LA DOCTRINA MONROE: UN POCO DE HISTORIA A LA LUZ DE LAS
DECLARACIONES DE TILLERSON
A ninguno de los líderes norteamericanos les pasó por la
mente la idea de que la declaración de Monroe pudiera constituir un acto de
altruismo o de particular amistad para con las repúblicas vecinas del sur, como
sí lo creerían con fervor muchos gobiernos latinoamericanos durante años
Autor: Elier Ramírez Cañedo
Ante los voraces apetitos de las potencias europeas sobre
los territorios americanos, enfrentados a los intereses expansionistas de
Estados Unidos, a fines de 1823, mediante un mensaje al Congreso, el presidente
James Monroe proclamó lo que se conocería como la Doctrina Monroe: «El
principio con el que están ligados los derechos e intereses de los Estados
Unidos es que el continente americano, debido a las condiciones de la libertad
y la independencia que conquistó y mantiene, no puede ya ser considerado como
terreno de una futura colonización por parte de ninguna de las potencias
europeas. [...] Para mantener la pureza y las amistosas relaciones existentes
entre Estados Unidos y aquellas potencias debemos declarar que estamos
obligados a considerar todo intento de su parte para extender su sistema a
cualquier nación de este hemisferio, como peligroso para nuestra paz y
seguridad. [...]».
A partir de aquel momento la «seguridad» comenzó a
constituir un término clave en los discursos de política exterior de los
líderes estadounidenses.
Podría decirse que comenzaba el largo camino del cinismo
que caracterizaría hasta la actualidad la proyección exterior de ese país. La
«seguridad nacional» e incluso continental se presentaba como un fin en sí
mismo, cuando en realidad solo cumplía una función utilitaria para encubrir o
justificar los verdaderos propósitos hegemónicos que perseguía el gobierno de
Estados Unidos sobre América Latina y el Caribe. Sin embargo, durante los
primeros tres años que siguieron a la enunciación de la Doctrina Monroe, los
países de la región la invocaron en no menos de cinco oportunidades, con el
objeto de hacer frente a amenazas reales o aparentes a su independencia e
integridad territorial, solo para recibir respuestas negativas o evasivas del
gobierno norteamericano. El problema residía en que la Doctrina Monroe había
sido creada para ser interpretada a conveniencia de Estados Unidos, no por los
países de nuestro hemisferio.
LA DIPLOMACIA DE LA EXPANSIÓN
La Doctrina Monroe constituyó en realidad la respuesta
pública del gobierno estadounidense a la propuesta del ministro de Relaciones
Exteriores de Inglaterra, George Canning, de realizar una declaración conjunta
angloamericana manifestándose en contra de cualquier intento de la Santa Alianza
y Francia por restaurar el absolutismo de España en los territorios
hispanoamericanos.
El inteligente juego diplomático de Canning provocó
agudos debates en el gabinete estadounidense. Adams comprendió de inmediato el
alcance de la proposición de Canning: Estados Unidos debía renunciar a sus
planes expansionistas; especialmente sobre Texas y Cuba, que eran los que
estaban sobre el tapete, a cambio de una garantía, por tiempo indefinido, del
statu quo en el Nuevo Mundo. Pero el Secretario de Estado de Estados Unidos
sabía que lo del peligro de nuevas colonizaciones en favor de España de la
Santa Alianza y Francia sobre los territorios americanos constituía un recurso
engañoso de los ingleses para atar de manos a los propios Estados Unidos en sus
planes expansionistas.
Los argumentos de Adams terminaron por vencer las
vacilaciones de Monroe y el secretario de Guerra, John C. Calhoun, luego de
largos debates del gabinete estadounidense y de consultas a los expresidentes
Jefferson y Madison sobre qué posición debía adoptar el gobierno de Washington
respecto a la propuesta inglesa.
Calhoun defendía la idea de aceptar la propuesta de
Inglaterra debido a su convencimiento de la existencia de un peligro real de
que la Santa Alianza restaurara a España en la posesión de sus colonias en
América. Adams, sin embargo, no abrigaba ningún temor al respecto, «creo tanto
que la Santa Alianza restaure la dominación española en América como que el
Chimborazo se hunda en el océano», escribía en sus memorias. Finalmente se
decidió rechazar las proposiciones de Inglaterra de la manera más inteligente
posible y escondiendo los verdaderos móviles de Estados Unidos.
Adams escribió a Canning con un cinismo diplomático
insuperable, que convenía con este en todas sus proposiciones, pero que para
hacer la declaración conjunta era indispensable que Inglaterra «reconociera
previamente la independencia de las nuevas repúblicas del Nuevo Mundo». Podía
suceder que Inglaterra, con tal de lograr la solicitada declaración conjunta,
aceptara de inmediato reconocer la independencia de las nuevas repúblicas
americanas.
Por tal razón, el gabinete estadounidense acordó que
antes de que dicha comunicación llegara a manos de Canning, el presidente
Monroe enviara un mensaje al Congreso manifestándose en contra de cualquier
nuevo intento europeo de apoderarse de algún territorio del Nuevo Mundo. De
esta manera, Estados Unidos no quedaba comprometido en nada y garantizaba su
futura expansión territorial a costa de los territorios de Nuestra América,
cumpliéndose al pie de la letra la recomendación de Adams de que Estados Unidos
debía aprovechar la oportunidad para hacer una declaración por su propia cuenta
«que ate las manos de todas las potencias, Inglaterra inclusive, pero que se
las deje libres, entera, absolutamente libres en América, a Estados Unidos».
Esto se pondría aún más en evidencia, cuando el 26 de octubre de 1825, el
gobierno de Estados Unidos rechazara otra propuesta de Canning, en la que se
ofrecía un acuerdo tripartito entre Estados Unidos, Francia e Inglaterra, para
establecer un compromiso de garantía a España de su dominio sobre Cuba.
Como se ha visto, no había ningún noble principio a favor
de la independencia de los pueblos de América Latina y el Caribe en la Doctrina
Monroe, ni Estados Unidos pretendía realmente convertirse –como proclamaba
cínicamente– en defensor de los intereses y derechos de nuestro subcontinente
frente a las potencias extrarregionales, simplemente estaba garantizando para
el presente y futuro sus propios intereses de dominación sobre la región.
A ninguno de los líderes norteamericanos les pasó por la
mente la idea de que la declaración de Monroe pudiera constituir un acto de
altruismo o de particular amistad para con las repúblicas vecinas del sur –como
lo creerían con fervor muchos gobiernos latinoamericanos durante años–, ni
menos aún que ella implicara para Estados Unidos la obligación de intervenir en
defensa de cualquier país del continente que fuera víctima de una agresión
externa.
A LA MEDIDA DE ACTUALES INTERESES
Recientemente, el exsecretario de Estado de Estados
Unidos, Rex Tillerson, hizo declaraciones en las que defendía la vigencia
de la Doctrina Monroe, con la cual asumía ya no una retórica perteneciente a la
Guerra Fría –como la que hemos visto en los últimos tiempos en el propio
Presidente de EE. UU.–, sino un discurso que se remonta al siglo XIX,
demostrando la involución de una buena parte de la clase dominante de Estados
Unidos, empeñada en mantener a todo trance la visión de América Latina y el
Caribe como un simple traspatio. Una ofensa a la memoria histórica de nuestros
pueblos.
La Doctrina Monroe fue la primera doctrina de política
exterior de Estados Unidos, con lo que se demuestra la importancia estratégica
que siempre ha tenido la región para los intereses hegemónicos de Washington.
Importancia estratégica que en la actualidad se incrementa en la medida que
otros actores internacionales desafían esa hegemonía y empujan hacia la
existencia de un mundo multipolar.
Notas
1.- Doctrina Monroe: Fragmentos del séptimo mensaje anual al Congreso de Estados Unidos del Presidente James Monroe, del 2 de diciembre de 1823 en: http://www.dipublico.com.ar/?p=8679 (Internet)
2.- «...desde el nacimiento de la doctrina Monroe, en 1823, Estados Unidos al colocar en primer lugar sus aspiraciones hegemónicas, procuran justificarlas tempranamente, apelando a supuestos intereses comunes de seguridad con América Latina, cuyas amenazas provenían de la posible presencia europea. La doctrina de la seguridad nacional norteamericana, aunque no se estructura como tal hasta el siglo XX, bajo los imperativos de la etapa imperialista, en la que se emplazará al comunismo como la “amenaza externa”, tiene sus raíces en la temprana ideología monroísta, que será retomada hacia finales del siglo XIX al calor del panamericanismo. Desde aquella época se irá construyendo la concepción de la hegemonía de los Estados Unidos en América Latina mediante la presunta defensa de la “seguridad nacional”, configurándose así las visiones sobre “el enemigo exterior”: primero serían las metrópolis coloniales…después los países comunistas… más tarde, los Estados y movimientos terroristas». Citado de Jorge Hernández Martínez, La hegemonía estadounidense y la “seguridad nacional” en América Latina: apuntes para una reconstrucción histórica, en: www.uh.cu/centros/ceseu/BT%20.../IJHHEg05.pdf, (Internet).
1.- Doctrina Monroe: Fragmentos del séptimo mensaje anual al Congreso de Estados Unidos del Presidente James Monroe, del 2 de diciembre de 1823 en: http://www.dipublico.com.ar/?p=8679 (Internet)
2.- «...desde el nacimiento de la doctrina Monroe, en 1823, Estados Unidos al colocar en primer lugar sus aspiraciones hegemónicas, procuran justificarlas tempranamente, apelando a supuestos intereses comunes de seguridad con América Latina, cuyas amenazas provenían de la posible presencia europea. La doctrina de la seguridad nacional norteamericana, aunque no se estructura como tal hasta el siglo XX, bajo los imperativos de la etapa imperialista, en la que se emplazará al comunismo como la “amenaza externa”, tiene sus raíces en la temprana ideología monroísta, que será retomada hacia finales del siglo XIX al calor del panamericanismo. Desde aquella época se irá construyendo la concepción de la hegemonía de los Estados Unidos en América Latina mediante la presunta defensa de la “seguridad nacional”, configurándose así las visiones sobre “el enemigo exterior”: primero serían las metrópolis coloniales…después los países comunistas… más tarde, los Estados y movimientos terroristas». Citado de Jorge Hernández Martínez, La hegemonía estadounidense y la “seguridad nacional” en América Latina: apuntes para una reconstrucción histórica, en: www.uh.cu/centros/ceseu/BT%20.../IJHHEg05.pdf, (Internet).
3.- Alberto Van Klaveren, Teoría y Práctica de la
política exterior Latinoamericana, Fescol, Bogotá. 1983, p.121.
4.-Citado por Ramiro Guerra en: En el camino de la independencia, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, p.46.
5.- Ibídem, p.52.
6.- Ibídem, p.40.
7.- Ramiro Guerra, En el camino de la independencia, Ob.Cit, p.57.
4.-Citado por Ramiro Guerra en: En el camino de la independencia, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, p.46.
5.- Ibídem, p.52.
6.- Ibídem, p.40.
7.- Ramiro Guerra, En el camino de la independencia, Ob.Cit, p.57.
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