jueves, 23 de febrero de 2017

CLONACION ANIMAL

El nuevo arte de la clonación animal
¿Se pueden clonar animales para trasplantar órganos y salvar especies en extinción? A los 56 años, el investigador Daniel Salamone pone en jaque disciplinas que van de la medicina a la bioética.
¿Se pueden clonar animales para trasplantar órganos y salvar especies en extinción? A los 56 años, el investigador Daniel Salamone pone en jaque disciplinas que van de la medicina a la bioética.
Daniel Salamone, en el Laboratorio de Biotecnología Animal de la UBA.
 Por Fernando Bersi / Fotos Sebastián Pani
Parece un frigobar. Uno puede imaginar que adentro hay gaseosas, jugos, alguna vianda, todo ordenado como si se tratara de un hotel. Sin embargo, jamás se podría pensar que allí habitan gatos, caballos, vacas, chitas, ovejas y tigres en su mínima expresión: embriones. Guardados en cajitas de plástico esperan el día en el que, con ayuda de la ciencia, se transformen en un animal hecho y derecho. "Esa es la famosa incubadora", dice Daniel Salamone, orgulloso. "La llamamos Big Mamma".
Estamos en el Laboratorio de Biotecnología Animal de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba) tras los pasos de Salamone, su director, una eminencia a nivel mundial en materia de clonación animal. El padre de Big Mamma lideró los equipos que dieron vida a Pampa en 2002 -la primera ternera clonada en Argentina-, a Pampa Mansa en 2003 -primera ternera clonada modificada genéticamente en Argentina- y a Ñandubay en 2010 -el primer caballo clonado en Sudamérica-. Cuadrúpedas criaturitas del señor que alguna vez vieron freezados sus destinos en una heladera como esta, tan parecida a un frigobar.
"Soy un mal padre", dice Salamone y se ríe, cómplice. No es un desalmado, al contrario. A sus primeras criaturas -terneros de probeta- las conoció por fotos, mientras trabajaba fuera del país. Sin emabrgo, apenas regresó quiso encontrarse con ellas. "Para mí, eran especiales, símbolos, postales del futuro, así las llamo. Pero como habían sido tratadas como animales comunes, no hubo forma de ubicarlas. Fue una gran decepción". También sintió el dolor de unos investigadores chilenos cuando murió un clon al que trataban como a un niño. "La verdad, a Pampa, a Pampa Mansa, a Ñandubay les perdí el rastro. Eran animales sanos, deben estar bien, en manos de sus dueños. Después de lo que pasó, trato de no indagar mucho, de no encariñarme más".
Salamone es pionero en la materia y, antes que nadie en el mundo, presentó trabajos sobre clonación de espermatozoides. Ahora sueña en grande: quiere que la clonación rescate especies en peligro de extinción y genere animales cuyos órganos tengan la capacidad de ser trasplantados en humanos.
CARA DE VACA
Salamone está embalado y muestra sus aparatos como un niño con sus chiches. "Esto es un micromanipulador -dice ante un microscopio estrambótico- y se usa para clonar. Cuesta unos US$ 60.000. En estos momentos, tenemos dos estudiantes llegadas de Perú que están adquiriendo esta técnica para copiar llamas y alpacas".
Daniel Salamone tiene 56 años y a simple vista no parece un investigador. No, por lo menos, ese científico obsesionado con su trabajo, irascible, ermitaño y egoísta al extremo que Hollywood nos vendió durante años como única posibilidad de éxito académico. Un jopo travieso, a lo Beatle, le baila en la frente: está más cerca de un rockstar que de un Einstein, aunque cuente pergaminos de sobra. Salamone es veterinario egresado de la UBA e investigador del Conicet. Tiene una maestría en Saskatchewan (Canadá) y un doctorado en Massachusetts (Estados Unidos). "Fui bastante rupturista. Toco la guitarra -tuve la suerte de tener de compañero en el secundario a Gustavo Cerati- y trato de ser divertido y social", dice y se pone colorado por lo que va a contar. "En mi primer instituto de investigación me echaron. Hice preguntas que consideraron fuera de lugar. Eran muy estructurados y mi pasado rockero no ayudaba".
"Daniel es muy creativo, funciona a otras revoluciones, siempre está pensando cómo aplicar la tecnología disponible en la reproducción animal", cuenta Adrián Sestelo, director del Laboratorio de Biotecnología Reproductiva de Fauna Silvestre. "A veces lo miro y me pregunto cómo se le cruzan ese tipo de cosas por la cabeza".
Más allá de lo personal, el doctor Salamone no se siente el bicho raro dentro de la ciencia. Se trata de entender que, en el cambio de época y de paradigmas, algunas cosas se pueden explicar desde la ficción. "En la primera versión de Viaje al centro de la Tierra -1961-, el profesor era muy duro, estricto, colérico. En cambio, en la segunda -2008-, el personaje es más alocado, aventurero, desacartonado". Cambian las personas, cambian los científicos.
Su oficina en la Fauba es un cuadrado de cuatro por cuatro, con paredes ligeras y una puerta que suena hueca. La habitación transmite lo mismo que él: paz. Lo que se ve es poco: una computadora con un monitor gigante sobre un escritorio hecho de madera maciza que parece tomado de una oficina de los años 50; más allá, hay una pecera de por lo menos un metro de largo, tres estantes colmados de libros amuchados como si fueran las rodajas de un pan lactal, dos sillas giratorias y poco más. Una huella de su historia se asoma en una foto: José Lino Salvador Barañao -Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva- con otro hombre y una mujer posan apoyados en un alambrado junto a un ternero que, en lugar de cabeza, tiene la cara de Salamone. Con esta foto trucada y otras que Barañao le envió por correo postal, Salamone conoció a sus primeros hijos de la ciencia.
QUERÍAMOS TANTO A DOLLY
¿Se pueden clonar animales para trasplantar órganos y salvar especies en extinción? A los 56 años, el investigador Daniel Salamone pone en jaque disciplinas que van de la medicina a la bioética.
Salamone y una de sus ovejas clonadas. Él las considera sus hijas.
 Hablar de clonación sin mencionar a la oveja Dolly es como hablar de la historia del fútbol sin decir nada de Maradona. En 1997, la noticia del nacimiento de Dolly -el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta- puso la piel de gallina a toda la comunidad científica y a quienes estamos fuera de ella. Aunque mucho no sabíamos de qué se trataba la clonación, un hilo de miedo nos corrió por el cuerpo. No era para menos; hasta ese momento los clones eran propiedad exclusiva de la ciencia ficción. Y siempre eran los malos de la película. O de los libros. Obras con un argumento similar: un científico malvado creaba un ejército de fotocopias con el objetivo de realizar tareas deleznables. La imagen de los clones -de carne y hueso- estaba manchada de antemano. "Es cierto que hay personas capaces de hacer cualquier cosa por el lucro. Si llegaron a tirar una bomba atómica para volar una ciudad y con eso mataron a cientos de miles personas. Pero el hecho concreto es que nada de lo que pasó se parece a lo que se había pronosticado", sostiene Salamome. "Un día, mi hija me pidió que la clonara, así podía mandar a su copia al colegio. Es definitivo; en humanos, no es deseable que se utilice la clonación".
En la producción animal, ese pliegue de la ciencia que tiene como objetivo multiplicar es diferente. La posibilidad de reproducir en el laboratorio copias idénticas de animales valiosos -una vaca que produce leche por encima de la media, un caballo de polo con aptitudes extraordinarias o cualquier otro ejemplar con una genética superior- no debería desaprovecharse. Mucho más cuando año tras año se descubren tecnologías que hacen de la clonación una técnica más accesible y versátil. En este sentido, Salamone es categórico: "Tengo la certeza de que es un deber uitilzar este procedimiento en animales".
La relación con Lino Barañao se extiende durante casi 30 años. En todo este tiempo, varias veces se vieron juntos tirando del mismo carro. El primer encuentro fue en una conferencia sobre Robótica, Informática y Biotecnología, organizada por el Banco Provincia a fines de los 80. En aquel entonces, el actual ministro expuso una nueva técnica para diagnosticar la gestación de las vacas. Hubo un rechazo automático de todos los veterinarios presentes: suponían que la novedad les quitaría trabajo. Salamone, que cumplía funciones en el INTA, lo convocó a dar una charla, y más tarde, en conjunto, fueron premiados con un proyecto del que, finalmente, nacerían los primeros terneros de probeta en Argentina. "Hoy, con esa misma tecnología, por el tipo de vaca que tiene, Brasil pasó de no producir nada a más de 400.000 animales por año", dice Salamone y saca pecho.
¿Se pueden clonar animales para trasplantar órganos y salvar especies en extinción? A los 56 años, el investigador Daniel Salamone pone en jaque disciplinas que van de la medicina a la bioética.
Daniel Salamone
 Lo que siguió fue aún mejor para la dupla. A inicios de la primera década del siglo XXI, a pesar de que el país se caía del mapa, Barañao generó las condiciones para realizar en Argentina investigaciones con animales a nivel de primer mundo. Al mismo tiempo, armó un gran equipo de científicos y, entre ellos, repatrió de Massachusetts a Salamone, quien en 1991 había aprendido a clonar en Japón. El actual ministro consiguió que una empresa privada -BioSidus- aportara logística y capitales para que, en agosto de 2002, luego de 278 días de preñez, naciera Pampa, la primera ternera clonada en la región a partir de una célula fetal. "Teníamos más animales que en Estados Unidos para trabajar -recuerda Salamone-. Lino tuvo una visión de larga distancia; tenía claro que la clonación era la forma de producir el transgénico. Siempre pensó la ciencia ligada a la tecnología, como forma de crear riqueza para el país".
La clonación le abrió la puerta a la transgénesis. Generar animales modificados genéticamente se volvió más sencillo. "Ser parte de células somáticas que son fáciles de reproducir en el laboratorio: se pueden tener millones en una cajita de plástico del tamaño de una galletita de agua. Después se manipula genéticamente esa célula y se llega a transformar en un animal entero". En 2003, el equipo de Salamone concibió a Pampa Mansa, una ternera a la que se le agregó un gen para que su leche pudiera segregar somatotropina -hormona de crecimiento-, y así funcionar como medicamento para combatir un tipo particular de enanismo. Un solo ejemplar de estos podría abastecer la demanda de toda Argentina. Con un procedimiento similar, en Brasil se producen cabras cuya leche tiene sustancias antibacterianas que previenen diarreas infantiles.
Hasta el día de la fecha se han clonado en el mundo animales de 15 especies diferentes. No todos vieron la luz por el mismo camino. Dolly, por ejemplo, se concibió a partir de una célula. Fue un avance enorme que el mundo científico celebró con bombos y platillos. Pero si algo hay que decir es que el método era profundamente ineficiente: necesitaron 277 intentos, 29 embriones y 13 madres de alquiler. El grupo que lidera Salamone desarrolló una técnica para hacerlo más efectivo: "Superembrión". En lugar de una, parten de tres células. "Los primeros días las ponemos una al lado de otra y al tiempo se integran", explica Salamone. Con esta técnica nació en 2010 Ñandubay, el primer caballo clonado en Sudamérica. "En el caso de equinos pasamos del 40% al 70% de preñez. Lo repetimos en cerdos y vacas. Al principio hubo mucho entusiasmo, luego un retroceso. Igual estamos ensayando variantes".
A pesar de ser una celebrity, dormir en cuna de oro y estar en manos de los mejores veterinarios, Dolly sufrió los achaques de cualquier hijo de vecino: artritis prematura y enfermedades pulmonares. A los seis años y medio hubo que sacrificarla. Las ovejas como Dolly, de raza Finn Dorset, viven en promedio unos 12 años. "Entonces se pensó que los clones, como pasaba en Blade Runner, al ser copias de especies adultas, necesariamente, iban a tener menos años de vida. Tiempo después se demostró que no era así. La gran contribución de la clonación es que demostró que los tejidos son plásticos; una vez formados pueden ser reversibles. Fue vital para la medicina regenerativa".
CORTAR Y PEGAR
La ciencia no se detiene y, desde hace unos años, los eruditos comenzaron a hablar de edición genética o CRISPR-Cas. Parece sencillo de explicar porque funciona con las mismas herramientas básicas de un editor de textos: cortar y pegar. Con el sistema anterior, se tomaba el concepto informático: sobrescribir. Cuando se borraba un gen, debía escribirse otro que ocupara el mismo lugar. El nuevo sistema de tijeras genéticas, en cambio, permite abrir un lugar determinado para introducir o quitar información de manera independiente. Vimos casos en los que se agregó un gen, pero ¿quitar? Suena a amputación. "Nosotros publicamos un trabajo en el que, con este procedimiento, logramos remover el gen que produce la enfermedad conocida como vaca loca. Basta cambiar un aminoácido -el componente de la proteína que genera la enfermedad-, para que ese animal tenga resistencia. También podría usarse para suprimir una proteína de la leche -lactoglobulina-, que genera alergias en los humanos".
Si la ciencia no se detiene, Salamone tampoco. Ahora dirige los cañones de sus investigaciones a dos flancos. Por un lado, el uso de la clonación para salvar especies en extinción. Por el otro, generar animales cuyos órganos puedan ser trasplantados en humanos.
 ¿Se pueden clonar animales para trasplantar órganos y salvar especies en extinción? A los 56 años, el investigador Daniel Salamone pone en jaque disciplinas que van de la medicina a la bioética.
Una de las ovejas nacida a partir de la manipulación genética
 A primera vista parece que Salamone pretende implantar un mamut en un jardín de Recoleta, pero sus ideas acerca de la conservación son muy claras: "Una cosa es, si fuera posible algún día, traer un animal de un pasado remoto, un animal con el que el hombre no convivió. Creo que no están dadas las condiciones, ya vimos Jurassic Park y existe una connotación muy negativa sobre esto". Otra cosa es hacer algo por las especies -bellas, útiles- que están desapareciendo por nuestra actitud frente al planeta. Me gustaría vivir en una sociedad que estableciera una suerte de simbiosis con un gran número de animales. Sin duda, sería una sociedad mucho más interesante". En este sentido, en agosto de 2015, el Laboratorio de Biotecnología Animal que dirige Salamone logró por primera vez en el mundo, como parte de la tesis doctoral de Lucía Moro, clonar chitas. "Generamos embriones de chitas en el laboratorio utilizando el material genético de óvulos de gatos castrados y células obtenidas a partir de la piel de chitas, proporcionadas por el Zoológico de Buenos Aires".

Aprovechar los beneficios de la clonación en conservacionismo no es producir muchas copias de un mismo animal, eso sería una interpretación errónea de la herramienta. "Eso sería ir en contra de la conservación, porque privilegia la diversidad", reflexiona Adrián Sestelo. "Hay que utilizarla en casos excepcionales; por ejemplo, en el caso de los yaguaretés atropellados en el Norte. Si son animales jóvenes que no han dejado descendencia nos parece válido reponer ese individuo para no perder la genética".
 Salamone tiene el tema de los trasplantes entre ceja y ceja desde hace tiempo. Muchos años atrás, junto con Barañao, se reunieron por este tema con Favarolo. Por su estructura similar, el cardiólogo estaba interesado en trasplantar corazones de cerdos en humanos. Por ahora, de los chanchos solo se pueden aprovechar las válvulas cardíacas. El problema es que las células del cerdo tienen ciertos componentes que los humanos rechazamos de forma contundente. "Pensamos que con la misma tecnología que utilizamos para suprimir el gen de la vaca loca podríamos remover los antígenos del cerdo que el ser humano no soporta, y así generar órganos compatibles para donación", sostiene el científico. Vale recordar que el año pasado, en nuestro país, de las 7.765 personas que esperaban un órgano solo lo consiguieron 1.370.
Los éxitos de la ciencia se festejan en todos los ámbitos. A diferencia de otras comunidades, la científica logra -a veces- poner entre paréntesis el ego de sus miembros para colocar el conocimiento universal por encima de todo. No importa quién empuje, importa avanzar. "Cuánto más grandes los equipos, más ideas se generan y más cosas se pueden hacer. En este sentido, Fauna Silvestre funciona como un nodo que vincula gran cantidad de instituciones e investigadores", sostiene Sestelo. "Así se potencia mucho más lo que desarrollamos".

Todavía es temprano en el Laboratorio de Biotecnología Animal de la Fauba. En un par de horas, 15 estudiantes estarán investigando todo con ojos nuevos. "Me encanta acompañarlos y me da orgullo que muchos de los avances de los últimos años hayan estado en sus manos", dice Salamone. "Me emocionan tanto sus éxitos como cuando hace décadas lograba dar con algo". Los estudiantes son también, para él, criaturas de su laboratorio. Tomado de la nación de ar 

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