Córdoba: el valle elegido por los que escapan de las grandes ciudades
San Javier, Villa las Rosas, Nono, Yacanto y La Población constituyen el grupo de pueblos más pintorescos del valle de Traslasierra Gentileza
CÓRDOBA.– Traslasierra es, desde
hace unos años, un destino elegido ya no solo para pasear sino también para
vivir por quienes quieren escapar de las grandes ciudades. Llegar desde la
ciudad de Córdoba implica atravesar uno de los caminos más atractivos, el de
las Altas Cumbres. Desde el mirador, a unos 1200 metros de altura, se observa
el valle custodiado por este cordón montañoso y por el Champaquí, el cerro más
alto de la provincia, con 2800 metros. En la zona conviven la devoción por el
cura José Gabriel Brochero con numerosas propuestas de meditación, reiki, yoga
y prácticas energéticas. Y la oferta va desde la gastronomía hasta bodegas de
renombre.
San Javier, Villa las Rosas, Nono, Yacanto y La Población constituyen
el grupo de pueblos más pintorescos, con algunas casonas antiguas reformadas,
unas cuantas construcciones de adobe que sobrevivieron al tiempo con otras
nuevas pero realizadas en ese estilo. Cada tanto, incluso, los lugareños cruzan
a caballo o en sulky.
Jueves y sábados es la cita obligada de locales y visitantes
a la feria de Villa Las Rosas: la plaza del pueblo se llena de colores y
aromas. Llegan artesanos, cocineros por vocación y elaboradores de productos
regionales. Cada tanto se la puede cruzar a Ludovica Squirru, que es vecina de
Nono. Su pasión por Traslasierra nació cuando era muy chica, de la mano de su
abuela Marilú, con quien pasaba sus vacaciones en Las Rabonas. Asegura que las
sierras en la zona, ”con alto contenido de mica y cuarzo”, ayudan a catalizar
los procesos muy de golpe. Suele repetir: “Te volvés loco o cuerdo de remate”.
Foto
Atardecer con distancia social en los miradores de San
JavierLA NACION
Yacanto y San Javier eran uno hasta inicios del 1700,
cuando se dividieron y quedaron con los nombres que hoy tienen. El capitán
Cristóbal Barbosa fue quien compró en un remate público la Estancia de Yacanto,
dividida de la San Javier por una cruz emplazada en el cauce de un arroyo seco
llamado El Molle. Un molino harinero generó la primera actividad económica y la
llegada del ferrocarril terminó de darle fuerza y “charme”. Es que con los ingleses
llegó el golf y el antiguo molino se transformó en hotel. Pileta de agua de
vertiente, cancha de tenis, inmensos jardines que invitaban a las caminatas, el
infaltable té de las cinco y algunas copas al atardecer. En 1928, se inauguró
oficialmente la cancha de golf y el Hotel Yacanto se convirtió en un clásico
que continúa.
El hotel, la iglesia de comienzos del siglo pasado y la
pulpería “Lo de Jiménez” son los atractivos más allá de la naturaleza de
Yacanto. En la puerta de la pulpería se mezclan jóvenes con ropa hindú y
gauchos en alpargatas. La leyenda popular cuenta que cuando Jiménez quiere
cerrar sale con un látigo y desarma la reunión.
El Parque Nacional Traslasierra tiene 17.000 hectáreasParques
Nacionales
San Javier es el lugar ideal –dicen los conocedores– para
iniciar excursiones al Champaquí, aunque la dificultad es alta. A pocos
kilómetros, también en Traslasierra, se puede ascender desde El Hueco (Los
Molles). Lo aconsejable es subir con guías que conocen la zona y saben qué
hacer en caso de algún problema.
Nueva vida
San Javier enamoró a Gregorio Aráoz de Lamadrid y a su
esposa Ana. Hace ocho años vinieron de paseo, compraron una hectárea que era
solo monte nativo y una casa a reconstruir. Hoy es la Bodega Aráoz de
Lamadrid y El Tala Hotel. Ellos se quedaron a vivir de manera permanente
porque encontraron la oportunidad de cambiar de aire, disfrutar del lugar y
generar ingresos. Hace tres años se sumó Alejandro Soria, que también llegó de
Buenos Aires para sumarse al proyecto.
La finca son 10 hectáreas, el rancho original se convirtió
en una hostería de seis habitaciones y, además, hay espacio para una exhibición
de arte de creadores de la zona y para la bodega. Goyo es paisajista y
transformó el alrededor con piedras, desniveles, 18 estanques y una colección
de 5000 cactus de unas 400 variedades. “Venía gente, tocaba el timbre y pedía
conocer el lugar –cuenta Soria–, eso fue dando impulso a este proyecto. Sumaron
viñas de Malbec y empezaron a producir vinos; el próximo paso es el restaurante”.
Foto La fachada de la cava y restaurante Peperina, en La PoblaciónDaniel Karp
Organizan visitas en las que hablan de arte, paisajismo,
vinos y gastronomía (hay quesos y productos “kilómetro cero”) para picar. “Es
una invitación a despertar los sentidos, a disfrutar del atardecer, de la
comida en un entorno bello con una identidad clara”, define Soria.
A unos siete kilómetros de San Javier, subiendo hasta llegar
a los 1400 metros, está La Constancia, una estancia histórica de
1200 hectáreas de bosque serrano, arroyo y senderos que permiten largas
caminatas. Su origen se remonta a 1895, cuando José María Arias Moreno, enfermo
de tuberculosis, inició junto a su esposa María De La Plaza de Arias Moreno sus
viajes desde Santiago del Estero a la zona en busca del clima, seco,
aconsejable para su enfermedad. Una habitación de paredes de adobe y techos de
paja fue la primera construcción, a la que se agregaron el palomar, un patio de
juegos infantiles y una gran pileta de natación alimentada por el arroyo.
Estaba también la “playa de las Adoratrices” para recibir a las hermanas de esa
orden que tenían su casa en San Javier.
Foto Gentileza
En 1920, María De la Plaza –heredera de su tío, el
presidente Victorino De La Plaza– acondicionó el camino para facilitar la
llegada. En 1935, sumó una capilla dedicada a San José para la que encargó a
talladores del Vaticano las imágenes de mármol de Carrara de sus santos
predilectos: San José, San Antonio y San Francisco.
Agustín Dorado es hoy el responsable de la estancia. Vive un
poco más abajo del casco principal con su familia, que incluye cuatro hijos de
entre 8 y 2 años. “El amor por el lugar viene de larga data: abuelo, padres y
ahora nosotros –dice–. También nos sirvió para cambiar de aires, estar más
tranquilos. Los chicos no conocen otra cosa, son de las sierras, van a una
escuela alternativa. Disfrutamos el entorno”.
Durante el verano, las estancias son de una semana y
“permiten desenchufarse, olvidarse de todo”. Desde fines de febrero, además de
las estadías normales, hay programas de bienestar. “La idea es venir a
descansar y aprender a gestionar las diferentes emociones, el estrés, la
ansiedad… Caminatas, meditación, tiempo para uno”, apunta Dorado.
Experiencias
Con la inconfundible tonada traserrana, Elena Romero da
algunas indicaciones básicas a quienes llegan a la Granja Don Clemente, un
criadero de truchas en el camino a Las Rabonas. Oriunda de Villa Dolores –a
pocos kilómetros– tenían esa propiedad para descansar y, casi por casualidad,
surgió la posibilidad de la cría de truchas. “Para nosotros era un hobby pero
venía mucha gente y se fue armando el emprendimiento. Además de las piletas
tenemos huerta y quinta, todo es natural”, señala.
Los visitantes, que si llevan equipo completo de mosca
pueden pescar en la pileta y llevarse las truchas que sacan, pueden comprar
pates, antipastos y escabeche de truchas, además de dulces y licores caseros y
alfajores cordobeses “elaborados con una receta muy antigua”. Romero se alegra
de que la gente “vuelve, se hace muy del lugar, disfruta y la pasa bien”.
Foto A unos siete kilómetros de San Javier, subiendo hasta llegar a los 1400 metros, está La Constancia, una estancia histórica de 1200 hectáreas de bosque serrano, arroyo y senderosGentileza
Muy cerca, en Las Calles, pueblo que muchos porteños y rosarinos
adoptaron como su casa, está una de las licorerías más antiguas de Córdoba,
Eben Ezer. Mirta Molina es la dueña, la hacedora de los licores y dulces, y la
quinta generación de quienes fundaron y vivieron en el lugar. Su local está en
el lugar que en 1830 era una importante posta de recambio de caballos con 40
habitaciones, de las que quedan solo dos pero con el adobe original. Allí
pararon las tropas del general José María Paz (unitario), del general Juan
Bautista Bustos (federal) y del general Gregorio Aráoz Lamadrid. En la zona
esperaban para enfrentar al caudillo Facundo Quiroga. Los generales paraban en
la posta, y los soldados a la orilla del río. Por eso el arroyo y balneario de
Nono se llama Paso de las Tropas.
La posta después fue pulpería y, desde hace dos décadas,
licorería. De los estantes se puede ir eligiendo qué probar, desde el licor “de
los benedictinos”, fabricado a base a las hierbas del convento de Santa Fe, a
uno de aromáticas cordobesas, uno de sabayón con huevos y vino tinto como lo
hacía la abuela Rosa, a un vino de cítricos. Cuánto probar dependerá de la
resistencia de cada uno porque Molina siempre está dispuesta a explicar y
ofrecer.
Frente a la plaza de San Javier, hay un local de objetos de
diseño y arte popular, Los Olivos. Su propietaria es Sara Griskan, que llegó
desde ciudad de Buenos Aires aunque es oriunda de Bahía Blanca y anduvo algunos
años por Europa e Israel. Con su marido, Javier, tenían la idea de dejar la
ciudad y él había conocido Traslasierra. “Entré al pueblo y dije ‘sí es acá’ y
nos mudamos a una casa que había sido de una familia que tenía una hija monja,
había una capilla un poco abandonada y ahí armé el negocio en diciembre de 1993”.
En Los Olivos hay una amplia muestra de artistas y artesanos
cordobeses: “No es excluyente, pero hay muy buen nivel. Ya nos conocemos,
trabajamos juntos, nos potenciamos”.
Griskan admite que tanto locales como visitantes valoran mucho el emprendimiento y enfatiza que el turismo –en este año de pandemia- “es respetuoso, cuidadoso, es gente consciente. El valle ayuda mucho a tener paciencia, a ser más tolerante. La gente circula con tranquilidad”.
Por Gabriela Origlia
Tomado de la nación de ar
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