Aritumayu, una
fórmula para resucitar el bosque
Por Rafael Sagárnaga L. -
1. El fruto de un esfuerzo de toda la vida. - Rafael
Sagárnaga L. TESORO | MILENARIAS ESPECIES CASI PERDIDAS, RENACEN EN LAS
NACIENTES DEL RÍO PILCOMAYO.
Generalmente los paisajes inspiran historias de amor. En
este caso se podría hablar de varias historias de amores y afectos que
construyeron un paisaje, mejor dicho, un bosque colmado de paisajes: Aritumayu.
Hoy es una exhibición de incontables tonalidades del verde deslizándose por una
quebrada hasta cuatro pozas de agua y el río que las alimenta. A manera de
lujosos portales lo anteceden dos imponentes acueductos de aproximadamente 120
y 80 metros de largo y 20 a 25 metros de alto. De estilo renacentista, fueron
diseñados hace 103 años, por el arquitecto Carlos Donnel. Se encuentra en uno
de los orígenes del Pilcomayo. Ocupa cerca de 79 hectáreas. Se halla a 3.100
metros sobre el nivel del mar y a contados 18 kilómetros al noroeste de la
ciudad de Sucre. Sin embargo, ha sabido darle batalla a todo lo que agrede a la
naturaleza, hasta se podría hablar de una extraña contraofensiva ecológica en
tiempos de destrucción. Y ahí caben las historias que dieron origen a este
singular mundo con sus recodos de misterio, de encanto, de vida abundante. “Conocí
a mi esposa aquí en Aritumayu, aquí vivimos hoy y probablemente aquí vayamos a
morir”, dice José Andrade Arias. Este experto agrónomo recuerda así la aventura
juvenil que le cambió la vida hace casi 56 años. “Un compañero de estudios en
Sucre me invitó a cazar vizcachas por las quebradas. Luego fuimos a la
propiedad de sus padres y allí estaba su hermana, mi futura esposa, Edith
Barrón Gumiel”. TRES SIGLOS DE DEFORESTACIÓN Habían pasado siete años de la
Revolución Nacional que derivó en la Reforma Agraria y en incontables, y
frecuentemente violentas, tomas de las haciendas. Pero, en esta quebrada hoy
boscosa hubo otra esperanzadora coincidencia: dada la excepcional buena
relación que había existido entre los Barrón y los comunarios, éstos decidieron
dejarles la casa de hacienda y tierras. Andrade y Barrón se casaron el 13 de
mayo de 1959 y recurrentemente volvían de Sucre a Aritumayu. La zona para
entonces sufría la parte del final de un tricentenario proceso de destrucción.
Los bosques andinos otrora saturados de alisos, quewiiñas y tholares fueron
arrasados desde tiempos de la colonia. El sobrepastoreo y la tala acumularon el
desastre. Los microclimas cambiaron y generaron procesos de desertización y
extendida pérdida de especies. Los campesinos quechuas del lugar recuerdan que
hacia 1960 y 1970, el negocio de la leña languidecía y se resignaban a vender
paja brava. Gran parte de Chuquisaca, especialmente el entorno de la capital
fue víctima del proceso de deforestación. “El entorno de Aritumayu era también lóbrego –recuerda Edith
Barrón - . Al fondo de los acueductos aparecían casas y puentes abandonados, en
medio de serranías con colores de arcilla. El valle se había vuelto puna”. A
fines de los 70, afortunadamente, la generalización del problema en el
departamento conmovió a los responsables de la Corporación de Desarrollo de
Chuquisaca (Cordech). El proceso de desertización despertó su afecto por la
tierra natal. Lanzaron un programa de reforestación liderado por el agrónomo
Daniel Cors Martínez. Construyeron viveros y estaciones meteorológicas, y
procedieron a multiplicar eucaliptos en todo Chuquisaca. Gran parte de las
arboledas que hoy tienen los emblemáticos cerros sucrenses Churuquella y Sica
Sica son resultado de aquel emprendimiento. Cosa del destino, en el equipo de
Cors participaba Andrade. Pero hacían falta otro tipo de especies que
permitieran optimizar el retorno de la vida a los valles chuquisaqueños. En
1980, José Andrade empezó a evaluar la introducción de especies importadas,
descubrió las grandes posibilidades que prometían las coníferas, o pinos. Pero
la posibilidad de implantarlas debía merecer un veredicto que en el agro andino
es inapelable: la Pachamama, la Madre Tierra. CONSULTA A LA PACHAMAMA “Los
pinos radiata consumen menos agua y dejan más materia orgánica que los
eucaliptos recuerda el agrónomo-. Pero los campesinos temían que la especie
foránea trajese plagas, o cause rechazo de la Pachamama y ésta desate
granizadas. Tras agotadoras reuniones en la cordillera de Chataquilla se
decidió buscar la venia de la Madre Tierra a través de un ritual”. Semanas más
tarde, un yatiri encabezó la ceremonia. Durante todo un día Andrade participó
de inciensos, invocaciones, conjuros con palabras extrañas incluso al quechua,
y libaciones. Todo culminó con el entierro de una ofrenda meticulosamente
preparada. El agrónomo retornó a Sucre con la autorización de los indígenas. “Y
la Madre Tierra recibió con tanto cariño al primer pino radiata, que respondió
mejor que en sus propias zonas de origen allí en Norteamérica – asegura-”. Una
fotografía (Ver foto 2) de aquel tiempo muestra a Andrade junto al primer
campesino que aceptó la plantación de un radiata en sus tierras, Gregorio
Peñaranda. Para sorpresa del resto de los comunarios el pino medía más de un
metro de altura al año de haber sido sembrado. Paulatinamente la aceptación se
fue extendiendo por aquella región, ubicada a siete kilómetros de Aritumayu. La
suma de acciones y respaldos se mostraba ideal. Los técnicos y equipos de
Cordech y los campesinos empezaron a reverdecer miles y miles de hectáreas cada
vez más fértiles. Pero a partir de 1985, las políticas de los nuevos gobiernos
optaron por intervenir y luego cerrar las corporaciones de desarrollo. Cordech
desapareció junto a sus viveros, estaciones meteorológicas y programas. Su
notable herencia fue seguida parcialmente por algunos proyectos apoyados por la
cooperación suiza, pero se perdió el ímpetu y la dinámica que previamente había
unido a indígenas y técnicos del Estado. Por su parte, Andrade se replegó a la
cátedra universitaria mientras concentró sus esperanzas y planes en Aritumayu.
Se aplicó a la ecología, a la agrometeorología, a la
agrotecnología (ver recuadro) mientras estudiaba más y más las características
de la quebrada surcada por el río Aritumayu. “Esperaba incluso con ansias mi
jubilación para poder dedicarme a mis planes- recuerda-. Y en 1994 nos fuimos a
vivir a la propiedad”. OPERACIÓN RETORNO A Aritumayu y a la pareja Andrade les
favoreció además el pertenecer a tiempos de familias numerosas. Junto a sus
nueve hijos (Janette, Rolando, Roberto, Carlos, Verónica, Isabel, José, Laura y
Tatiana), durante casi tres lustros batallaron en pos de que el bosque renazca.
El agrónomo, sin desmerecer al resto, destaca especialmente la dedicación del
mayor, Rolando.
Para poder financiar los gastos del proyecto los Andrade -
Barrón optaron por instalar una granja avícola. El virtual escuadrón familiar
alternaba los cuidados de la producción de las aves con la siembra de miles y
miles de pinos de cuatro variedades (radiata, pátula, pseudostrobus y
montesumae) así como de cipreses. En medio se sumaban decenas de tareas
complementarias y sorpresivos desafíos y adversidades. “Había que alambrar el
área para evitar que entren cabras y se coman los brotes - relata Laura
Andrade-. Igualmente sufríamos las incursiones agresivas de personas que
querían depredar con diversos propósitos. El riesgo de incendios ocasionado por
visitantes irresponsables era otro riesgo. Mi papá también estudiaba los
procesos de adaptación y realizaba cuidados generando procesos de simbiosis y
otros equilibrios para que nada afecte la supervivencia de los árboles”. Laura,
hoy es ingeniera ambiental y su tesis que figura en la biblioteca de la
Universidad San Francisco Xavier (UASFX) contiene el detalle del manejo
ambiental de Aritumayu. El esfuerzo permitió que los Andrade adquieran dos
predios más del entorno a dos viudas a quienes los comunarios no querían
comprar sus áridas propiedades. Se los ofrecieron y les sugirieron “que los
llenen de árboles”. Y el aún frágil bosque tuvo nuevos frentes para extenderse.
LA VICTORIA La victoria comenzó a sentirse alrededor de
1997. Los árboles estaban fuertes. Entonces pinos y eucaliptos comenzaron a
proteger el área de vientos y aires fríos que bajaban las altas montañas. Ese
escudo generó un microclima. Y los habitantes de otros siglos empezaron a
volver al Aritumayu. En torno al río rebrotaron alisos, quewiñas, kishuaras,
tholares y una extendida diversidad de arbustos. El recuento suma hoy 75
especies. Claro, el bosque resurrecto y su río llamaron también a aves,
anfibios, felinos e incontable fauna que, junto a las aguas pusieron la música
en el escenario. Entonces una nueva adversidad tocó las puertas de los Andrade
Barrón. “En 1997 la economía del país cayó en una fuerte recesión y la granja
de aves dejó de ser rentable – recuerda José Andrade-. Asumí esa vez la
decisión de vivir del bosque y el paisaje”. Y el bosque desde entonces no ha
dejado de cuidar a sus parteros. La familia ha convertido la zona en un
albergue ecoturístico de creciente fama entre académicos, artistas y visitantes
de diversas latitudes del orbe. De hecho, tuvo una cita consagratoria el 28 de
junio de 2008. Aquel día, la Directora Ejecutiva de la Liga de Defensa del
Medio Ambiente (Lidema), Reny Gruemberger, inauguró el Centro Ecológico San
Antonio de Aritumayu. Se realizó además un primer seminario sobre
ecología. Normalmente, las delegaciones
de visitantes extranjeros y nacionales recorren el bosque renacido realizando
caminatas, a caballo o montados en bicicletas de montaña. Y no pocas veces
ceden al magnetismo de las pozas profundas zambulléndose en esos espejos del
Aritumayu. Y el bosque ha empezado a retribuir con sucesivas y diversas buenas
nuevas. Investigadores de la Universidad de San Francisco Xavier han destacado,
por ejemplo, el descubrimiento de dos especies de cactáreas de características
únicas en la región. Asimismo, han observado ranas consideradas en peligro de
desaparecer. No descartan casos similares entre una creciente cantidad de aves
nocturnas que anidan en los cañones del río. También se iniciaron diversas
catalogaciones. Basta señalar, por ejemplo, que San Antonio de Aritumayu
contiene al menos 50 tipos de plantas medicinales. Los beneficios llegan
también a campesinos y empresarios. Los primeros cosechan parte de la ingente
cantidad de hongos comestibles que crece en las pendientes. Fueron implantados
para permitir complejos equilibrios nutricionales con los pinos, y proliferaron
hasta hacerse generosos con la gente. Rescatadores del interior del país así
como peruanos les compran actualmente el kilo a 15 bolivianos. “El nuevo clima
incluso ha permitido la producción de maíz”, explica José Andrade. Por su
parte, el escudo externo de eucaliptos resulta aprovechado por madereros. Se ha
instalado inclusive una proveedora de postes de luz eléctrica. Algunas especies
de pino son también destinadas para la mueblería. Todo, bajo una rigurosa
política de replantado. Los expertos de la UASFX consideran que se trata de una
experiencia única en el país. Auguran además que pueda replicarse pronto en
Chuquisaca, Tarija, y algunas zonas de La Paz y Potosí. “San Antonio de
Aritumayu es un ejemplo de lo que se puede lograr aplicando las técnicas de
reforestación”, explicó Gerónimo Rivera. “Los campesinos podrían encarar planes
similares y potenciarse con proyectos sostenibles”. Este catedrático en San
Francisco y ex presidente de la Asociación Sucrense de Ecología (ASE), describe
el acentuado proceso de desertización que ha afectado al departamento. “Tras
agotarse las tierras, se ingresó en una agricultura casi nómada, sembrando en
pendientes. Talas, chaqueos, el proceso de erosión ahora se extiende hacia el
sur. Las autoridades deberían pensar en proyectos como éste y ayudar a
preservarlos”. Hasta el ahora centro ecológico también se acercan personalidades
del arte. A fines de 2014, por ejemplo, el célebre cineasta Jorge Sanjinés
eligió Aritumayu para realizar tomas del filme Juana Azurduy. Y el lugar ha
empezado a llamar a escritores, artistas plásticos y músicos en busca de
inspiración. No podía ser para menos.
Adentrarse en el vértigo de un universo de pinos para salir por mullidos
senderos a un río cristalino no es poco. Ver y escuchar al Aritumayu dividiendo
la cañada, pelando rocas, desatando cascadas y abriendo pozas, enseña más.
Rozar a cada palmo con helechos, musgos, begonias e infinidad de flores
mientras la fauna celebra en los tres reinos llama al infinito. Son, sin
embargo, escasas 79 hectáreas en una de las nacientes del Pilcomayo. Un
albergue de vida, en tiempos de contaminación enfermiza e incontenible
depredación sin fórmula salvadora hasta hoy. Quién sabe si al mundo le falten
más amores, más escuadrones familiares, más pactos de convivencia. Quién sabe
si en décadas o en siglos este pequeño bosque guarde aún feliz el eco de las
voces de los Andrade Barrón devolviéndole su vida. UN AGRÓNOMO TRAS EL BOSQUE José
Andrade Arias tiene 79 años, nació en Sucre. Tras graduarse como agrónomo
participó en significativos proyectos departamentales. Por ejemplo, entre 1970
y 1979 fue responsable del programa de instalación de 105 estaciones
meteorológicas. Se trataba de un proyecto financiado por la Organización de
Naciones Unidas (ONU) en coordinación con el Servicio Nacional de y
Meteorología e Hidrología (Senamhi). Abarcó todo el territorio chuquisaqueño.
En ese lapso, en 1976, ganó una beca de postgrado en agrometeorología
patrocinada por la ONU. “Allí vi cómo se hace renacer la tierra, los desiertos,
en condiciones difíciles, me impactó mucho lo que se hacía allá”, recuerda
sobre aquella experiencia. Posteriormente, a partir de 1980 participó del
programa de reforestación departamental organizado por la Corporación de
Desarrollo de Chuquisaca (Cordech) donde llegó a ser director hasta 1986.
También se aplicó al estudio de las especies nativas. A partir de 1986 se
dedicó a la enseñanza universitaria en diversas materias. En esa condición el
año 1994 fundó la primera cátedra de ecología en la Universidad Mayor de San
Francisco Xavier. Contaba entre las tres iniciativas surgidas en ese tiempo a
nivel nacional, junto a sus pares de las universidades estatales de La Paz y
Cochabamba. “Esa suma de experiencias y conocimientos me permitió tener una
idea completa sobre cómo debía hacer el Centro Ecológico San Antonio de
Aritumayu”, resume, al citar el proyecto al que le ha dedicado más de 20 años.
TOMADO DE LOS TIEMPOS DE BOLIVIA
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