Estados Unidos es una oligarquía, no una democracia
El país que se anuncia como referente universal de la
democracia no cumple los estándares básicos de un sistema en el que las mayorías
toman las decisiones
Autor: Sergio Alejandro Gómez |
«El gobierno de los ricos, por los ricos y para los
ricos». Al sustituir «pueblo» en la conocida frase de Abraham Lincoln por
quienes tienen el poder real en Estados Unidos, se logra una idea más exacta de
cómo funcionan la política y la sociedad norteamericanas.
Los pensadores progresistas vienen alertando desde hace
décadas que el dinero es el que mueve los hilos de Washington, mientras el
sistema democrático, desde los Padres Fundadores hasta nuestros días, resulta
una máscara para encubrir los intereses de la minoría rica.
Lo llamativo es que ahora la idea se extiende entre
sectores de la intelectualidad norteamericana que no podrían ser catalogados de
izquierda.
El interés por el tema crece desde la llegada a la Casa
Blanca de Donald Trump, un multimillonario neoyorquino, y la aplicación de su
plan de reformas fiscales que benefician a los megarricos en detrimento de la
clase blanca de pocos ingresos, la misma que contradictoriamente lo llevó hasta
el Despacho Oval.
Pero los datos están ahí desde mucho antes. Un estudio
llevado a cabo en el 2014 por Martin Gilens, de la Universidad de Princeton, y
Benjamin I. Page, de la Universidad Northwestern, comprobó que las élites
siempre salen mejor paradas que la clase media en la toma de decisiones
políticas.
Después de chequear miles de proyectos legislativos y
encuestas de opinión pública de las últimas décadas, Gilens y Page descubrieron
que una política con escaso apoyo de la clase alta tiene aproximadamente una
posibilidad en cinco de convertirse en Ley, mientras las que son respaldadas
por las élites triunfan en la mitad de las ocasiones, incluso cuando van en
contra de la opinión de las
mayorías.
Los académicos demostraron que, «cuando una mayoría de
los ciudadanos no está de acuerdo con las élites y/o los grupos de intereses
organizados, generalmente pierde. Esto debido al fuerte sesgo del status quo
integrado al sistema político de EE.UU., aun cuando una extensa mayoría de los
estadounidenses esté a favor del cambio».
Esa realidad explica las dificultades que enfrenta
actualmente el movimiento de jóvenes a favor del control de armas para lograr
el apoyo de los legisladores, quienes reciben millones de dólares de la
Asociación Nacional del Rifle y otros grupos conservadores que consideran
portar un rifle como símbolo del modo de vida estadounidense.
Y las diferencias que se muestran en la política son cada
vez más grandes en la economía.
El Instituto Hudson, un centro de estudios de tendencia
conservadora, reportó en el 2017 que el 5 % de los hogares estadounidenses más
ricos poseían el 62,5 % de todos los bienes en ese país en el 2013, en
comparación con el 54,1 % que tenían tres décadas antes. Es decir, que las
familias ricas se están haciendo aún más ricas.
Pero más destacado aún fue el hallazgo de los académicos
Emmanuel Saez y Gabriel Zucman, quienes en sus investigaciones sobre la
desigualdad hallaron que el 0,01 % de los más ricos controlaba el 22 % de toda
la riqueza en el 2012, cuando en 1979 solo poseían el 7 %, de acuerdo con un
artículo reciente de BBC.
Los datos echan por tierra el mito estadounidense de la
democracia, en la cual las decisiones deben ser tomadas por el criterio de las
mayorías.
Por el contrario, Estados Unidos muestra rasgos claros de
una oligarquía, el sistema en el que el poder se encuentra en manos de unas
pocas personas que generalmente comparten la misma clase social.
LAS ELECCIONES EN ESTADOS UNIDOS: EL ESPECTÁCULO MÁS CARO
DEL MUNDO
Sin embargo, el estudio de Gilens y Page no llega tan
lejos y apunta que los estadounidenses disfruta de «muchas características
centrales de la democracia, como elecciones regulares y libertad de expresión y
asociación».
Pero, incluso esos pilares básicos del sistema
norteamericano están haciendo aguas y no convencen a nadie.
Las pasadas elecciones presidenciales mostraron una vez
más cómo, debido al complicado sistema del colegio electoral norteamericano,
puede resultar vencedor un candidato que reciba menos apoyo nacional que su
rival. La demócrata Hillary Clinton sacó casi tres millones de votos más que
Trump a nivel de país y aun así fue derrotada.
Pero no solo eso, sino que en las últimas décadas se ha
llevado adelante de manera organizada un plan para hacer más difícil el voto de
los afroamericanos, latinos y sectores pobres.
La reconfiguración de los distritos electores resulta una
práctica habitual que restringe la participación ciudadana y garantiza la
preminencia de las élites a pesar de su inferioridad numérica.
La financiación de las campañas, que al final redunda en
el apoyo de los legisladores, agranda aún más la brecha.
La sentencia de la Corte Suprema en el caso Ciudadanos
Unidos vs. Comisión Federal Electoral revocó las limitaciones legales que
impedían a las empresas, organizaciones sin ánimo de lucro y a los sindicatos
financiar las campañas electorales.
Esto abrió el camino a los llamados SuperPac, que ahora
son los verdaderos protagonistas de los comicios presidenciales y legislativos.
De acuerdo con cifras oficiales, entre las dos últimas
campañas se gastaron más de 2 400 millones de dólares y se estima que se
invirtió además un monto extra de 600 millones cuyo origen se desconoce.
Esa realidad llegó a preocupar al expresidente Jimmy
Carter, quien lamentó que un candidato a la Presidencia de Estados Unidos
necesitara por lo menos 200 millones de dólares para iniciar su camino hacia la
Casa Blanca.
«Actualmente, no hay forma para que usted pueda obtener
una nominación demócrata o republicana, si no es capaz de recaudar 200 o 300
millones de dólares o más», manifestó Carter en una entrevista con la
presentadora Oprah Winfrey en septiembre del 2015.
El libro Dark Money (Dinero oscuro) de la periodista Jane
Mayer, que se ha convertido en un bestseller, describe también con claridad
cómo el sistema político norteamericano está dominado por los dólares, lo cual
implica que incluso los más modestos intentos a favor del cambio climático, el
control de armas, etc., fracasen ante el poder real de la oligarquía.
Mayer destruye otra de las tesis que sustenta la supuesta
democracia norteamericana, respecto a que el pensamiento político de las élites
y de la clase media es muy similar.
En su investigación, la periodista describe cómo las
grandes fortunas, principalmente de las clases conservadoras, se invierten en
intelectuales, tanques pensantes y universidades para elaborar y socializar sus
ideas reaccionarias y que estas se
asuman con naturalidad.
Llegan incluso al extremo de contratar «científicos» para
contrarrestar hipótesis comprobadas como
el papel de los seres humanos en el cambio climático o el daño a la salud de
determinados productos.
DEMOCRACIA MADE IN USA
A pesar de la evidencia abrumadora, Washington aún
intenta venderse como referente mundial de un sistema político abierto que
garantiza los derechos de sus ciudadanos.
La «democracia» es quizá el producto de exportación más
anunciado bajo el sello Made in USA. Estados Unidos ha gastado miles de
millones de dólares desde el fin de la II Guerra Mundial para imponer cambios
de régimen y destruir cualquier proyecto alternativo al del capitalismo
neoliberal, sobre la base de la excepcionalidad y universalidad de su modelo
político.
Las instituciones continentales como la Organización de
Estados Americanos (OEA) y las cumbres de las Américas tienen en la
organización política de Washington la vara para medir al resto de los países y
catalogarlos de democráticos o no de acuerdo con sus reglas.
Sin embargo, las élites estadounidenses ya no pueden
engañar a sus académicos ni a sus propios ciudadanos, cuando logran ver más
allá de la venda que impone la gran prensa norteamericana. ¿Lograrán continuar
engañando al resto del mundo? Tomado de la Granma de cu
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