Ingeniero paisa: el ojo vigilante de las catástrofes en Los
Alpes
18 doctores por año es la apuesta que hace la Alcaldía de
Medellín.
1.477 millones de pesos serán invertidos en educación superior
en la ciudad.
Según el Ministerio de Educación, 35 de cada 100 estudiantes
acceden a la educación superior. En los sectores vulnerables de Medellín, ser
doctor es un logro que pocos alcanzan.
“La montaña empezó a desmoronarse en el lago Chambon”. Este
fue el titular que utilizó el diario Le Parisien, de Francia, para informar
sobre un deslizamiento de tierra de 20 metros de altura que ocurrió en los
Altos Alpes franceses. El suceso se presentó el sábado 4 de julio de 2015 a las
8:45 de la noche. Cerca de 800.000 metros cúbicos cayeron al lago. La carretera
que comunica a la localidad de Briançon con la ciudad de Grenoble fue cerrada
por tiempo indefinido.
El diario francés indicó que desde el 23 de junio de ese año
había advertencias de expertos sobre un posible deslizamiento en la zona. Sin
embargo, los cálculos no fueron precisos y el derrumbe ocurrió, dejando
paralizada por completo la carretera provincial 1091.
Por ese entonces, en Grenoble, al sureste de Francia, un
equipo de investigación liderado por un ingeniero antioqueño trabajaba en un
software que detallaría con la mayor precisión posible el riesgo de los
deslizamientos en los Alpes Franceses. El programa tenía por objeto predecir,
por ejemplo, cuántas rocas pueden caer, en qué temporada del año, a qué
velocidad y con qué impactos para la población.
En noviembre de 2015, la Universidad de Grenoble aprobaría
el software y le daría el título de doctor en Geología a Steven*, el ingeniero
antioqueño que se había graduado con méritos de la Escuela de Ingenieros de
Saint-Étienne por su trabajo en los estudios de movimientos de suelos y riesgos
naturales.
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Cuando Steven regresó a Medellín ya habían pasado las
pasadas fiestas de fin de año. En su barrio, en la comuna noroccidental, se
respiraba un ambiente tenso por la disputa entre los combos delincuenciales. Su
familia volvió a ser testigo de los casos de microtráfico, robos, balaceras.
Tuvo que volver a pagar vacunas. “Me fui de un barrio donde había inseguridad,
sí, pero volví a uno donde todas las casas dan plata por obtener una
seguridad”.
En su casa lo esperaba su madre, de 59 años, su hermana de
35 y su sobrino de 10. “El norte sigue siendo muy diferente al sur”, dice.
Antes, cuando estudiaba el bachillerato, el sur eran El Poblado, Envigado,
Sabaneta. “Yo no sabía qué era la Universidad Eafit cuando estaba en el
colegio. Si no es porque el rector (Juan Luis Mejía) me postuló a una beca
quizá ni la habría conocido ni habría ido tanto al sur”.
Steven creció en un ambiente adverso. Cuenta que su papá lo
abandonó. Su mamá cocinaba en un restaurante del centro de Medellín. Los fines
de semana y en vacaciones él la acompañaba como mesero. Su hermana tuvo un hijo
y no pudo continuar con sus estudios.
“Yo me soñaba haciendo cosas de ingeniero, diseñando
ciudades, edificios, cosas así. Había ‘pelaos’ en mi colegio que a los 15 o 16
años ya tenían hijos o estaban metidos en combos. Había un problema cuando
estudiaba y es que por ejemplo si yo quería ir a estudiar a la casa de un
compañero en el barrio de enfrente no podía porque había fronteras invisibles,
era peligroso. Nos tocaba vernos en otro lado para poder estudiar”, cuenta
Steven. Él prefiere no revelar el nombre del barrio por la seguridad de su
madre, su sobrino y su hermana.
Para llegar a la Escuela de Ingeniería de Eafit tuvo que
sobrepasar varios obstáculos. Un total de 400 estudiantes se estaban postulando
a la beca en la que él estaba inscrito. Pasaron 30, entre ellos Steven. La
Universidad les empezó a dar clases de refuerzo los fines de semana. “Pasé a la
beca pero fue miedoso porque entré y vi gente muy bien vestida, muchas cosas de
marca. Me di cuenta de que era otro mundo”.
El proceso de adaptación fue sencillo en la medida en que la
beca le otorgaba subsidios para transporte, alimentación y materiales. Hubo,
eso sí, dificultades con algunas materias por el desconocimiento de conceptos
que se enseñaban en el colegio. Su promedio fue de 4.4. Logró mantener la beca,
trabajar con su mamá en el restaurante y cuidar a su sobrino.
En los descansos de clase, Steven se dio cuenta de que sus
compañeros mencionaban constantemente otros países: “ Decían cosas como ‘mi
papá está en Nueva York, mi prima está en Orlando. Fui a Disney World el fin de
semana’, relatos así”. Fue entonces cuando comenzó a interesarse por el
extranjero.
“Pasé de mi barrio a Eafit, que era otro mundo, y no pensaba
que hubiera algo más allá, de verdad. Me interesé mucho por el extranjero y
viajar se convirtió en un sueño personal. Con el Departamento de relaciones
internacionales empecé a averiguar por convenios con universidades que tuvieran
Ingeniería Civil”.
Había una posibilidad para viajar a México, pero a Steven no
le alcanzaba el dinero para pagar su estadía, los pasajes. Espero un tiempo.
Cuando estaba en sexto semestre, el decano de la facultad lo llamó para
contarle que la universidad había suscrito un convenio con la Escuela de
Ingenieros de Saint-Étienne.
“Nos llamó a los tres mejores de la carrera y justo los tres
éramos becados (risas). Nos dijo que para estudiar allá ‘solo’ teníamos que
conseguirnos 1.000 euros mensuales durante dos años. Yo no tenía la plata pero
moví cielo y tierra con mis compañeros”, recuerda Steven.
Entre 2009 y 2010 estuvo buscando los recursos para comprar
por lo menos el tiquete. “El rector se apiadó de nosotros y nos ayudó. No hay
nada más maluco que pedir plata pero varias personas nos ayudaron. El rector
dio el aval para que la universidad nos diera los tiquetes y nos completaran el
subsidio, por eso pudimos viajar”.
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El 21 de enero de 2010 Steven pisó un avión por primera vez.
Su familia, dice él, “nunca dimensionó lo que estaba pasando. Francia era un
lugar en las películas, algo muy lejos de nuestro barrio”. Estudió cinco meses
intensivos de francés e ingresó a la universidad. “Menos mal en la ingeniería
son solo números, que es un lenguaje universal. Si no hubiera sido así no
habría podido seguir porque el francés, no se lo voy a negar, era muy difícil y
yo me sentía como un gringo”.
El idioma no era la única dificultad. Su familia le hacía
falta, en los franceses no encontraba hospitalidad y el ritmo de vida en un
internado estudiantil era nuevo para él. “Cuando me fui tenía 19 años. Era una
prueba de madurez”. En la universidad le financiaron una maestría en
geomecánica. Su práctica la hizo en Grenoble, cuidad por naturaleza industrial,
a ocho horas de París.
La empresa en la que hizo la práctica es especializada en
temas de ingeniería de movimientos de suelos y riesgos naturales. Por su
trabajo lo contrataron y le propusieron que estudiara un doctorado para desarrollar
un software que permitiera predecir el comportamiento de avalanchas y
deslizamientos de rocas. “Fue muy duro, fue la peor y la mejor etapa de mi
vida. Era mucha presión. Sacar ese software adelante era muy difícil, no me
daban las fórmulas y me atrasé seis meses”.
En la región de los Alpes, la empresa de Steven es la única
que tiene un software tan preciso. “Se mezclaron algoritmos, programación y
mucha teoría en geología. Para crearlo tuve que entender la naturaleza de los
materiales y traducir eso en números. Entender la física de una roca era
difícil. Saber en cuántos pedazos se va a romper, con qué frecuencia (...) no
era sencillo”.
Hoy, los planes de ordenamiento territorial en el
departamento de Isère (donde está Grenoble) se formulan teniendo en cuenta
algunos resultados que ha arrojado el programa de Steven. Se ha podido
delimitar, por ejemplo, cuáles son las zonas más riesgosas para construir
carreteras y se pueden predecir futuras avalanchas.
“La geología de los Alpes es rocosa, y los problemas más
recurrentes tienen que ver con avalanchas. El software nos ha permitido
identificar dónde están los sectores más inestables y la velocidad de futuras
avalanchas. Puede decir: en este punto va a caer una roca con tantos metros
cúbicos y a tal velocidad”.
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Medellín, enero de 2016. En un salón comunal de su barrio,
Steven se reunió con sus antiguos compañeros de colegio. “Habíamos convocado a
55 compañeros que estudiaron conmigo cuando estaba en 11. Fueron 38. Fue un
buen encuentro después de 10 años. Escuchamos las historias de vida de todos y,
bueno, profesionales somos 3 de 55. Un economista, un politólogo y yo. Muchos
hicieron tecnologías, otros montaron empresas. Para ellos yo soy como el rey
del petróleo”.
Steven reconoce que su caso es una excepción. Sin embargo,
considera que todos sus compañeros tienen un potencial para crear nuevas cosas
y, si quieren, tener doctorados. Infortunadamente, la cobertura de educación en
Colombia deja cientos de jóvenes por fuera. Los datos más recientes del Ministerio
de Educación indican que, por ejemplo, de los 504 mil estudiantes que se
graduaron en 2013, alrededor de 174.600 lograron acceder a la educación
superior. En otras palabras, de cada 100 estudiantes que se graduaron, 35
pudieron llegar a una universidad.
Consultado por EL COLOMBIANO, el Ministerio de Educación
señaló que a corte de 31 de diciembre de 2015 ha entregado 20.618 becas entre
pregrado y posgrado. Con programas como “Ser Pilo Paga”, además, se han visto
beneficiados 1.448 estudiantes de Antioquia.
Steven ha hecho lo posible por ayudar a su familia enviando
euros desde Francia. Su mamá está en la casa, esperando la pensión. Vive de lo
que su hijo le envía. Su hermana siguió su ejemplo y ya está cursando séptimo
semestre de contaduría pública. “Quisiera que estuviéramos mejor pero esta es
todavía una etapa de transición. Siento que dependen mucho de mí y quiero que
nos vayamos a vivir a otro barrio, que dejen de pagar vacuna. Mi mamá prefiere
que esté en Francia, temiendo que los combos nos cobren más si saben que vine a
Colombia”.
El mes que estuvo en Medellín fue amargo para él. Espera que
en 2017 las cosas sean distintas: “Quiero que ese año, para el cumpleaños 60 de
mi mamá, podamos viajar por Francia. El barrio está muy maluco. A los muchachos
que conocía los mataron. Al último vivo lo asesinaron hace dos semanas, en una
balacera que tuve que escuchar. Es difícil, porque en mi adolescencia jugaba
fútbol con esos ‘pelaos’. Después tuve que verlos con pistolas, vendiendo droga
y ahora verlos morir. No quiero que mi familia siga aquí”.
Pero has estudiado, ahora, si regresas, tienes con qué
salir, le digo. “En mi barrio esos diplomas solo sirven para colgarlos en la
pared”, responde.
* Sin apellido por seguridad de la fuente.
LA CIUDAD HA ADQUIRIDO NUEVAS HERRAMIENTAS
JAIME ENRIQUE GÓMEZ Subdirector del Dagrd
El equipo de geología de la Universidad Eafit ha aportado
mucho en temas de investigación. Trabajos como el de Tommy González nos han
permitido comprender a profundidad temas como el movimiento de masas. La
capacidad de liderazgo en temas administrativos también nos han dado nuevas
herramientas. La geología es una ciencia que ya está hecha, pero las normas
están cambiando. Ya no se habla solo de prevención del desastre. Ahora hablamos
de gestión del riesgo, reducción del riesgo. Hemos profundizado en el
conocimiento y los conceptos que se están utilizando han dejado de ser
superficiales, puramente visuales. Ahora, por la normatividad, se requieren más
detalles para entender ciertos comportamientos naturales.
SANTIAGO VALENZUELA Reportero. Creo, como Rainer Werner
Fassbinder , que “ lo que no podemos cambiar, debemos al menos describirlo”.
TOMADO DE EL COLOMBIANO
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