Tabula rasa: una
denuncia artística y paródica en las tóxicas aguas del Riachuelo
Carlos Ginzburg volvió al país desde Francia para iniciar en
el sur porteño diez intervenciones que lo llevarán hasta las zonas más
contaminadas del planeta
Cecilia Martínez FOTO :El artista Carlos Ginzburg, ayer,
durante la performance en La Boca. Foto: Fernando Massobrio
Si el artista argentino Carlos Ginzburg se hubiese caído
ayer al agua del Riachuelo, como se temió en algún momento, ese acto podría
haber sido el summum de su obra. Vino desde Francia para realizar una acción
artística en este espacio -una intervención que se inscribe en un proyecto de
diez acciones que realizará en las zonas más tóxicas del planeta-, que
consistió en arrojar tablas rasas a las aguas turbias, fotografiarlas y luego
recuperarlas.
Con una tabla también colgada a sus espaldas y otra pequeña
pegada en la frente, explicó: "La tabula rasa es la nada, el grado cero,
la desaparición del arte y de la imagen, así como de la invención de formas. Ni
siquiera es un monocromo, porque un monocromo es estético. Y estas tablas
sacadas del agua -simples planchas finas de madera- serían obras contaminadas
por el Riachuelo, hechas por el Riachuelo más que por mí". De esta performance
de denuncia paródica queda registro mediante la fotografía, material que luego,
junto con las tablas propiamente dichas, se utilizará para una exposición.
Ginzburg tiene 70 años; se inició en el arte, entre otros,
con Vigo en La Plata y, a finales de los 60, expuso en el Di Tella obras como
Avioncitos de papel -mil avioncitos formaban una pirámide y la gente tenía que
hacerlos volar- y otra en la que se invitaba a los visitantes a patear viejas
latas de aceite. Llevaba 45 años sin venir a la Argentina, el mismo tiempo que
pasó en París, donde vive. Lloró al llegar a Ezeiza y ayer se movía como un
chico entre la basura en los márgenes del Riachuelo.
Cerca del puente Bosch, en un tramo de su cauce situado
justo frente al Club de Regatas de Avellaneda, hay una pequeña villa. Hasta
allí llevó ayer el artista, en un camión contratado, una docena de tablas de
grandes dimensiones. Se descargaron y comenzó la acción.
Ginzburg empezó haciendo equilibro sobre una viga de
hormigón mientras lo fotografiaban con los carteles en el cuerpo. Acto seguido,
manoteó la primera tabla (en todas ellas escribió frases con juegos de palabras
en torno al arte y lo tóxico), le ató un cordón, se acercó a la pequeña
pendiente que bajaba hacia el río, esquivando viejas estructuras de hierro
oxidado, y la lanzó al agua. Con las diez personas que lo acompañaban, el
artista miraba cómo el objeto flotaba entre restos plásticos, envases,
vegetales y sustancias oleosas. Minutos después, Ginzburg sacó rápidamente la
tabla del agua, la colocó en el suelo, mojada y ya intervenida, y fue por la
siguiente.
En otra ubicación, esquivando escombros, llega hacia el
límite de la ribera, donde también hay algo de pendiente y el terreno es
irregular. Inspecciona la zona, donde hay árboles, se decide y arroja la
segunda tabla. Como quien espera en la pesca, cuando cree que ya está lo
suficientemente impregnada del agua sucia, la saca y sube apresurado. El viento
de la mañana dificulta la manipulación y, cuando el artista saca la tabla del
agua, algunos se apartan. Ginzburg, que es esbelto, da pasos firmes y
arriesgados, y siempre sonríe. En ese momento, su pantalón ya está manchado de
tierra como consecuencia de la experiencia en el terreno. Camina hacia la
villa. Lo siguen. A un lado, hay un santuario del Gauchito Gil; cerca, está el
comedor comunitario Los Ángeles -una casa pintada con angelitos-,
construcciones de chapa, un coche desmantelado con el baúl abierto y varios
perros recostados, sin moverse.Vidrios, una tapa rota de queso untable, CD,
tubos, ropa de nena, cáscaras de naranja y restos de un sachet de mayonesa,
entre otras tantas cosas, minan la costa. El artista camina la zona y sigue
arrojando tablas. Las tira y las saca. Y mira a la cámara para la foto de
registro. Luego, el procedimiento se repite al otro lado del Riachuelo. Los
presentes observan el vaivén de las tablas en el agua. "El arte es una
tabula rasa que murió en el Riachuelo", "El arte contemporáneo es una
tabula rasa contaminada" o "Dark Land Art" son algunas de las frases
que el líquido oscuro no acaba de ocultar cuando se las sumerge. Al artista lo
acompañan, entre otros, Mauro Herlitzka, de la galería Henrique Faria, que
representa a Ginzburg, y Hugo Romero, presidente de la Asociación
Arte-blogarte, que colabora con la iniciativa y que editará un libro que
recogerá los distintos pasos de esta performance, así como algunos trocitos de
las tablas, que luego se expondrán.
Ginzburg supo que Matanza-Riachuelo era una de las diez
zonas más contaminadas del planeta al leer una nota en Le Monde sobre un
estudio publicado por el Instituto Blacksmith y la Cruz Verde Suiza, en 2013.
"Para mi sorpresa, encontré que uno de esos diez sitios estaba en la
Argentina y en un lugar que conocemos todos; cuántas veces hemos ido al
Riachuelo, incluso mi familia vivía en La Boca", cuenta.
Estos focos contaminantes son lugares de concentración de
metales pesados, radiactividad y polución química, como el río Citarum y
Kalimantan, en Indonesia; Chernobyl, en Ucrania; Kabwe, en Zambia: Dzerzhinsk y
Norilsk, en Rusia; Agbogbloshie, en Ghana; Hazaribagh, en Bangladesh, y el
delta del río Níger, en Nigeria.
"Empecé por el Riachuelo, pero no sé cuál será el
próximo destino. Estoy extremadamente concentrado en éste, pero es una obra que
voy a completar progresivamente. Son obras que se pueden realizar a través de
los años, una por año, lo que no me impide hacer otras cosas. Quiero ir a todos
estos lugares", dijo ayer antes de arrojar una de las últimas tablas al
agua. TOMADO DE LA NACION DE AR
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