Geopolítica y desarrollo Por Claudio Scaletta
Tres factores; 1) los
resultados dispares de la política industrial de la última década, 2) la
disputa al interior de las clases dominantes locales por el modelo de
desarrollo y 3) la reaparición de la restricción externa facilitaron el
contexto para que, en los últimos meses, reaparezca en el debate público la
recurrente temática de si Argentina podría disfrutar de una economía similar a
la de Canadá o Australia. Al revuelto de ofertas modélicas también se sumaron
algunos países nórdicos, como Noruega. El lector entrenado sabe que estas
representaciones son apriorísticas. Su clave interpretativa reside en el factor
dos, la irresolución en la elección del modelo de desarrollo. Lo que se quiere
decir, en general, es que no hay necesidad de enmarañarse en quijotadas
“estalinistas” como el desarrollo industrial y su conflictividad, si se tiene a
disposición, sin mayores esfuerzos, al floreciente sector agropecuario
complementado, a lo sumo, con minería y energía. En esta línea, países como
Australia, en el que el 60 por ciento de sus exportaciones son productos
primarios y casi un 20 por ciento servicios, pero que a la vez disfrutan de un
elevado ingreso per cápita, lucirían como un paraíso posible. La prosa
superficial sintetizó estas ideas en un axioma ontológico: “Ser canguro”. Debe
reconocerse que la idea es atractiva, pues sería posible pasar al Primer Mundo
evitándose el complejo catch up tecnológico y concentrándose en el campo y los
servicios. Finalmente también el modelo noruego tiene poca industria y mucho de
aprovechamiento de recursos naturales. Quizá se pueda ser canguro y casarse con
una nórdica.
Generalmente las
respuestas que reciben este tipo de razonamientos son de raíz prebischiana, es
decir: se sostiene que el desarrollo industrial es necesario porque no se puede
quedar expuesto al deterioro de largo plazo en los términos del intercambio y
se necesita producir bienes con una mayor elasticidad ingreso en los mercados
mundiales. Otros argumentos se concentran en el tamaño de la población, pues la
actividad de base primaria no alcanzaría para sostener un ingreso per cápita
alto en un país populoso, o en razones distributivas: la industria como
generadora de empleos de calidad. Todas estas respuestas son atendibles y
también sujeto de debate. Sin embargo, ninguna ataca el problema fundamental de
por qué el país no podría disfrutar jamás de las condiciones de Canadá o
Australia. Contra muchas explicaciones tradicionales, como la cultura, las
instituciones y el sistema político, la respuesta está en razones económicas
más triviales y concretas fuertemente determinadas por la geopolítica y la
historia, sendos detalles ignorados por la argumentación ontocanguril. Un
trabajo presentado recientemente en la Universidad Nacional de Moreno por los
economistas Eduardo Crespo y Nicolás Bertholet, “El desarrollo económico de
Argentina, Australia y Canadá a la luz del contexto internacional”, destaca que
los últimos dos países pertenecen a la órbita anglosajona en general y al
Commonwealth en particular. Hasta la Segunda Guerra fueron socios privilegiados
del imperio británico y en el presente, un dato significativo más, son parte
del sistema de seguridad planetaria liderado por Estados Unidos. “Este rol
dentro del sistema interestatal, señalan los autores, les garantiza condiciones
financieras y militares muy distintas a las que debe afrontar un país en la
posición geopolítica de Argentina. Pertenecer tiene sus privilegios también en
materia de desarrollo económico.” Las consecuencias económicas de esta pertenencia
son especialmente comprensibles desde la perspectiva local: se trata de países
que no tienen problemas de balanza de pagos. Australia, por ejemplo, tiene
déficit de cuenta corriente desde la década del ’60. Solo tuvo un breve
superávit de un trienio durante los ’70 y jamás tuvo problema para financiarlo.
El caso de Canadá no es tan marcado, pero también tuvo largos períodos de
déficit durante la etapa. Se trata de situaciones similares a las de Estados
Unidos, con déficit externo permanente desde los ’80 o del Reino Unido también
en déficit crónico desde entonces. Estos países pueden darse este lujo porque,
en distinta medida, son emisores de moneda internacional y sus títulos de deuda
se colocan fácilmente en los mercados, no precisamente por el estado de sus
“fundamentales” o sus instituciones, sino por su posición relativa en el
escenario global. En concreto, en el ranking de monedas utilizadas como
reservas internacionales por los bancos centrales de todo el mundo, el dólar
canadiense ocupa el quinto lugar y el australiano el sexto. En cuanto a su uso
en el comercio mundial, la moneda australiana ocupa el quinto lugar y la
canadiense, el séptimo. En diálogo con Cash, Crespo, una de las mentes más
lúcidas de la heterodoxia latinoamericana, explicó que desde la década del ’50
del siglo pasado al presente, sólo catorce países entonces subdesarrollados se
consideran hoy dentro del grupo de los desarrollados. “Podemos decir que hay
que sustituir más importaciones, que hace falta más industria, que en el sector
energético las cosas podrían haberse hecho mejor, o que se necesita más entrada
de capitales, pero los números y la experiencia internacional indican que
conseguir el desarrollo no es, como mínimo, tarea fácil; depende de muchos
factores, desde la geopolítica hasta un poco de suerte. Pero en la comparación
típica con Canadá o Australia alcanza con hacerse una sola pregunta: ¿cómo
sería la economía argentina si desde tiempos de Arturo Frondizi, por ejemplo,
nunca hubiese tenido que asumir las consecuencias paralizantes, de interrupción
de procesos, de un déficit de cuenta corriente?”. jaius@yahoo.com
tomado de
© 2000-2014 www.pagina12.com.ar|República Argentina|por
sugerencia de envío de maha tma
No hay comentarios:
Publicar un comentario