LA CRISIS DE LA COVID IMPULSA EL AUMENTO DEL PRECIO DE LOS ALIMENTOS PARA LAS PERSONAS MÁS POBRES DEL MUNDO
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Mujeres cosechan trigo en Bangladesh. Foto: © Scott Wallace
/ Banco Mundial
En el último año, la COVID-19 ha desbaratado la seguridad
económica, sanitaria y alimentaria de millones de personas; por este motivo,
hasta 150 millones de individuos pueden caer en la pobreza extrema. Si bien los impactos de la pandemia en la economía y en la
salud han sido devastadores, el aumento del hambre observado constituye uno de
sus síntomas más tangibles.
Las pérdidas de ingresos se han traducido en menos dinero en
los bolsillos de las personas para comprar alimentos, mientras que las
alteraciones en los mercados y en el suministro de productos debido a las
restricciones de transporte han generado escasez a nivel local y precios más
altos, especialmente en el caso de los alimentos perecederos. Esta reducción
del acceso a alimentos nutritivos tendrá impactos negativos en la salud y el
desarrollo cognitivo de los niños de la era COVID durante muchos años.
Los precios mundiales de los alimentos, medidos por un
índice de precios del Banco Mundial, subieron un 14 % el año pasado. Las
encuestas telefónicas realizadas periódicamente por el Banco en 45 países
demuestran que un número considerable de personas se queda sin alimentos o
reduce su consumo. Dado que la situación es cada vez más grave, la comunidad
internacional puede adoptar tres medidas clave en 2021 para aumentar la
seguridad alimentaria y ayudar a prevenir un daño más grave para el capital
humano.
La primera prioridad es permitir el libre flujo de los
alimentos. Para evitar la escasez artificial y los picos de precios, los
alimentos y otros productos esenciales deben cruzar las fronteras con la mayor
libertad posible. Al principio de la pandemia, cuando la
aparente escasez y el pánico generaban amenazas de prohibir las exportaciones,
la comunidad internacional ayudó a mantener abierto el flujo de comercio de
alimentos. La información creíble y transparente sobre el estado de los
inventarios mundiales de alimentos —que se encontraban en niveles normales
antes de la COVID—, junto con declaraciones unívocas de libre comercio del
Grupo de los Veinte, la Organización Mundial del Comercio y los organismos de
cooperación regional ayudaron a tranquilizar a los comerciantes y dieron lugar
a políticas de respuesta útiles. Las normas especiales sobre la agricultura,
los trabajadores de la alimentación y los corredores de transporte
contribuyeron a restaurar las cadenas de suministro que se habían visto
interrumpidas brevemente dentro de los países.
"Para evitar la escasez artificial y los picos de
precios, los alimentos y otros productos esenciales deben cruzar las fronteras
con la mayor libertad posible".
Tenemos que permanecer atentos y evitar volver a las
restricciones a la exportación y a las fronteras endurecidas que hacen que los
alimentos y otros elementos esenciales sean escasos o más costosos.
La segunda prioridad es reforzar las redes de protección
social. Las redes de protección a corto plazo constituyen un respaldo vital
para las familias afectadas por las crisis sanitarias y económicas. En Etiopía,
por ejemplo, la cantidad de hogares que experimentaron problemas para
satisfacer sus necesidades alimentarias aumentó inicialmente 11,7 puntos
porcentuales durante la pandemia, pero los participantes de nuestro programa de
redes de protección productivas —establecido hace tiempo— estuvieron protegidos
de la mayoría de los efectos negativos.
El mundo ha puesto en marcha una respuesta de protección
social sin precedentes ante la COVID-19. Las transferencias monetarias están
ayudando a 1100 millones de personas y, a través de mecanismos innovadores, se
logra identificar rápidamente a nuevos grupos y llegar a ellos, como los
trabajadores urbanos informales. Pero “a gran escala” no es sinónimo de
“adecuado”. En un examen de los planes de respuesta social a la COVID-19, se
observó que los programas de transferencias monetarias eran:
- de
corta duración: no duraban más de tres meses en promedio;
- de
bajo monto: en promedio, eran de USD 6 (GBP 4,30) per cápita en
los países de ingreso bajo;
- de
alcance limitado: muchas de las personas necesitadas quedaban sin
cobertura.
La pandemia ha reforzado la necesidad vital de aumentar las
inversiones en sistemas de protección social en el mundo. La aplicación de
medidas adicionales para agilizar las transferencias monetarias, en particular
a través de medios digitales, también desempeñará un papel importante en la
reducción de la malnutrición.
La tercera prioridad es mejorar la prevención y la
preparación. Los sistemas alimentarios del mundo soportaron numerosas
conmociones en 2020, desde los impactos económicos en los productores y
consumidores hasta las plagas de langostas del desierto y el clima
errático. Todos los indicadores sugieren que esta puede ser la
nueva normalidad. Los ecosistemas de los que dependemos para el suministro de
agua, aire y alimentos están amenazados. Las enfermedades zoonóticas van en
aumento debido a las crecientes presiones demográficas y económicas sobre la
tierra, los animales y la vida silvestre.
El calentamiento del planeta contribuye a generar fenómenos
climáticos extremos cada vez más costosos y frecuentes. Y mientras más personas
se agolpan en viviendas de baja calidad en barrios marginales urbanos o zonas
costeras vulnerables, una mayor cantidad de ellas queda expuesta a sufrir
enfermedades y desastres climáticos.
Los avances en términos de desarrollo pueden desaparecer en
un abrir y cerrar de ojos. Nuestra experiencia con huracanes o eventos sísmicos
muestra que es más eficaz invertir en prevención, antes de que se produzca una
catástrofe. Por eso, los países necesitan programas de protección social
adaptables, programas que estén conectados a sistemas de alerta temprana sobre
seguridad alimentaria y que se puedan ampliar para anticiparse a conmociones.
Hace mucho que se debería haber hecho la transición a
prácticas que salvaguarden y aumenten la seguridad alimentaria y nutricional de
manera perdurable. La lista de tareas pendientes es larga y reviste urgencia.
Necesitamos financiamiento sostenido para enfoques que contribuyan a priorizar
la salud humana, animal y del planeta; recuperar paisajes y diversificar los
cultivos para mejorar la nutrición; reducir la pérdida y el desperdicio de
alimentos; fortalecer las cadenas de valor agrícolas para crear puestos de
trabajo y recuperar los ingresos perdidos, y poner en práctica técnicas
eficaces de agricultura climáticamente inteligente a una escala mucho mayor.
"Los sistemas alimentarios del mundo soportaron
numerosas conmociones en 2020, desde los impactos económicos en los productores
y consumidores hasta las plagas de langostas del desierto y el clima
errático".
El Grupo Banco Mundial y sus asociados están preparados para
ayudar a los países a reformar sus políticas agrícolas y alimentarias y a
redistribuir el financiamiento público para fomentar una recuperación
ecológica, inclusiva y resiliente.
Si nos centramos en la seguridad alimentaria, podremos abordar
una injusticia básica: casi 1 de cada 10 personas sufre hambre crónica en una
era de abundancia y desperdicio de alimentos. Este enfoque
también fortalecerá nuestra capacidad colectiva para afrontar la próxima tormenta,
inundación, sequía o pandemia con alimentos seguros y nutritivos para todos.
Este artículo se publicó originalmente en The
Guardian.
ENLACES RELACIONADOS
El
Grupo Banco Mundial y la COVID-19
Por DAVID MALPASS
// tomado de envio del banco mundial
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