Una bióloga convocada para peritajes en casos de ahogamiento
Algas para revelar misterios
Entrevista a Nora Maidana, doctora en Biología y experta en
diatomeas, un tipo de algas microscópicas que permiten determinar si la muerte
de una persona sobrevino por sumersión. Participó en más de 70 casos a lo largo
de su carrera.
Por Pablo Esteban
Nora Maidana determina mediante las algas el tipo de muerte
de un individuo.
La sumersión es un tipo de ahogamiento que ocasiona la
muerte por el ingreso violento de agua en las vías aéreas. Las diatomeas son un
grupo de algas unicelulares microscópicas que presentan una inmensa diversidad
(20 mil especies) y se adaptan a ambientes variopintos, ya sea aguas dulces
como hipersalinas. Hasta aquí nada nuevo: los difuntos por un lado, los
generosos microorganismos por el otro. Sin embargo, resulta que las diatomeas
funcionan como aliadas perfectas para investigar causas judiciales y decesos
dudosos por ahogamiento.
Desde hace 20 años, al mejor estilo Sherlock Holmes y
Auguste Dupin, Nora Maidana trabaja junto a peritos, policías-científicos y
jueces en casos de todo el país. En su Laboratorio de Diatomeas Continentales
(UBA) –hiperequipado para la ocasión– recibe médulas y corazones en soluciones
específicas, en los que se mantendrá concentrada un buen tiempo hasta culminar
el peritaje y definir si la muerte fue por sumersión o, en realidad, el cuerpo
fue colocado posteriormente. A través del diseño de un método riguroso se ubica
como la única referente sudamericana que emplea algas pequeñísimas en el ámbito
forense de manera sistemática. ¿Qué implica? Que ha desarrollado un protocolo
de acción mediante el cual participó en más de 70 causas judiciales, a
diferencia de otros expertos que solo han podido acceder a dos o tres en toda
su vida. Maidana es doctora en Biología, docente de la Facultad de Ciencias
Exactas y Naturales de la UBA e investigadora Principal del Conicet. En este
caso, exhibe por qué ser científica y detective no es tan distinto, y explica
cómo se desmarca de las situaciones afectivas más comprometedoras para no
perjudicar su trabajo.
–Antes que nada, ¿de
qué habla cuando se refiere a algas? ¿Cuánto miden? ¿Cómo son?
–Las algas refieren a un término coloquial que se utiliza
para conceptualizar a un grupo de organismos que en realidad deberían definirse
por la negativa, es decir, por aquello que no son: no son plantas, animales,
virus, bacterias ni hongos. La gran mayoría son seres fotoautotróficos
–realizan fotosíntesis–, con cuerpos muy sencillos (sin raíces, hojas, ni
tallos) y necesitan del agua para reproducirse (vivan dentro o fuera de ella,
sobre rocas, cortezas de árboles). Representan tamaños muy variables que van
desde un micrón (0,001 milímetro) hasta 60 metros de longitud. Cuando están en
el agua se adaptan en ambientes marinos y de agua dulce, ya sea en espacios con
muy poquita sal como en aquellos hipersalinos (150 gramos de sal por litro).
–En este marco, desde
1997 usted se especializa en unas muy particulares y microscópicas: las
diatomeas.
–Sí, me doctoré con ese tema. Me interesaba describir su
diversidad y analizar cómo participan en el monitoreo de la calidad del agua.
Pueden ser empleadas como indicadores ya
que permiten calcular climas pasados.
–¿Y su aplicación
forense?
Bueno, en verdad, el interés forense llegó de una manera
fortuita. Por aquella época, en una clase como cualquier otra, explicaba cuáles
eran las aplicaciones de estas algas y mencioné a los alumnos que había leído
sobre su utilización para el diagnóstico de muerte por ahogamiento en Europa,
EEUU y Japón. En la clase siguiente, Juliana Giménez, una de las estudiantes y
ahora investigadora del Conicet, me contó que su suegro, Julio Ravioli, era el
Decano del Cuerpo Médico Forense y quería conocerme. Así que me puso en
contacto y casi sin quererlo empecé una relación laboral muy importante. Él
estaba interesado en el mismo tema porque –recientemente– había publicado un
trabajo en el que demostraba que los métodos tradicionales con vigencia para
diagnosticar muerte por ahogamiento eran imprecisos y, en efecto, obsoletos.
–De modo que aunque
todo comenzó de manera fortuita, hoy es la principal referente sudamericana en
el tema. En la actualidad, participa hasta en 12 autopsias por año: ¿cómo
describiría su trabajo? ¿Qué tareas realiza?
–Recibo en el laboratorio el órgano a analizar porque, salvo
excepciones, no presencio la autopsia, sino que le indico al personal que
tomará la muestra cómo debe prepararla para enviármela. Evitar la contaminación
de las pruebas es crucial. Imaginemos que estamos en una sala de autopsias y
antes de recibir el cuerpo, arrojan un balde de agua –que puede estar estancada
por varias horas y días– para limpiar los restos del anterior. Allí, puede que
el médico (o un técnico), aunque esté muy protegido con sus guantes y con todas
las precauciones del caso, utilice herramientas que no fueron debidamente
lavadas durante el trabajo con el cadáver previo. Esto implica que si el cuerpo
diseccionado anteriormente estuvo en el agua podría contaminar al siguiente y
el material que me envíen ya no sea el mismo. Ahora bien, supongamos que el
individuo anterior murió de un infarto y luego cayó al agua, también tendrá algas
impregnadas en la ropa que se transmitirán –a través de la herramienta no
esterilizada– a la persona atendida en segundo lugar.
–Por eso, respetar el
protocolo de acción durante la autopsia es tan importante para su trabajo
posterior en el laboratorio.
–Por supuesto. Es necesario que cambien de herramienta cada
vez que operan sobre un nuevo cadáver (tampoco se puede utilizar el mismo
instrumental para abrir la ropa y el cuerpo de la persona) y que las limpien en
soluciones muy específicas que no tengan restos de algas. En paralelo, les
envío un frasco con un líquido preparado para disolver la médula que extraerán
del presunto fallecido por ahogamiento.
–¿Siempre solicita la
médula?
–Sí, porque es el órgano que, en general, más tarda en
pudrirse. Cuando la justicia requiere mis servicios es porque hallaron un
cuerpo cuyos signos que permitirían al médico advertir cómo murió ya no están
–ya sea porque está golpeado o en avanzado estado de descomposición–. Hace un
tiempo, un río patagónico disminuyó su caudal y quedó al descubierto un
esqueleto. El problema era que no se sabía si había fallecido por ahogamiento o
bien lo habían colocado de manera reciente. Afortunadamente, a través del
examen de la médula logramos avanzar con el diagnóstico, pero si el cuerpo no
está en tal estado de degradación es posible extraer el líquido contenido en
las cavidades del corazón, que habilita a un examen mucho más preciso. También
solicito que me envíen muestras del agua del sitio donde fue localizado y del
barro superficial, porque ello me habilita a evaluar si efectivamente murió
ahogado, o bien si fue arrojado posteriormente.
–¿Y cuál es su
trabajo en el laboratorio?
–Se elimina la mayor cantidad de materia orgánica posible
para que solo queden los restos de algas que poseen cubiertas celulares
resistentes. En este proceso se destruyen los cloroplastos (orgánulos de
células vegetales) y todos los pigmentos que enmascaren esos restos que me
permiten identificar qué tipo de algas son. A partir del examen de las diatomeas
que quedaron impregnadas en la médula es posible distinguir si el cuerpo estuvo
en un río, un lago o un arroyo; si había mucha o poca agua; la velocidad a la
que corría; si el cadáver se encontraba cerca de la orilla o en el centro; así
como también, la acidez y la salinidad, entre otros aspectos.
–¿Algún caso de los
que haya participado fue especialmente significativo para usted?
–En verdad ni siquiera veo la cara a los difuntos. Es cierto
que a veces las muestras vienen con un nombre o un número de causa pero nunca
los conozco en verdad, ni siquiera me entero qué ocurre después de los informes
periciales que entrego. En este sentido, si hay un posible culpable, o si hay
una causa judicial abierta nunca llega a perjudicar mi trabajo.
–Mejor no saber
demasiado.
–He tenido que realizar diagnósticos de criaturas y prefiero
no saber bien quiénes son porque sé que me puede afectar. Incluso, después
quedo con miedo; pienso varias veces al momento de dejar a mi propia nieta
jugar en la bañera. Por este motivo, como sé que puedo involucrarme demasiado
desde la sensibilidad y me cuesta desmarcarme de los sentimientos opto por
saber lo menos posible de los fallecidos.
–¿Existe la
posibilidad de un individuo que, pese a haberse ahogado, no tenga diatomeas?
–Sí, claro. El método tiene “falsos positivos” y “falsos
negativos”. Un caso que corresponde al primer grupo es cuando encuentro algas y
la persona no murió por ahogamiento. Ello sucede, por ejemplo, con una
contaminación durante la autopsia –como explicó anteriormente– o bien, cuando
la víctima fue un nadador habitual de río o de mar. Cuando nadamos tragamos
agua y, de hecho, existe la posibilidad de que las algas se acumulen en la
médula y provoquen un falso positivo. Por este motivo cuando sé que la persona
involucrada nadaba o pescaba (muchos toman mate con agua no procesada) aviso de
antemano que no puedo hacer el peritaje.
–¿Y los falsos
negativos?
–Existe la chance de que el ahogamiento se produzca en un
sitio sin algas, como puede ser la bañera –ya que en el agua de red puede haber
diatomeas que hayan pasado los filtros sanitarios–. La otra razón de falso
negativo es que el individuo se haya muerto muy rápido, de manera que el agua
llega al pulmón pero no consigue desparramarse, por lo que las algas no pueden
localizarse ni siquiera en las cavidades cardíacas. Hay opciones para todos los
gustos, por ello, es tan fundamental la experiencia. TOMADODE PAGINA 12 DE AR
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