No es que no se pueda hacer nada más. Si no podemos detener
la rueda, podemos sin embargo reducir su velocidad. Podemos y debemos
adaptarnos a los cambios y organizarnos para mitigar los efectos perjudiciales.
Ahora se trata de vivir con radicalidad las cuatro erres: reducir, reutilizar,
reciclar y reabastecer.
Necesitamos una orientación ética que nos ayude a alinear
nuestras prácticas para superar la crisis actual. En este cuadro dramático,
¿cómo fundar un discurso ético mínimamente coherente que valga para todos?
Hasta ahora, las éticas y las morales se basaban en las
culturas regionales. Hoy, en la fase planetaria de la especie humana, debemos
restablecer la ética a partir de algo que sea común a todos y que todos podamos
entender y realizar.
Mirando hacia atrás, hemos identificado dos fuentes que
guiaron, y aún guían, ética y moralmente las sociedades hasta hoy: la religión
y la razón.
Las religiones siguen siendo los nichos de valor
privilegiados para la mayoría de la humanidad. Nacen de un encuentro con el
Supremo Valor, con el Supremo bien. De esta experiencia nacen los valores de
veneración, respeto, amor, solidaridad, compasión y perdón. Muchos pensadores
reconocen que la religión, más que la economía y la política, es la fuerza
central que mueve a las personas y las lleva hasta a entregar su propia vida
(Huntington). Otros llegan a proponer a las religiones como la base más
realista y eficaz para construir una ética global para la política y la
economía mundiales (Küng). Para eso las religiones deben dialogar entre sí y,
en el diálogo, acentuar más los puntos en común que los puntos de disparidad.
Con esto se puede marcar el comienzo de la paz entre las religiones. Esta paz
no se basta a si misma, sino que debe animar la paz entre todos los pueblos.
La razón crítica, desde que estalló casi al mismo tiempo en
todas las culturas mundiales en el siglo sexto A.C., el llamado «tiempo-eje»
trató de establecer códigos éticos universalmente válidos, basados
principalmente en las virtudes, cuya centralidad la ocupaba la justicia. Pero
también afirma la libertad, la verdad, el amor y el respeto al otro.
El fundamento racional de la ética y la moral -ética
autónoma- fue un admirable esfuerzo del pensamiento humano, desde los maestros
griegos Sócrates, Platón y Aristóteles, pasando por Immanuel Kant hasta los
modernos Jürgen, Habermas y Enrique Dussel, y entre nosotros Henrique de Lima
Vaz y Manfredo Oliveira entre otros de nuestra cultura.
Sin embargo, el nivel de convencimiento de esta ética
racional fue escaso y restringido a los ambientes ilustrados. Por lo tanto, con
un impacto limitado en la vida cotidiana de la gente.
Estos dos paradigmas no han sido invalidados por la crisis
actual, sino que deben ser enriquecidos si queremos estar a la altura de los
retos que nos vienen de la realidad, hoy profundamente modificada.
Para este enriquecimiento necesitamos bajar a aquella
instancia en la cual se forman continuamente los valores, contenido principal
de la ética. La ética, para ganar un mínimo de consenso, debe brotar de la base
común y última de la existencia humana. Esta base no reside en la razón, como
siempre ha pretendido Occidente.
La razón -y esto la misma filosofía lo reconoce- no es ni el
primero ni el último momento de la existencia. Por eso no explica todo ni
abarca todo. Se abre hacia abajo, de donde surge algo más elemental y
ancestral: la afectividad y el sentimiento profundo. Irrumpe hacia arriba,
hacia el espíritu, que es el momento en que la conciencia se siente parte de un
todo y que culmina en la contemplación y en la espiritualidad. Por lo tanto, la
experiencia de base no es «pienso, luego existo», sino «siento, luego existo».
En la raíz de todo no está la razón («logos»), sino la pasión («pathos»), que
se expresa por la sensibilidad y por el afecto. De ahí el esfuerzo actual para
rescatar la razón sensible y cordial (Meffesoli, Cortina). Para este tipo de
razón captamos el carácter precioso de los seres humanos, lo que los hace
dignos de ser deseables. Desde el corazón y no desde la cabeza, vivenciamos los
valores. Por los valores nos movemos y somos. En último término, está el amor
que es la fuerza más grande del universo y el nombre propio de Dios. Esta ética
nos puede comprometer en acciones prácticas para abordar el calentamiento
global.
Pero tenemos que ser realistas: la pasión está habitada por
un demonio que puede ser destructivo. Es un caudal fantástico de energía que,
como las aguas de un río, necesita márgenes, límites y justa medida. Si no,
irrumpe avasalladora.
Y es aquí donde entra la función insustituible de la razón.
Es propio de la razón ver claro y ordenar, disciplinar y definir la dirección
de la pasión.
Aquí surge una dialéctica dramática entre la pasión y la
razón. Si la razón reprime la pasión, triunfa la rigidez y la tiranía del
orden. Si la pasión dispensa a la razón, prevalece el delirio de las pulsiones
del puro disfrute de las cosas. Pero si prevalece la justa medida y la pasión
se sirve de la razón para un desarrollo auto-gobernado, entonces puede haber
una conciencia ética que nos haga responsables ante el caos ecológico y el
calentamiento global. Por aquí va el camino que tenemos que recorrer. Para un
nuevo tiempo, una nueva ética
De Leonardo boff , enviado por Osvaldo Pimpígnato
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