El científico del
pueblo
Por Andrés Carrasco
"Monsanto es un
instrumento de desocupación del territorio, lo que se intenta es 'barrer' y
para eso, como no queda muy bien últimamente hacer genocidios, entonces busca
otra manera de sacarse de encima a la gente. Hay que desocupar territorios
porque esos territorios son ricos, porque producen cosas, porque tienen cosas
que ellos necesitan"
A 5 años de su muerte, recordamos al Profesor Andrés Carrasco, el
científico que confirmó los efectos devastadores del glifosato, acompañó con su
investigación a los pueblos fumigados y cuestionó que la ciencia esté al
servicio de las corporaciones.
Chupate esta tecnociencia
La ciencia es un loco que ya mató a Dios. Pero ahora dicta:
natura ha muerto. O por lo menos eso se desprende de su larga marcha por un
camino negro, donde ningún ciclo evolutivo quedará exento de la mano invisible
del mercado de la ciencia. Una mirada que nos pone paranoicos y nos deja
atónitos.
Ojo con esa semilla.
Por primera vez en la historia los humanos se encuentran
técnicamente habilitados para intervenir el genoma, alterando, modificando,
agregando, o retirando información de la base genética de los organismos vivos.
Estamos ante un salto revolucionario de imprevisibles consecuencias, no solo en
la diversidad biológica del planeta sino en relación con el equilibrio
evolutivo.
El discurso
científico que legitima el uso de los Organismos Genéticamente Modificados
(OGM) pertenece esencialmente a la biología molecular, por ser el cuerpo de
conocimiento que permite la manipulación de la estructura de los genes con el
objeto de producir ciertos efectos deseados en los fenotipos. Pero el marco
teórico de la investigación que produce OGM no está en condiciones de decir
nada acerca de las modalidades de su uso, ni de los “efectos colaterales” sobre
la salud y el medio ambiente.
Nos estamos ahorrando
la reflexión social capaz de determinar si vale la pena aplicar esta
tecnología, si es deseable alterar los tiempos evolutivos naturales de las especies,
y si estamos dispuestos a violar el derecho de la naturaleza introduciendo
cuerpos extraños en ella.
El Big relato
Después de la segunda guerra mundial hubo
"avances" enormes en química, metalurgia y aviación, entre otros, y
se configuraron los programas denominados Big Science, como la NASA o el
Proyecto Manhattan. Estos megaproyectos corporativos del complejo
tecnológico-militar generaron las condiciones para el descubrimiento de la
estructura del ADN y el desarrollo técnico de su manipulación. De allí al
programa del Genoma Humano, casi sin discontinuidad.
El énfasis, la
competencia y la adrenalina que circulaba en estos planes de investigación
globales permitían a las grandes corporaciones jugar con el control tecnológico
del desarrollo químico, molecular, atómico y espacial, sustentados en campañas
que invocaban nobles principios de mayor bienestar, avances médicos o
producción más barata y segura de energía. En los años setenta comienza la
manipulación genética de organismos vivos, justificada en el hambre de cientos
de millones de seres humanos en el mundo, de tal manera que aseguró a los
países triunfantes el derecho a ejercer el poder del dominio tecnológico. El
poder de diseño fue transferido, desde los individuos y la academia a los planes
estratégicos del combinado Estado-corporación.
El viaje del átomo al
gen fue uno de los pilares fundantes de lo que hoy conocemos como
globalización. Nunca más la Big Science encaró proyectos que no estuvieran en
línea con demandas corporativas. Nunca más la ciencia fue creíble en su prédica
de neutralidad, custodia de la verdad y autonomía de sus desarrollos.
La ciencia entonces
orientó en forma creciente su mirada y exploración hacia ciertos conocimientos
estratégicos, mecidos por los intereses y la competencia de los Estados, y
mediados por los concentrados corporativos privados. Desde entonces cada vez es
más difícil encontrar desarrollos de investigaciones que no estén previamente
enmarcados en megaproyectos tecnológicos asociados a ese mercado global. La
introducción de los organismos transgénicos, que puede aparecer como una
técnica promovida por la curiosidad individual o como un paso en la aventura
humana por dominar a la naturaleza, no es sino un instrumento de control
territorial, político y cultural que ha neutralizado al pensamiento crítico.
¿Los transgénicos alimentarán al mundo?
La revista Nature abordó esta pregunta en pleno debate sobre
los efectos de la contaminación de los agrotóxicos. En su editorial del 29 de
julio de 2010, describió el fracaso de los OGM aludiendo que no habían servido
para disminuir el hambre, que despertaron una percepción social negativa sobre
la privatización de territorios, la contaminación ambiental y el agotamiento de
los suelos y los recursos hídricos. La causa del hambre, según Nature, no es la
falta de alimentos sino la pobreza.
En el mundo de hoy se
calcula que hay 1500 millones de hectáreas cultivadas y 170 millones están
sembradas con transgénicos, de las cuales 152 millones corresponden solo a
cinco países: EEUU, Brasil, Argentina, Canadá e India. A la demostración del
impacto ambiental sobre el suelo, flora y fauna de los tóxicos usados en estos
territorios, se agregan los efectos indeseados sobre la salud de la población,
y más recientemente, las limitaciones de la seguridad biológica implícitas en
el propio procedimiento tecnológico (por la mentira implícita en el concepto de
equivalencia sustancial, pues no está demostrado la equivalencia alimentaria
entre transgénicos y no transgénicos).
El agravamiento de la
situación en los países productores parece un hecho, con la llegada al mercado
de las nuevas semillas donde se "apilan" las modificaciones genéticas
que exigen otro tipo de herbicidas para compensar la progresiva impotencia de
los OGM (debido a la resistencia de las malezas y el descenso del rendimiento
por agotamiento de los suelos). Todo lo cual sucede en un complejo escenario:
Europa mira con renuencia la aceptación de los transgénicos y plantea
incrementar la importación de soja convencional ante la creciente presión del
consumidor, que exige el etiquetado informativo de los productos. Al mismo
tiempo, China también reacciona, rechazando o restringiendo el uso de
agrotóxicos, a la vez que desarrolla políticas voraces con compras y acaparamiento
de tierras (land grabbing) en África, Asia y América Latina.
El rumbo del mercado
internacional es por lo tanto incierto, y reclama una urgente y postergada
discusión sobre la autonomía en los países periféricos. Ese debate, sin
embargo, no reemplaza la acción política de resistencia ni la ética de poner el
cuerpo. Las palabras de denuncia generan abstracciones sobre las fuerzas
materiales que sostienen la producción de alimentos (y la explotación de otros
bienes comunes), si no se entrelazan en los lugares del conflicto concreto
donde se palpa la simiente de la política. El negocio global de alimentos agota
recursos no renovables por cuenta y necesidad de un modelo depredador que
necesita el control de toda la cadena para ejercer hegemonía y asegurar la
rentabilidad. Es un sistema de saqueo e iniquidad que no contempla el bien
común o la felicidad del pueblo, que destruye vida, naturaleza y autonomía y
que genera más hambre y exclusión.
Esto recién empieza
Advertidas de las consecuencias colaterales, las empresas
biotecnológicas están empeñadas en la futura generación de tecnologías usando
modificaciones genéticas que eviten la transgénesis. Sin embargo, estos
desarrollos "novedosos" siguen siendo intervenciones en el genoma que
involucran un alto grado de incertidumbre en cuanto a su viabilidad y efectos
inesperados. Al igual que sucede con la inserción de genes de otras especies
(transgénesis), o de la misma especie (cisgénesis), la edición de genes con las
nuevas técnicas usando nucleasas como Talens o factores de transcripción Zinc
Finger, son verdaderas intervenciones en el material genético que no respetan
su integridad ni los cursos temporales requeridos en la naturaleza para generar
y estabilizar variantes fenotípicas. Y más allá del fragmento incorporado o
editado por la manipulación genética, estos procedimientos no pueden asegurar
una mejora global de la variante.
La distancia entre la
práctica experimental y las pruebas de campo, que según la revista Nature
actualmente es considerable, obliga a las corporaciones responsables de los OGM
a eludir la discusión sobre si la manipulación genética brindará seguridad
definitiva en los cultivos comerciales. Por lo tanto, nunca dejará de ser un
experimento genético hecho por el ser humano, como lo es la clonación, con un
grado de incertidumbre directamente proporcional a la disrupción de la
complejidad biológica y de su comportamiento en el medio natural. Ninguna de
estas técnicas contempla las propiedades emergentes de los cambios que la
tecnología introduce en la estructura del material genético. Menos aún los que
provocarán nuevas técnicas como la biología sintética, que pretende transformar
las plantas en fábricas de productos naturales o sintéticos (como plásticos).
La tecnociencia
biológica promueve la idea de que el genoma es un mecano de piezas inertes,
ocultando de este modo lo que realmente es: un sistema integrado y complejo de
regulaciones, con reglas adquiridas durante millones de años que tienden a
mantener un equilibrio conservador. La liviandad con que la biología
experimental y la biotecnología impregnadas por el mercado conciben los OGM es
francamente incomprensible, dado los datos disponibles sobre la limitación de
nuestro conocimiento y sobre la complejidad del funcionamiento del genoma.
La modificación
genética experimental de nuevas variedades lanzadas en la naturaleza
"comprime" el tiempo evolutivo y "linealiza" la dinámica de
los ciclos naturales de la vida. Por lo tanto, en el marco de los ecosistemas
naturales donde se insertan, los OMG son verdaderos cuerpos extraños y su
efecto en la naturaleza, irreversible e impredecible.
Esas variantes
artificiales generadas por el ser humano en laboratorio tendrán todavía que
mostrar su verdadera capacidad, eficacia y persistencia de los rasgos
fenotípicos inducidos durante el procedimiento genético, cuando sean sometidas
al medio ambiente. Pero, sobre todo, deben demostrar sin ambigüedades que su
presencia es inocua para el resto de las especies o las variedades no
manipuladas del cultivo a la que pertenece.
Algo imposible de
probar a priori, por los tiempos de la industria biotecnológica y por la escala
temporal y espacial requerida. Estas nuevas tecnologías pueden ser exitosas en
lo inmediato, pero también pueden ser un fracaso y un peligro en el mediano
plazo. Y en la defensa del "virtuosismo" de un avance tecnológico, no
hay nada más perverso que recurrir a la "autoridad" de la ciencia,
descartando de antemano la sospecha de daño, en detrimento de la noción de
incertidumbre presente en el principio de precaución.
Barones de lo poshumano
El actual productivismo tienta a los "barones" de
la tecnociencia a legitimar tecnologías acríticamente, proclamando que el
"ambientalismo" es de derecha. Otros más sinceros, como Federico
Trucco (CEO de INDEAR‒Bioceres) o Néstor Carrillo (Instituto Biología de
Rosario, IBR‒CONICET), sostienen que el progresismo "ataca por
ignorancia" la tecnología OGM. Lo que ellos silencian es que con los
criterios de comprobación de que disponemos, lo aceptable en los laboratorios
es muchas veces intolerable para el medio ambiente y la salud humana.
La ontogenia (estudio
del desarrollo de los organismos) y la filogenia (historia del desarrollo
evolutivo de organismos y sus continuidades y discontinuidades) nos muestran la
inmensa complejidad de una vida que puede compararse con un iceberg oculto,
para comprender la importancia de la diversidad biológica amenazada por los
OGM. Pero la negación de la incertidumbre es consustancial a un canon
reduccionista, atrincherado en la carrera por proveer mercancías para el
mercado global, destinadas a un consumo infinito e irrestricto. Subordinada al
mercado, la ciencia tiene cada vez menos preguntas que apunten a desarrollar
conocimiento para el bienestar y felicidad humana, a la vez que atiende
necesidades superfluas o suntuarias a las que muchos jamás tendrán acceso. La
ciencia contemporánea hace añicos el valor simbólico de convivir con lo
natural, aportando imitaciones más manipulables, en su afán por controlar la
evolución sin saber casi nada acerca de su devenir. La velocidad de las
propuestas de cambio tecnológico amplían indefinidamente la frontera de lo
posible y reducen al mismo tiempo el campo de lo pensable, introduciendo de
este modo un espacio enorme desprovisto de sentido.
La
"desobediencia epistémica" es la estrategia de guerra descolonial que
la humanidad tiene por delante. Especialmente en aquellos espacios del planeta
donde la oscuridad es sinónimo de dependencia. Los países sometidos a esta
lógica tienen que revisar sus modos de producción de conocimiento, revisando
con urgencia las nociones de desarrollo y progreso. Los países centrales
deberán examinar su conciencia colonizadora, porque los procesos de resistencia
en curso tenderán a profundizarse, y la insistencia en la apuesta globalizadora
comienza a ser suicida.
Enviado por la RENACE el
10/05/2019
Recopilado por:
Por Osvaldo Nicolás Pimpignano
Periodista de Investigación – FLACSO
Para: ASOCIACION ECOLOGISTA RIO MOCORETA
Las imágenes fueron tomadas de la Web
* Publicado originalmente en Revista Crisis, el 23 diciembre
de 2013
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