo.
Castillo dijo que tiene que tomar decisiones difíciles sobre
como administrar sus escasos recursos.
“El otro [hijo] es un hombre. Se puede cuidar a sí mismo”,
dijo ella. “Quiero que entre en un programa como el que tenemos, pero Marlon es
el que me necesita ahora”.
Los redactors del Miami Herald Elinor J. Brecher y Charles
Rabin contribuyeron a este reportaje.
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TOMADO DEL NUEVO HERAL DE MIAMI
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