Las empresas verdes por fuera y negras por dentro
La necesidad de proteger al medio ambiente ha calado en la
conciencia de millones de personas a nivel mundial Autor: Lázaro Hernández Rey,
estudiante de Periodismo |
Chevron es una de las empresas más contaminantes a nivel
mundial. Foto: AP
La necesidad de proteger al medio ambiente ha calado en la
conciencia de millones de personas a nivel mundial, emparejado al incremento
de los efectos del cambio climático y a las políticas diseñadas (y no siempre
bien implementadas) para hacerle frente.
Producto de ello, hay muchos que optan por adquirir
productos amigables con la naturaleza, en detrimento de aquellos que no lo son,
razón por la cual numerosas compañías capitalistas, bajo la consigna de
maximizar las ganancias a cualquier precio, han optado por incursionar en el
marketing verde (aquel orientado a dar preferencias a mercancías ecológicas). La
ambigüedad del término, el cual no define con claridad qué es beneficioso para
el medio ambiente y qué no, constituye el punto por el cual varias
corporaciones adoptan posturas ecológicas con el fin de aumentar dividendos
mediante la venta de los artículos. Tal práctica, conocida como lavado verde
(green washing, según la terminología inglesa), pretende generar en la mente de
los consumidores la idea de estar contribuyendo a la sostenibilidad ambiental
mientras la empresa hace lo contrario. Los engaños más comunes están referidos
a la atribución de cualidades “verdes” al producto cuando en realidad no los
tiene, o los posee en una cantidad ridículamente menor a los efectos negativos
que genera. También existen esa clase de artimañas cuando los beneficios
ambientales de los artículos referidos no existen, carecen de importancia o
pueden ser malinterpretados por el comprador; cuando más allá de la mentira
deliberada (por ejemplo, mediante etiquetas de calidad no certificadas), se
omiten fases del proceso de producción que resultan perjudiciales o se canjean
los perjuicios por los efectos positivos en una desproporción abismal,
respaldada por grandes campañas publicitarias. Y es precisamente en este sector
donde se generan más desavenencias y retrospecciones por parte de muchos
consumidores comprometidos con el medio ambiente. Por medio de las tecnologías
de la información y las comunicaciones las compañías recurren a la seducción
mediante la referida publicidad o, al verse presionados por grupos de
ecologistas, emplean instrumentos legales y jurídicos con tal de mantener intactos
sus intereses. Ejemplos de ello lo constituyen las empresas de fracking
(fracturación hidráulica) en Estados Unidos que, bajo leyes gubernamentales que
privilegian sus beneficios, pueden explotar con total irrespeto los yacimientos
cercanos a centros poblacionales sin recatar en las salud de las personas ni en
las consecuencias ambientales, sobre todo en los daños al subsuelo y a las
aguas subterráneas. En los países del Tercer Mundo la situación es más
dramática. En Latinoamérica, sobre todo en países con gobiernos de corte
neoliberal, las compañías mineras reciben generosas prerrogativas y, con una
fachada ambiental, consiguen derechos de extracción sobre zonas ocupadas por
poblaciones originarias o de gran importancia ambiental, como en el caso de las
reservas ecológicas. En África, la
situación de expoliación tampoco resulta halagüeña y, lejos de disminuir, ha
aumentado la expoliación por parte de corporaciones “verdes”, pues esta
categoría, que funciona como una fachada perfecta y difícil de comprobar, es el
pretexto ideal bajo el cual se lleva a cabo el saqueo sistemático de los
recursos naturales de los países pobres, con regulaciones ambientales “más
flexibles”. Como si eso fuera poco, viejas firmas conocidas por su huella
ecológica negativa, tratan de asaltar los mercados verdes para desplazar las
alternativas sustentables y afianzar su poder a nivel global.
Tal es el caso de la Chevron (antigua Texaco), consorcio
petrolero estadounidense, vinculado a los casos de contaminación de los campos
del Lago Agrio, en Ecuador, y que ahora, empleando su arsenal mediático,
continúa entablando diatribas legales con el gobierno sudamericano mientras
intenta mostrar una cara en favor del medio ambiente. En una situación similar
se halla la British Petroleum (BP), causante del derrame del 20 de abril del
2010 en el Golfo de México. Numerosos expertos sitúan la recuperación de las
consecuencias del derrame en varias décadas, pero eso no le impide a la BP
camuflar sus páginas web con materiales de carácter ambientalista en pos de la
conservación de la naturaleza. Obviamente, esto no significa el sinsentido del
marketing verde. Existen experiencias positivas que han demostrado la
viabilidad de apostar por el medioambiente. Otras soluciones provienen de
instituciones dedicadas a prestar servicios ecológicos como el reciclaje (tanto
de productos procesados como de materiales orgánicos en la agricultura), la
elaboración de productos biodegradables, la realización de deforestaciones
controladas y el suministro de alternativas para la utilización y ahorro del
agua. A pesar de eso, prácticas vinculadas al lavado verde continúan siendo
protagonistas de muchos falsos emprendedores sustentables al punto del
patrocinio y financiamiento de documentales televisivos u otros materiales, por
parte de las mismas empresas causantes del deterioro de la naturaleza. La
inversión de conceptos de reciclaje y deterioro causados por la publicidad en
muchos materiales audiovisuales o no, ha de ser contrarrestados por la
observación y denuncia ante la violación
de las normas ambientales en cada país. TOMADO DE LA GRANMA DE CUBA
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