Neurociencias: en un estudio monumental, un equipo argentino-colombiano identificó las raíces de la conducta violenta
Las negociaciones de paz que se iniciaron en 2012 en
Colombia revelaron el atroz saldo de este conflicto civil casi sin igual: 60
años de violencia armada, 7,5 millones de desplazados internos, 300.000
muertos... Una tragedia cuyos protagonistas fueron el Estado colombiano, las
guerrillas de extrema izquierda, los grupos paramilitares de extrema derecha,
los carteles del narcotráfico, grupos armados y bandas criminales.
Aunque no todos tuvieron el mismo tipo de participación
(algunos se ocupaban de cuestiones administrativas o propaganda, o incluso
cumplían tareas educativas), en 2012 se abrió un proceso de paz que les
permitió reintegrarse a la sociedad y a lo largo de cuatro años la Agencia
Nacional de Reintegración de Colombia recopiló y chequeó las declaraciones de
26.000 excombatientes. Sin dudarlo, el neurocientífico argentino
Agustín Ibañez, último autor del paper que se publicó
en la tapa de la edición de febrero de la revista científica Patterns (https://doi.org/10.1016/j.patter.2020.100176),
director del Centro de Neurociencias Cognitivas (CNC) de la Universidad de San
Andrés, investigador de la Universidad Adolfo Ibáñez, y Senior Atlantic Fellow
del Global Brain Health Institute (GBHI, California), y su colega
colombiano Hernando Santamaría, primer autor, investigador de
la Universidad Javeriana de Colombia y del Centro de Memoria y Cognición
Intellectus, del Hospital Universitario San Ignacio, de Bogotá, vieron
en esto un tesoro y una oportunidad única para estudiar las raíces de la conducta
violenta en el cerebro humano.
“Es la muestra más grande que se haya analizado en un
estudio empírico –explica Ibañez–. Incluye al 90% de los excombatientes que, al
reintegrarse, debieron declarar sus crímenes para que, luego de la
constatación, les fueran condonados. La guerra civil es un fenómeno
particularmente complejo, en el que el enemigo no es alguien exterior a nuestra
comunidad, sino que es nuestro vecino. Genera contradicciones y dilemas morales
tremendos...”
El tema es fascinante por la conjunción de mecanismos
biológicos y psicológicos, individuales, pero también sociales, culturales y
políticos que involucra. Los investigadores tuvieron acceso al reporte que
incluía actos de violencia de cuatro tipos predominantes: “consecuencialista” (“el
fin justifica los medios”), “retaliativa” o de venganza (“maté
porque mataron a un amigo, a mi familia…”), “por placer” e “impulsiva” (”no
me pude controlar, se me fue de las manos”). Un pequeño subgrupo de alrededor
de 2000 individuos había ejercido todas las formas combinadas. “Lo importante
–destaca Ibañez– es que los ‘controles’ compartían los mismos grupos, nivel
socioeconómico y espacio geográfico”.
Lo particular de este estudio es que se hizo una pregunta
inversa: sabiendo cuáles de los individuos habían desarrollado conductas
violentas y cuáles, no, exploraron ese enorme volumen de datos utilizando
aprendizaje automático (deep learning y machine learning)
para determinar los factores asociados con cada uno.
Combinación
“Identificamos 162 indicadores y vimos que los
predecían con una altísima precisión, más del 96% –explica Ibañez–. Y después
aplicamos un procedimiento computacional que permite hacer un ranking: sacás
uno y vas combinando todo, luego sacás otro y volvés a combinar... Eso permite
saber qué predictores son los más robustos. Y a su vez permite identificar
cuáles son los que se encuentran al tope de la lista. Volvimos a correr
el deep learning con ese subconjunto y logramos un 97% de
precisión en los sujetos que tenían todos los niveles de violencia”.
Para los científicos, tal vez lo más interesante de lo que
encontraron es que cada factor por sí solo tenía un valor ínfimo de
predicción. “Hace unos años, hicimos un estudio de excombatientes
(nosotros los llamamos ‘terroristas’, porque eran sujetos que habían cometido
crímenes atroces), también en Colombia, con una idea más simple. ¿Podemos
elegir un dominio cognitivo: la cognición moral que prediga la violencia? Es un
poco ingenuo pensar que hay un solo factor que permita explicarla”.
Por el contrario, este nuevo trabajo mostró que los hay de
múltiples tipos. Los sociales-contextuales fueron, tal como esperaban,
los más fuertes. La posibilidad de que una persona dada ejerza la
violencia depende en gran parte del tamaño de su red social, de si su familia
fue sometida a malos tratos o testigo de hechos de violencia, si tiene una
fuerte identificación con un grupo que la practica. En cambio los
factores individuales, como el trastorno de personalidad antisocial, la
impulsividad o la desinhibición, entre otros, inciden en menor medida. “Todos
ellos habían sido estudiados previamente en forma aislada; ningún estudio había
combinado tal número de indicadores”, destaca Ibañez.
Y subraya Santamaría: “Pesaban mucho lo que se
llaman ‘adversidades sociales’: haber vivido violencias, haber sido
discriminado, excluido de los recursos sociales, políticos...”
Ambos investigadores aclaran que se trató de un trabajo de
gran complejidad, que demoró cuatro años. Enfoca un tema especialmente espinoso
desde el punto de vista ético, por lo que hubo factores (como la etnia) que no
incluyeron para evitar la estigmatización.
“Fuimos cautos como nunca. Tuvimos que tener muchísimo
cuidado –afirman ambos–; lo importante es que ningún predictor per
se tiene un valor predictivo alto. Se requiere una combinación. Los
factores que más peso tuvieron, en cantidad y en potencia, fueron los sociales.
Las raíces de la violencia se encuentran más en las circunstancias que en el
individuo. Los puramente psicológicos, para manifestarse, tienen que
darse en conjunción con un contexto determinado. Por lo menos, se necesita un
conjunto de 20 indicadores relevantes para lograr una buena predicción.
“No existe un solo factor causal de violencia –insiste
Ibañez–. Hay que considerar muchos que están conectados de forma no lineal, no
siempre de la misma forma”.
Y agrega Santamaría: “Es importante no hacer una lectura de
estos resultados que sirva para reestigmatizar al pobre, al excluido, al
discriminado, porque entonces terminaríamos perpetuando el mismo patrón. Pero
sí creo que eventualmente estos indicadores podrían prender ciertas alarmas
para organismos de regulación social estatal. Por el contrario, hay grupos de
estudio que dicen ‘la gente violenta está loca, tiene trastornos mentales’... Y
aquí decimos: ‘No es tan simple, se trata de un fenómeno multideterminado’. Es
un mensaje para que intentemos trabajar sobre esto, sobre el contexto social,
para ver si podemos reducir este tipo de comportamientos”.
Para Arleen Salles, filósofa, especialista en neuroética e
investigadora senior de la Universidad de Uppsala, Suecia, que no participó en
el trabajo, la investigación es sólida y logra estimular la reflexión sobre
violencia y sobre metodologías basadas en inteligencia artificial para lograr
una perspectiva más completa sobre determinantes de la violencia. Se hacen las
salvedades necesarias sobre posibles limitaciones y sobre cuáles son los puntos
que habría que continuar explorando.
“Para la neuroética, este trabajo es muy útil –afirma
Salles–. En particular, en la actualidad, cuando se está tratando de examinar
más cuidadosamente cómo factores variados moldean la manera en que se presentan
y debaten problemas tales como la violencia social y política”.
Nora Bär // TOMADO DE LA NACION DE AR
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