El sur vive cada
día su propia batalla para acceder al agua / Cochabamba
FOTO Jacqueline llena su caldera para hacer hervir el agua que
su familia beberá en el transcurso del día, ella también compra agua en
botella. JOSÉ ROCHA | JOSÉ ROCHA
Laura Manzaneda
“Me ‘micho’ (mido) lo más que puedo, soy la que más cuida
el agua”, contó Jacqueline Pecho, una mujer que vive en la zona de Sivingani
Alto, uno de los barrios de la zona sur que no tiene acceso al agua potable, al
igual que el 45 por ciento de la
población en la urbe.
Siguió: “Cuando llueve agarramos el agua en todo lo que
podemos”. De esa forma y con la compra del líquido de las cisternas se
garantiza el consumo mínimo para su familia de siete integrantes. Su hogar
subsiste con tres turriles, cada uno de 200 litros, a la semana.
El lugar
Son las 15:30 y el sol está en su máximo esplendor
en Sivingani Alto, ubicado al sur a una hora de viaje en transporte público.
Hay que ir por la avenida Panamericana, después seguir el camino a Santiváñez,
luego de cuatro kilómetros de recorrido hay que doblar a la derecha y de ahí en
adelante son caminos de herradura hasta llegar al lugar.
Si algo
caracteriza a la zona son las casas precarias, de medias aguas, turriles y
tanques dispuestos en sus calles pedregosas. También se observan mangueras para
transportar el líquido hasta sus viviendas.
Los vecinos ubican sus turriles en las calles, porque las
casas están en una pendiente y los carros cisterna no pueden ingresar para
depositar el agua. Empero, las vías en mal estado o la falta de ellas también son un impedimento.
Para poder comprar el agua de las cisternas, Jacqueline
debe caminar tres cuadras hasta la calle asfaltada para llamar a un aguatero,
que casi siempre se niega a prestar el servicio
a no ser que se les compre toda
la cisterna.
Ante esta situación, recurre a una vecina que vive una
cuadra más arriba, en una calle donde el carro cisterna puede acceder.
Entonces, instala una manguera de 60 metros al grifo, conectado al tanque, y
cuando ha llenado los tres turriles ella paga a su “samaritana” 8 bolivianos por cada uno.
En su casa de medias aguas tiene tres habitaciones, en su
patio hay más de 10 baldes de 20 litros vacíos. Además, un turril oxidado justo
debajo de la calamina para “cosechar”
agua. En la puerta de la cocina hay otro barril de metal, tapado con plástico y una liga. Y dentro hay
otro tacho con agua más limpia para cocinar.
Ante la falta de agua, la familia está una semana sin
lavar ropa y sin realizar tareas tan sencillas como lavarse la cara o los cubiertos.
“Yo no tengo ese
dinero, me han dicho que puedo pagar 300 primero y en una semana los 200, pero
igual es mucho”, dijo.
Jacqueline y su esposo
tienen cuatro hijas y también vive con suegra, así que se trata de una
familia de siete integrantes. Cada turril de agua tiene 200 litros, por lo que,
tienen 600 para una semana, menos de un metro cúbico o 1.000 litros.
La situación de la familia de Jaqueline y otras del sur
son similares, pero su modo de vida no cambiará en al menos dos años, tiempo en
que la red de aducción que llevará agua de Misicuni estará lista.
En la zona de Sivingani se tiene previsto la instalación
de un tanque para almacenar el líquido, pero
tampoco hay redes domiciliarias. “Esperamos que llegue el agua, me
imagino que tendré que pagar menos de 500 dólares por el agua”, aseveró.
Además, los vecinos cuidan bien sus tanques de agua, en
algunos casos son recubiertos con tela y en otros les hacen una pequeño techo
con ramas, todo eso para que el sol, que parece ser más fuerte en la zona, no
los deteriore. Cada casa tiene al menos dos turriles, cantidad que sólo compite
con la de perros que hay en las calles.
Ésa es la situación de las familias de la zona sur a 18
años de la Guerra del Agua, que se registró el año 2000.
Jaquelin siempre vivió en zonas del sur donde no llega
agua por cañería, por lo que la elevación del costo del líquido cuando se privatizó
Semapa no la afectó, pero los beneficios anunciados luego del hecho histórico
tampoco le han llegado, por lo que, ella continuará viviendo en esas
condiciones librando cada día su propia batalla para acceder al agua.
Durante las protestas más de 200 “guerreros” del agua
fueron heridos y el joven Víctor Hugo
Daza (17) murió herido de bala.
FOTO Una casa en Alto Sivingani, los turriles, baldes y
bidones son utensilios básicos.
JOSÉ ROCHA
“Errores después
de la Guerra del Agua”
Gonzalo Maldonado Asieme
Los errores después de la Guerra del Agua fueron haber
propuesto de gerente de Semapa a Jorge Alvarado, haber aceptado que la Alcaldía
tome a su cargo el ‘juguete’ Semapa y no participar como Coordinadora del Agua
para dirigir y trabajar para que ese comité formule la estrategia de solución
de agua para Cochabamba.
Al poco tiempo, la gestión 2002, empezó el movimiento
político, los dirigentes ingresaron al MAS como el mismo Jorge Alvarado, pese a
que fue funcionario de Geobol con ADN, y otros activistas de la época, del
sector transportista, docentes universitarios.
FOTO Jacqueline tapa su turril de metal con plástico para
que el agua no se ensucie.
JOSÉ ROCHA
Guerra del Agua
En septiembre de 1999, la multinacional Bechtel firmó un
contrato con Hugo Banzer, presidente de Bolivia, para privatizar el servicio de
suministro de agua.
El trabajo fue
adjudicado a una empresa denominada Aguas del Tunari, un consorcio
empresarial formado por Bechtel (que participaba con el 27,5 por ciento), la
firma norteamericana Edison, las empresas Politropolis, Petricevich y SOBOCE S.A., así como el consorcio
español Abengoa S.A. (25 por ciento).
Poco después, surgieron quejas sobre el aumento de las
tarifas en más de un 50 por ciento. Todo culminó en las protestas de la Guerra
del Agua el 2000. TOMADO DE LOS TIEMPOS DE BOLIVIA
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