Túnez, la agonía del
Foro Social Mundial
Santiago Alba Rico Gara El sábado pasado se cerró el Foro
Social Mundial, celebrado por segundo año consecutivo en Túnez, con una
manifestación pro-palestina mucho menos numerosa que la de 2013 y en un
ambiente mucho más mortecino. Todas las fuentes coinciden en que ha sido el Foro
más complicado, el menos concurrido y quizás el más inútil, y ello por razones
que tienen que ver con las propias dinámicas políticas globales y con la
situación interna de Túnez. Poco antes del encuentro, el conocido profesor
brasileño Emir Sader criticaba el control del FSM por parte de las ONGs, modelo
“reduccionista y superado” en un momento en el que son “los gobiernos
progresistas latinoamericanos” -según su opinión- el referente de los
“indignados, los ocupas, Syriza y Podemos”. Por su parte, el también brasileiro
Chico Whitaker, uno de los co-fundadores del Foro, señaló más bien los
problemas organizativos como causa del creciente desinterés de esta iniciativa
que cumple ya quince años de vida: “el Consejo Internacional está totalmente
perdido en cuanto a propuestas”; y añade “ya hace algún tiempo propusimos la
eutanasia de este elefante blanco y buscar una nueva fórmula” a fin de
“recuperar la visibilidad perdida y volver a existir internacionalmente”.
El Foro de Túnez ha sido, en efecto, de baja intensidad: el
que menos delegaciones europeas y latinoamericanas ha recibido,el que ha
contado con menos financiación y el que menos atención mediática ha despertado.
Es verdad que el FSM nació en el interior de la ola progresista que transformó
la orografía política de América Latina y que llevó al gobierno a partidos
políticos que, aupados en los movimientos sociales, hoy los contemplan con
desconfianza, cuando no como fuerzas de oposición. Y no es menos cierto que los
movimientos en España y en Grecia están ahora absorbidos -o al menos ocupados-
en procesos de cambio que hace dos años no existían. Ahora bien, creo que, en
este caso, las limitaciones del Foro -que son también estructurales- tienen más
que ver con la situación concreta del país anfitrión y, más allá, de la región
árabe en general. Podríamos mencionar las numerosas anulaciones de viajes y
talleres tras el atentado yihadista del 18 de marzo, pero esa misma
circunstancia habría podido provocar un desafiante impulso solidario si Túnez
siguiese siendo el principio, y no el final, de una gran esperanza regional e
internacional. La implacable lluvia que durante cuatro días ha subrayado la
arquitectura carcelaria del campus universitario del Manar, en la capital de
Túnez, ha expuesto el alma de un país política y socialmente deprimido en una
región que vuelve aparatosamente al peor de los pasados imaginables. Frente a
la reunión de la Liga Arabe -celebrada en Egipto al mismo tiempo que se cerraba
el Foro- en la que nuevos y viejos dictadores apoyaban los bombardeos sobre
Yemen, como si jamás hubiera habido “primavera árabe”, la fiesta de los
movimientos sociales tenía algo clandestino y marginal y hasta elegíaco: los
jóvenes tunecinos acudieron en menor número que en 2013, “entre la decepción y
la depresión” -según las palabras del artista y escenógrafo Khaled Ferjani- , y
ante la indiferencia de los propios medios locales, completamente absorbidos
por las consecuencias del atentado del Bardo y “la marcha anti-terrorista”
internacional encabezada por François Hollande. Nawaat, el conocido medio
alternativo tunecino, hace dos años resumió el Foro en un titular: “Entusiasmo
a pesar de la falta de organización”. Hace dos días, el único artículo
aparecido en sus páginas sobre el encuentro se preguntaba “qué ha sido de la
lucha anticapitalista”, pero hablaba sobre todo de “visible decepción de los
participantes”. Estas críticas son elocuentes en la medida en que describen no
tanto la atmósfera del campus -con sus talleres más o menos interesantes y sus
más o menos rutinarios “vendedores de causas perdidas”- como el abatimiento de
los militantes locales, cuyas demandas se han visto marginadas por el juego
“democrático” y silenciadas por la “alarma terrorista”. Si se tiene en cuenta
que, en todo caso, Túnez es el único país de la región donde podía celebrarse
un encuentro como éste, puede imaginarse el tono de las otras delegaciones y
organizaciones árabes. Incluso los acostumbrados enfrentamientos entre
saharauis y marroquíes o entre partidarios y opositores de Bachar Al-Assad han
sido marginales y casi protocolarios. Las fuerzas zombis que se apoderan de
nuevo de la región -regímenes dictatoriales, intervenciones multinacionales y
violencia yihadista- han secado por el momento las esperanzas de cambio que la sacudieron
de arriba abajo en 2011. ¿Ha sido un fracaso el Foro tunecino? Más allá del
fugaz estímulo al sector turístico, en ruinas tras el atentado, y de las
píldoras de conocimiento ingeridas en los talleres, el Foro ha servido, como
todos, para catalizar contactos, festivos y políticos, en los pasillos, para
prolongar redes más o menos duraderas y para amortiguar la soledad de unos
cuantos centenares de tunecinos que, en cualquier caso, no representan sino a
una minoría de la población, los menos castigados por el paro y la crisis
económica. Es poco. Es algo. Aunque ahora, más solos que hace una semana, fuera
ya de todos los focos, esos mismos jóvenes queden más expuestos que nunca
frente a un gobierno y una policía que -advierte ya Human Rights Watch- aprovechará
el atentado del Bardo y la alerta securitaria para recortar derechos civiles y
amordazar sus voces. ¿Es el fin del Foro
Social Mundial? Probablemente no, pero es verdad que debería replantearse
sus formatos y sus sedes a la medida de los cambios político-geográficos
insinuados en los últimos años. Al contrario de lo que dice Emir Sader, la ola
latinoamericana, en marea baja, no puede ser ya el referente del Foro, que
nació para vender causas perdidas, no ganadoras (por muy importante que sea ganarlas),
y que debe conservar y robustecer su vida paralela -mientras defender causas
perdidas siga sirviendo para que los perdedores de siempre no pierdan las ganas
de luchar. Tomado de envio de red foroba
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