Tras las huellas del puma A los habitantes rurales se les
concientiza para proteger el puma. Acá, vereda San José de la Ahumada. FOTO
HENRY AGUDELO Por RAMIRO VELÁSQUEZ GÓMEZ
No se sabe cuántos quedan. Tal vez 20 en todo el norte de
Antioquia, 7 u 8 en uno de los ramales de la cordillera moviéndose por las
crestas entre Carolina, Santa Rosa de Osos y Yarumal.
La lucha ha sido a muerte. En los años 70 un solo campesino
sacó 7 pumas muertos al parque de Carolina del Príncipe, rememora Rodrigo
Castaño Díaz, director y fundador de la Fundación Guanacas, que con 900
hectáreas protege esta y otras especies.
Henry Ruiz, un joven campesino, líder ambiental de esa zona,
ha visto pieles en casas, pero también pumas vivos: una madre con su cachorro y
uno rojizo, “muy lindo”.
La ocupación de territorios por el hombre relegando los
bosques a las cimas de las montañas, paisaje común en Antioquia, incide en los
encuentros del segundo mayor felino americano con los humanos.
“Me estaban formando dos grupos de cacería”, dice Nicolás
Ossa, director de la Umata de Santa Rosa de
Osos, un municipio que perdió su
apellido hace varios lustros con la muerte del último de los osos.
Los encuentros se deben a la muerte de alguna res o equino
por el puma hambriento. Ossa cree que el cambio climático participa también en
el juego. “Antes se registraba un incidente por año tal vez; ahora hemos tenido
seis en seis meses”.
Pero no todo puede atribuírsele. Los pumas, que rara vez
atacan humanos, no cazan presas enormes. Un ternero, un perro o un potro pueden
caer bajo sus colmillos, dirigidos casi siempre al cuello. No una vaca. y ese
es el reclamo de algunos que dicen haber sido víctimas.
El más reciente caso en la región, cuenta Castaño Díaz, fue
hace un año. Lugareños enfurecidos cazaron una hembra con dos cachorros.
Aunque Santa Rosa es vista como una altiplanicie, su
territorio semeja una sábana mal tendida, con arrugas naturales y relictos de
bosque que perdieron continuidad, extendiéndose hasta puente Gabino.
Al puma se le ha visto en Belmira, Santa Rosa y Carolina. Su
corredor pasa por Campamento, Angostura, Anorí, Yarumal y Valdivia. La selva en
estos territorios es discontinua, pequeños o grandes manchones verdeoscuros
dominan el paisaje, resaltando en las cimas. Cada vez más arrinconado.
No es esa la distribución exclusiva. Su presencia es activa
en varias regiones del país. De hecho, existe una iniciativa de protección que
va de Canadá a la Patagonia.
Su vida solitaria hace que ese rango sea amplio. El
territorio de un solo macho supera los 25 kilómetros cuadrados.
¿Cómo es?
Aunque su presencia puede intimidar, es huidizo y a veces
abandona las presas cuando la resistencia es fuerte.
De máximo 70 kilos, hasta 80 centímetros de altura y 240
centímetros de nariz a cola, el puma no ruge, emite distintos sonidos como un
silbido. Ágil, puede saltar 5 metros y correr a 72 kilómetros por hora por
breves instantes.
Es un eximio trepador y se mueve tanto por terreno cubierto
como en el desprovisto de vegetación. Caza acechando su presa hasta que da el
golpe. Es un carnívoro obligado que come hasta insectos y venados, armadillos,
roedores y animales más pequeños. Una dieta cada vez más escasa.
Santa Rosa de Osos quiere convertirse en ángel guardián de
este felino que no está emparentado con los gatos aunque ronronea.
Con el manejo de la Fundación Guanacas se creó un fondo para
compensar a los campesinos que pierdan una res y así desistan de cazar al que
se acerque a sus predios.
Que convivan, como dice el asesor ambiental de la Alcaldía,
John Jairo Valencia, y de a poco, con el sistema local de áreas protegidas en
construcción, asegurar el corredor por el que el puma, el cuarto mayor felino
del mundo, pueda moverse sin tropezar con el hombre.
Ya sin osos, Santa Rosa quiere perpetuar los pumas por lo
que representa para el equilibrio y no poseer la triste etiqueta de acabar con
dos grandes especies de su territorio.
Puma concolor. Pardo, rojizo o agrisado, un felino que ahora
tiene quién lo proteja.
Para que resurja. Tomado de el colombiano
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