Brochero, cura y
líder social: un santo a la medida de Francisco
Mezcla de sacerdote y dirigente político, el cordobés se
anticipó un siglo al deseo del Papa de tener enérgicos pastores con "olor
a oveja"
Sergio Suppo
La imagen del cura Brochero en la iglesia argentina en Roma,
visitada ayers por fieles. Foto: Télam
Entre el centenario de la asunción de Hipólito Yrigoyen y la
recordación de otro 17 de octubre, Francisco, un Papa con raíces peronistas,
convertirá hoy en santo a José Gabriel Brochero, un cura con militancia en el
radicalismo. Cierta aunque incompleta, esa síntesis no pasa de ser una paradoja
que apenas insinúa el camino a la consagración del primer santo nacido y muerto
en la Argentina.
Montado en su mula Malacara, el curita del Valle de
Traslasierra cordobés trepó los severos rituales vaticanos amparado por
Francisco, que con Brochero santificó su deseo de que los hombres de la Iglesia
sean "pastores con olor a oveja". Y todavía más significativo: el
pontífice validó en el ejemplo de Brochero la importancia de la acción política
como forma superior de la transformación social.
Como anticipo del mandato del papa argentino, el cura
Brochero nunca dejó de "hacer lío" en su largo ciclo sacerdotal,
social y político en la zona más aislada y pobre de Córdoba, durante el cuarto
final del siglo XIX y la primera década del siglo pasado.
A poco que se conocen los pasos de Brochero, saltan a la
vista las similitudes entre el mensaje de Francisco y la vida del nuevo santo
nacido en Carreta Quemada, cerca de Villa Santa Rosa, en la llanura del noreste
cordobés.
Biógrafo de los años de Jorge Bergoglio en Córdoba, el
periodista Javier Cámara resume las similitudes del Papa con Brochero en
"la austeridad, la cercanía con los sencillos y en la forma de acercarse
con el lenguaje simple con más efectividad que regodeos teológicos".
Brochero llega a un rancho perdido en la soledad de las
altas cumbres, en el oeste cordobés: "¡Ave María purísima..! Aquí vengo a
traerles música". Bajo una sombra de aromitos, entre la mirada desconfiada
de los serranos explica: "Dios anda por todos lados, pero tengan a mano
que está más cerca de los pobres que de los ricos. En eso se parece a los piojos".
Egresado de la Universidad Nacional de Córdoba en los mismos
años que Ramón Cárcano y Miguel Juárez Celman, y a la vez ordenado sacerdote a
los 26, una epidemia de cólera lo arrojó a sus primeras causas solidarias. Tres
años después, lo enviaban como párroco a la recóndita Traslasierra.
Instalado en San Pedro y luego en El Tránsito (hoy Villa
Cura Brochero), no tardó en abandonar el lenguaje docto para hablar el de sus
fieles. Era tan directo para predicar como para explicar el motivo de sus reclamos
a los gobernantes.
Es un político con sotana el que le dice a sus criollos:
"A los departamentos serranos les pasa lo mismo que a los perros en la
carneada. Todos se reparten las piezas mejores y a los perros les tiran las
tripas, con lo que llevan adentro".
Como le gusta mostrar al Papa con sus pasos y sus palabras,
Brochero no se reduce a repartir bendiciones e indulgencias. Ser cura es apenas
su punto de partida para convertirse en un hombre público, en un constructor de
escuelas, de acueductos y, en especial, de caminos. Pasó su vida luchando por
un camino que uniera los pueblos de Traslasierra con la ciudad de Córdoba.
Año tras año, una cabalgata de miles de sus seguidores
recuerda la travesía de tres días que Brochero hacía entre su zona y la capital
provincial. El Estado tardó más de un siglo en completar el sueño del cura de
tener una ruta que sacara del aislamiento al oeste cordobés. Esa separación es
fácil de comprobar todavía hoy en la tonada que tienen los hombres de los pagos
brocherianos, más próxima a la de riojanos y puntanos.
Francisco venera esa acción política y le perdona lo mal
hablado que solía ser el cura, tema que parece haber demorado su llegada a los
altares al cabo de más de medio siglo del proceso de beatificación.
A Brochero no le faltaban "malas palabras" con las
que creía llegar más directamente a la gente, ni tampoco "malas
compañías". A bandoleros de origen federal como el sanjuanino Santos
Guayama trató de hacerlos abandonar las armas, entre retiros espirituales y
reuniones secretas. Llegó tarde con su pedido de indulto antes de que fusilaran
a Guayama, a principios de 1879. Es otro motivo para que Francisco se sienta
cerca de ese hombre bajo, morocho y de ojos claros, de invariable sombrero y
cigarro encendido entre sus labios.
Todo por los demás
Brochero ya es un hombre muy conocido por sus reclamos a los
gobernantes cuando su comprovinciano Juárez Celman asume la Presidencia de la
Nación y tiene influencia para que llegue a obispo. Un telegrama cruza las
sierras: "Es deshonor para Córdoba figure Brochero en terna candidatos.
Soy idiota, sin tino, sin virtudes". Prefiere ser un líder regional que le
reclama al poder antes que formar parte de él.
Aun cuando se produce un quiebre del roquismo con el
Vaticano por la sanción de la ley de matrimonio civil, Brochero preferirá
seguir del lado liberal antes que sumarse al enojo de la Iglesia. Así como
Francisco se muestra comprensivo con las parejas de divorciados, Brochero se
dedicó a casar a parejas formadas de hecho en medio de las sierras y a llevarlas
luego a documentar ante el Estado esa relación.
A esos gobernantes con los que la Iglesia se enfrenta con
virulencia, Brochero les seguirá insistiendo para que se construyan caminos y
que se extienda el símbolo del progreso de esos tiempos, el ferrocarril.
Es esa misma ilusión de ver unida a su zona con los grandes
centros urbanos la que lo llevará, finalmente, a romper su vieja relación con
los herederos políticos del roquismo para sumarse a la nueva fuerza emergente,
el radicalismo.
Son sus últimos años. En 1912, enfermo de lepra, casi ciego,
escribe en una máquina casi adivinando las teclas antes de las primeras
elecciones en las que se aplicará la Ley Sáenz Peña de voto secreto y
obligatorio. Le gusta decir que manda "bandadas" de cartas a sus
antiguos feligreses para pedir el voto en favor de un candidato que será
derrotado por un puñado de votos por Ramón Cárcano, su ex compañero de
universidad. Elpidio González, presidente del radicalismo cordobés, le agradece
"el patriótico interés con que usted se dedica a la propaganda de nuestro
credo en los departamentos de la sierra". Fe y política, reunidos.
Horacio Oyhanarte, testigo de uno de esos encuentros, lo
describió con palabras proféticas en su libro El hombre, publicado en 1916.
"Sobre la mugre de aquel pordiosero flotaba ese respeto instintivo que
todos sentimos para los grandes espíritus. Cuando se despidió, Yrigoyen abrazó
aquel guiñapo, aquello confuso, que era apenas un hombre, porque eras más que
un santo. Cuando ya nos despedíamos del padre Brochero, notamos conmovido a
Yrigoyen, quien musitaba como una oración que se repetía para sí mismo: «Es un
gran hombre, es un gran hombre»".
Más de un siglo después, el recuerdo del cura sigue vivo en
ese valle mucho más allá de sus infinitas gestiones frustradas. Esa presencia
es bastante más que un lugar común.
En pueblos como Nono, Las Calles, Los Hornillos o San
Javier, los vecinos hablan de Brochero como si ayer lo hubiesen visto pasar en
su mula. Esa presencia quizá sea el más sencillo e intenso de sus milagros. Él
lo sabía y llegó a decirlo antes de morir, en el atardecer del 26 de enero de
1914. Es la frase que salió de su boca y que está escrita en su tumba: "He
podido pispear que viviré siempre en el corazón de la zona occidental (de las
sierras), puesto que la vida de los muertos está en el recuerdo de los
vivos." TOMADO DE LA NACION DE AR
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