El sueño eléctrico de un mundo sin petróleo
El combustible fósil solo está en sitios específicos
favorecidos por la geología; en contraste, cualquiera puede producir
electricidad Crédito: Shutterstock
The Economist
El petróleo modeló el siglo XX. En la guerra, dijo el líder francés Georges
Clemenceau, el petróleo fue "tan vital como la sangre". En la paz, el
negocio petrolero dominó las bolsas, financió déspotas y apuntaló las economías
de países enteros. Pero el siglo XXI verá amenguar la influencia del petróleo.
El gas natural barato, la energía renovable, los vehículos eléctricos y los
esfuerzos coordinados por enfrentar juntos el calentamiento global significan
que la fuente de energía preferida será la electricidad. Eso es positivo. La
era de la electricidad disminuirá el poder del negocio petrolero de US$2
billones, reducirá los puntos críticos que han convertido al petróleo en fuente
de tensión global, pondrá la producción de energía en manos locales y hará más
accesible la energía a los pobres. También hará más limpio y seguro al mundo,
incluso tranquilizadoramente aburrido. El problema es cómo llegar de aquí a
allá. La transición puede resultar peligrosa no sólo para los productores de
petróleo, sino también para todos los demás.
El petróleo y la electricidad tienen marcados contrastes.
El petróleo es un combustible asombroso, que contiene más energía en relación a
su peso que el carbón y en relación a su volumen que el gas (que siguen siendo
las principales fuentes de electricidad). Es fácil de trasladar, de almacenar y
de convertir en una miríada de productos refinados, desde nafta, pasando por
plásticos, hasta productos farmacéuticos. Pero solo se encuentra en lugares
específicos favorecidos por la geología. Su producción se concentra en unas
pocas manos y sus proveedores oligopólicos sistemáticamente buscan controlar al
mercado, alimentándolo por goteo, para mantener elevados los precios. La
concentración y la cartelización hacen que el petróleo sea proclive a las
crisis y que los gobiernos de estados ricos en petróleo sean proclives a la
corrupción y los abusos.
La electricidad es de uso más difícil que el petróleo. Es
difícil de almacenar, pierde impulso cuando se traslada a grandes distancias y
su transmisión y distribución requieren de una intervención regulatoria
directa. Pero en todo otro sentido promete un mundo más pacífico.
La electricidad es difícil de monopolizar porque puede
ser producida a partir de numerosas fuentes, desde el gas natural y la energía
nuclear hasta el viento, el sol, la fuerza hídrica y la biomasa. Cuanto más se
reemplaza el carbón y el petróleo como combustible para su generación por estas
fuentes, tanto más limpia promete ser. Además, dadas las condiciones de clima adecuadas,
también es abundante geográficamente. Cualquiera puede producir electricidad,
desde los alemanes que alardean de ser los más verdes a los keniatas pobres en
energía.
Es cierto que las tecnologías utilizadas para producir
electricidad a partir de recursos renovables y las tierras raras y minerales de
las que dependen algunas, incluyendo los paneles solares y las turbinas
eólicas, podrían estar sujetos a proteccionismo y guerras comerciales.
China, que produce el 85% de las tierras raras del mundo,
ajustó fuertemente las cuotas de exportación en 2010 con celo comparable al de
la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo). Estados Unidos y la
Unión Europea han impuesto aranceles a las importaciones de paneles solares
chinos. Pero las sustancias vitales involucradas en la generación y almacenado
de la electricidad no se queman como el petróleo. Una vez que existe un stock
de ellas puede ser reciclado en su mayor parte. Y aunque la producción actual
esté concentrada, el planeta cuenta con depósitos no explotados o sustitutos de
la mayoría de los materiales, con lo que se puede frustrar a cualquier
monopolista putativo. Las tierras raras, por ejemplo, no son raras: una de
ellas, el cerio, es casi tan común como el zinc.
La electricidad también premia la cooperación. Debido a
que los recursos renovables son intermitentes se necesita de redes regionales
para trasladar electricidad de donde abunda a donde no. Esto podría replicar la
política de gasoductos en la que incurre Rusia con su abastecimiento a Europa.
Pero es más probable que, dado que las redes están interconectadas para
diversificar la provisión, más países interdependientes concluyan que manipular
el mercado se les volverá en contra. Al fin de cuentas y a diferencia del gas,
no se puede almacenar la electricidad en la tierra.
Difícil de alcanzar
Por tanto, un mundo eléctrico es deseable. Pero llegar a
ello será difícil, por dos motivos. Primero, al reducirse las rentas, los
gobiernos autoritarios dependientes del petróleo podrían hundirse. Pocos lo
lamentarán, pero su deceso podría causar inquietud social y sufrimientos. Los
productores de petróleo tuvieron un anticipo de lo que vendrá cuando el precio
se hundió en 2014-2016, lo que condujo a medidas de austeridad profundas e
impopulares.
Arabia Saudita y Rusia han detenido temporariamente su
debilitamiento reduciendo la producción y elevando los precios del petróleo,
como parte de un acuerdo entre la OPEP y otros. Necesitan de precios elevados y
que esto les dé tiempo para terminar con la dependencia de sus economías del
petróleo. Pero cuanto más elevado el precio del petróleo, tanto mayor el
incentivo para que monstruos sedientos de energía como China y la India
inviertan en electrificación a base de recursos renovables para contar con una
provisión más barata y segura. Si se derrumbara la alianza de productores ante
una declinación a largo plazo de la demanda de petróleo, los precios debieran
hundirse nueva y definitivamente.
Eso llevará al segundo peligro: las consecuencias para
los inversores en activos petroleros. A los estadounidenses dedicados al fracking les
basta ver a los malogrados mineros del carbón de su país para tener una visión
de su destino en un distante futuro pospetróleo. La Agencia Internacional de
Energía, un pronosticador, calcula que si en los próximos años se acelera la
acción para limitar el calentamiento global a menos de 2° C, podrían quedar
abandonados -es decir, obsoletos- activos petroleros por valor de US$1 billón.
Si la transición es inesperadamente repentina, las bolsas podrían quedar
peligrosamente expuestas.
La tensión es inevitable. Por un lado la política
gubernamental debiera buscar avanzar en la transición lo más rápido posible.
Por el otro, una transición rápida causará conmociones. Es previsible que los
grandes consumidores, especialmente India y China, forzarán la marcha.
Traducción de Gabriel Zadunaisky
Tomado de la nación de ar , que lo tomo del economist
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