El nuevo arte de la clonación animal
¿Se pueden clonar animales para trasplantar órganos y salvar
especies en extinción? A los 56 años, el investigador Daniel Salamone pone en
jaque disciplinas que van de la medicina a la bioética.
¿Se pueden clonar animales para trasplantar órganos y salvar
especies en extinción? A los 56 años, el investigador Daniel Salamone pone en
jaque disciplinas que van de la medicina a la bioética.
Daniel Salamone, en el Laboratorio de Biotecnología Animal
de la UBA.
Por Fernando Bersi /
Fotos Sebastián Pani
Parece un frigobar. Uno puede imaginar que adentro hay
gaseosas, jugos, alguna vianda, todo ordenado como si se tratara de un hotel.
Sin embargo, jamás se podría pensar que allí habitan gatos, caballos, vacas,
chitas, ovejas y tigres en su mínima expresión: embriones. Guardados en cajitas
de plástico esperan el día en el que, con ayuda de la ciencia, se transformen
en un animal hecho y derecho. "Esa es la famosa incubadora", dice
Daniel Salamone, orgulloso. "La llamamos Big Mamma".
Estamos en el Laboratorio de Biotecnología Animal de la
Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (Fauba) tras los pasos
de Salamone, su director, una eminencia a nivel mundial en materia de clonación
animal. El padre de Big Mamma lideró los equipos que dieron vida a Pampa en
2002 -la primera ternera clonada en Argentina-, a Pampa Mansa en 2003 -primera
ternera clonada modificada genéticamente en Argentina- y a Ñandubay en 2010 -el
primer caballo clonado en Sudamérica-. Cuadrúpedas criaturitas del señor que
alguna vez vieron freezados sus destinos en una heladera como esta, tan
parecida a un frigobar.
"Soy un mal padre", dice Salamone y se ríe,
cómplice. No es un desalmado, al contrario. A sus primeras criaturas -terneros
de probeta- las conoció por fotos, mientras trabajaba fuera del país. Sin
emabrgo, apenas regresó quiso encontrarse con ellas. "Para mí, eran
especiales, símbolos, postales del futuro, así las llamo. Pero como habían sido
tratadas como animales comunes, no hubo forma de ubicarlas. Fue una gran
decepción". También sintió el dolor de unos investigadores chilenos cuando
murió un clon al que trataban como a un niño. "La verdad, a Pampa, a Pampa
Mansa, a Ñandubay les perdí el rastro. Eran animales sanos, deben estar bien,
en manos de sus dueños. Después de lo que pasó, trato de no indagar mucho, de
no encariñarme más".
Salamone es pionero en la materia y, antes que nadie en el
mundo, presentó trabajos sobre clonación de espermatozoides. Ahora sueña en
grande: quiere que la clonación rescate especies en peligro de extinción y
genere animales cuyos órganos tengan la capacidad de ser trasplantados en
humanos.
CARA DE VACA
Salamone está embalado y muestra sus aparatos como un niño
con sus chiches. "Esto es un micromanipulador -dice ante un microscopio
estrambótico- y se usa para clonar. Cuesta unos US$ 60.000. En estos momentos,
tenemos dos estudiantes llegadas de Perú que están adquiriendo esta técnica
para copiar llamas y alpacas".
Daniel Salamone tiene 56 años y a simple vista no parece un
investigador. No, por lo menos, ese científico obsesionado con su trabajo,
irascible, ermitaño y egoísta al extremo que Hollywood nos vendió durante años
como única posibilidad de éxito académico. Un jopo travieso, a lo Beatle, le
baila en la frente: está más cerca de un rockstar que de un Einstein, aunque
cuente pergaminos de sobra. Salamone es veterinario egresado de la UBA e
investigador del Conicet. Tiene una maestría en Saskatchewan (Canadá) y un
doctorado en Massachusetts (Estados Unidos). "Fui bastante rupturista.
Toco la guitarra -tuve la suerte de tener de compañero en el secundario a
Gustavo Cerati- y trato de ser divertido y social", dice y se pone
colorado por lo que va a contar. "En mi primer instituto de investigación
me echaron. Hice preguntas que consideraron fuera de lugar. Eran muy
estructurados y mi pasado rockero no ayudaba".
"Daniel es muy creativo, funciona a otras revoluciones,
siempre está pensando cómo aplicar la tecnología disponible en la reproducción
animal", cuenta Adrián Sestelo, director del Laboratorio de Biotecnología
Reproductiva de Fauna Silvestre. "A veces lo miro y me pregunto cómo se le
cruzan ese tipo de cosas por la cabeza".
Más allá de lo personal, el doctor Salamone no se siente el
bicho raro dentro de la ciencia. Se trata de entender que, en el cambio de
época y de paradigmas, algunas cosas se pueden explicar desde la ficción.
"En la primera versión de Viaje al centro de la Tierra -1961-, el profesor
era muy duro, estricto, colérico. En cambio, en la segunda -2008-, el personaje
es más alocado, aventurero, desacartonado". Cambian las personas, cambian
los científicos.
Su oficina en la Fauba es un cuadrado de cuatro por cuatro,
con paredes ligeras y una puerta que suena hueca. La habitación transmite lo
mismo que él: paz. Lo que se ve es poco: una computadora con un monitor gigante
sobre un escritorio hecho de madera maciza que parece tomado de una oficina de
los años 50; más allá, hay una pecera de por lo menos un metro de largo, tres
estantes colmados de libros amuchados como si fueran las rodajas de un pan
lactal, dos sillas giratorias y poco más. Una huella de su historia se asoma en
una foto: José Lino Salvador Barañao -Ministerio de Ciencia, Tecnología e
Innovación Productiva- con otro hombre y una mujer posan apoyados en un
alambrado junto a un ternero que, en lugar de cabeza, tiene la cara de
Salamone. Con esta foto trucada y otras que Barañao le envió por correo postal,
Salamone conoció a sus primeros hijos de la ciencia.
QUERÍAMOS TANTO A DOLLY
¿Se pueden clonar animales para trasplantar órganos y salvar
especies en extinción? A los 56 años, el investigador Daniel Salamone pone en
jaque disciplinas que van de la medicina a la bioética.
Salamone y una de sus ovejas clonadas. Él las considera sus
hijas.
Hablar de clonación
sin mencionar a la oveja Dolly es como hablar de la historia del fútbol sin
decir nada de Maradona. En 1997, la noticia del nacimiento de Dolly -el primer
mamífero clonado a partir de una célula adulta- puso la piel de gallina a toda
la comunidad científica y a quienes estamos fuera de ella. Aunque mucho no
sabíamos de qué se trataba la clonación, un hilo de miedo nos corrió por el
cuerpo. No era para menos; hasta ese momento los clones eran propiedad
exclusiva de la ciencia ficción. Y siempre eran los malos de la película. O de
los libros. Obras con un argumento similar: un científico malvado creaba un
ejército de fotocopias con el objetivo de realizar tareas deleznables. La
imagen de los clones -de carne y hueso- estaba manchada de antemano. "Es
cierto que hay personas capaces de hacer cualquier cosa por el lucro. Si
llegaron a tirar una bomba atómica para volar una ciudad y con eso mataron a
cientos de miles personas. Pero el hecho concreto es que nada de lo que pasó se
parece a lo que se había pronosticado", sostiene Salamome. "Un día,
mi hija me pidió que la clonara, así podía mandar a su copia al colegio. Es
definitivo; en humanos, no es deseable que se utilice la clonación".
En la producción animal, ese pliegue de la ciencia que tiene
como objetivo multiplicar es diferente. La posibilidad de reproducir en el
laboratorio copias idénticas de animales valiosos -una vaca que produce leche
por encima de la media, un caballo de polo con aptitudes extraordinarias o
cualquier otro ejemplar con una genética superior- no debería desaprovecharse.
Mucho más cuando año tras año se descubren tecnologías que hacen de la
clonación una técnica más accesible y versátil. En este sentido, Salamone es
categórico: "Tengo la certeza de que es un deber uitilzar este
procedimiento en animales".
La relación con Lino Barañao se extiende durante casi 30
años. En todo este tiempo, varias veces se vieron juntos tirando del mismo
carro. El primer encuentro fue en una conferencia sobre Robótica, Informática y
Biotecnología, organizada por el Banco Provincia a fines de los 80. En aquel
entonces, el actual ministro expuso una nueva técnica para diagnosticar la
gestación de las vacas. Hubo un rechazo automático de todos los veterinarios
presentes: suponían que la novedad les quitaría trabajo. Salamone, que cumplía
funciones en el INTA, lo convocó a dar una charla, y más tarde, en conjunto,
fueron premiados con un proyecto del que, finalmente, nacerían los primeros
terneros de probeta en Argentina. "Hoy, con esa misma tecnología, por el
tipo de vaca que tiene, Brasil pasó de no producir nada a más de 400.000
animales por año", dice Salamone y saca pecho.
¿Se pueden clonar animales para trasplantar órganos y salvar
especies en extinción? A los 56 años, el investigador Daniel Salamone pone en
jaque disciplinas que van de la medicina a la bioética.
Daniel Salamone
Lo que siguió fue aún mejor para la dupla. A
inicios de la primera década del siglo XXI, a pesar de que el país se caía
del mapa, Barañao generó las condiciones para realizar en Argentina
investigaciones con animales a nivel de primer mundo. Al mismo tiempo, armó un
gran equipo de científicos y, entre ellos, repatrió de Massachusetts a
Salamone, quien en 1991 había aprendido a clonar en Japón. El actual ministro
consiguió que una empresa privada -BioSidus- aportara logística y capitales
para que, en agosto de 2002, luego de 278 días de preñez, naciera Pampa, la
primera ternera clonada en la región a partir de una célula fetal.
"Teníamos más animales que en Estados Unidos para trabajar -recuerda
Salamone-. Lino tuvo una visión de larga distancia; tenía claro que la clonación
era la forma de producir el transgénico. Siempre pensó la ciencia ligada a la
tecnología, como forma de crear riqueza para el país".
La clonación le abrió la puerta a la transgénesis. Generar
animales modificados genéticamente se volvió más sencillo. "Ser parte de
células somáticas que son fáciles de reproducir en el laboratorio: se pueden
tener millones en una cajita de plástico del tamaño de una galletita de agua.
Después se manipula genéticamente esa célula y se llega a transformar en un
animal entero". En 2003, el equipo de Salamone concibió a Pampa Mansa, una
ternera a la que se le agregó un gen para que su leche pudiera segregar somatotropina
-hormona de crecimiento-, y así funcionar como medicamento para combatir un
tipo particular de enanismo. Un solo ejemplar de estos podría abastecer la
demanda de toda Argentina. Con un procedimiento similar, en Brasil se producen
cabras cuya leche tiene sustancias antibacterianas que previenen diarreas
infantiles.
Hasta el día de la fecha se han clonado en el mundo animales
de 15 especies diferentes. No todos vieron la luz por el mismo camino. Dolly,
por ejemplo, se concibió a partir de una célula. Fue un avance enorme que el
mundo científico celebró con bombos y platillos. Pero si algo hay que decir es
que el método era profundamente ineficiente: necesitaron 277 intentos, 29
embriones y 13 madres de alquiler. El grupo que lidera Salamone desarrolló una
técnica para hacerlo más efectivo: "Superembrión". En lugar de una,
parten de tres células. "Los primeros días las ponemos una al lado de otra
y al tiempo se integran", explica Salamone. Con esta técnica nació en 2010
Ñandubay, el primer caballo clonado en Sudamérica. "En el caso de equinos
pasamos del 40% al 70% de preñez. Lo repetimos en cerdos y vacas. Al principio
hubo mucho entusiasmo, luego un retroceso. Igual estamos ensayando
variantes".
A pesar de ser una celebrity, dormir en cuna de oro y estar
en manos de los mejores veterinarios, Dolly sufrió los achaques de cualquier
hijo de vecino: artritis prematura y enfermedades pulmonares. A los seis años y
medio hubo que sacrificarla. Las ovejas como Dolly, de raza Finn Dorset, viven
en promedio unos 12 años. "Entonces se pensó que los clones, como pasaba
en Blade Runner, al ser copias de especies adultas, necesariamente, iban a
tener menos años de vida. Tiempo después se demostró que no era así. La gran
contribución de la clonación es que demostró que los tejidos son plásticos; una
vez formados pueden ser reversibles. Fue vital para la medicina
regenerativa".
CORTAR Y PEGAR
La ciencia no se detiene y, desde hace unos años, los
eruditos comenzaron a hablar de edición genética o CRISPR-Cas. Parece sencillo
de explicar porque funciona con las mismas herramientas básicas de un editor de
textos: cortar y pegar. Con el sistema anterior, se tomaba el concepto
informático: sobrescribir. Cuando se borraba un gen, debía escribirse otro que
ocupara el mismo lugar. El nuevo sistema de tijeras genéticas, en cambio,
permite abrir un lugar determinado para introducir o quitar información de
manera independiente. Vimos casos en los que se agregó un gen, pero ¿quitar?
Suena a amputación. "Nosotros publicamos un trabajo en el que, con este
procedimiento, logramos remover el gen que produce la enfermedad conocida como
vaca loca. Basta cambiar un aminoácido -el componente de la proteína que genera
la enfermedad-, para que ese animal tenga resistencia. También podría usarse
para suprimir una proteína de la leche -lactoglobulina-, que genera alergias en
los humanos".
Si la ciencia no se detiene, Salamone tampoco. Ahora dirige
los cañones de sus investigaciones a dos flancos. Por un lado, el uso de la
clonación para salvar especies en extinción. Por el otro, generar animales
cuyos órganos puedan ser trasplantados en humanos.
Una de las ovejas
nacida a partir de la manipulación genética
A primera vista
parece que Salamone pretende implantar un mamut en un jardín de Recoleta, pero
sus ideas acerca de la conservación son muy claras: "Una cosa es, si fuera
posible algún día, traer un animal de un pasado remoto, un animal con el que el
hombre no convivió. Creo que no están dadas las condiciones, ya vimos Jurassic
Park y existe una connotación muy negativa sobre esto". Otra cosa es hacer
algo por las especies -bellas, útiles- que están desapareciendo por nuestra
actitud frente al planeta. Me gustaría vivir en una sociedad que estableciera
una suerte de simbiosis con un gran número de animales. Sin duda, sería una
sociedad mucho más interesante". En este sentido, en agosto de 2015, el
Laboratorio de Biotecnología Animal que dirige Salamone logró por primera vez
en el mundo, como parte de la tesis doctoral de Lucía Moro, clonar chitas.
"Generamos embriones de chitas en el laboratorio utilizando el material
genético de óvulos de gatos castrados y células obtenidas a partir de la piel
de chitas, proporcionadas por el Zoológico de Buenos Aires".
Aprovechar los beneficios de la clonación en
conservacionismo no es producir muchas copias de un mismo animal, eso sería una
interpretación errónea de la herramienta. "Eso sería ir en contra de la
conservación, porque privilegia la diversidad", reflexiona Adrián Sestelo.
"Hay que utilizarla en casos excepcionales; por ejemplo, en el caso de los
yaguaretés atropellados en el Norte. Si son animales jóvenes que no han dejado
descendencia nos parece válido reponer ese individuo para no perder la
genética".
Los éxitos de la ciencia se festejan en todos los ámbitos. A
diferencia de otras comunidades, la científica logra -a veces- poner entre
paréntesis el ego de sus miembros para colocar el conocimiento universal por
encima de todo. No importa quién empuje, importa avanzar. "Cuánto más
grandes los equipos, más ideas se generan y más cosas se pueden hacer. En este
sentido, Fauna Silvestre funciona como un nodo que vincula gran cantidad de
instituciones e investigadores", sostiene Sestelo. "Así se potencia
mucho más lo que desarrollamos".
Todavía es temprano en el Laboratorio de Biotecnología
Animal de la Fauba. En un par de horas, 15 estudiantes estarán investigando
todo con ojos nuevos. "Me encanta acompañarlos y me da orgullo que muchos
de los avances de los últimos años hayan estado en sus manos", dice
Salamone. "Me emocionan tanto sus éxitos como cuando hace décadas lograba
dar con algo". Los estudiantes son también, para él, criaturas de su
laboratorio. Tomado de la nación de ar
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