Desde hace años se viene hablando de la necesidad e importancia de incluir en los contenidos curriculares de la enseñanza formal y no formal, la disciplina Educación Ambiental, pese a ello, más allá de algunas pocas excepciones y esfuerzos al respecto, la misma brilla por su ausencia,.
Es más, este novedoso objeto de estudio, ha sido consagrado en distintas normas legales, tanto de jurisdicción nacional, provincial o municipal, surgidas a partir de la década del ’90 y fundamentalmente a la luz de la Constitución reformada en 1994, como referenciaremos más adelante.
En similar dirección, el tema siempre está presente en el discurso de funcionarios de todos los niveles y jurisdicciones, sobre todo en las celebraciones o efemérides ambientales, los que enfatizan sobre la importancia de la materia como mecanismo para el cambio de los comportamientos, actitudes o conductas agraviantes y destructivas para con el entorno. Si se conceptualiza a la EA, como “un proceso fundamental orientado a la búsqueda de caminos alternativos que posibiliten la construcción de una sociedad diferente, justa, participativa y diversa”(1), quizás a partir del mismo podamos develar el ¿por qué? de las omisiones apuntadas.
La EA, es esencialmente cuestionadora y crítica de los modelos productivos imperantes, del consumo irracional y la injusta distribución de la riqueza, incursionando en el terreno de lo complejo, holístico y sistémico, que en muchos aspectos colisiona con los conocimientos fragmentados de las ciencias modernas.
Artículo 14. “La Educación Ambiental constituye el instrumento básico para generar en los ciudadanos, valores, comportamientos y actitudes que sean acordes con un ambiente equilibrado, propendan a la preservación de los recursos naturales y su utilización sostenible, y mejoren la calidad de vida de la población”
Artículo 15. “La Educación Ambiental constituirá un proceso continuo y permanente, sometido a constante actualización que, como resultado de la orientación y articulación de las diversas disciplinas y experiencias educativas, deberá facilitar la percepción integral del ambiente y el desarrollo de una conciencia ambiental”… Durmiendo el sueño de los justos y olvidada en algún cajón de los despachos oficiales, en la Provincia de Santa Fe, se encuentra, la Ley Nº 10.759, sancionada allá por el año 1991, por la Legislatura provincial, y publicada en el Boletín Oficial del 04 de Febrero de 1992, la que establecía:
“Artículo 1.- Inclúyase en la Renovación Curricular, de los niveles inicial, primario, medio y técnico, el estudio sistemático de la Educación Ambiental. Artículo 2.- Impleméntanse los elementos técnico-pedagógicos necesarios que apunten a insertar la Educación Ambiental en el nuevo diseño curricular, dentro de un marco interdisciplinario.”
Ello nos lleva a preguntarnos: A quiénes favorece esta omisión o quiénes tienen intereses en que los docentes, jóvenes y niños no cuestionen el modelo de desarrollo imperante?
Quizás, algunos intuyan como muy riesgoso poner en manos de toda la comunidad una herramienta tan poderosa, impulsora de un cambio de conciencias, paradigmas y acciones, generadora de una contra cultura al modelo globalizado.
Mientras pasan los años y el tiempo perdido en esta materia es invalorable, a los docentes y a la sociedad se los entretiene con más fraccionamientos de saberes (educación sexual, vial, de género, etc.), importantes sin dudas, pero que ninguno alcanza la dimensión de la EA, sobre todo desde el punto de vista de su penetración transversal a todas las ciencias, quehaceres y saberes.La EA es en definitiva una manera genuina de hacer cultura, entendida ésta como mecanismo de inserción armónica al medio.
Es una educación para la libertad, y un impedimento para que toda una generación de jóvenes siga siendo sacrificada en el altar del mercado, por fuerzas y poderes ajenos a sus prioridades e intereses.
Tampoco podemos entender a la EA como la incorporación de un bagaje de datos o informaciones sobre los ecosistemas o el ambiente, que reproduzca los conocimientos tradicionales, sino que debe constituirse en una dinámica para la construcción colectiva de una sociedad distinta, a través de pergeñar nuevos valores y paradigmas.
Dentro de ello, la solidaridad, la diversidad, el respeto y el escuchar al otro son instrumentos de acción y de cambio para desterrar la creencia y el voluntarismo de un crecimiento ilimitado, en un mundo finito y acotado, en el cual la injusticia y la inequidad son monedas constantes y sonantes para el mejoramiento económico de unos pocos y la postergación de los más.
Todos estos principios hacen o deberían hacer de la EA una herramienta de rebelión, un instrumento de la tolerancia y el encuentro entre humanos, que permitan no sólo mirar, sino fundamentalmente ver.Dice el refrán popular: “El que no sabe es como el que no ve”, en consecuencia si no sabemos y no vemos, no estamos en condiciones de enfrentarnos con éxito a políticas, tecnologías, procesos y producciones que en un tiempo más o menos largos pueden afectarnos en nuestra vida y su calidad.
En este contexto la Educación Ambiental deviene en utopía y fuerza esperanzadora para un cambio que permita la satisfacción de las necesidades humanas sin diferencias ni restricciones.
Si nos negamos a avanzar en estos desafíos, seguiremos consolidando y manteniendo una política y una agenda reformista y complaciente, que no incide sobre las estructuras de poder, retardando la posibilidad de lograr una mayor dignidad para las actuales y futuras generaciones.
Por último, los dejo para que lo piensen y me despido hasta la próxima aguafuertes.
Ricardo Luis Mascheroni
Docente e investigador universitario
Santa Fe – Argentina
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