Lucía Delbene
La agricultura
moderna industrializada causa grandes impactos en los ecosistemas que las
rodean. Contamina el agua, creando zonas muertas en los océanos, destruye
habitas biodiversos, pone en peligro la salud publica, liberando químicos
dentro de la cadena alimentaria (provenientes de la exposición de los alimentos
a los pesticidas) y además contribuye al cambio climático. Muchas de estas
prácticas son insustentables, gastándose los recursos naturales mas rápido de
lo que se reponen, y generan externalidades sociales y ambientales muy costosas
que raramente se pagan. Ampararse en el “hambre del mundo” no es un recurso, la
agricultura actual produce suficiente comida para alimentar al mundo entero.
Sin embargo, alrededor de mil millones de personas pasan hambre y otro tanto
están subalimentados. Por lo tanto, el problema principal es la distribución y
no la producción de comida suficiente.
En el artículo “Sistemas
Agrícolas Diversificados: Agroecología basada en sistemas alternativos a la
agricultura industrial moderna.” (Diversified Farming Systems: An
Agroecological, Systems-based Alternative to Modern Industrial Agriculture), C.
Kremen y colaboradores (2012) plantean como la agricultura diseñada de acuerdo
a sistemas integrados y principios agroecológicos, puede contribuir a crear un
mundo socialmente justo, donde la alimentación mundial esta asegurada y los
recursos naturales perduran en el tiempo.
Los Sistemas Agrícolas Diversificados (DFS, por sus siglas en inglés) son paisajes done las prácticas agrícolas, intencionalmente, incluyen a la biodiversidad funcional a una múltiple escala temporal y espacial, a través de prácticas desarrolladas en base a conocimiento tradicional y/o científico. De esta manera, los agricultores manejan la biodiversidad para generar servicios ecosistémicos que son esenciales para la agricultura, tales como la infiltración del agua, la polinización, la fertilidad del suelo, el ciclo de nutrientes, el control de plagas y el de enfermedades.
Los Sistemas Agrícolas Diversificados (DFS, por sus siglas en inglés) son paisajes done las prácticas agrícolas, intencionalmente, incluyen a la biodiversidad funcional a una múltiple escala temporal y espacial, a través de prácticas desarrolladas en base a conocimiento tradicional y/o científico. De esta manera, los agricultores manejan la biodiversidad para generar servicios ecosistémicos que son esenciales para la agricultura, tales como la infiltración del agua, la polinización, la fertilidad del suelo, el ciclo de nutrientes, el control de plagas y el de enfermedades.
A escala de la
parcela los DFS incluyen prácticas como la plantación de múltiples variedades
genéticas de un mismo cultivo y/o múltiples cultivos juntos, y la estimulación
de la diversidad biológica del suelo a través de la adición de compost o
estiércol. A una escala mayor, de campo, un DFS puede incluir parcelas con
distintos usos: con policultivos, sin cultivos, ganadería , acuicultura y/o la
rotación de estos en el tiempo.
A escala de
paisaje, los DFS buscan abarcar a las comunidades naturales o semi-naturales de
plantas y animales de la región, los campos en barbecho, montes ribereños,
pastizales, prados, arboledas, estanques, pantanos, arroyos, ríos y lagos, etc.
Los investigadores entienden que los paisajes heterogéneos sustentan
componentes de la agrobiodiversidad (biodiversidad nativa más “biodiversidad
asociada”), y sus diferentes componentes interactúan unos con otros y con el
medio físico para suministrar servicios ecosistémicos críticos para el proceso
de cultivo.
Las
consideraciones espaciales o territoriales son importantes. Los diferentes
componentes del sistema deben guardar una relación de distancias adecuada (en
cada una de las escalas) para que los servicios ecosistémicos “funcionen”
correctamente. Por ejemplo, ciertas comunidades silvestres de abejas sólo puede
ofrecer un “servicio completo” de polinización si existe una parte suficiente
de su hábitat natural a determinada distancia de los cultivos.
Por otro lado,
los DFS no sólo son heterogéneos especialmente sino que también lo son
temporalmente, debido tanto a las acciones humanas (tiempos de cosecha,
rotación de cultivos, tiempo barbecho o cambios de uso del suelo, etc.), como a
los procesos naturales de sucesión.
Los ecosistemas
están densamente interconectados a la sociedad. Los DFS son sistemas socio-ecológicos
complejos que también lo están, por medio de practicas agrícolas, instituciones
sociales y procesos gubernamentales que colectivamente dirigen la producción de
alimentos y el mantenimiento de la biodiversidad. A su vez, y como se indicó arriba,
los DFS son generadores y re-generadores servicios ecosistémicos los que
proveen beneficios sociales. La percepción social de estos beneficios brinda
condiciones para mantenerlos en el tiempo (entendido como sus sustentabilidad).
Estas
interacciones han ocurrido históricamente varias veces y los DFS han surgido en
todo el mundo. Sin embargo, procesos socio-políticos y económicos, como la
disminución del acceso y control sobre las semillas (asociada a la expansión de
la biotecnología de cultivos) o una mayor dependencia de los mercados de los
productos básicos, están colaborando en romper estos ciclos de
retroalimentación positiva, debilitando así DFS.
La
industrialización de la agricultura ha dado lugar a la homogeneidad de los
sistemas alimentarios y de las técnicas de cultivo estandarizando cada vez más
los mercados. En consecuencia, las complejas relaciones sociales subyacentes a
la agricultura y los servicios ecosistémicos se han vuelto menos visibles y por
lo tanto, menos valorados por la gente.
Un ejemplo de
cómo se relacionan la sociedad y los ecosistemas dentro de un DFS se encuentra
en el altiplano andino. Allí, durante 3 000 años, los agricultores indígenas
han manejado sus tierras agroecológicamente. En este caso, la interacción
continua entre la gestión humana y la ecología física del lugar, ha creado un
paisaje de pisos agroclimáticos a distintas altitudes, cada una caracterizada
por prácticas específicas de rotación de cultivos, terrazas, sistemas de riego
y cría de determinados animales. Dentro de estos pisos o bandas, el
conocimiento tradicional ha contribuido a mantener una gran diversidad genética
al perpetuar variedades locales adaptadas y parientes silvestres de cada
cultivo. En este sistema, la cooperación social es esencial para la gestión a
lo largo del gradiente altitudinal y el mantenimiento de la heterogeneidad del
ecosistema andino. Una economía de trueque basada en la reciprocidad ha
facilitado los intercambios complementarios de plantas y animales entre zonas
ecológicas diferentes.
En los sistemas
industrializados, los agricultores deben negociar con compradores corporativos
de alimentos, comprar agroquímicos y semillas a agentes, buscar préstamos del
banco y trabajar con los expertos entrenados en el uso de pesticidas. Los agricultores
confían en que estas relaciones les permiten competir de manera efectiva en las
cadenas de suministro y hacer frente a cambios desfavorables en las condiciones
ecológicas, como brotes de plagas. Pero, estos tipos particulares de relaciones
provocan que los productores generen una mayor dependencia de los bancos y se
degraden los grupos de aprendizaje social ya que los agricultores se
especializan en un solo tipo de cultivo intentando maximizar los rendimientos a
corto plazo mediante el uso de insumos externos, para cumplir con los pagos del
préstamo. En consecuencia, las presiones económicas en estos sistemas
estrechamente vinculados impactan en los servicios ecosistémicos, que son los
pilares para potenciales DFS.
La producción
industrial crea una serie de “distancias” entre los productores y los
consumidores (geográfica, temporal, o cultural) y el flujo de información en
toda la cadena de suministro disminuye. Así, los consumidores son relativamente
ignorantes acerca de las condiciones de producción de alimentos, y por lo
tanto, se reduce su capacidad de evaluación crítica en base a criterios de
sostenibilidad, y poder ejercer un poder de compra a favor de los DFS. En este
contexto, los DFS no siempre pueden desarrollar todos sus beneficios socio-ecológicos
potenciales debido a la falta de un entorno propicio.
El gobierno y la
estructura del sistema alimenticio por encima del productor se organiza a
través de variadas políticas agrícolas. Se indican casos como la liberalización
del comercio internacional, que promueve las importaciones baratas de alimentos
de los países industrializados a los países en desarrollo), los subsidios para
combustibles fósiles, agroquímicos y cultivos de productos básicos y de los
proyectos de riego (que benefician principalmente a los grandes
terratenientes), etc. Estos factores ayudan a mantener industrializado el
sistema agroalimenticio.
Este sistema crea
importantes obstáculos a los agricultores que deseen utilizar métodos
diversificados de cultivos, generar valor por los servicios ecosistémicos, y
vender los productos alimenticios a mercados viables. También deja a los
consumidores y las comunidades ignorantes de los orígenes, calidades y
consecuencias sociales y ecológicas de la producción de los alimentos,
combustibles y fibras que consumen.
De esta manera,
los DSF brindan una oportunidad para explorar una cuestión urgente en América
Latina: compatibilizar la conservación de la biodiversidad y la funcionalidad
de los ecosistemas, con las prácticas agrícolas.
El artículo de
C. Kremen y sus colaboradores se puede descargar desde aquí…
Lucía Delbene es bióloga, asistente de investigación en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social). Publicado en Ecología y Conservación de CLAES el 8 de mayo 2013. Contacto: lucia(arroba)ambiental.net
Lucía Delbene es bióloga, asistente de investigación en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social). Publicado en Ecología y Conservación de CLAES el 8 de mayo 2013. Contacto: lucia(arroba)ambiental.net
Tomado de envío de foroba de ecología y conservación
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