Ante la clausura de la COP21 de París y la publicación
del texto en el que se explican los acuerdos finales, Samuel Martín-Sosa
escribe la última de sus Crónicas desde París evaluando el texto y lo
ocurrido en la cumbre
Todas las crónicas
- Alguien ha matado a alguieeen...
- ¿Seguro que es seguro?
- Lo comido por lo servido
- ¿Quién recoge y quién paga la fiesta?
- Torturando los números
- No se preocupen con el clima: tenemos plantas que
piensan
COP21 París: el Acuerdo de la desgracia
Cuando semanas antes de la COP21 de París, diversos
organismos evaluaban el alcance de las promesas de reducción hechas por los
diferentes países (las llamadas INDCs), resultó en seguida claro y meridiano
que con eso no llegaba para contener el aumento de temperatura por debajo de
2ºC en la temperatura media a final de siglo respecto a la era preindustrial,
pues nos situaba, según diversas estimaciones, en un aumento entre 2,7 y 3,7 ºC . Christiana Figueres, secretaria
general de la Convención, lo justificaba diciendo que los países tienden
a ser conservadores en sus estimaciones porque no les gusta que luego les
saquen los colores. Una búsqueda desesperada de optimismo. En cualquier caso,
en el sentir colectivo quedaba el entendimiento tácito de que estos días
durante las negociaciones los líderes mundiales nos iban a explicar cómo
piensan rellenar ese hueco entre lo que la ciencia dice y lo que los países
ofrecen. Estos días en París uno de los climatólogos más famosos y reputados,
Kevin Anderson del Tyndall Center (Reino Unido), alertaba contra el hecho de
que esas contribuciones que nos llevarán a buen seguro por encima de los 3ºC,
contemplan todas ellas, emisiones negativas. Es decir, las emisiones reales que
los países planean soltar a la atmósfera son mucho mayores, pero tienen
la esperanza de compensarlas de alguna manera en el futuro con algún milagro
tecnológico, como veremos más abajo.
En cualquier caso esa explicación esperada, no se ha
producido. Al contrario. Los líderes mundiales han jugado a las palabras.
Durante las negociaciones han llegado a fantasear con ser más ambiciosos y
atreverse a poner un objetivo de 1,5ºC, en respuesta a las peticiones de los
países más vulnerables. Mientras acariciaban esta idea imaginaban sin duda los
focos de la prensa el día del anuncio de un acuerdo histórico que cambiaría el
devenir de la humanidad y salvaría, por ejemplo, a los pequeños estados
insulares de desaparecer... Finalmente el texto incluye una declaración
bastante pueril:
“Mantener el incremento de la temperatura media global de
la tierra bastante por debajo de 2ºC y hacer esfuerzospara
limitarla a menos de 1,5ºC respecto a niveles preindustriales...”
¿Que significa bastante? ¿1,6ºC?, ¿1,9ºC? ¿Y qué
quiere decir que harán “esfuerzos” por dejarla bajo 1,5ºC? ¿A quién se
lo vamos a decir, si vemos que alguien se porta mal y no hace “esfuerzos”? ¿De
qué mecanismo internacional nos hemos dotado para medir si se hacen o no esos
esfuerzos, o para sancionar al que no los hace? Nos hacemos trampas a nosotros
mismos. Si no fuera algo tan serio daría risa. A lo mejor si eres blanco, rico
y vives en el Norte, 2ºC es un umbral aceptable de seguridad. Pero 2ºC
significa la muerte para muchos seres humanos del planeta,
con lo que este es el acuerdo de la desgracia, de la muerte anunciada. Unas
muertes que estamos aceptando y de las que somos responsables al firmar el
texto.
Alguien podrá decir que los acuerdos internacionales son
así, que tienen ese lenguaje ambiguo. No es cierto. Tomemos como ejemplo un
acuerdo comercial en el que un país incumple una cláusula, por lo cual es
llevado ante un tribunal de arbitraje. ¿Se imaginan que el país acusado se
defendiera diciendo que no lo ha conseguido pero que ha hecho esfuerzos? Naomi
Klein señalaba una cosa muy importante en París antes de ayer cuando se dirigió
a miles de personas que nos congregamos en la Zone d’Action pour le Climat
(ZAC, la cumbre alternativa, de la sociedad civil, a la COP21): ’los acuerdos
comerciales tienen dientes, los climáticos no’. Donde dice dientes, léase
sanciones.
Da igual 2ºC que 1, 5ºC o que 1ºC
Lo tristemente cierto es que hubiera dado igual que el
artículo del Acuerdo que hace referencia al objetivo de temperatura hubiera
optado por un objetivo más ambicioso, o por una redacción menos difusa de este
estilo:
“Nos comprometemos a limitar el aumento de la temperatura
global por debajo de 1,5ºC”
No hubiera cambiado nada. En primer lugar porque es un
brindis al sol. Muchos científicos honestos están diciendo claramente que este
objetivo es ya inalcanzable. Es un objetivo de temperatura que
se compadece con una concentración de en torno a 350 ppm de CO2eq en la
atmósfera. Hoy día la temperatura ya es 1ºC superior a la era preindustrial, y
este año superaremos las 400 ppm en la atmósfera. Todo el CO2 que hemos puesto
ya en la atmósfera, tendrá una respuesta de aumento en la temperatura en
los próximos años [1].
En segundo lugar porque no puedes decir que vas a ir al Sur
y acto seguido darte la vuelta y dirigirte hacia el Norte. Y eso es exactamente
lo que el acuerdo de Paris hace. El acuerdo de Copenhague de 2009, punto de
inflexión en el que empezó el proceso que concluyó ayer en París decía:
“se requieren fuertes reducciones de las emisiones
mundiales, a la luz de la ciencia.... que permita mantener el aumento de la
temperatura mundial por debajo de 2 ºC, y nos proponemos tomar medidas
para cumplir este objetivo de conformidad con la ciencia y
sobre la base de la equidad”.
Vayamos por partes con los resaltados del párrafo anterior:
¿Qué es lo que se ha acordado en relación a reducción de
emisiones? Ninguna cantidad concreta. Las propuestas que existían de
porcentajes de reducción para mitad de siglo, que ya eran de por si harto
insuficientes, se han eliminado. Así, los borradores anteriores al texto
definitivo incluían una meta que fijaba en 2050 recortes de entre el 40% y el 95% de las emisiones respecto a 2010.
Esto ha desaparecido, como también lo ha hecho el objetivo a largo plazo, más
genérico, de conseguir la descarbonización de la economía.
¿Cuándo se ha acordado empezar a reducir las emisiones
globales? “Cuanto antes posible”. No es broma, es lo que pone el
texto. ¿Y eso que significa?, se pregunta uno. Pues básicamente que cuando nos
venga bien, ya si eso nos ponemos.
¿Se van a tomar medidas? Pues no se sabe, porque
las INDCs no serán vinculantes, es decir, además de largamente insuficientes,
ni siquiera serán de obligado cumplimiento. Condición impuesta por EEUU para
poder ratificar el acuerdo. Eso sí, las revisaremos de forma obligatoria en
2018 y se podrán mejorar al alza en 2020. Pero ¿de qué servirá esto? Puedo
estar obligado a que se revisen mis contribuciones, puedo proponer mejorarlas,
pero da igual si no las cumplo.
¿Se actúa de conformidad con la ciencia? La
ciencia dice claramente que hay que dejar la mayor parte de los combustibles
fósiles en el subsuelo. El acuerdo de París no dice nada de eso, antes bien,
opta por el camino contrario como veremos. Es más ni siquiera habla de
combustibles fósiles. Inaudito que ni se mencione al culpable.
¿Se hace en base a la equidad? Bueno lo cierto
es que a pesar de la insistencia de muchos países del Sur global para incluir
los derechos humanos en la parte del articulado relativo al objetivo del
acuerdo, las resistencias de los países ricos han hecho que este tema solo
aparezca en el preámbulo, es decir, nuevamente como una declaración de
intenciones, que no compromete a nadie, y de la que nadie es responsable.
Bastante es que se haya frenado en parte la insistencia de algunos países
ricos, liderados por EEUU, de borrar de un plumazo el principio de
responsabilidades comunes pero diferenciadas sobre el que se asienta la
convención.
Es decir, de lo que se dijo en Copenhague que había que
hacer, París no asegura nada de lo importante.
El agujero negro del acuerdo
Pero lo realmente peligroso de este acuerdo lo aporta un
término aparentemente inocuo, que ha ido cambiando a lo largo de los
borradores. En las primeras versiones del texto se hablaba de “emisiones
netas”. En los últimos borradores el término había cambiado a “neutralidad
climática”. En el acuerdo final se habla finalmente de “equilibrio’. Equilibrio
entre las emisiones antropogénicas y la capacidad de absorber esos gases.
Estamos hablando en cualquier caso, de lo mismo. Esta es la razón esencial por
la que es irrelevante el objetivo de temperatura que se fije. No podrá
cumplirse porque la agenda oculta bajo este “equilibrio” del que habla el
acuerdo es que se puede seguir emitiendo CO2, se puede seguir quemando
combustibles fósiles; todo lo que tenemos que hacer es compensarlo para que el
balance final sea neutro. Lo comido por lo servido.
¿Y cómo se hace esto? Una forma es con mercados de carbono.
Los mismos que se han mostrado ineficaces (e injustos) a la hora de solucionar
el problema. Y otra, la principal amenaza, con geoingeniería [2].
Particularmente con tecnologías de captura y almacenamiento de carbono. Los
ojos están puestos en concreto en la Bionenergía con Captura y Almacenamiento
de Carbono (BECCS, por sus siglas en inglés), una tecnología consistente en
plantaciones masivas de biomasa- que capta CO2 durante su crecimiento-, que
serían quemadas en centrales térmicas a cuyas chimeneas se les acoplaría tecnología
de captura de carbono, que sería posteriormente enterrado. El problema es que
BECCS no existe, es ciencia ficción. Es decir, estamos confiando la reducción
de emisiones a un milagro tecnológico que no existe, en lugar de hacer lo que
tendríamos que hacer: dejar de emitir.
Además, aunque en el futuro se solventaran los obstáculos
tecnológicos relativos a la captura y almacenamiento de carbono, el nivel de
despliegue que esta tecnología requeriría para tener un impacto significativo
sería inasumible. Para capturar mil millones de toneladas de CO2,
necesitaríamos hasta 33 veces más suelo del que hoy se usa para cultivar
biocombustibles, necesitaríamos asímismo aumentar en un 75% el uso de
fertilizantes nitrogenados, y necesitaríamos hasta 7 billones de m3 adicionales
de agua dulce. Por otra parte, las emisiones de óxido nitroso, otro gas de
efecto invernadero, aumentarían hasta suponer tres veces las actuales. Y para
cumplir con las predicciones de temperatura del IPCC, necesitaríamos un
desarrollo de BECCS en una escalade 2,7 veces este escenario.
Guiño a la desinversión pero sin medidas
Además el acuerdo hace un guiño sin compromisos a la
desinversión fósil. Establece un compromiso de:
“hacer que los flujos financieros sean consistentes con
una senda baja en emisiones de carbono”.
Sin embargo, nuevamente esto no compromete a nada porque no
se establecen las medidas para forzar este cambio. Es importante recordar que
los combustibles fósiles son fundamentales en la acumulación de capital: hacen
funcionar las máquinas, disciplinan el trabajo, y permiten el acceso al resto
de recursos minerales. El sector financiero no tiene ni un solo incentivo real
para desinvertir. Desde luego no van a desinvertir por que lo diga la ciencia,
a no ser que les obligue la política. Y los mismos políticos que hacen ese
guiño “bien-queda”, son los mismos que se han olvidado de meter la aviación y el comercio marítimo internacional
en el acuerdo. La aviación es responsable del 5% de las emisiones globales y el
comercio marítimo del 3%. Nada baladí. Pero tocar estos sectores es poner en
entredicho el núcleo del sistema. Y la propia Convención Marco de Cambio
Climático estableció una clausula en la que protegía el comercio [3].
Entonces, ¿de qué desinversión nos hablan los líderes mundiales?
No confiamos en ustedes
La COP21 ha sido otra COP de la procrastinación. ¿Donde se
ha visto el sentimiento de urgencia? Seguimos dando patadas al
balón hacia adelante sin tomar decisiones que posponemos para mañana. Y
mientras tanto, cada cosa que seguimos haciendo hoy, nos condena a décadas de
más cambio climático. Cada infraestructura que construimos, cada avión nuevo
que se pone en funcionamiento, cada central térmica que se autoriza, cada
permiso de fracking que se concede. La gente ha dicho basta. Miles de personas
de la sociedad civil que se han congregado estos días en París, han decidido
que es la gente la que va a decidir el futuro. Vamos a apropiarnos de las
calles, porque no confiamos en los líderes políticos que se han reunido estos
días en Le Bourget. Esta gente debería haber protegido el clima, el planeta, la
biodiversidad, la gente, los derechos humanos. En su lugar, ¿a quién han
protegido? A las empresas contaminantes, a los 5,3 billones de dólares de
dinero público que reciben cada año, a los 55 billones que vale la infraestructura
energética del mundo, a los 28 billones de valor nominal de las reservas de
combustibles fósiles, al agro-negocio y sus planes de agricultura climáticamente inteligente,....no
merecen nuestra confianza.
La gente tenemos que adueñarnos de nuestro futuro. El
panorama es desesperante pero, como se leía en una pancarta de la manifestación
de ayer de París “La Acción es el antídoto contra la desesperación” Para
2016 la sociedad civil ya ha anunciado nuevas acciones. Nosotros no esperaremos
a 2018. Iremos a cerrar las centrales de carbón, como se ha hecho este año en
Alemania, a bloquear la perforación de pozos de fracking, a evitar que perforen
el Ártico. Cerraremos a los culpables. Tomemos el control.
Notas
[1] Eciste un desfase temporal
desde que se producen las emisiones hasta que la temperatura aumenta en
respuesta a ese aumento de emisiones. El CO2 permanece cientos de años en la
atmósfera
[2] La geoingeniería es la
manipulación del clima a escala planetaria
[3] El artículo 3 de la
Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático dice:
’Las medidas adoptadas para combatir el cambio climático,
incluidas las unilaterales, no deberían constituir un medio de discriminación
arbitraria o injustificable ni una restricción encubierta al comercio
internacional.’
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