viernes, 28 de octubre de 2016

PROTESTA ARTÍSTICA POR EL RIACHUELO DE BUENOS AIRES

 Tabula rasa: una denuncia artística y paródica en las tóxicas aguas del Riachuelo
Carlos Ginzburg volvió al país desde Francia para iniciar en el sur porteño diez intervenciones que lo llevarán hasta las zonas más contaminadas del planeta
Cecilia Martínez FOTO :El artista Carlos Ginzburg, ayer, durante la performance en La Boca. Foto: Fernando Massobrio
Si el artista argentino Carlos Ginzburg se hubiese caído ayer al agua del Riachuelo, como se temió en algún momento, ese acto podría haber sido el summum de su obra. Vino desde Francia para realizar una acción artística en este espacio -una intervención que se inscribe en un proyecto de diez acciones que realizará en las zonas más tóxicas del planeta-, que consistió en arrojar tablas rasas a las aguas turbias, fotografiarlas y luego recuperarlas.
Con una tabla también colgada a sus espaldas y otra pequeña pegada en la frente, explicó: "La tabula rasa es la nada, el grado cero, la desaparición del arte y de la imagen, así como de la invención de formas. Ni siquiera es un monocromo, porque un monocromo es estético. Y estas tablas sacadas del agua -simples planchas finas de madera- serían obras contaminadas por el Riachuelo, hechas por el Riachuelo más que por mí". De esta performance de denuncia paródica queda registro mediante la fotografía, material que luego, junto con las tablas propiamente dichas, se utilizará para una exposición.
Ginzburg tiene 70 años; se inició en el arte, entre otros, con Vigo en La Plata y, a finales de los 60, expuso en el Di Tella obras como Avioncitos de papel -mil avioncitos formaban una pirámide y la gente tenía que hacerlos volar- y otra en la que se invitaba a los visitantes a patear viejas latas de aceite. Llevaba 45 años sin venir a la Argentina, el mismo tiempo que pasó en París, donde vive. Lloró al llegar a Ezeiza y ayer se movía como un chico entre la basura en los márgenes del Riachuelo.
Cerca del puente Bosch, en un tramo de su cauce situado justo frente al Club de Regatas de Avellaneda, hay una pequeña villa. Hasta allí llevó ayer el artista, en un camión contratado, una docena de tablas de grandes dimensiones. Se descargaron y comenzó la acción.
Ginzburg empezó haciendo equilibro sobre una viga de hormigón mientras lo fotografiaban con los carteles en el cuerpo. Acto seguido, manoteó la primera tabla (en todas ellas escribió frases con juegos de palabras en torno al arte y lo tóxico), le ató un cordón, se acercó a la pequeña pendiente que bajaba hacia el río, esquivando viejas estructuras de hierro oxidado, y la lanzó al agua. Con las diez personas que lo acompañaban, el artista miraba cómo el objeto flotaba entre restos plásticos, envases, vegetales y sustancias oleosas. Minutos después, Ginzburg sacó rápidamente la tabla del agua, la colocó en el suelo, mojada y ya intervenida, y fue por la siguiente.
En otra ubicación, esquivando escombros, llega hacia el límite de la ribera, donde también hay algo de pendiente y el terreno es irregular. Inspecciona la zona, donde hay árboles, se decide y arroja la segunda tabla. Como quien espera en la pesca, cuando cree que ya está lo suficientemente impregnada del agua sucia, la saca y sube apresurado. El viento de la mañana dificulta la manipulación y, cuando el artista saca la tabla del agua, algunos se apartan. Ginzburg, que es esbelto, da pasos firmes y arriesgados, y siempre sonríe. En ese momento, su pantalón ya está manchado de tierra como consecuencia de la experiencia en el terreno. Camina hacia la villa. Lo siguen. A un lado, hay un santuario del Gauchito Gil; cerca, está el comedor comunitario Los Ángeles -una casa pintada con angelitos-, construcciones de chapa, un coche desmantelado con el baúl abierto y varios perros recostados, sin moverse.Vidrios, una tapa rota de queso untable, CD, tubos, ropa de nena, cáscaras de naranja y restos de un sachet de mayonesa, entre otras tantas cosas, minan la costa. El artista camina la zona y sigue arrojando tablas. Las tira y las saca. Y mira a la cámara para la foto de registro. Luego, el procedimiento se repite al otro lado del Riachuelo. Los presentes observan el vaivén de las tablas en el agua. "El arte es una tabula rasa que murió en el Riachuelo", "El arte contemporáneo es una tabula rasa contaminada" o "Dark Land Art" son algunas de las frases que el líquido oscuro no acaba de ocultar cuando se las sumerge. Al artista lo acompañan, entre otros, Mauro Herlitzka, de la galería Henrique Faria, que representa a Ginzburg, y Hugo Romero, presidente de la Asociación Arte-blogarte, que colabora con la iniciativa y que editará un libro que recogerá los distintos pasos de esta performance, así como algunos trocitos de las tablas, que luego se expondrán.
Ginzburg supo que Matanza-Riachuelo era una de las diez zonas más contaminadas del planeta al leer una nota en Le Monde sobre un estudio publicado por el Instituto Blacksmith y la Cruz Verde Suiza, en 2013. "Para mi sorpresa, encontré que uno de esos diez sitios estaba en la Argentina y en un lugar que conocemos todos; cuántas veces hemos ido al Riachuelo, incluso mi familia vivía en La Boca", cuenta.
Estos focos contaminantes son lugares de concentración de metales pesados, radiactividad y polución química, como el río Citarum y Kalimantan, en Indonesia; Chernobyl, en Ucrania; Kabwe, en Zambia: Dzerzhinsk y Norilsk, en Rusia; Agbogbloshie, en Ghana; Hazaribagh, en Bangladesh, y el delta del río Níger, en Nigeria.

"Empecé por el Riachuelo, pero no sé cuál será el próximo destino. Estoy extremadamente concentrado en éste, pero es una obra que voy a completar progresivamente. Son obras que se pueden realizar a través de los años, una por año, lo que no me impide hacer otras cosas. Quiero ir a todos estos lugares", dijo ayer antes de arrojar una de las últimas tablas al agua. TOMADO DE LA NACION DE AR 

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