CIENCIA › EL DESARROLLO DE UN PRODUCTO QUE CONTRIBUYE A
RESTAURAR EL EQUILIBRIO DE LOS SUELOS El primer fungicida biológico del país
Es desarrollado por investigadores del Instituto de
Microbiología y Zoología Agrícola del INTA y lo comercializa una empresa
argentina. La bióloga Laura Gasoni cuenta cómo surgió, de qué manera se aplica
y cuáles son las ventajas de este bioinsumo de etiqueta local. Por Pablo
Esteban
La existencia de hongos fitopatógenos representa un
obstáculo para la emergencia de plantas en los cultivos. En esta línea, un
grupo de científicos del INTA desarrolló Rizoderma: el primer fungicida
biológico del país diseñado para tratar enfermedades fúngicas que afectan al
trigo y a otros cereales. Un bioinsumo que, en contraposición a lo que ocurre
con los productos de síntesis química, cuenta con la ventaja de conservar la
flora benéfica del suelo. El dominio de las técnicas agrícolas significó una
revolución para el “hombre primitivo” (construcción que les gusta utilizar a
los historiadores eurocéntricos que, todavía, creen en la idea de un progreso
lineal, universal y único). Hace aproximadamente nueve mil años el ser humano
modificó su forma de estar en el mundo y trocó su economía de recolección y
caza por una basada en la agricultura y la ganadería. Después de todo, ya no le
alcanzaba con comprender el entorno en que vivía y, en efecto, decidió
transformarlo. Así fue como se modificó la homeostasis natural y el aparente
equilibrio original fue colocado patas para arriba. La naturaleza se
desnaturalizó y emergieron nuevas prácticas que, con el tiempo, conformaron un
sistema de concepciones, valores y percepciones que otorgaron, en definitiva,
un matiz distinto –y un estatus novedoso– al ser humano. La cultura: un
“proceso social total” –en palabras del maravilloso Raymond Williams–, un
tesoro valiosísimo cuyo precio se actualiza de manera constante. Un patrimonio
que se moldea con vientos que viajan desde diferentes direcciones y en cuyo
seno se desarrolla la construcción identitaria. La palabra y la acción. Sin
embargo, el conocimiento es escurridizo y no siempre corre de forma paralela a
los cambios sociales. Incluso, muchas veces ni siquiera corre. Existen
acontecimientos y procesos que no son susceptibles de ser interpretados y
aprehendidos mientras ocurren. También existen prácticas culturales y rasgos
medioambientales que, todavía, los investigadores contemporáneos no lograron
explicar con mejor detalle que los primeros habitantes que inauguraron el
período Neolítico. Sin ir más lejos, el suelo continúa siendo una caja negra
llena de incógnitas; un escenario compuesto tanto por microorganismos benéficos
como por ejemplares patógenos cuya extinción o reproducción es difícil de
identificar a ciencia cierta.
–Cuénteme cómo surge Rizoderma, el primer fungicida biológico del país.
–Rizoderma es el fruto del trabajo colectivo en el que
participó un grupo de investigadores de excelentísimo nivel, como la doctora
Viviana Barrera, el licenciado Rodrigo Rojo, el licenciado Matías Zapiola y
Mara Martín. El nombre que escogimos para el producto es el resultado de la
conjunción entre Rizobacter, la empresa con la cual el INTA ha firmado el
convenio y “derma”, que se refiere a trichoderma, género de un antagonista
fúngico nativo. El producto, entonces, es una formulación líquida que tiene incluido
entre sus componentes un microorganismo benéfico. Hace dos décadas, cuando
nosotros nos volcamos al estudio del control biológico, no se trataba de un
tema muy explorado, y la población no sabía demasiado sobre su significado y
sus alcances. Tenía un desarrollo incipiente a nivel mundial y, por tanto, en
Argentina se hacía difícil modificar la conciencia del productor.
–¿A qué se refiere con “modificar la conciencia del productor”?
–En concreto, se trataba de hacerles entender que no hace
falta eliminar a todos los agentes patógenos del suelo –aquellos que pueden
producir enfermedades o daños en la biología de un huésped vegetal, animal o
humano– para poder cultivar. Pues existe la posibilidad de convivir con un
nivel aceptable de hongos sin la necesidad de destruir toda la vegetación. En
este sentido, fue necesario realizar una tarea didáctica de aprendizaje
colectivo. Cuando algo es nuevo y causa la ruptura de las tradiciones, es
normal que cause miedo en los actores. Los productores sentían incertidumbre y
fue nuestro deber explicarles y convencerlos sobre la importancia del control
biológico y el equilibrio de los ecosistemas.
–¿En qué se diferencia el producto diseñado por el INTA respecto de un
fungicida que sintetiza sustancias químicas?
–Como comenté antes, la idea no es eliminar de manera total
la flora porque se genera un vacío en el suelo que promueve que los
microorganismos patógenos colonicen, luego, con mayor velocidad. En
contraposición a ello, lo que hace el fungicida biológico es incorporar
microorganismos benéficos y restaurar el equilibrio original. Hay que tener en
cuenta que la agricultura, como toda actividad humana, tiende a quebrar el
equilibrio de los suelos porque modifica la comunidad microbiana original y su
naturaleza.
–Desde esta perspectiva, ¿cómo se aplica Rizoderma?
–Se aplica sobre la superficie de la semilla de trigo, que
llega “protegida” al suelo y no es colonizada –invadida– por microorganismos
patógenos en un espacio determinado. Entonces, al entrar en contacto con el
suelo, la semilla que posee Rizoderma promueve la expansión del antagonista
–benéfico– que controla al patógeno a través de diferentes mecanismos. Al
momento, no hemos trazado de manera individualizada las trayectorias de acción
que desarrollan los microorganismos benéficos. Nuestro grupo de trabajo
seleccionó cepas de tricoderma que fueran efectivas contra los patógenos más
usualmente encontrados.
–¿Sólo actúa sobre el
trigo?
–Este desarrollo fue pensado para ser aplicado en trigo y en
cereales de invierno. Sin embargo, ya existen investigadores que buscan
implementar un desarrollo de características similares para soja y otros
cultivos.
–Usted señaló que el producto se aplicaba en “espacios determinados”.
¿Qué se tiene en cuenta al momento de escoger los sitios geográficos en que se
colocará el fungicida?
–En general, elegimos predios donde las enfermedades de los
suelos son epidémicas y trabajamos en aquellos lugares específicos en que el
patógeno no está presente. Ello nos permite a los investigadores observar cómo
en un mismo escenario conviven el patógeno con su antagonista natural. De este
modo, seleccionamos a los organismos antagonistas que pueden ser efectivos para
controlar el nivel de inóculo patogénico existente.
–¿Los suelos se enferman?
–Los suelos son cajas negras compuestas de microorganismos
patógenos y microorganismos antagonistas que conviven, es decir, que comparten
el mismo nicho. Son cajas negras porque, en la actualidad, no se puede afirmar
con certeza si los seres vivos que los habitan se extinguen o no lo hacen. Por
ejemplo, en la naturaleza cualquiera podría afirmar que el tigre blanco se
halla en peligro de extinción, sin embargo, no ocurre igual con los
microorganismos. En este sentido, es muy difícil afirmar que un suelo está,
efectivamente, enfermo porque algunos patógenos son muy evolucionados y
requieren del hospedante, la planta, para manifestar la enfermedad. El
organismo manifiesta la enfermedad, pero ello no implica que el suelo esté
enfermo.
–Es decir, ¿existen hospedantes en los cuales se manifiesta determinada
enfermedad y otros en los que no?
–Exacto. Existen microorganismos patógenos que son
primitivos y atacan una mayor variedad de cultivos, mientras que los más
evolucionados actúan sobre un cultivo determinado. Cuando nosotros vamos a
sembrar, siempre es conveniente realizar un estudio previo del suelo.
Necesitamos tener una idea del inóculo patogénico que puede tener el suelo. Tomado
de envio de velez en red foroba
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