PARA EL DÍA MUNDIAL
DEL AMBIENTE
SOMOS NUESTROS
PROPIOS ENEMIGOS
Cualquier
atorrante de mi barrio, en torno a esta conmemoración, diría: “estamos en 2013
y el pescado sin vender”, y tendría razón, ya que han transcurrido más de 40
años desde su institucionalización y pese a toda la maraña discursiva,
recordatorios, proclamas, apelaciones, leyes y demás yerbas, cada día nos
acercamos más al borde del abismo.
Es más, si
reflotáramos las prédicas ambientalistas escritas desde la década del ’60 hasta
nuestros días, veríamos que poco ha cambiado desde lo literal, salvo
referencias a algunos procesos, técnicas u obras novedosas, que no alcanzan
para desnaturalizar el sentido primigenio de cada planteo.
En paralelo
a ese transcurrir, el estado sanitario del Planeta ha ido y va en franca y
acelerada declinación.
No obstante
lo afirmado, de necios sería y además injusto, no reconocer que en todo este
tiempo, la participación, la militancia y la percepción social sobre la crisis
ambiental creció, en forma más que considerable, afortunadamente, lo que ha
provocado cambios legales e institucionales en la gestión del ambiente.
Pese a
ello, y en estos tiempos sobre todo, con más preocupación, interés, información
y compromiso social, en el balance general, la columna del debe, sigue
engrosando peligrosa e incomprensiblemente.
Cómo
entender y en consecuencia explicar este desfasaje, que muestra, que a la par
que existe una mayor comprensión y conocimiento sobre la problemática, las
soluciones se hacen cada vez más ilusorias o se licuan en una maraña de normas
jurídicas, administrativas, exhortaciones, apelaciones, congresos,
convenciones, jornadas, que más allá de la corrección de sus planteamientos,
poco aportan en dicha dirección, mientras los tiempos se acortan para plasmar
alternativas al status quo depredador y agresivo en el que nos hallamos
inmersos.
Ha sido una
constante hasta ahora, que la mayoría de las denuncias u oposiciones
efectuadas, imputan la responsabilidad en la crisis a: países, gobiernos,
corporaciones, empresas y los sospechosos de siempre en el plano internacional
o local, que sin dudas la tienen y más.
Pero…, y esto no es fácil de dilucidar, creo que ingenuamente
se soslaya, la responsabilidad de los pueblos en los procesos históricos y
sociales en los que se han visto inmersos o en que les tocó actuar y a los
cuales se han amoldado.
Me parece, por lo menos en el terreno hipotético, que
Alemania como nación, no fue inocente de Hitler, como los italianos no lo
fueron de Mussolini, los norteamericanos de Reagan y de tantos otros, o los
argentinos de Menem u otras gestiones de nuestra historia.
Es verdad también, que muchos o pocos, se resistieron a
estos regímenes, pero las grandes mayorías en esos países y otros, dieron su
aquiescencia a los mismos, convalidando y legitimando sus locuras y
perversidades.
Por qué no
pensar que en determinados contextos históricos o circunstancias, los pueblos
también actúan irreflexivamente, como manadas en estampida y nada los detiene
en su avance hacia el precipicio.
Eso que,
las mayorías nunca se equivocan, es demasiado absoluto y terminante y a lo
largo de la historia ha conducido a infinidad de pueblos al borde de la desaparición
o su aniquilamiento.
Creo
modestamente que en muchos casos, el hombre común, el ciudadano de a pie; hora
a hora, día a día, año a año, alimenta este sistema de destrucción masiva,
brindando su adhesión y otorgando licencia social, para que estos procesos
nefastos se consoliden y se reproduzcan sin solución de continuidad.
Quienes
defienden la vida, vienen alertando de formas variadas y precisas sobre la
genocida contaminación ambiental, pero poco o casi nada se analiza o se explaya
sobre una forma de contaminación más preocupante, que es la de las conciencias,
cooptada por el paradigma del consumo irracional y el tener, como factores de
elevación y éxito social.
Ante de que
cualquiera me salte a la yugular por lo expuesto, quiero dejar expresamente
sentado, que no pretendo poner en un pie de igualdad a víctimas y victimarios,
que los hay, ni menos afirmar todos somos responsables, porque cuando se dice
eso, nadie lo es.
Los seres
humanos se adaptan a su medio y actúan por acción u omisión de acuerdo con
pautas que pueden o no gustarnos, pero que las mayorías no cuestionan, y por
ello creo, que la tiranía del progreso y sus secuelas, no les cae del todo mal.
Ahí nace el gran problema y para el cual no logramos vislumbrar las soluciones
factibles y sobre todo posibles.
Los graves
problemas ambientales, no son solamente de naturaleza material o económica,
sino que además tienen su raíz profunda en lo psicológico, lo moral, lo
político, atravesado todo ello por un individualismo malsano y la pérdida de
valores en torno a la trascendencia como sociedad con objetivos comunes.
El “primero
yo” o el “sálvese quien pueda”, ha cobrado nuevos bríos y la affectio
societatis, por una razón u otra pierde cohesión y la generosidad se resiente.
En su
aislamiento, muchas personas, van a los casinos, toman ansiolíticos, se compran
una mascota o consumen irracionalmente lo que pueden, sean comidas, autos o
marcas y retroalimentan el círculo vicioso del deterioro global.
Como
afirmaba “El Principito”, “lo esencial es invisible a los ojos”, y ante la
carencia de ello, nos cargamos de baratijas y chucherías para suplir ese vacío.
El mundo
feliz que se anuncia desde la mercadotecnia o la feria de la alegría de tener
un millón de amigos en las perversas redes sociales, nos adormece o nos
apabulla, y gana lugar la pereza mental para pensar en serio, más allá de lo
declamativo, un mundo distinto, en el que todos tengan cabida e igualdad.
Descontaminar
las mentes e inyectarle aire fresco, no es tarea sencilla, sobre todo cuando no
estamos dispuestos a asumir nuestras cuotas partes de culpas en el desastre.
Un
pensamiento de Gandhi, que viene al caso, expresaba: Para liberar a la India,
tenemos que pelear contra los ingleses, también contra los hindúes, pero la
verdadera pelea es contra nosotros mismos.
Lamentablemente
en nuestra marcha quijotesca por un ambiente sano, peleamos a diario contras
las multinacionales depredadoras en todas sus variedades, interpelamos a los
gobiernos locales, provinciales o nacional, pero cuando descendemos al último
escalón de la lucha, nuestro ímpetu guerrero comienza a declinar.
En estos
tiempos, el obscuro objeto del deseo, que desvela a casi todos, se encarna en
el automotor y la enfermiza relación con él, puede servir para poner luz a lo
expuesto, haciendo algunas deducciones interesantes y no por eso menos
preocupantes.
Para muchos
en la sociedad, él, es el rey y centro de nuestros anhelos, es la llave que nos
permite ser más rápidos, furiosos y exitosos y el nivel de ventas así lo
estaría indicando, ya que en 2012 en el país, se han vendido cerca de un millón
de autos, totalizando una cifra mayor a cien mil millones de pesos ($
100.000.000.000.-), que más allá de lo económico, agrava el colapso vial, la
contaminación urbana y sobre todo el tema de la accidentología.
Lamentablemente se ha creado una cultura del uso irracional
del mismo. Años atrás, al salir el hombre se ponía el saco y la mujer agarraba
la cartera, ahora ambos se ponen el auto.
Al margen
de la inversión inicial, este chiche, demanda cada día más minería degradante,
justificando para su alimentación más hidrocarburos, incluidos los provenientes
del denostado fracking y los biocombustibles y para darles de dormir se gastan
más metros cuadrados cubiertos que los que se necesitan para paliar el déficit
de vivienda nacional.
A los
habitantes urbanos, nos comprenden las generales de la ley, que expresa la
siguiente cita: "Las civilizaciones
desarrollaron el imperialismo, en parte debido a la propia naturaleza de las
ciudades. Obviamente, las ciudades son concentraciones de población: son
lugares que deben importar desde el campo las necesidades materiales de dicha
concentración. Esto significa que el Mundo Natural debe ser subyugado, exprimido
y explotado según el interés de la ciudad." "El estilo de vida
conocido Civilización Occidental está en una senda mortal para la que su propia
cultura carece de respuestas viables."(1)
Si a lo expuesto agregamos, el
delirante uso de telefonía celular, internet y entre otras pocas delicias
tecnológicas de la modernidad, el panorama se complica.
Como homo urbanus que somos, me da la impresión que, más que
contribuir a la solución, somos parte del problema y que miramos la paja en el
ojo ajeno y no vemos la viga en el propio.
Los dejo para que lo piensen y me despido hasta la próxima
aguafuertes.
Ricardo Luis Mascheroni
Docente universitario
Ref: 1.- Hau de
no sau nee (pueblo que construye, Confederación Iroquesa), Mensaje al Mundo
Occidental, Mutantia, N° 24, 1987.
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